NO SOMOS ‘NACIONAL-SOCIALISTAS’
Emblema de la corriente de izquierda suprimida en la purga de 1934
Esto
que voy a decir ahora me trae los siguientes recuerdos. Hace unos 25 años,
cuando escribía en la revistas Cabildo
y Patria Argentina, expresiones del
nacionalismo güelfo en nuestro suelo, se publicó un artículo mío titulado Nosotros los fundamentalistas en donde le
contestábamos al Sr. Kissinger quien había dicho que el peligro principal para
nuestra recién estrenada democracia era ser fundamentalista. Dijimos entonces
que efectivamente lo éramos porque considerábamos que, frente al inmanentismo
secular representado por la democracia, había
que exaltar, por contraste, de toda gran religión los fundamentos metafísicos
que se encontraban en ella y que en ese entonces, como también ahora, era en el
seno del Islam en donde tal proceso se estaba produciendo. Luego de este hecho
sucedió que la dirección de esas publicaciones, posiblemente bajo la admonición
del Vaticano que ejercía sobre ellas un severo control, se apresuró a efectuar
las pertinentes aclaraciones. Una de ellas sostuvo que la palabra
‘fundamentalista’ allí empleada no podía ser tomada al pie de la letra pues era
propia de grupos protestantes y no católicos y que el Islam visto en su
profundidad era en el fondo tan enemigo
del catolicismo como el Sr. Kissinger. La otra, en una línea similar, bochó un
artículo posterior que se titulaba ¡Salud
Ayatollah!, en ese entonces dirigido a exaltar a la figura de Khomeini. Los
tiempos pasaron y tuvimos que tomar distancias adecuadas de esas expresiones
decadentes de güelfismo y reputarnos sin más como fundamentalistas, pues en
nuestro caso, católicos gibelinos, nos encontrábamos en una cercanía con el
Islam parecida a la que el emperador Federico II Hohenstaufen tuviera con el
sultán Saladino y para espanto también en ese entonces de la iglesia güelfa.
Sin
embargo el sistema no se quedó sólo con este mote para descalificarnos, quiso
ampliarlo con denominaciones similares para convertirlo en más comprensivo para
el vulgo. Así pues acudió a otros términos demonizadores tales como nazismo y
fascismo, respecto de los cuales tampoco hemos tenido inconveniente alguno en
asumir porque una vez más y sin quererlo habían dado con las palabras correctas.
Fue el señor Bush quien primero calificó como fascismo islámico lo que
Kissinger antes había definido como fundamentalismo y ante ello nosotros
acotamos que nos parecía también adecuado ese término pues el fascismo, del
mismo modo que el fundamentalismo islámico, niega la democracia y considera por
igual que el Estado, en este caso representado por el Califa, forma a la nación
y no a la inversa, tal como sostiene el pensamiento moderno. Por supuesto que,
del mismo modo que lo que sucediera con el uso de la palabra fundamentalista,
hubo ‘fascistas’ que protestaron y que dijeron que ello no podía ser porque en
realidad se trataba de un fenómeno ario e indoeuropeo y no semita e inferior
como en el caso aquí mentado, por lo cual su uso representaba algo abusivo,
demostrando de este modo su escasa comprensión de la propia ideología. Pero el
caso de enardecimiento mayor sucedió cuando se empezó a usar la para nosotros
también apropiada palabra ‘nazi’, lo cual en muchos del espectro simpatizante
de la figura de Hitler causó un verdadero escozor. Se dijo entonces que se
trataba del término despectivo con el que el enemigo descalificaba a tal
movimiento cuyo nombre verdadero era ‘nacional socialista’. Y esto me trajo
también a colación otro recuerdo cuando asistiera a una mesa redonda en una
universidad de los jesuitas entre un notorio adscripto y difusor de tal postura,
el francés de Mahieu, y el trotskista Abelardo Ramos quien, a diferencia de sus
pares en ideología como Moreno y Altamira (en realidad Bressano y Wermus),
sostenía, basándose en una tesis de su mentor, el socialismo nacional*. Lo
interesante a acotar de tal curioso debate fue que, lejos de haberse percibido
una enemistad entre ambos, se notó por
el contrario cómo, luego de algún pequeño cruce verbal intrascendente, se
terminaban apoyando recíprocamente, pues además de resaltarse que los dos por igual eran
peronistas, la diferencia parecía estar dada simplemente en la ubicación y
prioridad que se otorgaba a las dos palabras, lo cual representaba en el fondo
un detalle menor.
Yo
quiero decir al respecto -y entrando de lleno al tema que me convoca- que como
fundamentalista estoy en contra tanto del nacionalismo como de socialismo pues
se trata de fenómenos modernos. En el primer caso porque es el culto por lo
propio (nación = el lugar donde se nace) con independencia de cualquier principio
y para un fundamentalista en cambio -y son palabras del mismo Evola- la patria
no debe ser el espacio geográfico sino la idea que se sustente. Hoy en día por
ejemplo nos sentimos más cerca del Mullah Omar o de Bagdadi, que son orientales
y musulmanes, que de cualquiera de nuestros políticos con los cuales podemos
compartir raza o religión. Menos todavía nos podemos reputar socialistas puesto
que tal corriente representa un grado aun mayor de decadencia ya que si la
nación puede ser concebida como una realidad histórica que trasciende la mera
inmediatez, no pasa en cambio tal cosa con lo social que tiene que ver con los
intereses minúsculos y gregarios de las personas muchas veces en
contradicción no solamente con los de la
nación, sino aun con los del mismo Estado
concebido como ente de carácter superior y sacro. Desde una óptica tradicional
y jerárquica la persona tiene primacía por sobre la sociedad y no a la inversa.
Ahora bien,
es cierto que sea el fascismo como el nacismo tuvieron orígenes socialistas y
nacionalistas, pero los mismos pudieron ser superados aunque no del todo
durante el desarrollo de tales movimientos. En el caso del italiano es notorio
cómo Mussolini evolucionó de un pensamiento socialista y democrático a uno
jerárquico por el cual negaba el principio de que lo social, por el mero hecho
de ser tal tuviese soberanía sobre el Estado personificado en le figura del
Jefe o Duce, el individuo absoluto. El nacismo también evolucionó aunque más
lentamente. Es de destacar que en sus orígenes tal movimiento fue clasista
pues el nombre originario del partido
fue ‘Obrero’, término al cual se le agregó luego nacional socialista. Pero con
el tiempo tales palabras fueron perdiendo su significado originario. La purga contra
la corriente socialista aconteció en 1934 cuando, en la que se conociera como la noche de los
cuchillos largos, fue eliminado el sector izquierdista que aun usaba la antigua
hoz y el martillo junto a la esvástica. Hubo sin embargo un repunte de tal falsa
orientación en 1938 cuando, con la finalidad de dividirse Polonia, el régimen
tuvo una cercanía con el comunismo de Stalin y en ese entonces hubo quienes
hablaron también de la confluencia entre nacional socialismo y nacional
comunismo. Pero afortunadamente tal desviación fue rápidamente rectificada. Lo
más difícil de modificar fue en cambio el nacionalismo que en el nacismo tuvo
un componente más esencial. La consigna ‘Alemania sobre todo’, ligada a la
exaltación de la raza aria germánica como superior a las restantes fue un elemento que finalmente le jugó en
contra a tal movimiento, tal como se percibió justamente en la campaña de Rusia
en donde, en razón de reputarse a la raza eslava (a la que incluso se hacía
derivar de los esclavos) como enemiga, no se concibió la lucha en contra el
comunismo como una cuestión de concepciones del mundo, por lo cual finalmente
terminaron granjeándose la antipatía de la misma población que luego de
haberlos visto en un principio como liberadores se volcó finalmente del lado de
Stalin a pesar de odiar a tal régimen. Tan sólo finalizando la contienda bélica
se pudo superar el estrecho nacionalismo germánico cuando los batallones SS se
convirtieron en internacionales poniendo el acento en la guerra ideológica y no
entre meras naciones.
Nosotros
pues, en el contexto de tal evolución inconclusa, ante los calificativos que
nos quiere atribuir el sistema, preferimos ser llamados sin más nazis antes que
nacional socialistas.
·
En su exilio
en América Trotsky exaltó el nacionalismo como un recurso dialéctico utilizable
en los países en desarrollo, parecido a la doctrina de las naciones proletarias
sustentado por cierto nacionalismo europeo, aunque inserto en la teoría de la
revolución mundial.
Marcos Ghio
8/8/15
3 comentarios:
1) Hitler invade Polonia porque los alemanes estaban siendo masacrados por el gobierno Polaco, influenciado por Inglaterra. No fue ningún error ir a defender a sus compatriotas.
2) Hitler no se alió con Stalin. El bolchevismo fue el enemigo desde el minuto cero.
Es la versión que da el Sr. Borrego de los hechos la cual resulta por lo demás infantil. Parece que no recuerda Ud el pacto Molotov Ribbentrop por el cual se dividieron Polonia entre Rusia y Alemania. Hitler estaba obsesionado con la idea de constituir la gran Alemania uniendo a todos los alemanes en una sola nación. Esta idea fija lo llevó a una guerra que podía haber evitado por no haberse hallado en condiciones suficientes de hacer frente a todos al mismo tiempo.
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