viernes, 27 de septiembre de 2013

EVOLA Y RUSIA

EVOLA Y RUSIA


Con la finalidad expresa de evitar ciertas confusiones que han querido establecerse por ignorancia entre el pensamiento evoliano y una cierta apología de Rusia así como de ciertas figuras del nefasto régimen comunista, entre ellas la del Sr. Stalin, reproducimos aquí un fundamental texto de Julius Evola que pertenece a la última parte de su fundamental obra Rebelión contra el mundo moderno (pgs. 421 y sig.). En el mismo, además de condenarse al comunismo al que se considera como la etapa final de la decadencia más sórdida en que ha ingresado el Kaliyuga, en tanto representa propiamente lo que Guénon calificara acertadamente como contratradición, hace precisas analogías entre tal sistema y ciertas características peculiares del alma rusa, las que, en tanto pervertidas por el comunismo, pueden llegar a los extremos por todos conocidos y lamentablemente en algunos casos aun vigentes.


a) Rusia



Ya la revolución bolchevique ha presentado rasgos típicos dignos de relieve. Ella tuvo en escasa medida los caracteres románticos, tempestuosos, caóticos e irracionales propios de las otras revoluciones, sobre todo la francesa. Le ha correspondido en vez una inteligencia, un plan bien meditado y una técnica. El mismo Lenin, desde el principio hasta el fin, estudió el problema de la revolución proletaria así como el matemático puede enfrentar un problema de cálculo superior, analizándolo fríamente y con calma en los mínimos detalles. Sus palabras son: “Los mártires y los héroes no son necesarios a la causa de la revolución: es una lógica lo que se necesita y una mano de hierro. Nuestro deber no es el de rebajar la revolución al nivel del diletante, sino el de elevar al diletante al plano de un revolucionario”. Ello tuvo como complemento la actividad de Trotsky que hizo del problema de la insurrección y del golpe de Estado una cuestión, no tanto de masas y de pueblo, cuanto justamente de técnica, que reclamaba el uso de escuadrones especializados y bien dirigidos 1.

En los jefes se entrevé luego una despiadada coherencia con las ideas. Ellos son indiferentes con respecto a las consecuencias prácticas, a las calamidades sin nombre que procederán de la aplicación de abstractos principios. El hombre, para ellos, no existe. Con el bolchevismo, casi como fuerzas elementales se han encarnado en un grupo de hombres que a la feroz concentración de lo fanático agregan la lógica exacta, el método, la mirada dirigida sólo al medio apto para el fin, propio del técnico. Sólo en una segunda fase, por ellos suscitada y en gran medida mantenida dentro de límites preestablecidos, ha acontecido el desencadenamiento del subsuelo del antiguo Imperio ruso, el régimen de terror de la masa dirigida a destruir y a extirpar frenéticamente todo lo que se ligaba a las precedentes clases dominantes y a la civilización ruso-boyarda en general.

No sin relación con esto, aquí otro rasgo característico es que, mientras las revoluciones precedentes, en su demonismo, escaparon casi siempre de las manos de quienes las habían suscitado y devoraron a sus hijos, ello se ha verificado en Rusia tan sólo en escasa medida: una continuidad del poder y del terror se ha estabilizado aquí. Si la lógica inexorable de la revolución roja no ha hesitado en eliminar y en erradicar a aquellos bolcheviques que tendían a apartarse de la dirección ortodoxa, sin referencia a las personas y sin escrúpulos acerca de la elección de los medios, tampoco en el centro se tuvieron crisis y oscilaciones de relieve. Y éste es un rasgo tan característico como siniestro: se preanuncia la época en la cual las fuerzas de las tinieblas dejarán de actuar, como en precedencia, desde atrás de los bastidores y se harán una sola cosa con el mundo de los hombres habiendo encontrado su adecuada encarnación en seres en los cuales el demonismo se une al más lúcido intelecto, a un método, a un exacto poder de dominio. Una de las características más salientes del punto terminal de cada ciclo es un fenómeno similar.

En cuanto a la idea comunista, se llevará a engaño quien se olvide de la existencia en el comunismo de dos verdades. La una, esotérica, por decirlo así, tiene carácter dogmático e inmutable en los escritos y las directivas del primer período bolchevique. La segunda es una verdad mutable, “realista”, forjada circunstancia por circunstancia, muchas veces en aparente contraste con la primera y con eventuales compromisos con las ideas del mundo “burgués” (idea patriótica, mitigaciones del colectivismo de la propiedad, mito eslavo, etc.). Las variedades de esta segunda verdad son puestas a un lado no apenas hayan cumplido con su finalidad táctica; ellas son puros instrumentos al servicio de la primera verdad y son sumamente ingenuos quienes en cualquier momento supusiesen que el bolchevismo sea “superado”, que éste haya “evolucionado” y vaya al encuentro de formas normales de gobierno y de relaciones internacionales.

Pero también en lo relativo a la primera verdad no hay que engañarse: el mito económico marxista aquí no es el elemento primario. El elemento primario es la negación de todo valor de orden espiritual y trascendente: la filosofía y la sociología del materialismo histórico son simples expresiones de una negación similar, derivan de ella, y no a la inversa, así como la correspondiente praxis comunista no es sino uno de los métodos para realizarla sistemáticamente. Es importante por lo demás la consecuencia a la cual se arriba yendo hasta el fondo de esta dirección: es la integración, o sea la desintegración del sujeto en lo “colectivo”, cuyo derecho es soberano. Justamente la eliminación en el hombre de todo lo que tenga valor de personalidad autónoma, de todo lo que pueda constituirle un interés desunido de lo colectivo, en el mundo comunista se hace un fin. En particular la mecanización, la desintelectualización y la racionalización de toda actividad, sobre todos los planos, se ubican entre los medios empleados para tal fin —no son más, como en la última civilización europea, consecuencias padecidas y deploradas de procesos fatales. Restringido todo horizonte al de la economía, la máquina se convierte en el centro de una nueva promesa mesiánica y la racionalización se presenta también como una de las vías para liquidar los “residuos” y las “accidentalidades individualistas” de la “era burguesa”.

La abolición de la propiedad y de la iniciativa privada, que subsiste como una idea-base de la doctrina interna del comunismo, más allá de diferentes acomodamientos contingentes, en la URSS a tal respecto representa sólo un episodio y un medio para un fin. El fin es justamente la realización del hombre-masa y del materialismo integral, en cada dominio, en una evidente desproporción respecto de todo lo que puede deducirse de un mito simplemente económico. Pertenece a tal sistema la consideración del “Yo”, el “alma” y la noción de lo “mío” como ilusiones y prejuicios burgueses, como ideas fijas, principios de todo mal y de todo desorden, de lo cual una adecuada cultura realista y una oportuna pedagogía deberán liberar al hombre en la nueva civilización marxista-leninista. Así se procede a una liquidación en bloque de todas las prevaricaciones individualistas, libertarias y humanistas-románticas de la faz que hemos llamado del irrealismo occidental. El dicho de Zinoviev: “En cada intelectual entreveo a un enemigo del poder soviético” es conocido, como es conocida la voluntad de que el arte se convierta en arte de masas, deje de hacer “psicología” y de ocuparse de cuestiones privadas del sujeto, no sirva para deleite de los estratos superiores y no sea una creación individualista, sino que se despersonalice y se transforme en un “poderoso martillo que incite a la clase trabajadora a la acción”. Que la misma ciencia pueda prescindir de la política, o sea de la idea comunista como fuerza formativa, y ser “objetiva”, también esto se rechaza: se ve en ello una peligrosa desviación “contrarevolucionaria”. Característico ha sido el caso de Vasileff y de otros biólogos relegados en Siberia porque la teoría genética sostenida por ellos, al reconocer el factor de la “herencia” y la “disposición innata”, al presentar al hombre de otra manera que como sustancia amorfa que toma forma sólo a través de la acción determinante de las condiciones del ambiente, así como lo quiere el marxismo, no responde a la idea central del comunismo. Lo más avanzado a nivel de materialismo evolucionista y de cientificismo sociológico que hay en el pensamiento occidental es enarbolado como un dogma y un “pensamiento de Estado” para que en las nuevas generaciones se produzca el lavado de cerebro y tome forma una adecuada mentalidad profundamente desarraigada. Acerca de la campaña antireligiosa, que no tiene aquí el carácter de un simple ateísmo, sino de una verdadera y propia contrareligión, se sabe ello en demasía: en ésta se manifiesta a pleno la verdadera esencia del bolchevismo antes indicada, que por tal vía organiza los medios más idóneos para la eliminación de la gran enfermedad del hombre occidental, de aquella “fe” y de aquella necesidad de “creer” que hicieron de sustituto cuando la posibilidad de contactos con el supramundo estuvo perdida. Una “educación de los sentimientos” es también contemplada, en una no distinta dirección para que las complicaciones del “hombre burgués”, el sentimentalismo, la obsesión del eros y de la pasión, sean eliminadas. Niveladas las clases, siendo respetadas sólo las articulaciones impuestas por la tecnocracia y por el aparato totalitario, también los sexos son nivelados, la igualación completa de la mujer respecto del hombre es legislativamente establecida en cada dominio y el ideal es que no existan más mujeres frente a hombres, sino “compañeros” y “compañeras”. Así también la familia, no sólo según lo que representaba en la “era del derecho heroico”, sino también en los residuos propios del período tradicional burgués de la casa con sus sentimentalismos y su convencionalidad, es mal vista. Es sumamente característica la acción múltiple desenvuelta en la URSS a fin de que la educación se haga esencialmente algo del Estado, para que el niño prefiera la vida “colectiva” a la familiar.

Según la primera constitución soviética un extranjero, de rigor, automáticamente pasaba a formar parte de la Unión de los Soviets si era trabajador proletario, allí donde un Ruso, en cambio, si no era trabajador proletario, era excluido, era, por decirlo así, un desnaturalizado, era un paria privado de personalidad jurídica 2. Según la estricta ortodoxia comunista Rusia valía simplemente como la tierra en la cual la revolución mundial del Cuarto Estado ha triunfado y se ha organizado, para expandirse posteriormente.

El pueblo ruso había siempre tenido como propio, junto a la mística de la colectividad, un confuso impulso mesiánico: se había considerado como el pueblo teóforo —portador de Dios— predestinado a una obra de redención universal. Todo ello ha sido retomado en forma invertida y ha sido actualizado en términos marxistas. Dios se ha transformado en el hombre terrestrizado y colectivizado, y el “pueblo teóforo” es aquel entendido como empeñado en hacer triunfar con cualquier medio sobre toda la tierra la civilización. La posterior mitigación de la forma extremista de tal tesis, con la condena del trotskysmo, no impide que todavía ahora la URSS sienta, no sólo el derecho, sino también el deber de intervenir en todas partes del mundo para apoyar al comunismo.

Desde el punto de vista histórico, arribados a la fase staliniana, el mito de la “revolución” en el sentido antiguo, que siempre se ligó al caos y al desorden, aparece ya lejano: es a una nueva forma de orden y de unidad que en vez se apunta con el totalitarismo. La sociedad se convierte en una máquina en la cual hay un único motor, el Estado comunista. El hombre no es sino una palanca o una rueda de esta máquina, y basta que él se oponga para ser inmediatamente arrastrado y partido por el engranaje, en el cual el valor de la vida humana es nulo y cualquier infamia es permitida. Materia y espíritu son enrolados en la única empresa, de modo que la URSS se presenta como un bloque que no deja nada afuera de sí, que es simultáneamente Estado, trust e Iglesia, sistema político, ideológico y económico-industrial al mismo tiempo. Es el ideal del Superestado, como inversión siniestra del ideal tradicional orgánico.

En su conjunto, en el ideal soviético revisten por lo demás para nosotros la máxima importancia los aspectos en los cuales ha buscado o busca afirmarse algo similar a una singular ascesis o catarsis en grande a los fines de una superación radical del elemento individualista y humanista y de retorno al principio de la absoluta realidad y de la impersonalidad, pero sin embargo invertido, dirigido no hacia lo alto, sino hacia lo bajo, no hacia lo suprahumano, sino hacia lo subpersonal, no hacia la organicidad, sino hacia el mecanismo, no hacia la liberación espiritual, sino hacia la total servidumbre social.

Prácticamente, que el primitivismo de la gran masa heteróclita de la cual se compone la URSS, en la cual con las masacres han desaparecido todos los elementos racialmente superiores, rechace hasta un porvenir aun lejano la formación efectiva del “hombre nuevo”, del “hombre soviético”, ello no es cosa de gran importancia. La dirección está dada. El mito terminal del mundo del Cuarto Estado ha tomado forma precisa y una de las mayores concentraciones de poder del mundo está a su servicio, una potencia que es simultáneamente la central para una acción organizada, subterránea o abierta, de incitación de las masas internacionales y de los pueblos de color.




No hay comentarios: