LENIN Y MUSSOLINI
En vísperas de conmemorarse el centenario de la revolución bolchevique de 1917 vale la pena aquí mostrar ciertas similitudes y diferencias que tuvieran dos significativos socialistas marxistas en circunstancias previas a tal evento que, como bien sabemos, estuvo determinado por esa gran tragedia histórica que fuera la Primera Guerra Mundial. Y a tal respecto puede acotarse aquí que ambos protagonistas tuvieron una actitud semejante respecto del análisis de dicha situación previa. Lenin y Mussolini fueron acusados ambos como ‘blanquistas’ y traidores del marxismo por parte de sus camaradas socialistas de la Segunda Internacional. La gran herejía estribaba en no haberse opuesto a la guerra en nombre de tal ideología que la consideraba como una epopeya de burguesías capitalistas en contra de los intereses históricos del proletariado. Ambos sostenían en cambio que lejos de significar un retroceso, la guerra iba a actuar como un factor acelerador del proceso revolucionario y por el contrario iba a debilitar a la burguesía sosteniendo por lo tanto la intervención de sus respectivos países en tal contienda oponiéndose así al pacifismo de sus antiguos camaradas de ruta.
Pero una vez arribados a este punto es donde comienzan las diferencias significativas entre los dos protagonistas históricos. Mientras que Mussolini, fiel a su postura, se enroló como voluntario en la guerra que pregonaba, Lenin en cambio tuvo una conducta en apariencias sorprendente. Se recluyó en un exilio ostentoso, hizo una pausa en su actividad política, acusó a los seguidores que pregonaban acciones de mayor protagonismo como ‘izquierdistas infantiles’ (de allí su famoso folleto, El izquierdismo enfermedad infantil del comunismo) y para sorpresa de muchos, en vez de enrolarse en la contienda bélica, se puso a estudiar filosofía y específicamente se adentró en los análisis de las obras más filosóficas de Marx y Engels tratando de descifrar sus meandros, comprendiendo a las mismas como una clave para la praxis revolucionaria. Los nuevos filósofos, decía Marx, no debían remitirse a contemplar el mundo, sino abocarse a transformarlo. Y para ello el instrumento apropiado era la dialéctica, es decir aquella disciplina práctica por la cual se trata no solamente de descubrir los conflictos sociales sino de actuar sobre los mismos para estereotiparlos y convertirlos en irresolubles. Por lo tanto la táctica aquí consistía en que luego de haberla promovido desde sus escritos, mantenerse afuera de la guerra, preparar en secreto un ejército de revolucionarios profesionales adiestrados en las sutilezas de la praxis para que una vez que la burguesía y el zarismo hubiesen entrado en una crisis irresoluble, entrar en acción y dar el golpe de gracia para destruirlos, sin descuidar por otro lado de ser necesario de ponerse en servicio de la burguesía del país contra el cual había impetrado combatir. Esto es, utilizar todo lo que estaba a su alcance en función de tal meta última que era la conquista del Estado.
Lejos de tal maquiavelismo y en forma romántica y heroica Mussolini hizo en cambio el culto de la guerra. La misma fue concebida no como un medio sino como una instancia superior, metafísica, como un huracán que remueve las aguas turbias, justamente como una acción contraria al espíritu burgués economicista que busca la paz para saturarse de consumo y de materialismo. Y en tal aspecto consideró que sus antiguos camaradas socialistas eran, por tal rechazo hacia tal instancia superior, también ellos unos burgueses. La guerra fue para él una verdadera catarsis y si se quiere encontrar un punto de partida del fascismo como nuevo movimiento político debe acudirse justamente a tal instancia. Lanzado en lo más duro y áspero de la contienda Mussolini quedó herido de gravedad y estuvo agonizando por varios días en un hospital de campaña recuperándose de sus heridas. Y fue en tal instancia, tal como nos relata el padre Innocenti en su especial obra sobre el catolicismo de Mussolini, en donde se produjo su verdadero cambio y conversión en fascista. Durante su agonía física tuvo simultáneamente una serie de teofanías. Se le apareció la Cruz de Cristo y se sintió como llamado a una gran obra. Más tarde, una vez salido de tal embate trágico y tormentoso y tras el encuentro con Dios, todo en él cambió. Abandonó a su amante hebrea, se casó y por Iglesia con la mujer de su vida, Donna Rachele, constituyendo una familia y quien fuera un ateo agresivo que desafiaba a Dios por no haberlo fulminado como prueba de su inexistencia y habiendo sido además el autor de la novela Los amoríos del cardenal, ya en el poder firmó el Concordato con el Vaticano, puso al catolicismo como religión del Estado italiano y fue más lejos todavía, gracias a este cambio profundo producido por la guerra. Luego de haber sostenido el Estado proletario como ideal de juventud cuando dirigiera el socialista pasquín Avanti no apoyó como contraste el Estado burgués y democrático cayendo así en el juego dialéctico como su contemporáneo Lenin, sino el Imperio, es decir el retorno de Italia al antiguo ideal tradicional del Imperio Romano. Lo cual hizo suspirar al tradicionalista Julius Evola quien en su fundamental texto Sintesi della dottrina della razza (incluido por nosotros como capítulo de la versión castellana titulada La raza del espíritu) consideró que con Mussolini retornaba la antigua raza ario romana que calificaba ahora como la raza del hombre fascista.
El encuentro entre Evola y Mussolini presagiaba grandes proyectos, entre ellos el de dar un paso mayor superando el racismo biológico propio de la otra expresión del fascismo existente en Alemania y de este modo dar el último paso hacia la consumación del retorno a la Tradición. Lamentablemente las revelaciones recibidas por el Duce en el hospital de campaña no fueron suficientes –y esto por supuesto no es dicho por el padre Innocenti- como para percibir que lo sagrado suele manifestarse muchas veces acompañado de aquellos que lo confiscan para sí y distorsionan. Evola alertaba en Imperialismo pagano de lo errado que era subordinar tal instancia superior a la institución eclesiástica, la misma que ya en ese entonces había adherido al liberalismo y a la democracia. Fue justamente el influjo güelfo en el fascismo el que no solamente coartó tal evolución necesaria hacia un racismo espiritual y no biológico, saboteando así el influjo evoliano, mientras que entre bastidores acusaba al gran esoterista como un mago negro para separarlo así de la figura de Mussolini, sino que fue el mismo quien junto a otros sectores modernos impidiera que el Duce pudiese gobernar del mismo modo que un Emperador romano. Fue así como en septiembre de 1943 un Consejo Superior votó ‘democráticamente’ la destitución de su jefe. Nunca un Imperio hubiera admitido un procedimiento similar. El tradicionalismo fue pues a medias debido justamente al influjo güelfo, el movimiento deletéreo de Occidente encargado de desconsagrar al Estado convirtiéndolo en un ente de democracia.
La última etapa de la República Social resulta irrelevante desde el punto de vista de la doctrina. Aplicando ciertas tácticas inútiles como las de querer disputar a los comunistas la hegemonía sobre el movimiento obrero, fue elaborada una famosa Carta de Verona, la que nunca se llegó a aplicar por lo que no puede hablarse de un retorno al socialismo por parte del Duce ante sus fracasos con la burguesía y la Iglesia católica que le clavara el puñal por la espalda. Vale aquí solamente -y no es poco- el espíritu legionario expresado por aquellos que, continuando con el mismo espíritu del Mussolini guerrero, quisieron seguir combatiendo desde posiciones perdidas por el honor y la dignidad.
Mientras Mussolini yacía colgado como una res en una plaza de Milán la herencia de Lenin, quien muriera años antes de cáncer cerebral, seguía un impulso arrollador. Aplicando la dialéctica como procedimiento de acción Lenin, el filósofo, se dejó usar por los alemanes para lograr que Rusia fuese derrotada en la guerra siendo llevado de golpe desde el exilio para hacer la revolución comunista y obtener así el retiro de su país de la contienda. Ya en el poder por ‘táctica’ y aplicando una vez más la dialéctica abandonó el mismo comunismo para adherirse al capitalismo de Estado tal como sigue sucediendo ahora. Y no es casual enterarnos que los güelfos hoy hagan migas con los herederos de Lenin invitando a sus teóricos y ‘doctrinarios’ a dictar conferencias en centrales sindicales, pero eso es ya hablar de otro asunto.
Digamos para finalizar que si bien Lenin y Mussolini quisieron hacer una revolución a partir de una guerra, las mismas fueron radicalmente opuestas. El primero en tanto desdeñó comprometerse en la misma ratificó el espíritu burgués hundiéndolo hasta las miasmas más extremas del materialismo. Fue por lo tanto una revolución por lo bajo, por lo que es menos que la misma burguesía. El segundo, aun habiendo fracasado, fue un intento fallido por superar a la burguesía volviendo a la Tradición pero que sigue siendo válido para recordar y reivindicar.
Marcos Ghio
1/11/17
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