lunes, 26 de septiembre de 2016

RAMÍREZ: LA ADORACIÓN DEL PODERÍO

     LA  ADORACIÓN  DEL  PODERÍO
     
     
       Una de las características del mundo moderno consiste en la admiración que provoca el poder material, no solamente en quiénes lo detentan, sino también en quiénes lo sufren y lo envidian.
     Por supuesto que nos referimos al poder material, es decir, al económico, militar y tecnológico y nó al poder espiritual totalmente ignorado por la modernidad.
     Desde el punto de vista de los dueños del poder material, toda su política y geopolítica se basa fundamentalmente en su fuerza económica, militar y tecnológica. Con ese bagaje pretenden las grandes potencias modernas imponer su dominio mundial. Es tanto el avance que se  ha llegado a una concepción totalmente material del mundo y de la vida, y hoy día prolifera una pseudociencia llamada geopolítica inventada a fines del siglo XIX por el sueco Kjellen y el alemán Ratzel y a partir del siglo XX por el inglés Mackinder. Les siguieron otros destacados exponentes como el norteamericano Spykman, los alemanes Haushofer - padre e hijo -  el español Vicent Vives y muchos más. En Íberoamerica podemos citar a los brasileños Mario Travassos y al general Golbery de Cuoto e Silva, en Chile al general Augusto Pinochet, en Argentina al coronel Atencio, al general Guglialmelli y al Instituto de Estudios Geopolíticos.
     Esta disciplina trata de fundamentarse en la influencia de los factores geográficos sobre la política de forma tal que acepta un determinismo de lo material buscando de aprovechar lo  beneficioso que ofrece la geografía y contrarrestar lo negativo, todo ello en vista de un desarrollo expansivo de los estados nacionales. Como es de suponer todo esto conduce a guerras por los recursos naturales, por posiciones estratégicas, por el espacio vital y por un nacionalismo que no conoce límites salvo los impuestos por el enemigo.
     Estas son las ideas que mueven la conducta de muchos estadistas de grandes potencias. No en balde se han actualizado las ideas que Mackinder esbozó en 1904 del enfrentamiento entre las potencias marítimas y las potencias terrestres. Decía Mackinder que el dueño del "corazón" de la tierra - una zona que no determinó que se ubicaría entre Rusia y el este de Europa - sería el dueño de la "isla mundial", como llamaba el conjunto de Asia y Europa, es decir Eurasia. El dueño de Eurasia sería el dueño del mundo. Esto tendría que ser contrarrestrado por las potencias marítimas poniendo un cerco alrededor.     Estas tendencias están claras hoy día en el nacionalismo ruso de Putin y Dugin, que plantea una  supremacía continental, y por otra parte la OTAN que da importancia al control de los mares.   Este descomunal poderío material atrae la atención de los países más débiles que no visualizan otra alternativa, y así vemos como muchos nacionalistas argentinos, por oposición a EE.UU. y al mundo financiero, se inclinan hacia una alianza con Rusia y con China. Todas estas personas caen en la trampa del materialismo geopolítico. Pese a su formación católica que supondría un interés por lo espiritual, en las cosas de la tierra no avisoran ningún vínculo con lo trascendente, de modo que su mensaje no supera en absoluto a las pautas vigentes en la modernidad.    Aquí vemos lo que llamamos adoración por el poder. Se piensa que adhiriendo a un gran conglomerado material, militar y tecnológico como sería el de Rusia, China y sus aliados ello nos ayudaría a despegarnos de las potencias marítimas. Craso error, con esto no saldremos del  estado de disolución y desintegración del mundo moderno y seguiremos siendo un peón más en el tablero de ajedrez y cuyo destino es ser sacrificado en aras de una victoria sobre el rey contrario.
     Esta adoración por el poderío alienta también en  las grandes multitudes de la modernidad y así vemos como se admira a los grandes millonarios y a los científicos, aunque muchos, por hipocresía, no lo confiesen y sufran también las consecuencias del accionar de plutócratas y técnicos.     Entre los católicos también  lo vemos en su respeto a las jerarquías eclesiásticas que hacen tiempo han conducido a la Iglesia Católica a ubicarse en el mundo moderno. Se trata de una obediencia servil y femínea buscando desesperadamente aferrarse a un madero en medio del naufragio. Cualquier frasecita de Francisco sirve de pretexto para elevarlo por las alturas sin observar hacia dónde conduce la nave de la Iglesia.     Solamente una visión desde el punto de vista tradicional serviría para superar todas estas contradicciones, encierros y limitaciones provenientes sea de la geopolítica, de la cultura moderna y burguesa o de un catolicismo güelfo, pacifista, humanista, mediocre, cobarde y femíneo.     Esa visión superior nos la brinda en nuestros días y desde hace quince años el fundamentalismo islámico pese a sus limitaciones y equívocos, pero ello no impide que en su accionar, sin  mucho esfuerzo para un ojo que quiere ver, se observe la presencia de elementos tradicionales en total confrontación con la modernidad: religión, concepción del estado, guerra santa, familia, economía, arte, correcta consideración de la naturaleza masculina y de la femenina; de todo ello se infiere una relación con lo trascendente.     La actual tercera guerra mundial actualmente en desarrollo no es el fruto de la geopolítica sino el enfrentamiento entre el espíritu tradicional que hoy se manifiesta en el fundamentalismo islámico, contra el conjunto de las potencia marítimas y las continentales, que pese a sus reyertas se unen contra la verdad.

San Carlos de Bariloche, 12 de septiembre del 2016.


JULIÁN  RAMÍREZ  

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