ARGENTINA:
FUERZAS ARMADAS Y ‘PRESIDENTA’
El reciente discurso de Cristina Kirchner, resaltando el papel que
deben tener las Fuerzas Armadas en una democracia, ha sido sin más el signo
definitivo y claro respecto del rumbo feminoide al cual conduce necesariamente
un tipo de sistema de orden burgués opuesto a lo guerrero; y ello se encuentra
además corroborado por el hecho de que no casualmente hoy en día América latina
se encuentre ‘gobernada’ cada vez más por mujeres cuando no por hombres que en
última instancia no se alejan de tal condición.
Pero antes de explicar la diferencia esencial que existe entre lo
masculino y lo femenino, distinción por supuesto de carácter preeminentemente espiritual
y no física, señalemos las recientes modificaciones acontecidas. Las Fuerzas Armadas,
de acuerdo a los cambios introducidos por Cristina, dejan de ser propiamente
una institución militar y guerrera, para convertirse en cambio en un cierto
tipo de asociación solidaria, como bien podrían ser los boys scouts u otras parecidas. Tienen por finalidad no hacer la
guerra, sino a la inversa, ‘trabajar para la paz’ y esto se concreta a través
de tareas comunitarias, tales como las que podría realizar una institución de
defensa civil encargada de construir o reparar elementos útiles y necesarios
para la comunidad. Acotemos que tal cosa, la que se acaba de mencionar
puntualmente y asentar a través de oportunas nuevas reglamentaciones, fue a su
vez corroborada por una política que se viene implementando desde los orígenes
mismos de la democracia en manera siempre más aguda, pasando por la cada vez
mayor pérdida de influencia de la institución militar sobre la sociedad civil,
hasta llegar finalmente a nuestros días con la distorsión absoluta de su
función. Y resaltamos una vez más que esto es perfectamente coherente con el
hecho de que sea una presidente mujer la que hoy en día tiene las riendas
políticas en la república Argentina, aunque este fenómeno ya se está dando
también en Brasil y volverá a estarlo dentro de poco en Chile, lo cual sirve
para poner en evidencia la orientación vigente. Esta concurrencia de hechos nos
permite decir dos palabras, desde el punto de vista tradicional, respecto de la
diferencia existente entre los dos sexos así como brindar una explicación del
por qué hemos ingresado abiertamente a tal anomalía.
Acotemos primeramente que la característica principal del hombre
moderno, tal como hemos señalado en otras oportunidades, es la de reducirlo
todo meramente a su aspecto externo, físico y superficial, ignorando que en
última instancia la naturaleza no es una realidad en sí misma, sino apenas un
símbolo de algo superior a ella, símbolo que, lejos de agotarse en sí mismo,
nos sirve para alcanzar una aproximación a lo que la trasciende. Así pues,
creer que lo femenino y lo masculino se diferencien principalmente por sus
aspectos biológicos y corporales representa la mayor de las limitaciones
posibles en el momento de encarar tal cuestión. Lo masculino o viril (de vir que significa también fuerza, pero
obviamente no meramente física), que en el plano físico se caracteriza por lo
activo, expresa la dimensión de lo que se basta a sí mismo, de aquello que
tiene en sí el propio principio, mientras que en cambio lo femenino,
simbólicamente lo pasivo, es aquello que tiene en otro el fundamento y cuya
libertad verdadera, lejos de ser un impulso por ser autosuficiente, que es en
cambio lo propio de lo masculino, consiste en un acto de entrega absoluta y sin condición, de la misma
manera que en el campo de la acción pura tampoco el hombre verdadero actúa en
función de resultados, sino por el cumplimiento de un deber y con independencia
de éxitos o fracasos. Para establecer un contraste pleno con nuestro mundo moderno
de mujeres ‘emancipadas’ y ‘libres’, recordemos el ejemplo de la India
tradicional en donde hallamos rasgos evidentes de tal acto de entrega absoluta
y sin condiciones por parte de la mujer en el momento en el cual la esposa
viuda se lanzaba en la pira ardiente del cónyuge para reencontrarse con él en
los caminos del cielo. Y eso a su vez explicaba cómo antiguamente era
prácticamente imposible hablar de divorcios, de nuevas parejas siempre mutantes
e intercambiables, y menos aun de exaltación de la homosexualidad y del
matrimonio igualitario, patologías éstas propias de tiempos terminales, ya que
era el cumplimiento del deber y no la subordinación a apetitos lo que primaba
en todo orden social. Claro que para que la mujer sea tal, previamente a ello y
como condición necesaria, el hombre también debe serlo. Si el hombre desfallece,
deja de cumplir con su función propia, cae presa de una cobardía interior
dejando de ser suficiente a sí mismo para depender en cambio de otra cosa, como
consecuencia de ello, también la mujer deja de ser tal y acontece entonces la
anarquía y quiebra del orden social, tal como vemos en nuestros tiempos
terminales.
En la república Argentina, aunque también podría haber sido en otra
parte, haber llegado a Cristina Kirchner y a su conversión de las fuerzas
armadas en instituciones asistencialistas no fue un hecho casual, sino el
producto de un proceso de larga decadencia. Se precisó, que previamente a ello
las Fuerzas Armadas, el principio viril y heroico fundador del Estado, dejaran
de ser tales, para que, de manera consecuente, sucediera lo mismo con la sociedad
civil, el principio femíneo hoy representado en su forma más ostensible y
coherente por la presidente mujer. Para ello daremos un par de ejemplos
hallables en nuestra historia más reciente.
El primero de ellos lo podemos encontrar en el año 1955. Gobernaba en
ese entonces un presidente militar con gran popularidad y prestigio sea en el
seno de la propia corporación, como entre la misma población. Pero he aquí que,
en razón de una crisis interna, un sector de las Fuerzas Armadas se amotinó y
lanzó una furiosa revolución, cuyas causas no viene el caso analizar aquí. A
pesar de contar con amplia mayoría de tropa, el Gral. Perón, al encontrar una
muy dura resistencia por parte de quienes no solamente no quisieron rendirse,
sino que amenazaron con bombardear un importante puerto del país, en vez de
luchar hasta el final cumpliendo con su deber, tal como hubiera correspondido,
en tanto que además contaba con posibilidades ilimitadas de haber ganado,
resolvió retirarse del combate alegando ‘no querer derramar sangre de
hermanos’, aunque a otros les dijera también que no quería que se destruyera la
destilería de La Plata que había costado mucho dinero construir. Es decir,
subordinó la acción a un determinado bien material, dejando así de ser viril,
es decir, pura e incondicionada*.
El segundo ejemplo lo podemos encontrar en la Guerra de Malvinas cuando
las Fuerzas Armadas argentinas, luego de haber tomado la sana decisión de
expulsar a Inglaterra de nuestro territorio e iniciar un proceso de verdadera
independencia y de libertad viril, repentinamente y cediendo a presiones de la
Iglesia católica y del poder mundial, resolvieron rendirse de manera cobarde e
inverosímil alegando que, cuando tomaron tal justa decisión, no sabían que el
enemigo se encontraba tan bien armado.
Tal rendición, que fue la antesala de nuestro proceso democrático
decadente, fue luego seguida por otras realizadas por el movimiento
carapintada, que participara a su vez de la guerra de Malvinas y de sus
resultados, con argumentos verdaderamente inverosímiles como, a las pocas horas
de haberse sublevado, deponer las armas porque no se imaginaban que iban a
tener que ‘matar a camaradas’, es decir que esperaban ganar una batalla sin que
el enemigo presentara resistencia, o que al rendirse ‘cumplían con la voluntad
de Dios’ que había resuelto por ellos y otras imbecilidades semejantes.**
Esta sucesión de derrotas y rendiciones tuvo que dar por resultado lo
que conocemos en nuestros días. Del mismo modo que un niño cuando no se
encuentra bajo la tutela de su padre se convierte en perezoso e impertinente,
así también ha acontecido con la sociedad civil al perder el respeto hacia un
Estado que ha dejado de ser tal al no ser más viril. Y al respecto es de
recordar que así como una mujer que ha perdido su centro se convierte en
mutable, caprichosa, inestable e incluso mentirosa, esto es lo que justamente
ha acontecido con la clase política actual que cambia de bando y de ideas con
una facilidad asombrosa, del mismo modo que miente con una desfachatez pronunciada.
Fue famosa al respecto la expresión del presidente Menem quien, ante el
incumplimiento del programa prometido en las elecciones, manifestara que si
hubiese dicho la verdad no lo votaba nadie. A su vez se distorsionan las cosas
más evidentes. La espiritualidad viril que es acción pura y libre, sin ningún
tipo de condicionamiento, queda totalmente apartada de la realidad,
suplantándosela por una falsificación de la misma a través de un puro
despliegue de mera fuerza material y de potencia sexual que puede llegar a
alcanzar niveles patológicos. Se considera así que se es hombre teniendo a
muchas mujeres y con capacidades ilimitadas de fornicación (de allí también la
moda por las pastillas azules). Se inaugura la especie de los políticos
mujeriegos y príapicos, como el antes aludido, o Berlusconi en Italia, cuando
en realidad lo que sucede es lo contrario, pues una virilidad puramente
material es dependencia de la cosa que se desea en manera exasperada, por lo
tanto expresa en el fondo un carácter mujeril por lo cual no fue casual que el
mismo que se jactaba de poseer a todas las mujeres manifestara la conveniencia
de estar en relaciones carnales, por supuesto que en situación de pasividad,
con el más poderoso, en ese entonces los EEUU, aunque podría haberlo estado de
Rusia o de China, de acuerdo al rumbo por donde soplen los vientos. Y no es
tampoco una simple coincidencia al respecto la corrupción y el apego obsesivo
hacia los bienes materiales, característica propia de nuestra clase política
depredadora, absolutamente dependiente de la posesión de dinero y una vez más
apartada de una acción viril ajena a cualquier bien o resultado.
No cabe duda alguna de que –y sería interminable dar ejemplos de la
anomalía en que vivimos- solamente se volverá a la normalidad restaurando el
espíritu guerrero, haciendo así que la mujer vuelva a una actitud de entrega
absoluta por su hombre, del mismo modo que el pueblo, apartado de una vez por
todas de la inestabilidad voluble de su siempre hipotética ‘voluntad soberana’,
alimentada por corruptos y demagogos, entregará su devoción y fe hacia jefes
verdaderos con altura y dimensión espiritual de reyes y dioses.
* En varias oportunidades hemos hecho notar que, para
ocultar tal acto esencial de cobardía, Perón dio múltiples explicaciones, de lo
más diferentes y de acuerdo al público que lo escuchaba, a fin de justificar su
decisión.
** No fue de extrañar que tales 'guerreros'
carapintadas, una vez rendidos y salvados en su pellejo, de manera casi
inmediata se lanzaron a la lid política y alguno de ellos hasta logró hacer una
importante fortuna personal.
Marcos
Ghio
15/07/13
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