miércoles, 29 de mayo de 2013

ACERCA DE LO ARIO Y LO INDOEUROPEO


Un autor perteneciente al autodenominado Colectivo Evola ha manifestado tiempo atrás lo siguiente:
Julius Evola es un autor “de raza”, un indoeuropeo por nacimiento y por naturaleza cuya obra siempre tuvo en sus miras el renacimiento del espíritu indoeuropeo, que por muy decaído que hoy día pueda exteriormente parecer, encierra en la “memoria de su sangre” potencialidades internas definitorias susceptibles de despertar y actualizarse a través de las vías y vocaciones espirituales que le son propias (siendo precisamente éste uno de los rasgos definitorios característicos de la concepción evoliana frente a otros “tradicionalismos”).

Acotemos que eso de la 'memoria de la sangre' no es un concepto propiamente evoliano, pero aun así no alcanzamos a percibir, tal como bien nos hacía notar Ramírez, en qué lugar del continente europeo se encuentran esas potencialidades susceptibles de despertar. ¡Alguna pista por favor! Lo que vemos es todo lo contrario. A diferencia de las demás etnías y pueblos, la raza europea nos ha producido en los últimos tiempos las peores aberraciones históricas y culturales que puedan haberse conocido, tales como el marxismo, el capitalismo y el sionismo. Por otro lado es totalmente errado decir que los europeos actuales tengan algo que ver con lo ario o aun con lo indoeuropeo como algo propio y exclusivo. Para Evola lo ario no es una cuestión geográfica, sino un universal a priori. Tampoco tiene que ver con el color de piel de las personas. No existe en manera alguna una apologética de la raza blanca. Se pone bien en claro por los textos que publicitaremos en este Foro, algunos de ellos inéditos, que nuestro autor hace ver que cuando los textos clásicos arios se referían a la raza blanca como superior, se remitían a un color simbólico del carácter solar por opuesto a lo negro como sinónimo de nocturno, lo cual insistimos no tiene nada que ver con el color de la piel de las personas. Incluso cuando se refiere a las características físicas de los ariya nos dice que tienen una piel dorada y brillante. Pero estas cosas las iremos analizando en textos sucesivos. En primer lugar reproducimos el capítulo 1 de la parte IV de la obra La raza del espíritu (2ª ed. pgs. 133-135) en la que se puede vislumbrar lo que Evola entendía por ario a diferencia de las concepciones racistas en boga en su tiempo y compartidas por los dos miembros del aludido 'colectivo'.



I. Qué quería decir "ARIO".


Veamos ahora el término “ario”. De acuerdo a la concepción hoy convertida en corriente, tiene derecho a decirse “ario” quienquiera que no sea judío o de raza de color, ni tenga ascendientes de tales razas. En Alemania ello abarcaba hasta la tercera generación. A los fines más inmediatos de la política racial esta visión puede tener una cierta justificación, en el sentido de punto de referencia para una primera discriminación. Sobre un plano más alto y también a nivel histórico la misma aparece  en vez como insuficiente ya por el hecho de que ella se agota en una definición negativa que indica lo que no se debe ser, no lo que se debe ser; por lo cual, una vez satisfecha la condición genérica de no ser ni negro, ni judío, tendría el mismo derecho de decirse ario, sea el más hiperbóreo de los Suecos, que un tipo seminegroide de las regiones meridionales. Por otro lado si se confronta este significado reducido de la arianidad con el que la palabra tuvo originariamente, habría que pensar casi en una profanación, puesto que la cualidad aria, en su origen, coincidía esencialmente con aquella que, como se ha mencionado, la investigación de tercer grado puede atribuir a formaciones de la raza restauradora, de la “raza heroica”. Por ende el término “ario” en su concepción corriente actual no puede aceptarse sino a los fines de la circunscripción y separación de una zona general, en lo interno de la cual debería sin embargo tener lugar toda una serie de ulteriores diferenciaciones, en tanto nos queramos acercar, aunque fuese aproximativamente, al nivel espiritual que corresponde al significado auténtico y originario del término en cuestión.
El racismo -es verdad- en sus expresiones filológicas se ha empeñado en una búsqueda comparativa de palabras que en el conjunto de las lenguas indoeuropeas contienen la raíz ar de “ario” y que expresan aproximadamente cualidades de un tipo humano superior. Herus en latín y Herr  en alemán significan “señor”, en griego aristos quiere decir excelente y areté significa virtud; en irlandés air significa honrar y en el alemán antiguo la palabra êra quiere decir gloria; así como en el moderno Ehre quiere decir honor, etc.; y todas estas expresiones, como muchas otras, parecen justamente extraerse de la raíz ar de ario. Además el racismo ha creído hallar esta misma raíz también en Eran, antiguo nombre para la Persia, en Erin y Erenn, an-tiguos nombres de Irlanda, además de otros muchísimos nombres propios que se encuentran frecuentemente en las antiguas estirpes germánicas. Sin embargo, desde un punto de vista riguroso el término “ario” -de ârya- con certeza puede ser sólo referido a la civilización de los conquistadores prehistóricos, de la India y de Irán. En el Zend-Avesta, texto de la antigua tradición iránica, la patria originaria de las estirpes, a la cual tal tradición le fue propia, es llamada airyanem-vaêyô, que significa “semilla de la gente aria” y de las descripciones que se hacen resulta claramente que es una misma cosa que la sede ártica hiperbórea. En la inscripción de Behistum (520 a. C.) el gran rey Darío habla así de sí mismo: “Yo, rey de reyes, de raza aria” y los “arios”, a su vez, en los textos se identifican con la milicia terrestre del “Dios de Luz”: cosa ésta que nos hace aparecer a la raza aria en un significado metafísico, como aquella que, sin tregua, en uno de los varios planos de la realidad cósmica, lucha incesantemente contra las fuerzas oscuras del anti-dios, de Arimán.
Este concepto espiritual de la arianidad se precisa en la civilización hindú. En la lengua sánscrita ar significa “superior, noble, bien hecho” y evoca tanto la idea de mover como la de ascender, de dirigirse hacia lo alto. Con referencia a la doctrina hindú de los tres guna, una idea semejante plantea acercamientos interesantes. La cualidad “ar” corresponde a rajas, que es la cualidad de las fuerzas ascendentes, superior y opuesta a tamas, que es la cualidad en vez de todo lo que cae, lo que va hacia lo bajo, mientras que la cualidad superior a rajas es sattva, la cualidad propia de “lo que es” (sat) en sentido eminente, podría decirse, el principio solar en su carácter olímpico. Ello puede pues dar un sentido al “lugar” metafísico propio de la cualidad aria. De esta raíz ar, ârya como adjetivo indica luego las cualidades de ser superior, fiel, óptimo, estimado, de buen nacimiento; y como sustantivo designa a “quien es señor, de noble estirpe, maestro, digno de honor”: éstas son deducciones a nivel de carácter, a nivel social y, en fin, de “raza del alma”.
Todo esto vale desde un punto de vista genérico. En sentido específico ârya era sin embargo esencialmente una designación de casta: se refería colectivamente al conjunto de las tres castas superiores (jefes espirituales, aristocracia guerrera y “padres de familia” en tanto propietarios legítimos, con autoridad sobre un cierto grupo de consanguíneos) en su oposición con la cuarta casta, la casta servil de los çûdra. Hoy quizás habría que decir: con la masa proletaria.
Ahora bien, dos condiciones definían la cualidad aria: el nacimiento y la iniciación. Arios se nace; tal es la primera condición. La arianidad sobre tal base es una propiedad condicionada por la raza, por la casta y por la herencia, la misma se transmite con la sangre de padre a hijo y no puede ser sustituida por nada, del mismo modo como el privilegio que, hasta ayer, en Occidente tenía la sangre patricia. Un código particularmente complicado, que desarrolla una casuística hasta en sus más pequeños detalles, contenía todas las medidas necesarias para preservar y mantener pura esta herencia preciosa e insustituible, considerando no sólo el aspecto biológico (raza del cuerpo), sino también el ético y social, la conducta, un determinado estilo de vida, derechos y deberes, por ende toda una tradición de “raza del alma”, diferenciada luego para cada una de las tres castas arias.
Pero si el nacimiento es la condición necesaria para ser arios, el mismo no es sin embargo todavía suficiente. La cualidad innata es confirmada a través de la iniciación, upanayâna. Así como el bautismo es la condición indispensable para hacer parte de la comunidad cristiana, del mismo modo la iniciación representaba la puerta a través de la cual se entraba a formar parte efectiva de la gran familia aria. La iniciación determina el “segundo nacimiento”, ella crea el dvîja, “aquel que ha nacido dos veces”. En los textos ârya aparece siempre como sinónimo de dvîja, renacido o nacido dos veces. Por lo cual, ya con esto se entra en un dominio metafísico, en el campo de una raza del espíritu. La raza oscura, proletaria                   -çudrâ varna- llamada también enemiga -dasa- no-divina y demónica                         -assurya-varna- posee sólo un nacimiento, el del cuerpo. Dos nacimientos, el uno natural, el otro sobrenatural, uránico, tiene en vez el ârya, el noble. Tal como en varias ocasiones lo hemos recordado, el más antiguo código de leyes arias, el Mânavadharmaçâstra, llega hasta el límite de declarar que quien ha nacido ario no es verdaderamente superior al çûdra, al siervo, antes de haber pasado a través del segundo nacimiento o cuando su pueblo haya metódicamente descuidado el rito determinante de este nacimiento, es decir la iniciación, la upanayâna 1.
Pero también se encuentra la parte contraria. No cualquiera es apto para recibir legítimamente la iniciación, sino sólo quien ha nacido ario. Si ésta es impartida a otros es delito. Nos hallamos así con una concepción superior y completa de la raza. La misma se distingue de la concepción católica puesto que ignora un sacramento apto para suministrarse a cualquiera, sin condiciones de sangre, raza y casta, de modo tal de conducir a una democracia del espíritu. Al mismo tiempo, la misma supera también al racismo materialista puesto que, mientras que aquí se satisface a las exigencias del mismo y se lleva el concepto de la pureza biológica y de la no-mezcla hasta la forma extrema relativa a la casta cerrada, la antigua civilización aria consideraba insuficiente al mero nacimiento físico: tenía en vista una raza del espíritu a ser alcanzada -partiendo de la sólida base y de la aristocracia de una determinada sangre y de una determinada herencia natural- a través del renacimiento, definido por el sacramento ario. Aun más arriba se encontraba el tercer nacimiento, o, para usar la designación correspondiente a las tradiciones clásicas, la resurrección a través de la “muerte triunfal”. Como ideal supremo el antiguo ario consideraba en efecto la “vía de los dioses” -deva-yâna- llamada también “solar” o “nórdica”, a través de la cual se asciende y “no se vuelve”, no la “vía meridional” de la disolución en el tronco colectivo de una determinada estirpe, en la sustancia confusa de nuevos nacimientos (pitr-yâna): cosa ésta que basta para imaginarse en cuál cuenta podría tener el hombre ario a la llamada reencarnación, concepción, ésta, que, como se ha dicho, fue propia de razas extrañas, prevalecientemente “telúricas” o “dionisíacas”.

Es decir que queda perfectamente en claro de este texto evoliano escrito en pleno período del nazi fascismo que ario no se refiere a una determinado grupo étnico, sino a una casta superior, la cual puede existir en el seno de cualquier raza, no necesariamente la europea a la que privilegian los aludidos, en una actitud francamente sorprendente al percibir la realidad actual que vive el propio continente.


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