ACERCA DE LO ARIO Y LO INDOEUROPEO
Un autor perteneciente al autodenominado Colectivo Evola ha manifestado tiempo atrás lo siguiente:
Julius Evola es un autor “de raza”, un indoeuropeo por nacimiento y por
naturaleza cuya obra siempre tuvo en sus miras el renacimiento del espíritu
indoeuropeo, que por muy decaído que hoy día pueda exteriormente
parecer, encierra en la “memoria de su sangre” potencialidades internas
definitorias susceptibles de despertar y actualizarse a través de las
vías y vocaciones espirituales que le son propias (siendo precisamente éste uno
de los rasgos definitorios característicos de la concepción evoliana frente a
otros “tradicionalismos”).
Acotemos que eso de la 'memoria de la sangre' no es un concepto propiamente
evoliano, pero aun así no alcanzamos a percibir, tal como bien nos hacía notar
Ramírez, en qué lugar del continente europeo se encuentran esas potencialidades
susceptibles de despertar. ¡Alguna pista por favor! Lo que vemos es todo lo
contrario. A diferencia de las demás etnías y pueblos, la raza europea nos
ha producido en los últimos tiempos las peores aberraciones históricas y
culturales que puedan haberse conocido, tales como el marxismo, el capitalismo
y el sionismo. Por otro lado es totalmente errado decir que los europeos
actuales tengan algo que ver con lo ario o aun con lo indoeuropeo como algo
propio y exclusivo. Para Evola lo ario no es una cuestión geográfica, sino un universal a priori. Tampoco tiene que
ver con el color de piel de las personas. No existe en manera alguna una apologética
de la raza blanca. Se pone bien en claro por los textos que publicitaremos en
este Foro, algunos de ellos inéditos, que nuestro autor hace ver que cuando los
textos clásicos arios se referían a la raza blanca como superior, se remitían a
un color simbólico del carácter solar por opuesto a lo negro como sinónimo de
nocturno, lo cual insistimos no tiene nada que ver con el color de la piel de
las personas. Incluso cuando se refiere a las características físicas de los ariya nos dice que tienen una piel
dorada y brillante. Pero estas cosas las iremos analizando en textos sucesivos.
En primer lugar reproducimos el capítulo 1 de la parte IV de la obra La raza
del espíritu (2ª ed. pgs. 133-135) en la que se puede vislumbrar lo que Evola
entendía por ario a diferencia de las concepciones racistas en boga en su
tiempo y compartidas por los dos miembros del aludido 'colectivo'.
I. Qué quería
decir "ARIO".
Veamos ahora el término “ario”. De acuerdo a la concepción hoy
convertida en corriente, tiene derecho a decirse “ario” quienquiera que no sea
judío o de raza de color, ni tenga ascendientes de tales razas. En Alemania
ello abarcaba hasta la tercera generación. A los fines más inmediatos de la
política racial esta visión puede tener una cierta justificación, en el sentido
de punto de referencia para una primera discriminación. Sobre un plano más alto
y también a nivel histórico la misma aparece en vez como insuficiente ya
por el hecho de que ella se agota en una definición negativa que indica lo que
no se debe ser, no lo que se debe ser; por lo cual, una vez satisfecha la
condición genérica de no ser ni negro, ni judío, tendría el mismo derecho de
decirse ario, sea el más hiperbóreo de los Suecos, que un tipo seminegroide de
las regiones meridionales. Por otro lado si se confronta este significado
reducido de la arianidad con el que la palabra tuvo originariamente, habría que
pensar casi en una profanación, puesto que la cualidad aria, en su origen,
coincidía esencialmente con aquella que, como se ha mencionado, la
investigación de tercer grado puede atribuir a formaciones de la raza
restauradora, de la “raza heroica”. Por ende el término “ario” en su concepción
corriente actual no puede aceptarse sino a los fines de la circunscripción y
separación de una zona general, en lo interno de la cual debería sin embargo
tener lugar toda una serie de ulteriores diferenciaciones, en tanto nos
queramos acercar, aunque fuese aproximativamente, al nivel espiritual que
corresponde al significado auténtico y originario del término en cuestión.
El racismo -es verdad- en sus expresiones filológicas se ha empeñado en
una búsqueda comparativa de palabras que en el conjunto de las lenguas
indoeuropeas contienen la raíz ar de “ario” y que expresan aproximadamente
cualidades de un tipo humano superior. Herus en latín y Herr en alemán
significan “señor”, en griego aristos quiere decir excelente y areté significa
virtud; en irlandés air significa honrar y en el alemán antiguo la palabra êra
quiere decir gloria; así como en el moderno Ehre quiere decir honor, etc.; y
todas estas expresiones, como muchas otras, parecen justamente extraerse de la
raíz ar de ario. Además el racismo ha creído hallar esta misma raíz también en
Eran, antiguo nombre para la Persia, en Erin y Erenn, an-tiguos nombres de
Irlanda, además de otros muchísimos nombres propios que se encuentran
frecuentemente en las antiguas estirpes germánicas. Sin embargo, desde un punto
de vista riguroso el término “ario” -de ârya- con certeza puede ser sólo
referido a la civilización de los conquistadores prehistóricos, de la India y
de Irán. En el Zend-Avesta, texto de la antigua tradición iránica, la patria
originaria de las estirpes, a la cual tal tradición le fue propia, es llamada
airyanem-vaêyô, que significa “semilla de la gente aria” y de las descripciones
que se hacen resulta claramente que es una misma cosa que la sede ártica
hiperbórea. En la inscripción de Behistum (520 a. C.) el gran rey Darío habla
así de sí mismo: “Yo, rey de reyes, de raza aria” y los “arios”, a su vez, en
los textos se identifican con la milicia terrestre del “Dios de Luz”: cosa
ésta que nos hace aparecer a la raza aria en un significado metafísico,
como aquella que, sin tregua, en uno de los varios planos de la realidad
cósmica, lucha incesantemente contra las fuerzas oscuras del anti-dios, de
Arimán.
Este concepto espiritual de la arianidad se precisa en la civilización
hindú. En la lengua sánscrita ar significa “superior, noble, bien hecho” y
evoca tanto la idea de mover como la de ascender, de dirigirse hacia lo alto.
Con referencia a la doctrina hindú de los tres guna, una idea semejante plantea
acercamientos interesantes. La cualidad “ar” corresponde a rajas, que es la
cualidad de las fuerzas ascendentes, superior y opuesta a tamas, que es la
cualidad en vez de todo lo que cae, lo que va hacia lo bajo, mientras que la
cualidad superior a rajas es sattva, la cualidad propia de “lo que es” (sat) en
sentido eminente, podría decirse, el principio solar en su carácter olímpico.
Ello puede pues dar un sentido al “lugar” metafísico propio de la cualidad
aria. De esta raíz ar, ârya como adjetivo indica luego las cualidades de ser
superior, fiel, óptimo, estimado, de buen nacimiento; y como sustantivo designa
a “quien es señor, de noble estirpe, maestro, digno de honor”: éstas son
deducciones a nivel de carácter, a nivel social y, en fin, de “raza del alma”.
Todo esto vale desde un punto de vista genérico. En sentido
específico ârya era sin embargo esencialmente una designación de casta: se
refería colectivamente al conjunto de las tres castas superiores (jefes
espirituales, aristocracia guerrera y “padres de familia” en tanto propietarios
legítimos, con autoridad sobre un cierto grupo de consanguíneos) en su
oposición con la cuarta casta, la casta servil de los çûdra. Hoy quizás habría
que decir: con la masa proletaria.
Ahora bien, dos condiciones definían la cualidad aria: el nacimiento y
la iniciación. Arios se nace; tal es la primera condición. La arianidad sobre
tal base es una propiedad condicionada por la raza, por la casta y por la
herencia, la misma se transmite con la sangre de padre a hijo y no puede ser
sustituida por nada, del mismo modo como el privilegio que, hasta ayer, en
Occidente tenía la sangre patricia. Un código particularmente complicado, que
desarrolla una casuística hasta en sus más pequeños detalles, contenía todas
las medidas necesarias para preservar y mantener pura esta herencia preciosa e
insustituible, considerando no sólo el aspecto biológico (raza del cuerpo),
sino también el ético y social, la conducta, un determinado estilo de vida,
derechos y deberes, por ende toda una tradición de “raza del alma”,
diferenciada luego para cada una de las tres castas arias.
Pero si el nacimiento es la condición necesaria para ser arios, el mismo
no es sin embargo todavía suficiente. La cualidad innata es confirmada a través
de la iniciación, upanayâna. Así como el bautismo es la condición indispensable
para hacer parte de la comunidad cristiana, del mismo modo la iniciación
representaba la puerta a través de la cual se entraba a formar parte efectiva
de la gran familia aria. La iniciación determina el “segundo nacimiento”, ella
crea el dvîja, “aquel que ha nacido dos veces”. En los textos ârya aparece
siempre como sinónimo de dvîja, renacido o nacido dos veces. Por lo cual, ya
con esto se entra en un dominio metafísico, en el campo de una raza del
espíritu. La raza oscura, proletaria
-çudrâ varna- llamada también enemiga -dasa- no-divina y demónica
-assurya-varna- posee sólo un nacimiento, el del cuerpo. Dos
nacimientos, el uno natural, el otro sobrenatural, uránico, tiene en vez el
ârya, el noble. Tal como en varias ocasiones lo hemos recordado, el más antiguo
código de leyes arias, el Mânavadharmaçâstra, llega hasta el límite de declarar
que quien ha nacido ario no es verdaderamente superior al çûdra, al siervo,
antes de haber pasado a través del segundo nacimiento o cuando su pueblo haya
metódicamente descuidado el rito determinante de este nacimiento, es decir la
iniciación, la upanayâna 1.
Pero también se encuentra la parte contraria. No cualquiera es apto para
recibir legítimamente la iniciación, sino sólo quien ha nacido ario. Si ésta es
impartida a otros es delito. Nos hallamos así con una concepción superior y
completa de la raza. La misma se distingue de la concepción católica puesto que
ignora un sacramento apto para suministrarse a cualquiera, sin condiciones de
sangre, raza y casta, de modo tal de conducir a una democracia del espíritu. Al
mismo tiempo, la misma supera también al racismo materialista puesto que,
mientras que aquí se satisface a las exigencias del mismo y se lleva el
concepto de la pureza biológica y de la no-mezcla hasta la forma extrema
relativa a la casta cerrada, la antigua civilización aria consideraba
insuficiente al mero nacimiento físico: tenía en vista una raza del espíritu a
ser alcanzada -partiendo de la sólida base y de la aristocracia de una
determinada sangre y de una determinada herencia natural- a través del
renacimiento, definido por el sacramento ario. Aun más arriba se encontraba el
tercer nacimiento, o, para usar la designación correspondiente a las
tradiciones clásicas, la resurrección a través de la “muerte triunfal”. Como
ideal supremo el antiguo ario consideraba en efecto la “vía de los dioses”
-deva-yâna- llamada también “solar” o “nórdica”, a través de la cual se
asciende y “no se vuelve”, no la “vía meridional” de la disolución en el tronco
colectivo de una determinada estirpe, en la sustancia confusa de nuevos
nacimientos (pitr-yâna): cosa ésta que basta para imaginarse en cuál cuenta
podría tener el hombre ario a la llamada reencarnación, concepción, ésta, que,
como se ha dicho, fue propia de razas extrañas, prevalecientemente “telúricas”
o “dionisíacas”.
Es decir que queda perfectamente en claro de este texto evoliano escrito
en pleno período del nazi fascismo que ario no se refiere a una determinado
grupo étnico, sino a una casta superior, la cual puede existir en el seno de
cualquier raza, no necesariamente la europea a la que privilegian los aludidos,
en una actitud francamente sorprendente al percibir la realidad actual que vive
el propio continente.
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