MALVINAS Y LOS DOS NACIONALISMOS
La gesta de Malvinas del 2 de abril de 1982 fue sin lugar a dudas la
más importante del siglo pasado y hasta nos animaríamos a decir que fue la
única que un auténtico nacionalismo debería reivindicar. La misma reconoce como
antecedentes históricos en el siglo XIX -y que son las únicas fechas patrias
que pertenecen a nuestro patrimonio- al 12 de agosto de 1806, es decir el día
de la Reconquista
en contra de la invasión inglesa, y el 20 de noviembre de 1845, con la famosa batalla
de la Vuelta
de Obligado también en contra de una similar invasión foránea. Las demás
efemérides deben sin más ser descartadas y señaladas en su real significado, comenzando
por el 25 de mayo de 1810, que no fue otra cosa que una revancha británica tras
su derrota militar, siendo el antecedente de todas las secuelas posteriores que
sobrevendrán bajo la forma de liberalismo y de marxismo, ambas ideologías
pergeñadas en Gran Bretaña, hasta confluir en el siglo pasado con el famoso 17
de octubre de 1945 que no fue otra cosa que una consecuencia multiplicada de
tales males y cuyos efectos terminales hoy estamos viviendo.
Dijimos al comienzo de esta nota que nos referíamos a un auténtico
nacionalismo, ello es porque, además del que nosotros sustentamos, no faltan
otros que, remitiéndose a tal postura, reivindican sea la Revolución de Mayo de
1810 como el 17 de octubre de 1945. Esto nos permite aclarar que hay dos
maneras contrastantes y antagónicas de concebir esta forma de pensar. O el
nacionalismo significa una ruptura absoluta y radical con la modernidad y con
todos los valores que la integran; o por el contrario se presenta como formando
parte de tal fenómeno representando así un reconocimiento y asunción de los
mismos, reputando que su meta política no es su negación sino la consecución
del éxito dentro de tal contexto. Esta actitud propia de un tipo de
nacionalismo que no asumimos y repudiamos y que uno de sus más sus recientes cultores,
el carapintada Aldo Rico, calificó con el adecuado término de nacionalismo de amparo, fue formulada por primera vez en nuestro medio por Julio
Irazusta cuando criticaba a nuestra clase dirigente por no haber sido capaz de imitar a su par inglesa
en su capacidad de ser pragmática y haber estado en cambio sujeta a principios
abstractos e irrealizables. Cuando el aludido recordaba a ese político
británico que decía que ‘Inglaterra en política internacional no tiene
principios, sino intereses’, sus reflexiones al respecto eran que tal
oportunismo en sí mismo no era una cosa mala, sino que ello no hubiese sido
aplicado por nosotros sometiéndonos en cambio a ‘grandes ideales’ utópicos e
irrealizables, los que nos habría inculcado tal imperialismo para someternos a
sus intereses y que por lo tanto nuestro nacionalismo consistía no en asumir
las ideologías de exportación formuladas por Gran Bretaña, sino en cambio su
praxis que había demostrado ser sumamente exitosa. Lamentablemente este
nacionalismo es el que ha primado siempre y no ha existido otro que se le
contrapusiera durante muchos años, habiendo sido éste la base de sustentación
de peronismo (‘la realidad es la única verdad’ y por ende el rechazo por las
ideologías y principios) y por lo tanto de todos los fracasos históricos
vividos por la Argentina.
La guerra de Malvinas de 1982, de la cual hoy se cumplen 34 años,
significó la irrupción histórica, luego de un largo letargo de más de 100 años,
de ese nacionalismo de desamparo que
nosotros reivindicamos. Más allá de sus ejecutores respecto de los cuales me
consta incluso personalmente que carecían de una clara visión de las fuerzas
que suscitaban, dicha guerra se hizo no
por intereses, tal como sustenta el nacionalismo de amparo, sino por
principios. Se rechazaba en la lucha en contra de Inglaterra lo esencial en
ella, cual era su visión moderna, protestante y capitalista que tal potencia
representaba, por lo que no se aceptaba la primacía burguesa de los intereses
por sobre los principios, sino a la inversa. La guerra no se hacía por un
territorio, o por el petróleo, cosa propia de los sectores adscriptos a la
modernidad, sino por el honor y principalmente por liberarnos de tales concepciones
materialistas que significaron el verdadero cáncer de nuestra nación.
Claro que el nacionalismo de amparo contrastó desde un primer momento con
el de desamparo respecto de la guerra de Malvinas. Primeramente le imputó que
se la hizo para hacer frente y distraer a la opinión de una masiva manifestación
efectuada por el sindicalismo peronista dos días antes en donde se marchara
bajo la consigna de ‘Escuelas y hospitales y menos militares’, es decir que, en
vez de fusiles y cañones, había que tener a la plétora de políticos y
gremialistas que campean hoy en día en las primeras planas. Y eso es verdad: a
la masa soliviantada por esa gran desgracia que es el sindicalismo que nos legó
Perón, preocupada por intereses materiales y seducida por demagogos que les
prometen llenarles la panza a cambio de votos a su favor, tal contienda les
resultaba un obstáculo para el logro de sus intereses. Afortunadamente la
guerra de Malvinas postergó tales planes por un tiempo y su valor fue al menos
el de haber hecho ver que existen metas superiores por las que vivir y morir, en
tanto que la comunidad comprendió que solamente siendo libres -y en especial de
la concepción británica de la existencia que se nos venía inculcando desde el
siglo XIX con sucesivos altibajos- íbamos a ser una nación próspera y poderosa
y no votando por políticos y gremialistas delincuentes, tal como se nos
proponía en la movilización del 30 de marzo.
Pero el nacionalismo de amparo no se quedó quieto y permaneció al
acecho ante el primer obstáculo. Fue así que, aprovechando ciertos retrocesos
en el campo militar, en especial con el desembarco inglés en la Isla Soledad , impulsó
abiertamente la rendición a través de la presencia activa del papa güelfo (tal
doctrina ha sido siempre la base de sustentación de tal nacionalismo) quien
vino a impetrar la rendición en plena contienda. Con las mismas consignas
levantadas por el sindicalismo peronista en el sentido de que la vida y la
economía eran más importantes que el honor y la independencia, se logró hacer
salir al país de la guerra mediante una escandalosa rendición en donde se decía
que era una locura confrontar con una potencia tan pertrechada como la inglesa
y norteamericana, por lo tanto que era inútil armarse ya que nunca se
alcanzaría tal proporción, es decir como en la fallida manifestación, más
escuelas y políticos y menos militares y cañones.
Los nacionalistas de amparo, ante el fracaso ostensible de la
democracia luego de 33 años de peronismo en sus diferentes matices y con 13
millones de pobres, es decir con un tercio de la población en tal estado a
pesar de que no se gastó en militares sino en políticos, suelen decirnos como
consuelo que, no obstante todo ello, gracias al papa, nos salvamos de la bomba
atómica. Independientemente de lo cuestionable al menos de tal dilema, pues el
fundamentalismo islámico viene luchando desde hace 15 años sin rendirse y sin
que se le haya lanzado tal arma destructiva aun, nosotros queremos contestarles
que aun aceptando tal falsa disyuntiva hubiéramos preferido la bomba atómica
antes que la democracia genocida y depredadora que nos ha tocado vivir durante
tantos años.
Marcos Ghio
2/04/16
Me parece de lo mas atinado todo lo que señala el artículo. No conozco a detalle a historia argentina, pero es claro que, una gran oportunidad como fue la guerra de Malvinas, fue neutralizada por los intereses modernos.
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