REALIDAD ARGENTINA
A la Argentina, como con seguridad a tantos otros países, lo que hoy le
está faltando es un conjunto de pensadores valientes, capaces de decir las más
crudas verdades y en voz alta aunque éstas puedan doler y, lo principal de todo
en estos tiempos, no tener escrúpulo alguno en ser impopulares y de escaso o
nulo rating en tanto sostenedores de consignas incapaces de otorgar el
más mínimo éxito electoral.
El gran mal es y será siempre la democracia en cualquiera de las
expresiones en la que ésta se formule, aun fuera en su manifestación más
moderada y ‘racional' con la que se la haya querido ensayar, en tanto que la
misma es en última instancia la raíz y la causa de los problemas
futuros. La democracia se funda en un error conceptual de grandes dimensiones
el cual, en tanto se desarrolle con el tiempo, conducirá indefectiblemente a la
quiebra y disolución de todo orden social normal. Dicho error fue inculcado en
el mundo a partir de la Revolución Francesa y se trata del famoso principio de
la igualdad. Según el mismo, y en contraste con lo que siempre se opinó
en cualquier tipo de sociedad a lo largo de la historia, los hombres, en tanto
serían sustancialmente iguales, estarían por lo tanto en condiciones no sólo de
gobernarse a sí mismos, sino también al mismo Estado, no necesitando de otro
que lo haga en su lugar. Que si de hecho tal situación hoy no acontece debido a
que la realidad nos demuestra insistentemente lo contrario, es decir que hay un
conjunto importante de humanidad que no solamente no es capaz de gobernar al
resto de sus contemporáneos, sino ni siquiera puede hacerlo consigo misma, entonces se considera que existe un contraste
entre tal situación de hecho y una de derecho, es decir entre lo que es y lo
que debería ser. En pocas palabras que no es que existan seres humanos
incapaces de gobernarse por naturaleza propia, sino que lo que sucede es que
ciertas situaciones, tales como la condición económica y la educación, son las que impiden que tal
principio se concrete en la realidad. Pero como esta última es mutable y por lo
tanto sometida a puntos de vista dispares, los demócratas estuvieron divididos
desde sus comienzos entre dos especies diferentes pero en última instancia no
contrastantes en lo esencial. Aquellos que consideraron que la democracia se
obtenía con una mayor educación del 'soberano' y estos fueron los liberales, o
los otros que en cambio, sin negar tal hecho, pusieron el acento en el
mejoramiento de la situación económica de las masas, lo que iba a obtener la
plena plasmación de tal principio, y éstos fueron los socialistas.
Socialistas y liberales fueron aquellos que en la Argentina
constituyeron principalmente el espectro de lo que se denominara como el ‘antiperonismo’. Los antiperonistas tienen su antecedente en la generación romántica del 37' integrada entre otros por
Echeverría, Alberdi y Sarmiento. Enamorados éstos de los logros de la
civilización europea, de sus máquinas y democracias, producidas a partir de las
revoluciones francesa, inglesa y norteamericana, y al ponerlas en contraste con
la situación actual del gaucho y del cholo indoamericano presente en el propio
terruño, consideraron que no se podía aplicar aquí una democracia plena puesto
que había un severo antagonismo entre el pueblo real, de carácter instintivo e
irracional, respecto del yanqui laborioso y amante del trabajo y la
civilización, prefigurado apenas por una minoría culta en nuestro suelo. Pero esto
era sin embargo apenas un problema circunstancial y soluble con el tiempo a través de los
procedimientos novedosos proporcionados por la nueva educación generada en
tales países 'civilizados'. Si bien la democracia era el gobierno del pueblo,
no era pues lo mismo la voluntad del pueblo irracional e inculto en que se
componía la inmensa mayoría que la del racional producido por nuestras escuelas
públicas, laicas y obligatorias. Pero muy pronto los demócratas entraron en
severo conflicto respecto de sus aseveraciones y en especial al ver que los
resultados preanunciados por sus profetas y promotores distaban mucho de
consumarse. Si bien había unanimidad en considerar que la educación era
necesaria, el conflicto aquí estribaba en saber en cuál momento habría de
producirse propiamente el pasaje del pueblo irracional e instintivo al del
racional y educado. Hubo al respecto varios conflictos y revoluciones entre dos
bandos antagónicos en que se dividió la democracia argentina, la que fue muy
parecida a la que en la edad media se desarrollara entre voluntaristas e
intelectualistas respecto de la naturaleza de la divinidad. Así pues, a pesar
de que el demócrata ha sustituido al antiguo concepto de Dios por el más
tangible de pueblo, se encontró sin embargo con el mismo problema que afligió
por siglos a nuestra teología católica en el sentido de poder saber si en Dios
primaba la voluntad o la razón, lo cual consistía en poder determinar si una cosa era buena en tanto Dios la quería, y
aquí primaba pues el voluntarismo, o si por el contrario Dios quería algo en
tanto esto era bueno, y henos aquí entonces ante el intelectualismo que
limitaba la voluntad divina sujetándola a normas morales. El gran dilema de nuestros
demócratas fue entonces, una vez que se ha aceptado el dogma de la soberanía
popular, el de determinar si algo era democrático simplemente en tanto
expresaba la voluntad del pueblo soberano a través del voto o si lo era tan
sólo cuando éste lo hacía de acuerdo a los principios morales y racionales a
los que hubiese previamente adherido a través de la educación. Éste fue pues el trasfondo del gran
conflicto en que se dividiera nuestra historia entre peronistas y
antiperonistas. Los primeros fueron el equivalente a los voluntaristas de
nuestra teología y los segundos en cambio los intelectualistas. Estos
últimos eran los que estaban convencidos de que, en tanto fuese
convenientemente educado por la escuela, el pueblo iba finalmente a ser
racional; subordinaba así democracia a la racionalidad, en cambio los
populistas o peronistas consideraron que una cosa era racional y buena cuando
era la voluntad del soberano la que elegía. Tal como vemos en nuestra historia, el voluntarismo democrático triunfó en el año 1915 cuando se impuso la ley
Sáenz Peña y se implantó el voto universal y obligatorio. Con el tiempo, en la
medida que la democracia es un fenómeno expansivo que, de acuerdo a sus
cultores, se cura y perfecciona con siempre más democracia, el mismo se fue
haciendo cada vez más universal en tanto su manifestación voluntarista, en este
caso el peronismo, fue ocupando más espacios de poder. Primero se le otorgó el
voto a la mujer, quitándole así a los racionales el argumento de si podía valer
más el voto de un casado que el de un soltero. Luego se avanzó más con la edad
límite bajándola a los 16 años y días pasados hemos tenido preanuncios de
nuevos perfeccionamientos democráticos con el famoso caso del acatamiento del
Estado argentino a la voluntad de un niño de seis años de querer cambiar su
sexo. El paso siguiente con seguridad será el de otorgársele también el voto a
fin de que pueda por lo tanto resolver, tal como ahora hacen sus pares de 16, sobre
los grandes problemas de la política nacional e internacional.
El voluntarismo democrático implantado por el peronismo ha invertido
pues las reglas de toda política normal. Una vez que se ha convencido al pueblo
de que su voluntad ‘soberana’ es la verdad, de la misma manera que lo son las
decisiones del dios, el arte del político se ha modificado radicalmente. No se
trata en este caso de mejorar al soberano, es decir gobernarlo, sino de obtener
la coincidencia entre su voluntad propia y la de éste, siendo ello parecido al
accionar del sacerdote en las antiguas religiones, el cual, a través de ritos,
trataba de convocar hacia sí la voluntad del dios. Y así como éste se volcaba hacia aquel que
efectuaba las mejores ofrendas, sucede actualmente igual con el pueblo, el cual
‘vota’ al que le entrega las más suculentas ‘conquistas sociales’ y prebendas.
Por supuesto que jamás votará por aquel que en cambio le proponga sacrificios y renuncias a cosas no tan
necesarias por el bien de las generaciones futuras.
Presenciamos así un lamentable espectáculo de recíproca prostitución. El
político se prostituye en tanto renuncia a sus principios en función de obtener
el voto de las multitudes buscando a cualquier precio ser popular y a su vez la
masa, como una fémina solícita, entrega su voto al que mejor la retribuye o le
promete.
Este cáncer que es la democracia expresada siempre en su modo más
abismal y caótico por el peronismo*, que es la forma perfeccionada y argentina
del fenómeno de la democracia total, ha tenido como bien sabemos sus distintos
momentos de crisis que fueron a su vez las instancias en que se pretendiera
corregir el mal. Pero lamentablemente las dos revoluciones victoriosas que se
le hicieron, en 1955 y en 1976, se efectuaron con las mismas banderas
democráticas que fueron las que en última instancia dieron lugar al mismo
peronismo con el tiempo. Se partió en los dos casos de la idea de que la
democracia se podía curar, siendo el peronismo una democracia enferma. Allí es
donde estribó el error. Toda democracia es en sí misma una anomalía y
enfermedad y conduce necesariamente a su momento de metástasis que es
propiamente el peronismo. Por eso en los dos casos, luego de haberse intentado
sanear tal sistema antinatural pero con remedios del mismo tenor, se terminó
siempre cayendo nuevamente en el peronismo. La nueva revolución argentina si
querrá tener verdaderamente éxito, deberá ser abiertamente antidemocrática,
deberá sostener un sistema en el cual no se levante como bandera la soberanía
del pueblo, sino la del bien y la verdad en las cuales el pueblo debe ser
educado y gobernado.
* No han faltado personas que, incurriendo en un notorio maniqueísmo,
han querido decirnos que todos estos últimos regímenes peronistas que hemos
tenido en el fondo no habrían sido tales y que el único verdaderamente
‘peronista’ es el futuro que deberemos seguir ensayando sine die. No se
dan cuenta de que el oportunismo notorio de su líder, sintetizado en su famosa
expresión ‘la realidad es la única verdad’, es compartido plenamente por todos los presidentes de tal signo que
hemos tenido, los que han hecho alarde de cambiar, como verdaderas banderolas,
de bando de acuerdo a sus conveniencias relativas a la ‘realidad’ que siempre
varía. A su vez también resulta notorio constatar la presencia de tantos
nacionalistas católicos güelfos en el seno del peronismo o en sus adyacencias;
eso resulta comprensible en razón del carácter moderno y oportunista del
güelfismo que nunca ha condenado plenamente a la democracia, sino que ha
tratado también de constituir una ‘democracia buena y sana’.
Marcos Ghio
13/10/13
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