RELACIONES ENTRE NAZISMO Y SIONISMO
ANA ARENDT EN JERUSALÉN
La nota que escribiremos trata de un tema que a los argentinos nos debe
interesar sobremanera.
Allá por 1961, en la localidad suburbana de San Fernando, el Sr.
Eichmann, que vivía públicamente con el apellido de Clement y que trabajaba
como técnico mecánico en la empresa Mercedes Benz, fue raptado por un comando del
Mossad y conducido a Israel para ser enjuiciado por crímenes contra los
derechos humanos del pueblo judío, aquello que vulgarmente se conoce como el
famoso Holocausto. El hecho causó en su momento verdadera conmoción pública, no
solamente por los ribetes policiales, puesto que se había podido dar con el
paradero de uno de los principales cerebros de la ‘solución final’, sino por
las circunstancias escabrosas con las cuales el acontecimiento se desenvolvió.
En la Argentina
había en ese entonces un gobierno constitucional y democrático, por lo cual
Israel, que se jactaba ante el mundo de practicar dicho sistema político, no
tenía argumentos para defender el procedimiento de haber violado la soberanía de
un país secuestrando a una persona y sorteando los procedimientos legales de
extradición que se efectúan en tales casos. Además de ello resultaba sospechosa
también la manera como se indicaba que el Sr. Eichmann hubiera podido salir
embarcado en un avión junto a otro personal diplomático de Israel. Se dijo en
tal circunstancia que ello había sido porque se lo había dopado con una droga
poderosa que había doblegado su voluntad impidiendo que se rebelara en el
momento de pasar por los obligados controles aduaneros. Argumento éste que, además
de lo llamativo, y del cual luego hablaremos, pondría además en severo ridículo
a nuestros sistemas de seguridad que no habrían sido capaces de percibir tal
situación.
El tema para la
Argentina , tal como era de esperar con gobiernos
democráticos, se resolvió económicamente. Israel prometió ‘inversiones’ y las
protestas diplomáticas de ese entonces, que en un primer momento alcanzaron
hasta a reclamos en las mismas Naciones Unidas, se diluyeron en forma
definitiva para dar cabida al famoso y espectacular juicio que habría de
desarrollarse en la ciudad de Jerusalén. Recordemos al respecto que en la Argentina no rige la
pena de muerte y que por tal razón una extradición de Eichmann a Israel habría
impedido que finalmente se ejecutara contra éste tal castigo.
Fue en tal circunstancia que, con la finalidad de poder cubrir para la
posteridad los detalles de tal importante acontecimiento universal, un medio
norteamericano vinculado al judaísmo de tal país contrató los servicios de la
famosa filósofa judeo alemana Ana Arendt quien fuera discípula y amante de
Heidegger, para que, a través de su activa y permanente presencia a lo largo de
todo el juicio, reportara para la posteridad sucesivos informes de lo que allí
sucedía. Fue de resultas de dicha actuación de presencia en todas las sesiones
de tal evento que Arendt publicara luego un famoso libro que se titulara Eichmann en Jersalén y que fuera una de
sus obras principales. El mismo a su vez se hizo famoso en tanto que de sus
conclusiones se elaborara la conocida teoría, muy repetida a coro en distintos
medios académicos del mundo moderno, relativa a la banalidad del mal. La
misma puede resumirse en la afirmación de que el mal no es producido en el mundo
necesariamente por sujetos especialmente perversos y pervertidos moralmente,
sino por personas normales que simplemente, a través del cumplimiento puntual
de su deber y de las órdenes recibidas, acompañado ello de un afán exasperado
de progreso en el empleo, realizan de este modo el mal suspendiendo cualquier
juicio en relación a la conciencia moral. Es decir que el mal sería el producto
de una falta de deliberación y de una actitud exasperadamente conformista,
propia de todo burgués, el cual sería por lo tanto convertido en un peligroso
Eichmann en potencia. Pero los que nos hemos tomado el trabajo de leer el libro
constatamos que allí hay otras cosas mucho más importantes que esta verdadera y
propia banalidad.
Arendt es una filósofa de significativa formación académica y como tal
ha practicado a lo largo de su vida entera aquel temple o virtud propia de su profesión:
el asombro. Arendt, quien lo tuvo a Eichmann frente a sí durante jornadas
enteras, se sintió asombrada de diferentes cosas, pero de una de ellas
posiblemente se debe haber sentido impactada sobremanera. Eichmann no tenía los
rasgos ‘arios’ propios de otros nazis de rango menor, como el recientemente
fallecido Priebke por ejemplo, sino que su perfil ganchudo no era muy diferente
de el que tenía ella misma, una judía confesa y manifiesta y hasta podría
haberse dado el caso de que su caricatura hubiese ornado las páginas del Der Stürmer del famoso antisemita Julius
Streicher, colgado en Nüremberg. Y en segundo lugar se sintió sumamente
conmovida y asombrada por la permanente tranquilidad con la cual el enjuiciado asumía
la tramitación del juicio; a este asombro se le sumarán otros de los que luego
hablaremos. Esto la llevó a investigar sobre los antecedentes del aludido y
grandes fueron sus sorpresas al respecto, las que fueron volcadas todas en su
libro, las cuales por supuesto a un mundo bestializado y ‘banal’ como aquel en
el que vivimos pasaron totalmente desapercibidas, siendo en cambio ocultadas
por el interés que en cambio suscitó la famosa teoría antes mentada, la cual
fue dicha con seguridad porque Arendt ya presentía que así como el mal es
banal, banales iban a ser lamentablemente sus propios lectores y comentaristas.
Se preocupó primeramente por establecer los parentescos judaicos que hubiesen
podido existir entre los antepasados del Sr. Eichmann, aquellos que hubieran
dado lugar a los rasgos fisiognómicos que la habían asombrado, y si bien pudo
encontrar algunos de origen europeo, por lo que arribó sin proponérselo a las
mismas conclusiones de Julius Evola respecto del judaísmo esto es, que el judío
no es una raza física, sino una raza espiritual compuesta por una pluralidad de
etnías que incluyen desde arios blancos hasta negros etíopes, pasando por
personas de raza amarilla y semítica; sin embargo lo principal de todo no fue
esto, sino que llegó a descubrir algo mucho más importante y que, de haberse
prestado la suficiente atención, habría dado a su libro no el carácter
definitivo de la exposición de una doctrina, sino el comienzo de una importante
investigación que hubiera llevado a develar muchas cosas que no terminaban de
cerrar en ese juicio, entre ellas el por qué el Sr. Eichmann, a pesar de su
apellido Clement, se había hecho conocer como tal en la Argentina y afuera de
ella, habiendo en su momento dado un reportaje en donde develaba su verdadera
identidad y en segundo lugar por qué no se evadió cuando supo anticipadamente
que iba a ser secuestrado.
Pero sigamos con los descubrimientos asombrosos efectuados por Arendt.
Simpatizante temprano del nazismo como la inmensa mayoría del pueblo alemán en
1933, Eichmann fue recompensado con un empleo público en el cual en un
determinado momento y por una circunstancia especial del destino, quizás
relativa a su eventual ascendencia judaica, se le encargó que leyera para
elaborar un informe la obra de Teodoro Herzl, El Estado Judío. Esta lectura, que debía simplemente haber dado
lugar a un simple escrito de unos pocos renglones, lo trastocó totalmente en
modo tal que luego de ello manifestó públicamente que había encontrado la
manera de resolver para Europa y su país el problema de los judíos. En aquel
entonces éstos estaban divididos en dos bandos, los asimilacionistas que
consideraban que el judío debía esmerarse por integrarse a la comunidad en la
que vivía y los ortodoxos que en cambio rechazaban tal idea, en tanto que
manifestaban que la Diáspora
en la que vivía su pueblo, en tanto debía comprenderse como un castigo divino
por haberse apartado del buen sendero, solamente se podía resolver a través de
la llegada de un Mesías, lo cual resultaba para un futuro incierto y difícil cuando
no imposible de consumarse. El sionismo en cambio era la solución verdadera. El
judío no se debía asimilar en manera alguna pues formaba parte de una nación a
la cual sólo le faltaba un territorio y un Estado. Que el haber vivido en un
ghetto y separado del resto de la sociedad durante tantos siglos había generado
en éste tales caracteres de singularidad que le hacían difícil integrarse ahora
que, tras la Revolución Francesa
y el triunfo del liberalismo, se había suprimido tal estado de segregación. Pero
esto, que a primera vista podía aparecerse como una ventaja, traía sin embargo
un peligro severo: se corría el riesgo de que tales caracteres originarios se
diluyesen y que el judío en tres generaciones pasase a asimilarse al resto de
las personas desapareciendo así como nación. Sin embargo para que ello no
sucediese el antisemitismo paradojalmente se iba a encargar de mantener latente
tal tensión y de esta manera, casi sin proponérselo, mantener aun viva la llama
del judaísmo. Nazismo y sionismo, desde ópticas opuestas, cumplían pues con un
mismo objetivo, que el judío finalmente no terminase asimilándose a las
naciones en las cuales vivía. Eichmann
se manifestó entonces públicamente como sionista, es más, Arendt nos recuerda
que fue tan grande su adhesión hacia la obra de Herzl que durante el período
más duro del nazismo en el cual los brotes antisemitas habían llegado a
extremos urticantes, estuvo entre aquellos que participaron del acto de
desagravio en Viena de su tumba profanada. Pero hay mucho más todavía. Fueron
insistentes sus intentos por resolver en manera sionista el problema judío.
Eichmann fue el principal impulsor del proyecto Madagascar, habiendo llegado a
convencer al mismo Hitler de su conveniencia. Sin embargo el mismo no pudo
efectuarse por dos razones. La primera de ellas porque en ese entonces ya había
estallado la guerra y el transporte de judíos por el Mediterráneo y el Mar Rojo,
estando allí presente la flota inglesa, hubiera sido imposible, y además que la
misma Francia, en ese entonces con un gobierno colaboracionista, manifestó su
rechazo en desprenderse de su colonia para tal fin. Quedó sólo en pié el
proyecto de Palestina y para ello fue indispensable contar con la colaboración
de sectores del sionismo. Arendt hace notar que en plena guerra mundial el
sionismo era un movimiento minoritario dentro de la colectividad judía, sin
embargo Eichmann colaboró con éste en plena época conflictiva de ‘solución
final’. Recuerda el caso preciso de que hizo liberar del campo de Auschwitz a
un sector minoritario de judíos adscriptos al sionismo para que se pudiesen
radicar en Palestina.
El asombro se va incrementando cada vez más y varias veces se pregunta
Arendt, a lo largo de su obra, por qué tales cosas que Eichmann efectuó de
auxilio y colaboración con el sionismo éste nunca las mencionó en su favor
durante el juicio con la finalidad expresa de mejorar su situación y obtener la
correspondiente clemencia. Pero todas estas cuestiones son interrumpidas
abruptamente en el relato sin arribarse nunca a una conclusión y
distrayéndosenos como dijimos con la famosa teoría de la banalidad del mal, una
cosa en el fondo realmente banal en relación a los descubrimientos antes
efectuados.
Y bien, en tanto no queremos ser banales también nosotros, digamos las
conclusiones a las cuales se podría haber arribado profundizando la lectura de
tal obra. Eichmann vivía en Buenos Aires en un exilio semiclandestino. A pesar
de que usaba el apellido Clement para el gran público, aquellos que sabían un
poco más estaban perfectamente enterados de su verdadera identidad. Si bien no
fue el mismo caso de Erich Priebke cuyo nombre no solamente nunca fue cambiado,
sino hasta figuraba en la guía telefónica de Bariloche, varias personas sabían
de su existencia y exilio. Lo puedo corroborar personalmente. Tiempo atrás me
tocó hablar con el fallecido capitán de las SS, Habel, a quien se lo quería
también extraditar alegándose entre otras cosas que en un reportaje
periodístico había dicho que Eichmann en vida le había manifestado que no
murieron seis millones de judíos. Cuando le eché en cara haber cometido tal
infidencia que empeoraba su situación, me manifestó asombrado que todo el mundo
que en ese entonces trabajaba en la fábrica de Mercedes Benz en González Catán
sabía que Clement era en realidad Eichmann. Es decir, se trataba de un secreto
a voces.
A Eichmann posiblemente lo hayan ido a visitar antes del famoso
proceso. Se necesitaba en ese entonces de una nueva colaboración de su parte,
se le habría hecho notar que la situación era muy dura y difícil para Israel por
sus vecinos, en tanto aun no había acontecido el famoso episodio de la guerra
de seis días. La gran mayoría de los judíos no aceptaba, y tampoco lo hace
ahora, radicarse en dicho Estado, el judío al parecer intentaba asimilarse. Se
trataba entonces de mantener aun viva la llama que encendiera Hertzl, de un
proceso que enjuiciase al principal responsable aun vivo de la solución final, en
donde se reconociera en forma definitiva el Holocausto, consigna indispensable
para justificar tal Estado. Pues el judío por más que intentara asimilarse,
siempre tendría presente y viva como una espada de Damocles puesta sobre su
cabeza tal posibilidad de ‘solución final’. Vino entonces el ‘secuestro’. Al
parecer Clement tenía el pasaporte en regla y viajó sin problema alguno al
Estado de Israel por lo cual no fue necesaria ningún tipo de droga. Hubiera
sido inimaginable que nuestra policía aeronáutica no hubiese detectado a una
persona dopada tomando un avión en contra de su voluntad. Luego vino el proceso
y tal como estaba estipulado previamente Eichmann nunca develó lo que Arendt
descubrió en sus investigaciones: que había sido desde el nazismo un inapreciable
colaborador del movimiento sionista. La inclaudicable fe sionista de Eichmann
duró pues hasta el último aliento. ¿Qué sabemos de su ejecución, la cual no fue
pública? ¿Sus cenizas descansan en el Mediterráneo? ¿O murió con otra identidad
que no fue ni Clement ni Adolfo Eichmann? ¿O éste fue quizás engañado por aquellos
que con su muerte quisieron borrar un testimonio peligroso que hablaba
demasiado y cuya existencia se había convertido en un verdadero secreto a
voces.
Marcos Ghio