LA "DOBLE VERDAD" DE LA SOCIEDAD MODERNA
Una de las características más notables del mundo moderno son las sugestiones, teorías, y leyes que tienden a disminuir, disculpar o atenuar la responsabilidad de los delincuentes por un lado, y por el otro a quitarle al estado toda capacidad de legítima represión y a aplicar todo su derecho para impartir justicia.
Fieles a nuestro método de ver al mundo moderno a través de los principios tradicionales, vemos como la idea de lo que es ley se ha venido degradando a través del desarrollo de la modernidad y en una escala descendente. En las sociedades tradicionales la ley era de origen divino. Violarla era un atentado y un pecado, no tanto contra la sociedad, sino fundamentalmente contra la divinidad, y ello acarreaba los más severos castigos.
Para los romanos tradicionales la ley era justa porque era la ley. No existía la idea de leyes injustas a las que hay que cambiar conforme a las ideas de justicia o injusticia, libradas a los vaivenes, humores y caprichos de los modernos parlamentos y pasiones de las multitudes arrastradas por los demagogos de turno. La ley era de origen divino y lo humano debía estar subordinado a ella.
Recorriendo la historia constitucional de nuestros pueblos hispanoamericanos vemos la asombrosa cantidad de constituciones escritas que exhiben, todas ellas producto de cuerpos colegiados y de duración limitada, para ser reemplazadas por una nueva legislación. Un verdadero derroche de juridicidad que contrasta con la situación real en la que nos encontramos. ¡Qué diferencia con ese grandioso cuerpo jurídico que fue el derecho indiano, el del imperio hispánico vigente en América durante siglos! Ocurre que en ese derecho todavía latían aspectos tradicionales que posteriormente fueron barridos por las corrientes subversivas provenientes de la revolución francesa, el liberalismo y la masonería.
El derecho del estado liberal-burgués o socialdemócrata, es un derecho sin fundamentos metafísicos, ni religiosos ni espirituales de ningún orden. No forma parte del ser sino del devenir y su naturaleza es entonces cambiante. No es de extrañar entonces que las continuas corrientes antitradicionales lo estén constantemente minando. Y a una de ellas nos queremos referir, la que ataca la potestad penal del estado para reprimir y castigar el delito.
Hoy es visible como se tiende a defender al delincuente, sus supuestos derechos a rodearlos de garantías y a disminuir sus penas de privación de la libertad. La legítima facultad del estado de castigar es criticada y se trata de limitarla. El criterio es que la culpable es la sociedad y el delincuente es la víctima y no el victimario. Progresistas, marxistas, organizaciones de derechos humanos, políticos en busca de votos, todos confluyen en elevar sus gritos para de una u otra manera se beneficie a la delincuencia. Los resultados están a la vista y cada día es más la gente común que rechaza esta tendencia nefasta porque sufre las consecuencias en carne propia. Pero a no lamentarse, el aspecto positivo de todo esto es que así se contribuye a minar los cimientos de la democracia: los poderes constitucionales y la partidocracia.
Pero la cuestión tiene también un aspecto al que nos queremos referir: el de la "doble verdad" de la sociedad moderna del cual algunas pistas nos dio Julius Evola. Conforme a una de estas "verdades" se predica la paz universal, los derechos humanos, la igualdad para todos, la democracia, el pacifismo, la tolerancia, las limitaciones de las facultades de los estados y la globalización. Pero conforme a la otra "verdad" se hace la guerra a los que sostienen verdades tradicionales y se los encarcela, a los que rechazan el pensamiento único y se oponen a lo que da en llamarse "lo políticamente correcto".
Existen leyes en muchos países que sancionan la libertad de expresión, se impide el acceso a medios de comunicación y a puestos de trabajo y se controlan e interfieren comunicaciones privadas de determinadas personas.
Se han creado dos clases de delincuentes: unos serían los que pueden ser corregidos, las "pobres" víctimas de la sociedad, a los que hay que ayudar y darles toda clase de garantías persiguiendo la utopía de que pueden se reintegrados a la vida social.
La otra categoría es la de los malditos, los rebeldes, los terroristas, la de los rebeldes contra el mundo moderno. Contra estos nada de paz, solamente la guerra.
En estos días, organismos internacionales como la ONU y la OEA, han elevado protestas contra el gobierno argentino por la detención de una supuesta "militante social", marxista, acusada de varios delitos de defraudación que nada tienen que ver con su militancia política. A esto le siguió un coro de progresistas y afines que conforme a las pautas expresadas más arriba defienden a los delincuentes "buenos". Pero se calla totalmente que en la Argentina hay centenares de presos políticos acusados de supuestos delitos de "lesa humanidad" por haber luchado y derrotado a la subversión marxista. La "doble verdad" una vez más puesta de manifiesto.
San Carlos de Bariloche, 19 de diciembre del 2016.
Fieles a nuestro método de ver al mundo moderno a través de los principios tradicionales, vemos como la idea de lo que es ley se ha venido degradando a través del desarrollo de la modernidad y en una escala descendente. En las sociedades tradicionales la ley era de origen divino. Violarla era un atentado y un pecado, no tanto contra la sociedad, sino fundamentalmente contra la divinidad, y ello acarreaba los más severos castigos.
Para los romanos tradicionales la ley era justa porque era la ley. No existía la idea de leyes injustas a las que hay que cambiar conforme a las ideas de justicia o injusticia, libradas a los vaivenes, humores y caprichos de los modernos parlamentos y pasiones de las multitudes arrastradas por los demagogos de turno. La ley era de origen divino y lo humano debía estar subordinado a ella.
Recorriendo la historia constitucional de nuestros pueblos hispanoamericanos vemos la asombrosa cantidad de constituciones escritas que exhiben, todas ellas producto de cuerpos colegiados y de duración limitada, para ser reemplazadas por una nueva legislación. Un verdadero derroche de juridicidad que contrasta con la situación real en la que nos encontramos. ¡Qué diferencia con ese grandioso cuerpo jurídico que fue el derecho indiano, el del imperio hispánico vigente en América durante siglos! Ocurre que en ese derecho todavía latían aspectos tradicionales que posteriormente fueron barridos por las corrientes subversivas provenientes de la revolución francesa, el liberalismo y la masonería.
El derecho del estado liberal-burgués o socialdemócrata, es un derecho sin fundamentos metafísicos, ni religiosos ni espirituales de ningún orden. No forma parte del ser sino del devenir y su naturaleza es entonces cambiante. No es de extrañar entonces que las continuas corrientes antitradicionales lo estén constantemente minando. Y a una de ellas nos queremos referir, la que ataca la potestad penal del estado para reprimir y castigar el delito.
Hoy es visible como se tiende a defender al delincuente, sus supuestos derechos a rodearlos de garantías y a disminuir sus penas de privación de la libertad. La legítima facultad del estado de castigar es criticada y se trata de limitarla. El criterio es que la culpable es la sociedad y el delincuente es la víctima y no el victimario. Progresistas, marxistas, organizaciones de derechos humanos, políticos en busca de votos, todos confluyen en elevar sus gritos para de una u otra manera se beneficie a la delincuencia. Los resultados están a la vista y cada día es más la gente común que rechaza esta tendencia nefasta porque sufre las consecuencias en carne propia. Pero a no lamentarse, el aspecto positivo de todo esto es que así se contribuye a minar los cimientos de la democracia: los poderes constitucionales y la partidocracia.
Pero la cuestión tiene también un aspecto al que nos queremos referir: el de la "doble verdad" de la sociedad moderna del cual algunas pistas nos dio Julius Evola. Conforme a una de estas "verdades" se predica la paz universal, los derechos humanos, la igualdad para todos, la democracia, el pacifismo, la tolerancia, las limitaciones de las facultades de los estados y la globalización. Pero conforme a la otra "verdad" se hace la guerra a los que sostienen verdades tradicionales y se los encarcela, a los que rechazan el pensamiento único y se oponen a lo que da en llamarse "lo políticamente correcto".
Existen leyes en muchos países que sancionan la libertad de expresión, se impide el acceso a medios de comunicación y a puestos de trabajo y se controlan e interfieren comunicaciones privadas de determinadas personas.
Se han creado dos clases de delincuentes: unos serían los que pueden ser corregidos, las "pobres" víctimas de la sociedad, a los que hay que ayudar y darles toda clase de garantías persiguiendo la utopía de que pueden se reintegrados a la vida social.
La otra categoría es la de los malditos, los rebeldes, los terroristas, la de los rebeldes contra el mundo moderno. Contra estos nada de paz, solamente la guerra.
En estos días, organismos internacionales como la ONU y la OEA, han elevado protestas contra el gobierno argentino por la detención de una supuesta "militante social", marxista, acusada de varios delitos de defraudación que nada tienen que ver con su militancia política. A esto le siguió un coro de progresistas y afines que conforme a las pautas expresadas más arriba defienden a los delincuentes "buenos". Pero se calla totalmente que en la Argentina hay centenares de presos políticos acusados de supuestos delitos de "lesa humanidad" por haber luchado y derrotado a la subversión marxista. La "doble verdad" una vez más puesta de manifiesto.
San Carlos de Bariloche, 19 de diciembre del 2016.
JULIÁN RAMÍREZ
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