EL PERONISMO ES MARXISMO
Padre Julio Meinvielle
El padre Julio Meinvielle, sin lugar
a dudas el teórico más destacado del nacionalismo católico de todos los tiempos,
tiene un texto muy interesante titulado El
poder destructivo de la dialéctica comunista. Su tesis principal,
concordante con lo afirmado por Julius Evola en otra latitud, es que la famosa
lucha de clases, es decir el principal caballito de batalla de la ideología
marxista, es un fenómeno que no existe como tal, sino que es algo producido a
propósito por los integrantes de tal ideología con la finalidad de hacerse del
poder. Es decir que el marxismo, más que ser una ciencia o un procedimiento
para conocer la realidad social e histórica, no es otra cosa que una técnica
para la conquista del Estado, esto es, una forma de maquiavelismo extremo y
peligroso que utiliza a la cuestión obrera para sus fines propios convirtiéndola
en problema a fin de sembrar el caos
y la discordia siempre con la finalidad de hacerse del poder. Y al respecto hacía
notar que lo que caracteriza a aquellas personas que practican tal ideología es
de parecerse a aquellos que, tras hallar una pequeña brasa encendida en un
bosque, en vez de apagarla, se encargasen en cambio de atizar el fuego hasta
hacer de éste un verdadero incendio incontenible para luego poder aparecerse
como los encargados de apagarlo. Fue desde tal óptica que, con suma razón y en
concordancia con tales principios, Meinvielle en sus escritos políticos de la
época calificó al primer peronismo como una forma de marxismo. En efecto Perón fue
un político que durante toda su historia utilizó a la cuestión obrera para sus
fines propios, ayudando así a crear una clase parasitaria de sindicalistas inescrupulosos
para los cuales el apriete y la lucha de clases fue el instrumento adecuado
para incrementar su poderío. Esto fue practicado sea durante su gobierno, en el
cual generó en la sociedad argentina un antagonismo irreversible entre su clase
obrera y la burguesía media y alta, lo que se conociera durante mucho tiempo
como peronismo y antiperonismo, como luego desde la oposición cuando el
sindicalismo peronista no ahorró medios de apriete y protesta en modo tal de
convertir al país en ingobernable y de esta manera ponerlo contra la pared
respecto de dos posibilidades: o que viniese un gobierno militar que impusiese
un permanente estado de sitio o que volviese el peronismo concebido como la
única forma ‘democrática’ de resolver el problema obrero, es decir como el
bombero que apagase el incendio que él mismo había generado. Recordemos al
respecto los procedimientos utilizados con los distintos gobiernos radicales,
como los de Frondizi, Illia o Alfonsín que llegaron incluso a extremos tales
como la toma de fábricas con rehenes o paros generales continuos y hasta por
tiempo indeterminado, etc., que convirtieran en imposible poder gobernar
normalmente un país. Sin embargo es de destacar que no siempre a Perón las
cosas le salieron del todo bien. Hubo un tiempo en que el sindicalismo que él
mismo creó se le rebeló y supuso que no tenía más necesidad de un líder que se
encontraba en el exilio para convertirse en protagonista esencial de la
sociedad argentina. Fue el famoso fenómeno conocido como el peronismo sin Perón
acicateado por distintos caudillos sindicales que, utilizando los mismos
procedimientos marxistas de lucha de clases antes usados, quisieran prescindir
del que los procreó. Fue en ese entonces que el aludido, siempre acudiendo a su
maquiavelismo habitual, utilizó esta vez en su auxilio a la guerrilla marxista,
la cual entre otras cosas se encargó de eliminar hasta físicamente a los aludidos
sindicalistas rebeldes y al mismo tiempo presionar por la violencia y el caos
social al mismo gobierno militar que en su momento había apoyado con la
esperanza de poder volver al poder. Para aquellos que se esmeran en negar tal
vínculo estrecho establecido con tal ideología deletérea, recordemos su famosa
frase emitida en el exilio de que, si hubiese tenido 50 años menos, él también
habría sido guerrillero. Así pues luego de sumir al país en la guerrilla más
virulenta de inspiración comunista, gracias a que le permitió ingresar y con
privilegios especiales a su movimiento político, en el momento en que parecía
que la Argentina se iba a convertir en una nueva Cuba, es decir como en el
incendio del bosque antes aludido, Perón quiso aparecerse entonces como el gran
bombero desatando como reacción una sangrienta guerra civil, conocida como
guerra sucia, por la cual se llegara a asesinar durante los años en que durara
su segundo gobierno un promedio de 15 personas diarias. Esta etapa se continuó
luego de su muerte sea durante el efímero período dirigido por su mujer y
secretario privado, como luego por el mismo régimen militar que le sucediera generando
así en la sociedad argentina una huella indeleble de resentimiento y de conflicto
irresoluble, lo que sería largo reseñar aquí. Lamentablemente este segundo peronismo, mucho más dramático y siniestro que el anterior, no contó con
una postura tan clara y definida como la que tuviera en cambio Meinvielle con el primero. Posiblemente, por la convicción de que entre los mismos guerrilleros
había antiguos discípulos suyos, supuso el ilustre sacerdote que el nuevo
peronismo se había reconvertido en un fascismo, no siendo pues tan peligroso
como el primero, cuando en realidad de lo que se trataba era de un mismo mal
que venía esta vez multiplicado y con secuelas interminables aun hoy vigentes.
Y esto es lo que hizo que varios discípulos y seguidores del mismo se hicieran
abiertamente peronistas asumiendo así los mismos males que antes se habían
denunciado.
Si hoy en día la dialéctica marxista
no es utilizada como en la segunda vez acudiendo a los auxilios de la guerrilla,
sí en cambio se continúa impertérrito con el viejo método de la agudización del
incendio generado por la lucha de clases. Esto se lo ve con el procedimiento
utilizado por el peronismo instalado en el parlamento tratando de imponer una insólita
ley de estabilidad laboral. De acuerdo a la misma un empresario o simple
empleador no podría nunca despedir a un empleado ineficiente puesto que utilizándose
el remanido verso del problema social y la desocupación hay que ‘asegurar el
empleo’, aunque ello pueda significar sacrificar la eficiencia en la
producción, impedir la creación de nuevas empresas, etc. Esto por supuesto no
significa defender al actual gobierno sino solamente indicar un procedimiento
abusivo de lucha de clases empleado con la finalidad de subvertir el orden
social con la única finalidad de hacerse con el poder. Acabar con este
verdadero cáncer argentino instituido por el peronismo es la tarea previa y
esencial para constituir un verdadero movimiento alternativo al capitalismo
liberal.
Marcos
Ghio
17/05/16
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