LA ADORACIÓN
DEL PODERÍO
Una de las características
del mundo moderno consiste en la admiración que provoca el poder material, no
solamente en quiénes lo detentan, sino también en quiénes lo sufren y lo
envidian.
Por supuesto que nos
referimos al poder material, es decir, al económico, militar y tecnológico y nó
al poder espiritual totalmente ignorado por la modernidad.
Desde el punto de vista de
los dueños del poder material, toda su política y geopolítica se basa
fundamentalmente en su fuerza económica, militar y tecnológica. Con ese bagaje
pretenden las grandes potencias modernas imponer su dominio mundial. Es tanto
el avance que se ha llegado a una
concepción totalmente material del mundo y de la vida, y hoy día prolifera una
pseudociencia llamada geopolítica inventada a fines del siglo XIX por el sueco
Kjellen y el alemán Ratzel y a partir del siglo XX por el inglés Mackinder. Les
siguieron otros destacados exponentes como el norteamericano Spykman, los
alemanes Haushofer - padre e hijo - el
español Vicent Vives y muchos más. En Íberoamerica podemos citar a los
brasileños Mario Travassos y al general Golbery de Cuoto e Silva, en Chile al
general Augusto Pinochet, en Argentina al coronel Atencio, al general
Guglialmelli y al Instituto de Estudios Geopolíticos.
Esta disciplina trata de
fundamentarse en la influencia de los factores geográficos sobre la política de
forma tal que acepta un determinismo de lo material buscando de aprovechar
lo beneficioso que ofrece la geografía y
contrarrestar lo negativo, todo ello en vista de un desarrollo expansivo de los
estados nacionales. Como es de suponer todo esto conduce a guerras por los recursos
naturales, por posiciones estratégicas, por el espacio vital y por un
nacionalismo que no conoce límites salvo los impuestos por el enemigo.
Estas son las ideas que
mueven la conducta de muchos estadistas de grandes potencias. No en balde se
han actualizado las ideas que Mackinder esbozó en 1904 del enfrentamiento entre
las potencias marítimas y las potencias terrestres. Decía Mackinder que el
dueño del "corazón" de la tierra - una zona que no determinó que se
ubicaría entre Rusia y el este de Europa - sería el dueño de la "isla
mundial", como llamaba el conjunto de Asia y Europa, es decir Eurasia. El
dueño de Eurasia sería el dueño del mundo. Esto tendría que ser contrarrestrado
por las potencias marítimas poniendo un cerco alrededor. Estas tendencias están claras hoy día en
el nacionalismo ruso de Putin y Dugin, que plantea una supremacía continental, y por otra parte la
OTAN que da importancia al control de los mares. Este descomunal poderío material atrae la
atención de los países más débiles que no visualizan otra alternativa, y así
vemos como muchos nacionalistas argentinos, por oposición a EE.UU. y al mundo
financiero, se inclinan hacia una alianza con Rusia y con China. Todas estas
personas caen en la trampa del materialismo geopolítico. Pese a su formación
católica que supondría un interés por lo espiritual, en las cosas de la tierra
no avisoran ningún vínculo con lo trascendente, de modo que su mensaje no
supera en absoluto a las pautas vigentes en la modernidad. Aquí vemos lo que llamamos adoración por el
poder. Se piensa que adhiriendo a un gran conglomerado material, militar y
tecnológico como sería el de Rusia, China y sus aliados ello nos ayudaría a
despegarnos de las potencias marítimas. Craso error, con esto no saldremos del estado de disolución y desintegración del
mundo moderno y seguiremos siendo un peón más en el tablero de ajedrez y cuyo
destino es ser sacrificado en aras de una victoria sobre el rey contrario.
Esta adoración por el poderío
alienta también en las grandes
multitudes de la modernidad y así vemos como se admira a los grandes
millonarios y a los científicos, aunque muchos, por hipocresía, no lo confiesen
y sufran también las consecuencias del accionar de plutócratas y técnicos. Entre los católicos también lo vemos en su respeto a las jerarquías
eclesiásticas que hacen tiempo han conducido a la Iglesia Católica a ubicarse
en el mundo moderno. Se trata de una obediencia servil y femínea buscando
desesperadamente aferrarse a un madero en medio del naufragio. Cualquier
frasecita de Francisco sirve de pretexto para elevarlo por las alturas sin
observar hacia dónde conduce la nave de la Iglesia. Solamente una visión desde el punto de
vista tradicional serviría para superar todas estas contradicciones, encierros
y limitaciones provenientes sea de la geopolítica, de la cultura moderna y
burguesa o de un catolicismo güelfo, pacifista, humanista, mediocre, cobarde y
femíneo. Esa visión superior nos la
brinda en nuestros días y desde hace quince años el fundamentalismo islámico
pese a sus limitaciones y equívocos, pero ello no impide que en su accionar,
sin mucho esfuerzo para un ojo que
quiere ver, se observe la presencia de elementos tradicionales en total confrontación
con la modernidad: religión, concepción del estado, guerra santa, familia,
economía, arte, correcta consideración de la naturaleza masculina y de la
femenina; de todo ello se infiere una relación con lo trascendente. La actual tercera guerra mundial
actualmente en desarrollo no es el fruto de la geopolítica sino el
enfrentamiento entre el espíritu tradicional que hoy se manifiesta en el
fundamentalismo islámico, contra el conjunto de las potencia marítimas y las
continentales, que pese a sus reyertas se unen contra la verdad.
San Carlos de Bariloche, 12 de septiembre del 2016.
JULIÁN RAMÍREZ
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