EL CARÁCTER UNIVERSAL DEL SANTO GRIAL EN EVOLA
Desde hace mucho tiempo que nos tenemos que abocar a la increíble tarea
de tener que explicar cosas demasiado obvias, como ser que el autor que fuera
nuestro maestro y guía, Julius Evola, no era adepto a ninguna forma de
particularismo, sea de carácter religioso, como étnico o racial. Que así como
no fue ni buddhista, ni pagano, ni cristiano, ni de ninguna otra forma
religiosa que se quisiese imaginar, aunque en función de la doctrina de la
unidad trascendente de las grandes religiones, compartida con Guénon y con
Schuon, consideró que de todas ellas había que rescatar un trasfondo metafísico
común, reputó también que ninguna de las culturas o razas existentes en el
planeta tenían algún tipo de superioridad ontológica respecto de las restantes.
Aun reconociendo el origen divino de la especie humana, en contraste ello con
la religión democrática y evolucionista, en boga en sus tiempos y en nuestros
días, reputó que aunque el mismo se hubiese hallado en su pureza en una
determinada raza originaria hiperbórea de color rojo de piel * y ubicada
geográficamente en un continente ya inexistente, ello no significaba en modo
alguno que sus descendencias y valores fuesen hallables hoy en día en exclusividad
en algún lugar o raza en particular, si bien pudiese reconocerse que algunas de
ellas hubiesen representado en determinados momentos de la historia rasgos y
caracteres superiores a otras. Es decir que no reputó nunca que hubiese razas actuales
que fuesen superiores a las restantes, y menos aun atribuyó tales caracteres a
la propia.
Esto es justamente lo que no sucede con las personas antes mentadas.
Nos hemos enterado de que se acaba de reeditar en castellano la importante y
fundamental obra de Evola, El Misterio del Grial, lo cual sería algo muy
bueno siempre y cuando se haya respetado en la traducción el espíritu del texto
original del italiano, el que prometemos revisar cuando tengamos a mano tal
edición. Lo que sí haremos ahora, en tanto ha sido publicada como anticipo por
internet, es remitirnos a la introducción que de tal obra ha efectuado el Sr.
Martín Resurrección, un viejo conocido nuestro con el cual debatiéramos en
diferentes oportunidades. El aludido pertenece a ese grupo de pensadores
llorones que se han multiplicado como hongos por toda Europa en los últimos
tiempos y que se encuentran en relación estrecha con la imagen patética que nos
viene brindando desde hace mucho tiempo tal continente, el que no ha sabido
resolver por su cuenta, al menos desde los últimos 100 años, ninguna de sus
crisis internas sin tener que acudir para ello a alguna ayuda foránea a fin de
poder apaciguarse y ordenarse. El lloriqueo consuetudinario de todos ellos
consiste aquí en considerar que la culpa de todo lo que les viene pasando la
tienen otros y no ellos mismos. Si la civilización europea ha decaído, los
responsables de ello en última instancia no habrían sido los europeos al haber
incurrido en severas desviaciones en sus costumbres, sino que en cambio habrían
sido otros, especialmente los pueblos
semitas con sus inmigraciones los que lo echaron todo a perder. En un primer
momento ello habría sido a través de la presencia de los judíos y de los
cristianos quienes dieron cuenta primero
del imperio romano y luego hicieron lo mismo con el más puro paganismo
vernáculo que era su sustrato último cuando viniera desde el norte germano y
escandinavo, es decir de aquella civilización y raza de la que, por su
proximidad geográfica hiperbórea, ellos se consideran los auténticos herederos.
Ahora el problema lo tienen con una segunda oleada semítica que es la musulmana
que presentaría caracteres muy similares a los anteriores y que significaría ya
el último zarpazo para terminar del todo con lo que quedaría de hiperbóreo e
indoeuropeo y que debemos reconocer que cuesta mucho de encontrar hoy en día.
Esta costumbre de lloriquear tiene una serie de antecedentes
históricos, pero si tuviésemos que detenernos en un pensador más reciente
tendríamos que pensar en Rosenberg, el ideólogo del nacional socialismo alemán,
al cual Resurrección, aunque no lo manifieste en voz alta, adhiere
fervorosamente. Sin embargo debe reconocerse que Rosenberg, a pesar de todas
sus limitaciones, era un intelectual honesto. Cuando se refería al pensamiento
de Evola, con quien contrastaba en sus ideas, tenía bien en claro y se lo
reprochaba, sea él en forma directa como varios de sus discípulos, que se
trataba de un autor universalista y no particularista como él, y hasta se
llegaba a decir que era un católico infiltrado. Comprendía perfectamente que
cuando el italiano se refería a raza espiritual por ejemplo no estaba pensando
de ninguna manera en los valores que fuesen propiedad de un determinado pueblo
en particular, fuere ario o europeo, como por ejemplo el suyo, sino que en
cambio se remitía a una herencia trascendente presente en grados distintos en
todas las etnías hoy existentes. Y más aun, en tanto que no era determinista
como Rosenberg, consideraba que el fenómeno de la decadencia era el producto de
una decisión interior acontecida en el seno de una determinada raza al
producirse un corto circuito entre esa herencia espiritual y el propio
acontecer histórico y no por la presencia de otra a la que se reputara como
responsable. Y más aun, muchas veces la presencia de elementos extraños a lo
propio, lejos de producir una decadencia puede por el contrario actuar como
elemento galvanizador de aquellos valores que se hubiesen adormecido o
aletargado. Así pues, al referirse a lo acontecido en la Edad Media en donde se
produjera la confluencia y síntesis entre pueblos bárbaros germánicos, romanos
del Mediterráneo y cristianos de origen semítico, los dos autores tienen
posturas radicalmente diferentes. Mientras que el alemán considera como una
cosa mala dicha síntesis acontecida y repudia la actitud de ciertos antepasados
suyos, como el caso de Carlomagno, que habrían sucumbido al influjo espiritual
de Roma y del cristianismo y no se hubiesen mantenido firmes en sus creencias
originarias, tal como hiciera en cambio Wilkund y que, como esta última actitud
fuera finalmente la que perdiera, entonces esto sería lo que explicaría la
decadencia. Para Evola es exactamente al revés: el cristianismo lejos de haber
sido la causa de la decadencia europea, produjo por el contrario un acontecimiento
de despertar espiritual entre pueblos que habían decaído, aunque a su vez él
mismo fuera también transformado por tal síntesis.
Resurrección en la aludida introducción, que ya por su mero título
delata fines que no son los de Evola al escribir su obra (El misterio del Grial y la quintaesencia de Europa), haciendo
pensar así falsamente, de acuerdo a su costumbre, que Evola es un autor
particularista y en este caso europeo, tiene conceptos muy similares a los de
Rosenberg cuando considera al cristianismo como una infiltración asiática
acontecida en el occidente y por lo tanto, al aludir al tema del Grial
específicamente, se encarga de ponernos el acento en el hecho de que tal mito
es de origen europeo y para nada cristiano y semítico y que si bien el mismo
estuviera presente especialmente en el período de la Edad Media en el que
primara el Sacro Romano imperio, ello habría sido sin más determinado por el
factor germánico que lo constituyera y
no por el elemento cristiano. Lo increíble es que todas estas cosas las diga en
la introducción a la obra de Evola, la cual, a no ser que haya sido totalmente
deformada en su traducción, cosa que nos parecería muy extraño que hubiese
sucedido, dice exactamente lo contrario de lo que manifiesta Resurrección.
Vayamos por partes. Si bien Evola rechaza a aquellos que quieren
reducir el mito del Grial al cristianismo, también lo hace con los que lo
quieren efectuar con cualquier otra tradición, sea persa, hindú, etc. y, si
bien puede aceptar el origen céltico del mismo, de ninguna manera ello es lo
que agota la totalidad de su sentido. La idea principal que nuestro autor
quiere inculcar es que independiente de las formas culturales que el mismo haya
podido asumir durante la historia, lo que se trata de hacer notar es que el Grial representa un misterio de carácter
universal y metafísico y que como tal se encuentra por encima de todas las manifestaciones históricas y
religiosas aunque conserve y asimile de todas ellas elementos comunes. En el
mismo podemos hallar pues conjuntamente elementos cristianos, célticos, persas,
hindúes y hasta mogoles como el caso del concepto del Señor del mundo o Gran
Khan que es incluso retomado por Dante. El Grial es por lo tanto, a diferencia
de lo que dice el prologuista, una figura suprahistórica, supraracial,
suprareligiosa y de carácter metafísico por la que se pretende dar a conocer la
idea de un Emperador universal, de un Señor del mundo representativo de una
instancia trascendente y rectora del devenir humano. Si bien la misma expresa la
condición hiperbórea superior de nuestra especie, lo esencial a desatacar aquí
es que ésta, a diferencia de lo que manifiestan los diferentes pensadores
particularistas, no se puede encontrar
en exclusividad en el seno de ninguna raza ni en ningún lugar geográfico
como en cambio sostiene R. Y al respecto Evola es por demás contundente: “Las
diferentes tradiciones (que hablan del Grial) tienen un alcance más que local e
histórico e incluso los datos geográficos que figuran en las mismas tienen
frecuentemente un significado meramente simbólico” (pg. 27 de la versión
italiana, la traducción es nuestra).
R. sostiene que según Evola el Grial sería contrario al cristianismo
aunque pueda haber asumido de éste algunas formas, las que en el fondo serían
puramente exteriores y usadas simplemente para despistar, cuando en realidad lo
que afirma nuestro autor es lo contrario. Para Evola el elemento cristiano es
esencial en la formulación de tal mito durante el Sacro Imperio Romano
Cristiano Germánico. Sin embargo, y aquí es donde encontramos el factor
específico del mismo, tal forma de catolicismo presente en tal misterio se remite a una tradición que no es
expresamente la de la Iglesia. José de Arimatea, quien según el relato
habría llevado desde Palestina tal copa misteriosa hacia Inglaterra para
esconderla en un lugar seguro, luego de pasar por suelo provenzal, habría
recibido una iniciación, expresada a través de la figura simbólica del cáliz,
directamente de Jesús, sin pasar por la intermediación del clero. Por lo tanto
quiere significarnos con ello que el Grial, en tanto perteneciente a una
tradición universal y suprahistórica, es también católico pero correspondiente
a una rama determinada de tal religión, el gibelinismo, contrastando únicamente
con la versión güelfa y pro eclesiástica de la misma. Tal rama combatirá tal
misterio en tanto verá en el mismo un principio luciférico y esotérico quitando
a la Iglesia la exclusividad en lo relativo al carácter de sacralidad.
Lo que habría que destacar aquí es que en el fondo, muchas veces sin
darse cuenta, estos grupos particularistas indoeuropeos, que consideran la
superioridad de la propia cultura y raza sobre las restantes, comparten con los
güelfos la misma actitud exclusivista, aunque uno pueda ser cristiano y otro en
cambio pagano. Por ello no resulta en nada casual que en su embate en contra
del catolicismo soslayen la presencia de tal disidencia esencial. Podría
decirse entonces que si bien ellos son anticatólicos, en el fondo no son
antigüelfos y hemos visto muchísimas veces a exponentes del güelfismo hacer
migas y compartir objetivos comunes en especial en su embate actual en contra
del Islam, unos por tratarse de una nueva infiltración semítica en el propio
continente, los otros en cambio por reputarlo como una falsa religión.
La confluencia de espiritualidades disímiles como elemento constitutivo
del Santo Grial, que es negada tajantemente por R. inspirándose en Rosenberg,
es en cambio sostenida por Evola en forma contundente y expresa. Lejos de
haberse considerado aquí un contraste entre lo germánico nórdico y lo
cristiano, nuestro autor manifiesta que: “En su contacto con el cristianismo
éste vivificó en los pueblos bárbaros el sentimiento genérico de una
trascendencia y de un orden sobrenatural que se hallaba agotado en tales
pueblos”. (ibid. pg. 136). Es decir que, lejos de haber sido un elemento
semítico de perversión como sostenían al unísono Resurrección y Rosenberg, el
cristianismo significó por el contrario un 'elemento galvanizador' (ibid.).
* En una réplica aparecida en cierto Foro en el cual Resurrección suele participar -y en donde dice que no quiere debatir con nosotros- nos hace notar que cuando Evola se refiere a la raza roja en realidad lo está haciendo con los Atlantes, que serían una derivación decadente de los Hiperbóreos. Aceptemos que Evola no ha hablado entonces del color de piel de éstos posiblemente entre otras cosas porque resulta imposible saberlo ya que no han quedado restos fósiles de los mismos y ni siquiera menciones puntuales y precisas respecto de su pigmentación. Sin embargo la idea principal de que se trataba de una humanidad sustancialmente diferente de la nuestra Evola la encuentra en un hecho aun más significativo recabado de la tradición china de que tal raza estaba compuesta por seres de huesos blandos, es decir de cartílago, por lo cual no ha podido dejar rastros. Indudablemente un elemento más sustancial que el color de la piel para significar la no correspondencia con los actuales pueblos europeos, cuyos integrantes, salvo casos muy particulares como el del aludido, no se califican a sí mismos como descendientes directos de los hiperbóreos.
* En una réplica aparecida en cierto Foro en el cual Resurrección suele participar -y en donde dice que no quiere debatir con nosotros- nos hace notar que cuando Evola se refiere a la raza roja en realidad lo está haciendo con los Atlantes, que serían una derivación decadente de los Hiperbóreos. Aceptemos que Evola no ha hablado entonces del color de piel de éstos posiblemente entre otras cosas porque resulta imposible saberlo ya que no han quedado restos fósiles de los mismos y ni siquiera menciones puntuales y precisas respecto de su pigmentación. Sin embargo la idea principal de que se trataba de una humanidad sustancialmente diferente de la nuestra Evola la encuentra en un hecho aun más significativo recabado de la tradición china de que tal raza estaba compuesta por seres de huesos blandos, es decir de cartílago, por lo cual no ha podido dejar rastros. Indudablemente un elemento más sustancial que el color de la piel para significar la no correspondencia con los actuales pueblos europeos, cuyos integrantes, salvo casos muy particulares como el del aludido, no se califican a sí mismos como descendientes directos de los hiperbóreos.
Marcos Ghio
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