Clérigos y comerciantes declaran nuestra 'independencia'
El
próximo 9 de Julio se cumple el 200º aniversario de la declaración de la
independencia argentina, razón por la cual hemos creído oportuno hacer algunas
reflexiones sobre el tema, cuestión que no solamente atañe a los argentinos
sino también al conjunto de los pueblos hispanoamericanos, dada la analogía y
similitud del mismo proceso histórico de decadencia del que hemos sido todos
actores y víctimas.
La
historiografía oficial en la que hemos sido educados, tanto de origen liberal
como marxista, o progresista, o nacionalista, es unánime en señalar como hecho
central de nuestra historia la emancipación de Hispanoamérica respecto de la
monarquía española. Esa cuestión es intocable y no debe ser cuestionada, se la
acepta con servil acatamiento y obtuso patrioterismo, prolongando así la
dependencia ideológica a las tinieblas con que el mundo moderno somete a
nuestros pueblos. Es pues obra de desintoxicación de las mentes el revisar tal
supuesta "independencia" y rescatar principios tradicionales que
ayudarán también a rescatar la idea de Imperio para todos los hispanoamericanos
y orientarnos hacia la única alternativa posible en medio de la desintegración
de la modernidad.
La
brevedad de la nota no nos permite entrar en detalles sobre los años confusos
que se vivieron en la Argentina con posterioridad al 25 de mayo de 1810, fecha
en que un golpe de estado derrocó al virrey Cisneros e instaló una junta de
gobierno, pero trataremos de algunas cuestiones claves que marcan el proceso
supuestamente independentista.
En
1816 se instala en la ciudad de Tucumán el Congreso Nacional que el 9 de Julio
declara la independencia de las Provincias Unidas de América del Sur. No
asisten las provincias del Litoral y la de la Banda Oriental, hoy día república
del Uruguay, que ya habían declarado la "independencia" un año antes,
y sí lo hacen las provincias del Alto Perú, hoy Bolivia.
La declaración de la "independencia"
se hace con relación a la monarquía española, pero 10 días más tarde sufre un
agregado que dice " y de toda otra dominación extranjera". Ocurre que
por lo menos gran parte de los congresistas deseaban la ruptura de vínculos con
España pero no con la aceptación de una monarquía de otro país. Ese agregado
fue aceptado a regañadientes, pero no impidió las instrucciones
"reservadas" y "reservadísimas" a los negociadores para
aceptar como rey a Pedro VI monarca de Portugal y Brasil. Esto hubiera tenido
como consecuencia el tutelaje británico, país que siempre orientó la política
portuguesa y la manejó a lo largo de los siglos; el tratado de Methuen entre
Portugal e Inglaterra es del año 1703 y es el tratado político en vigencia más
antiguo de Europa. El enemigo histórico y tradicional de los ingleses fue
siempre España, y no era simplemente un enfrentamiento político, sino la confrontación
de dos ideas: la tradicional sustentada por España y la moderna sostenida por
Inglaterra. Esta es la verdad que se pretende ocultar detrás de rencillas, enfrentamientos,
revoluciones, golpes de estado, diplomacia, "independencias" y
constituciones.
Nuestros mal llamados "próceres" estaban intoxicados con las
ideas de la revolución francesa y en su mayoría eran masones y, como se sabe,
la masonería fue y es una institución al servicio de los intereses británicos,
y por lo tanto consciente o inconscientemente trabajaron para esos intereses.
Gran Bretaña durante esos años, estuvo haciendo un doble juego: por un
lado era aliada de España en la guerra contra Napoleón; por otro lado veía con simpatía
los movimientos emancipadores hispanoamericanos y movía a sus diplomáticos y
comerciantes para alentarlos.
Desde el 25 de mayo de 1810 se favoreció el libre cambio con Gran
Bretaña en perjuicio de la actividad económica local. Los comerciantes ingleses
aportaban recursos monetarios para sostener a nuestros gobiernos que por su
parte los favorecían. La mentalidad liberal y pro-británica se había enseñoreado
de nuestra clase política desde Buenos Aires hasta Caracas.
Emanuel Malinski en su notable obra "La guerra oculta" señala
como una gran subversión a la emancipación de las colonias hispanoamericanas,
que sin duda fue una obra maestra de la política británica.
El
imperio español estaba en decadencia y sus gobernantes habían prevaricado en el
cumplimiento de sus obligaciones, pero como bien dice Julius Evola, cuando un
principio tradicional es desvirtuado por el mal desempeño de sus gobernantes,
la solución no está en descartar el principio, como hace la subversión, sino en
instalar a personas dignas de sostener los principios tradicionales. Nuestros
"libertadores" siguieron la corriente subversiva: desalojaron lo que
aún conservaba aspectos tradicionales como era la monarquía hispánica y la
reemplazaron por una veintena de republiquitas bajo la tutela británica a la
que más tarde se agregó la yanqui. Se destruyó el Imperio y así hemos llegado a
la situación presente. Los 200 años de "independencia" no deben ser
festejados con patrioterismo banal e hipócrita, sino con reflexión para extraer
conclusiones para el futuro.
Todos estos desgraciados acontecimientos que terminaron con la anarquía
y desaparición de toda autoridad nacional en 1820, eran contemplados por un
personaje que años más tarde restauraría principios tradicionales y evitaría la
desintegración de lo que quedaba de las Provincias Unidas de América del Sur:
el Brigadier General don Juan Manuel de Rosas.
Bariloche, 4 de Julio del 2016.
JULIÁN RAMÍREZ.
Alguien podría explicarme las diferencias entre Malinsky y el presbítero Meinvielle.
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