LA OLA DEMOCRÁTICA
En cualquier caso las distintas rebeliones democráticas que se suceden, sea en el mundo árabe como en Europa, nos resultan sumamente satisfactorias por razones que obviamente no son las mismas que sustentan los modernos.
Quizás el mejor ejemplo de cómo el mismo hecho pueda recibir adhesiones contrastantes ha sido el caso notorio conocido en esta semana de las declaraciones emitidas sea por el presidente Obama como el propalado cassete del último mensaje del asesinado Osama demostrando ambos su conformidad e incluso entusiasmo con las rebeliones que se estaban sucediendo específicamente en el norte del África desencadenadas a partir de las revueltas callejeras estalladas en las distintas plazas Tahir. Pero por supuesto las razones que impulsaron a ambos han sido sumamente diferentes. Mientras que el yanqui ve en tales revueltas la confirmación de la utopia moderna para la cual el mundo marcha espontáneamente hacia el triunfo de la democracia a la cual se considera como el reino de la jauja universal y el progreso, Bin Laden en cambio opinaba que representan el camino apropiado para que el fundamentalismo, es decir el régimen que rechaza tal sistema en tanto sostiene el califato y la Sharia, pueda prosperar. Y al respecto nos recuerda el caso específico de Irak. Antes, con la dictadura de Saddam, el fundamentalismo no existía en tal país, pero ahora, gracias a la invasión norteamericana y a la ‘democracia’ que allí se ha instalado, se ha convertido en la fuerza política alternativa y en el gobierno paralelo existente. Ya en Túnez, Egipto y principalmente en Libia dicho movimiento, que también antes no existía o era irrelevante, está de a poco comenzando a ocupar espacios en modo tal de convertirse en la verdadera alternativa en el proceso revolucionario (1). Por ejemplo se han conocido varios hechos que avalan tal tendencia. En Egipto, luego de la rebelión ‘democrática’, han quedado en libertad los principales miembros de la organización fundamentalista, algunos de los cuales incriminados en el atentado que diera con la vida del ex presidente Sadat. En Túnez el partido islamista, otrora proscripto por el régimen destituido, ha retornado a la actividad presentándose como la principal fuerza en el próximo proceso electoral. Y el acontecimiento principal lo hemos vivido en Libia en donde no han sido casuales las denuncias efectuadas por Gaddafi en el sentido de que es Al Qaeda la fuerza que está dirigiendo la rebelión en su contra y que en la localidad de Verna en Cirenaica ya está funcionado un emirato. Y se podría continuar con ejemplos similares y aun más significativos como en Yemen en donde Al Qaeda ya controla una región del país o en Jordania y hasta en la misma Siria en donde se manifiesta una participación activa en las protestas populares.
Pero nosotros queremos referirnos aquí a las recientes revueltas democráticas que hoy acontecen en distintas ciudades europeas y que han tenido su origen en un movimiento espontáneo de jóvenes autoconvocados por Internet en la plaza del Sol de Madrid el pasado 15 de mayo. Se ha querido al respecto vincular tal movimiento con lo acontecido en las plazas Tahir del norte del África y se ha dicho, al mejor estilo de Obama, que esto es una nueva expresión de la primavera democrática que sacude al mundo entero. Sin embargo hay que hacer aquí algunas aclaraciones indispensables. La situación que hoy se vive en Europa no es por supuesto la misma del mundo árabe. Mientras que en este último caso la consigna es la salida del poder de regímenes dictatoriales estrechamente vinculados con el ‘mundo libre’ y enfrentados a la fuerza islamista en modo tal de haber sido impulsados por éste en su momento como una forma de contención, allí es en cambio a la inversa lo que sucede. La rebelión es contra gobiernos que son también democráticos y a los cuales se quiere desplazar sustentando justamente el mismo principio en que éstos se fundan: la idea de la democracia universal omnicomprensiva y como bien supremo y absoluto. Los jóvenes y los que no lo son tanto que hoy protestan no lo hacen porque quieran por primera vez implantar una democracia como sustituto de una dictadura, como en cambio sucediera en el Norte del África, sino que lo que los ha motivado a hacerlo ha sido la profunda crisis que vive el país acontecida en el contexto de un sistema democrático. Y al respecto no ha sido casual que haya sido en España el lugar en donde se ha desencadenado tal movimiento en tanto que es aquel que está padeciendo esta situación en su forma más dura con cerca del 20% de su población activa desocupada.
Yendo ahora al problema que nos importa relativo a los principios que se sostienen en tales revueltas, habría que explicar que lo que dicho movimiento no intuye ni siquiera remotamente es que el verdadero mal que ha sacudido a la población europea no ha sido la falta de democracia, sino a la inversa la existencia en exceso de tal sistema perverso, el cual como tal, como un verdadero cáncer, tiende siempre a propagarse, siendo ellos mismos, sin darse cuenta, una verdadera consecuencia y no una negación del proceso. La democracia se basa en una falacia fundamental que es la de considerar que el hombre no necesita ser gobernado, sino que solamente precisa contar con una buena administración de los recursos que tiene a su alcance. Y al respecto, en tanto se basa en una verdadera impostura, ha gestado una maliciosa confusión semántica al identificar entre sí a tales términos opuestos, administración y gobierno, del mismo modo que lo ha hecho también con los de individuo y persona, como si se tratasen de una misma cosa. Resaltemos una vez más que entendemos por gobierno la acción efectuada para hacer primar en el hombre la parte superior de sí mismo por sobre la inferior, lo racional sobre lo sensitivo, la voluntad libre por sobre el mero instinto o capricho, es decir de lo espiritual sobre lo material. Y esto, que sólo en algunos puede ser efectuado por uno mismo, en la mayoría debe ser realizado por otros, consistiendo en esto justamente la función de gobernar, la que se basa en el principio opuesto que rige en la democracia, el carácter desigual de las personas en tanto, tal como se afirma desde Platón, se encuentran aquellos que por una disposición superior han sido capaces de gobernarse a sí mismos y la inmensa mayoría que en cambio, en tanto no es capaz de hacerlo, necesita de otro que la guíe y conduzca para tal fin.
La idea tradicional es pues la de que el hombre debe ser rectificado en su naturaleza, que la existencia no es una cosa dada de manera definitiva, sino que es un combate incesante para hacer primar en éste su condición superior de persona por sobre la de mero individuo gregario y animal y que, como se trata de una lucha, hay algunos que ganan y otros que sucumben, hay algunos que alcanzan a ser personas y otros que en cambio consumen toda su vida sin siquiera haber rozado mínimamente un rasgo de tal condición. Lo cual es exactamente al revés de lo que sucede con la democracia instaurada en nuestro mundo a partir de la revolución francesa, aunque con claros antecedentes en movimientos anteriores. Para ésta por el contrario, la naturaleza que se trae al nacer no debe ser modificada, es decir educada y gobernada, sino en cambio a la inversa la función del gobierno (en realidad de la administración) es la de facilitar su libre despliegue, evitando todos los obstáculos ‘autoritarios’ y ‘fachistas’ que interfieran con el mismo. Sucederá entonces que al habérsele vedado al hombre la esfera espiritual más alta, la que era una cosa espontánea y libre solamente en las aristocracias en el verdadero sentido del término, las que actuaban como un faro de luz para el resto, la humanidad democrática ha quedado recluida a la dimensión de la materia y la economía por lo cual hoy en día se entiende por buen gobierno ya no más el que conduce al hombre hacia las dimensiones superiores que conviertan a los gobernados en seres libres y personas, sino a aquel que por su mayor destreza y astucia despliega las mejores posibilidades en la función de llenar el vientre de los habitantes, sin importar en tal caso la estatura espiritual que pueda tener. Eso es también lo que explica que sea recién en el momento en que el estómago comience a crujir y cuando no se posean más las capacidades propias del consumo absoluto que la democracia promete sea entonces allí que las personas se den cuenta de que los gobernantes son ladrones y corruptos. Y esto tiene una explicación muy clara. Como el mundo que propone la democracia no es el espiritual, no es más el paraíso en el cielo, sino en la tierra, la materia y esta existencia se convierten en el absoluto que debe ser colmado siempre más con bienes y placeres, el reino de lo cuantitativo que incluso se expresa numéricamente con los votos, en modo tal de que si a esto le asociamos las campañas propagandísticas para consumir siempre más cosas y ocupar y aturdir nuestro tiempo libre siempre con más objetos y tecnologías superfluas, además de las severas destrucciones al medio ambiente que se produce en razón de tal compulsión, sería necesario hoy en día tener un planeta al menos cincuenta veces más grande para satisfacer todas las necesidades que se han creado en función del nuevo cielo que se promete para que pueda ser disfrutado por todos los habitantes.
No casualmente estos movimientos piden más democracia en tanto que no solicitan que se les brinde una forma diferente de ser, alguien que los gobierne indicándoles un camino superior al de este mundo en crepúsculo por el que transitan, sino por el contrario poder realizar con menos gobierno que antes, es decir con más democracia, lo que ésta les prometía y no lograba hacer. Es indudable que todo esto, que debe acompañarse también de un desaforado pacifismo en tanto la guerra sería un obstáculo para el placer y el consumo que solicitan a gritos, así como por un rechazo por toda forma de fascismo y ‘autoritarismo’ es decir por toda cosa que refrene sus desórdenes, esté destinado a profundizar aun más la crisis del sistema sumiéndolo en una situación de caos y parálisis irreversibles. Y en tal aspecto debemos considerarlo positivo, pues se trata como el síntoma de un proceso terminal, en tanto que el nuevo árbol sólo brotará de las ruinas del mundo anterior y bien sabemos que para que éste crezca con mayor rapidez y vigor el abono cumple una adecuada función.
(1) Esta circunstancia real e irrebatible ha hecho que un notorio agente del sistema como el francés Thierry Meyssan, encargado a través de su página Voltaire de desprestigiar al movimiento fundamentalista considerándolo falsamente como agente de la CIA, haya dicho que porque ahora Al Qaeda se habrá de convertir en la fuerza que se pondrá en la cresta de la revuelta contra los gobiernos árabes, que los EEUU quieren desalojar del poder en tanto se han convertido en sumamente impopulares, entonces habría vuelto a convertirse en buena, tal como lo fuera antes cuando combatiera al comunismo en Afganistán. Y que por tal razón se habría desembarazado de Bin Laden, en tanto era la representación del factor malo y antinorteamericano de tal fuerza. En su esquematismo personas como Meyssan no pueden concebir que existan seres libres que no tengan por qué obedecer a alguno de los poderes en pugna, ni al poder norteamericano contra el cual él se ubica ni al ruso, la otra cara del sistema, al cual sirve desde hace tantos años.
Marcos Ghio
23/05/11
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