EL PENSAMIENTO EVOLIANO EN AMÉRICA
(Publicamos a continuación como anticipo los principales conceptos vertidos en la conferencia que diéramos el pasado 17/08 junto al Matías Grinschpun sobre la recepción de Evola en Argentina y América. En nuestro caso la tarea se ha remitido a exponer los principios esenciales de nuestro Centro. Ambas conferencias se emitirán en breve en Youtube)
Como muy bien manifestara el licenciado Matías Grinschpun en su muy sustanciosa investigación el movimiento evoliano en la Argentina ha representado y representa aun hoy en día un intento por reconstituir la Derecha en el plano político buscando aquello que la caracteriza en contraste con la Izquierda y los devaneos semánticos que la misma ha instituido como un dogma irrebatible con la finalidad de confundir las cosas y colaborar en el desorden. Bien sabemos al respecto que la revolución moderna lo ha subvertido absolutamente todo, pero principalmente el lenguaje y el sentido de las palabras en donde términos que siempre tuvieron un significado preciso e indicativo de un valor han sido distorsionados y convertidos en verdaderos y propios disvalores. Tal es el caso de lo que acontece hoy en día con la dicotomía izquierda y derecha que viene imponiéndose desde la misma Revolución Francesa cuando de manera grosera y arbitraria se ubicó a la circunstancia de ser de derecha, como el producto de una mera convención o casualidad, como tratándose en última instancia de una cuestión de temperamentos mutables de acuerdo a las circunstancias. Se trataba, en el caso de la pretendida ‘derecha’, del partido de los girondinos, siendo la izquierda en cambio el de los jacobinos; es decir los dos bandos en que se dividió tal acontecimiento subversivo quedando afuera, es decir en la nada, todos aquellos que no participaran de sus principios, como ser el caso del multitudinario movimiento de la Vandea que intentó sin éxito (aunque por muy poco) de reimplantar el régimen tradicional en Francia quedando por lo tanto excluido de tal caprichosa clasificación política. Recordemos al respecto que los Girondinos eran aquellos que dentro de la Revolución aparecían como los moderados que querían mantener con vida al rey y convertirlo en una figura decorativa, tal como son las actuales monarquías constitucionales europeas en donde el rey reina pero no gobierna. En cambio los jacobinos, es decir aquello a lo cual se vería reducida la izquierda de entonces, eran los que querían suprimir al rey e implantar lisa y llanamente una república ya que una dinastía ocasionaba gastos inútiles e impuestos que una burguesía sedienta de bienes no quería abonar. Por eso, como la revolución era en última instancia una cosa de la izquierda, de corte materialista y economicista propio del espíritu burgués, tuvo que triunfar el sector más coherente del mismo, siendo por lo tanto el rey decapitado. Agreguemos también que, en tanto tales términos han sido relativizados y reducidos a tendencias modificables y temperamentales de moderación o radicalismo según las circunstancias, hoy en día hasta los mismos jacobinos, es decir los liberales más extremos en sus procedimientos, han pasado a ser la derecha suplantados por la aparición del socialismo y el comunismo y, en esta interminable epopeya de malintepretaciones y relativismos, hasta el mismo comunismo stalinista hoy es calificado como de derecha por los grupos trostkystas y así sucesivamente.
En cambio, por contraste con lo hasta aquí afirmado, desde el punto de vista tradicional, esto es desde lo que siempre ha sido en todo tiempo y lugar, Derecha quiere decir aquella postura política que considera que la soberanía no emana de lo bajo, de lo físico y material, de la masa o pueblo, sino de lo alto, de lo espiritual, de lo metafísico. En tal sentido el gobernante no es uno más perteneciente a la masa o número, sino un ser que es casi como de otra naturaleza. Esto se basa en un texto esencial de Evola en Rebelión que permite calificar con precisión esta gran diferencia fundamental entre izquierda y derecha en su sentido tradicional y justo:
“Existe un orden físico y un orden metafísico. Existe la naturaleza mortal y hay una naturaleza de los inmortales. Existe la región superior del “ser” y está la inferior del “devenir”. De manera más general: existe una realidad visible y tangible y, antes y más allá de ello, se encuentra lo invisible y no tangible en cuanto supramundo, principio y vida verdadera.
Por doquier en el mundo de la Tradición, sea en Oriente o en Occidente, en una forma u otra, ha estado siempre presente este conocimiento como un eje indestructible alrededor del cual todo lo restante estaba ordenado.
Se dice conocimiento y no “teoría”. Por cuanto a los modernos le resulte difícil concebirla, es necesario partir de la idea de que el hombre tradicional sabía de la realidad de un orden del ser mucho más vasto de aquel al cual hoy corresponde la palabra “real”. Hoy como realidad en el fondo no se concibe nada que vaya más allá de los cuerpos en el espacio y en el tiempo. Por cierto hay quien admite todavía alguna cosa allende lo sensible: pero es siempre a título de una hipótesis o de una ley científica, de una idea especulativa o de un dogma religioso que él admitirá esta otra cosa; en efecto no se va más allá de dicha limitación: prácticamente, o sea como experiencia directa, sea también a través de la variedad de sus creencias “materialistas” o “espiritualistas”, el hombre moderno normal se forma su imagen de la realidad sólo en función del mundo de los cuerpos”. Ser de izquierda es por lo tanto, desde el punto de vista evoliano, ser materialista en este sentido propio de las castas inferiores: la burguesía y el proletariado.
“El verdadero materialismo que hay que señalar en los modernos es éste: los otros materialismos, en sentido de opiniones filosóficas o científicas, son fenómenos secundarios. Para el primer materialismo, no es pues cuestión de una opinión o una “teoría”, sino del estado de hecho propio de un tipo humano cuya experiencia no sabe captar sino cosas corpóreas. Por lo cual la mayor parte de las revueltas intelectuales contemporáneas contra las visiones “materialistas” pertenecen a las vanas reacciones contra efectos últimos y periféricos de causas remotas y profundas establecidas en otra parte muy distinta de la de las “teorías”.
La experiencia del hombre tradicional, como aun hoy, de manera residual, la de algunas poblaciones “primitivas”, iba mucho más allá de un límite tal. Lo invisible figuraba allí como un elemento tan real, y aun más real, que los datos de los sentidos físicos.”
Y agregaba para referirse a la consecuencia práctica y política de tal punto de vista:
“Cada forma tradicional de civilización está caracterizada por la presencia de seres, los cuales a causa de una superioridad innata y adquirida en relación con la simple condición humana, encarnan la presencia viva y eficaz de una fuerza de lo alto en el seno del orden temporal. Tal es, según el sentido interno de su etimología y el valor originario de su función, el pontifex, el “hacedor de puentes” o “vías” —pons arcaicamente tenía el sentido de vía— entre lo natural y lo sobrenatural. Por lo demás el pontifex tradicionalmente se identificaba con el rex. “Fue costumbre de nuestros antepasados que el rey fuera simultáneamente pontífice y sacerdote”, refiere Servio, mientras que una consigna de la tradición nórdica fue: “El que es jefe que nos sea puente”. Así los verdaderos soberanos encarnaban de manera estable aquella vida que “está más allá de la vida”. O por su sola presencia, o por su mediación “pontifical”, por la fuerza de los ritos hechos eficaces por su poder y por las instituciones de las cuales ellos constituían el centro, influencias espirituales se irradiaban en el mundo de los hombres insertándose en sus pensamientos, sus intenciones, sus actos; ordenando la totalidad de la vida de modo tal de hacerla apta para servir de base espiritual para realizaciones de luz; propiciando condiciones generales de prosperidad, de “salud” y de “fortuna”.
El fundamento primero de la autoridad y del derecho de los reyes y de los jefes, aquello por lo cual ellos eran obedecidos, temidos y venerados, en el mundo de la Tradición era esencialmente esta cualidad trascendente y no sólo humana, considerada no como un modo vacío de decir, sino como una poderosa y temible realidad. Cuanto más era reconocido el rango ontológico de lo que es anterior y superior a lo visible y a lo temporal, tanto más era reconocido a tales seres un derecho soberano natural y absoluto. Falta totalmente a las sociedades tradicionales, y es sólo cosa de tiempos sucesivos y decadentes, la concepción simplemente política de la autoridad suprema, la idea de que su base se encuentre simplemente en la fuerza y la violencia, o en cualidades naturales o seculares como la inteligencia, la sabiduría, la habilidad, el coraje físico, la solicitud minúscula por el bien colectivo. Esta base ha tenido en vez siempre un carácter metafísico. Así es absolutamente extraña a la Tradición la idea de que los poderes le vengan al jefe de aquellos a quienes gobierna, que su autoridad sea expresión de la colectividad y esté sujeta a la sanción de ella. Es Zeus quien da a los reyes de nacimiento divino la témistes, en donde témis en tanto ley de lo alto es muy distinta de lo que será después el nómos, la ley política de la comunidad. En la raíz de cada poder temporal se hallaba así la autoridad espiritual casi como una “naturaleza divina bajo especie humana”. Fue por ejemplo concepción indo-aria que el soberano no sea “un simple mortal”, sino “una gran divinidad bajo forma humana”. En el rey egipcio se veía una manifestación de Ra o de Horus. Los reyes de Alba y de Roma personificaban a Júpiter; los asirios a Baal; los iránicos al Dios de luz; del mismo linaje de Tiuz, de Odín y de los Asen eran los príncipes nórdicos germanos; los reyes griegos del ciclo dórico-aqueo se llamaban diotrepsées o dioguenées con referencia a su origen divino. Más allá de la múltiple variedad de formulaciones míticas y sacrales, el principio recurrente es el de la realeza en tanto “trascendencia inmanente”, es decir presente y agente en el mundo. El rey —no-hombre, ser sagrado— ya con su “ser”, con su presencia, es el centro, el ápice. Al mismo tiempo en él reside la fuerza que hace eficaces las acciones rituales que él puede cumplir, en las cuales se reconocía la contraparte del verdadero regere y los sostenes sobrenaturales de toda la vida de la Tradición. Por esto la realeza dominaba y era reconocida por vía natural. No tenía necesidad sino accesoriamente de la fuerza material. Se imponía, sobre todo e irresistiblemente, a través del espíritu. “Espléndida es la dignidad de un dios en la tierra —es dicho en un texto indo-ario— pero ardua en ser alcanzada por los débiles. Es digno de ser rey sólo el que tiene el ánimo para tanto”. “Como secuaz de la disciplina de aquellos que son dioses entre los hombres”, así aparece el soberano.”
Este es pues el significado de un pensamiento de derecha en su sentido estricto. El pensamiento moderno, sea en sus pretendidas izquierdas o derechas, es físico, es decir se basa en la percepción material de las cosas y por lo tanto economicista, el pensamiento tradicional es en cambio espiritual, metafísico en tanto que se funda en un orden superior del ser.
NUESTRO RECHAZO DE LOS DISTINTOS NACIONALISMOS
Desde tal punto de vista es como resulta comprensible nuestro antagonismo con todas las diferentes formas de nacionalismo que han existido en nuestro suelo y en especial con aquel que más se nos aproxima que es el católico de origen güelfo. Lo cual se ha expresado de manera nítida respecto de los dos grandes acontecimientos de nuestra historia sucedidos en los últimos tiempos, el 2 de abril de 1982 y el 11S del 2001.
Digamos al respecto que, tal como hemos manifestado en diversas oportunidades, nuestro nacionalismo es selectivo respecto de la tradición histórica argentina, la que reivindicamos solamente con beneficio de inventario. Así dijimos en un artículo titulado Nosotros, los fundamentalistas publicado en la revista Cabildo en 1987 lo siguiente: “Ante la deformación que ha sufrido la palabra nacionalista por lo que no ha habido ideología política que no la haya utilizado en su provecho, aclaremos bien los términos. Somos nacionalistas solamente en cuanto fundamentalistas. Porque rescatamos del trasfondo y origen de la tradición argentina lo que es y ha sido también el verdadero fundamento de la tradición occidental, el catolicismo greco-romano-español. Es sólo por esa causa que somos nacionalistas y no porque nos encuadremos en el principio de las nacionalidades, que no es sino una tendencia degradada y corruptora de la universalidad medieval…. Mientras liberales y marxistas al declararse nacionalistas adhieren a una de las tantas formas de relativismo de la modernidad, nosotros a la inversa rescatamos de los orígenes hispánicos de nuestra nación el último intento imperial y restaurador de la unidad de Occidente. No podríamos ser nacionalistas en otra nación que no hubiera sido instaurada por esa potencia supranacional llamada Cristiandad… Y agregábamos: Ante este mundo grotesco de números, máquinas, masas y puros individuos, que la vanidad moderna se atreve a llamar pomposamente progreso, los fundamentalistas oponemos su antagonistas absoluto, la Tradición Primordial, esto es un mundo de espíritus, de personas, de jerarquías..” Aclaremos de todos modos que, debido a que tal texto se escribiera en un medio güelfo nos cuidamos en ese momento de calificar tal forma de nacionalismo que también descartábamos íntimamente.
Bien sabemos que hay varios nacionalismos en nuestro suelo además del antes aludido y autocalificado nacionalismo católico que es el encargado de reivindicar el accionar de la Iglesia en la historia americana y por lo tanto a la compañía de Jesús, de la que hablaremos, también existe un nacionalismo marxista encargado de estereotipar la dialéctica entre naciones proletarias y capitalistas, hasta finalmente haber llegado al nacionalismo liberal (ese nombre usó hace un tiempo el partido antecedente de Cambiemos, la Unión de Centro democrático UCD en donde se había encerrado el liberalismo). Tal nacionalismo también como todos nosotros reivindicaba una parte del pasado y con beneficio de inventario. Reivindicaba principalmente al liberalismo británico impuesto en el país en sus diferentes etapas, 1) la crudamente unitaria con Rivadavia y el despotismo ilustrado, 2) la romántica y federalista con Alberdi y Echeverría. Debemos al respecto reconocer que existe un pasado liberal en la Argentina que algunos reivindican del mismo modo que lo hay eclesiástico o güelfo que no es el caso nuestro.
Y a tal respecto debe diferenciarse güelfismo de gibelinismo. Los dos se reputan como católicos pero las diferencias entre ambos son esenciales. En este último caso lo espiritual es reputado como una realidad viviente y asimilable a la función del gobernante que es, tal como dijera Evola, la expresión de lo divino en la tierra, el pontífice. El güelfismo en cambio significa la desacralización del universo, concebir a Dios como recluido solamente en los templos y por lo tanto de aquella expresión más elevada del mismo, el Estado, con la excusa de que éste debe subordinarse a la institución eclesiástica ya que lo sagrado no se encuentra en esta vida sino que es propiedad de una institución determinada, la Iglesia, encargada de distribuirlo a su arbitrio para salvar a las almas. Hemos dicho varias veces que el güelfismo es la reaparición de la corriente judaica antitrinitaria existente en el seno del mismo cristianismo. El dogma de la Trinidad, que es un elemento esencial del gibelinismo, implica sostener la necesaria presencia de lo divino en el mundo a través del hombre y en su figura arquetípica el emperador y no como una realidad remitida a una determinada institución o encerrada tras las paredes de un templo.
Es de recordar que dicha corriente fue combatida en el imperio español quien tuvo severos conflictos con el Vaticano (recordemos el saqueo de Roma bajo Carlos I) y se plasmara en el momento en que el monarca Carlos III expulsara a la Compañía de Jesús reputada como la exponente principal y más activa de tal corriente. No casualmente sería más tarde tal Compañía la que respaldara calurosamente a todos los movimientos independentistas en su intento inveterado por sabotear la autoridad del monarca. En España los jesuitas fueron acusados de haber impulsado los distintos motines populares en contra del rey. Es de acotar que el nacionalismo güelfo en su historiografía resalta el valor de la misma y llega a reputar incluso nuestra Revolución de Mayo como una venganza de los jesuitas en contra de los absolutistas Borbones.
DOS FORMAS DE GIBELINISMO: EVOLA Y DI SANDRO
El pensamiento evoliano en América significa pues el retorno del gibelinismo y de la denuncia del güelfismo como la deformación de un pensamiento tradicional y de derecha, el que habría sido el origen de todas las desviaciones modernas posteriores. Y al respecto queremos acotar que es cierto que antes de nosotros hubo otro intento gibelino en el país a través de la figura del filólogo Carlos Di Sandro a mediados del pasado siglo, pero su defecto consistió en haber confundido a dicha corriente metafísica con el peronismo, un movimiento político decadente y burgués, por lo cual no ha sido una casualidad que terminara finalmente asumido por los mismos güelfos reconciliados con Perón y hoy ingresados al seno de tal movimiento. Di Sandro tomaba como decisivo el conflicto que tuviera en su tiempo Perón con la Iglesia católica que llegara hasta la quema de templos. Sin embargo digamos que el peronismo no fue gibelinismo tal como reputa falsamente dicho autor, sino un vano intento de constituir un cesaropapismo a través de la creación de una Iglesia nacional, fenómeno éste que se viviera en distintos regímenes modernos hasta los mismos comunistas. No consiste en fusionar lo sagrado con la función del Estado (Perón se encontraba muy lejos de ser una figura divina), sino que es el poder político que utiliza la fuerza espiritual en provecho propio para perpetuarse. En el fondo es lo mismo que hicieran Stalin y Putin actualmente con la iglesia ortodoxa o en su momento el mismo Perón con su ex esposa Evita cuando quisieron hacer una iglesia o cristianismo de los pobres en contra de una Iglesia oligárquica, tal como hoy intenta realizar el movimiento de sacerdotes del Tercer Mundo.
Pero salvando esta experiencia gibelina, que lo fue sólo parcialmente a través de Di Sandro, el nacionalismo argentino ha sido cooptado permanentemente por la iglesia católica güelfa que es una de las expresiones actuales de la modernidad, e incluso en algunas partes como en nuestro país su motor principal. Recordemos una vez más: Guelfismo significa someter la política no a la metafísica, sino a la institución eclesiástica en su función secular. Esto se lo ha visto con claridad en el episodio de la guerra de Malvinas cuando los nacionalistas güelfos no condenaron en manera alguna la actuación de su papa impetrando la rendición ya que la misma estaba condicionada a los intereses del Vaticano que apostaba en ese entonces a cumplir un rol decisorio en el nuevo orden mundial a instaurarse tras la caída del comunismo pudiendo ser reconocido como una potencia espiritual con influjos en el mismo. En ese entonces se trataba de evitar que la nomenklatura rusa se comprometiera en la guerra de Malvinas pues el papa apostaba a la caída de la misma y la disolución de la URSS a fin de alcanzar una primacía política que finalmente no logró. Para nosotros era más importante en cambio, más que el buen posicionamiento del Vaticano, el triunfo de un catolicismo tradicional en donde, a diferencia del nacionalismo liberal, fuera el gaucho la figura que se erigiera en arquetipo en contraste con el yanqui, antes que tal objetivo político minúsculo. Es de recordar aquí el importante informe efectuado por el Gral. Rattenbach el que, independientemente del mal uso que se hiciera del mismo con la finalidad de desprestigiar a nuestras FFAA, tuvo el valor de poner en evidencia una serie de rendiciones absurdas efectuadas entre otras cosas por sugestión del Vaticano. Luego el nacionalismo güelfo a través de figuras como Seineldin terminaría votando e invitando a hacerlo por el peronismo de Menem.
Sucedió exactamente igual con el 11S ya que los güelfos apostaban al nuevo orden capitalista comunista, enemigo acérrimo de todo tipo de fundamentalismo religioso que sostuviese que Dios o la dimensión metafísica es superior a la meramente física y humana. En estrecha concordancia con Israel y su servicio el Mossad apelaron a la famosa teoría del montaje con la finalidad de quitar entidad a aquella fuerza que ha demostrado en estos 17 años capacidad política para hacer frente al enemigo moderno.
Esto es pues lo que nos distingue de los otros nacionalismos a los cuales habría que agregar los europeos y grupos identitarios y neonazis que siguen pensando con categorías propias de la Revolución Francesa y son por lo tanto modernos. Para ellos, a diferencia de lo que sostuviera Evola para el cual la patria debe ser la idea, es decir los principios, son los intereses de las distintas naciones o culturas lo que debe primar, así como el liberalismo clásico sostenía que la lucha de todos contra todos y el libre despliegue de los egoísmos individuales iba a recabar por una especie de armonía preestablecida, un dios bueno y coctelero, en obtener el bienestar general y la paz y prosperidad de todos, en tanto vive incesantemente preocupado por nosotros. A tal respecto sostenemos en cambio que no existe ningún fatalismo sino que la libertad es el eje de la historia, que, tal como dijera Plotino, no existe un dios que luche por nosotros y por lo tanto la guerra no es actualmente entre naciones sino entre civilizaciones, entre la civilización moderna y la tradicional.
Hoy en día el pensamiento evoliano prospera en América como fuerza alternativa y como postura encarada hacia la constitución de un pensamiento de Derecha en sentido estricto. No tiene nada que ver con la recepción de Evola que se ha dado en Europa en donde el mismo ha sido distorsionado y reducido a la cobertura ideológica de un nacionalismo étnico que no fuera lo formulado por el maestro Evola.