El gran dilema argentino en
referencia a la elección de jueces
DEMOCRACIA O ARISTOCRACIA TOTAL
Hace algunos años, cuando me desempeñaba en la enseñanza media y
mientras vivíamos la euforia democrática en la Argentina , una diputada,
en un despliegue desaforado de tal religiosidad providencial, encargada de
resolvernos todos los problemas (‘Con la democracia se cura, se come y se
educa’), nos proponía una ley por la cual la comunidad educativa, es decir el
‘pueblo’ que compone el establecimiento escolar, pudiese elegir al director.
Recuerdo aun que, ante las objeciones que se escuchaban en su contra, la
aludida efectuó este simpático razonamiento. ¿Cómo puede ser, nos decía, que se
acepte que el pueblo pueda elegir a los gobernantes del Estado y no pueda
hacerlo en cambio con un simple director de escuela?
Actualmente, luego de tantas décadas de democracia transcurrida, se
sigue razonando de la misma forma ante la no respondida inquietud de la
diputada. Días pasados la presidenta argentina formuló un pensamiento de similar
envergadura. ¿Cómo puede ser, nos decía, que se acepte que un joven de 16 años,
así como el resto de la población, pueda determinar quién decidirá el destino
de nuestra nación para el futuro y el presente, y en cambio no lo pueda hacer
con un simple juez que resuelve cosas menores tales como si un ciudadano puede
o no divorciarse, puede o no sacar un documento, puede o no pagar una deuda?
No podemos menos que decir ahora, tal como lo pensamos hace tantos
años, que en el fondo la presidenta tiene razón en lo que dice. Representa a
todas luces un verdadero absurdo el hecho de que se pueda elegir a un diputado
y no a un director de escuela o a un presidente y no a un simple juez
ordinario. Pero el problema pasa en cambio por saber si es correcto o no el
principio democrático antes de tener que debatir respecto del alcance de su
aplicación. Es decir, si es correcto que el
pueblo elija a los que lo deben gobernar, sean éstos estadistas, jueces,
o directores de escuela, o si en cambio deben hacerlo quienes están capacitados
para ello: en el caso de un director y de un juez, un cuerpo colegiado,
compuesto por sus pares de mayor experiencia y capacidad. Por lo cual el
razonamiento debería formularse a la inversa. ¿Por qué debe haber tan sólo
cuerpos colegiados para elegir a jueces, arquitectos, médicos o docentes en sus
diferentes jerarquías y no en cambio para cosas más sustanciales e importantes como
ser las referidas al buen gobierno de una comunidad? ¿Por qué también en el
cuerpo político no puede existir una aristocracia como la hay en otras
actividades? Esta cosa tan elemental y obvia que nunca se discute y ni siquiera
suele formularse por miedo al ridículo o a sentirse adosar encima el mote de
reaccionario, de poco actualizado u oscurantista, que se atreve a valorar en
positivo esa palabra maldita que es aristocracia, por supuesto que nunca va a
tener respuesta como tampoco la tendrá jamás, de aceptarse el dogma democrático,
el sensato razonamiento de la presidenta y de la diputada hace tantos años.
Pero nosotros, que no tenemos ese temor, pues no pensamos presentarnos
a ninguna elección, formulemos inversamente con ejemplos concretos cómo es la
normalidad y no nos resignemos a pensar que, en tanto estamos condenados a vivir
en la corrupción y en el absurdo, cada vez tengamos que tener siempre más
democracia. Siglos atrás, cuando formábamos parte de un imperio, como podía
haber sido el Incario o el Español, quienes nos gobernaban no eran personas que
simplemente debían tener los 21 años cumplidos, sino seres que habían
previamente pasado por el largo aprendizaje de una orden. Por lo general, para
pertenecer a tal aristocracia, se precisaba de una herencia, es decir, haber
sido parte de una estirpe que desde el mismo nacimiento había recibido la
sensación de lo que significa lo relativo al Estado, como cosa diferente del
mero lazo familiar o del simple trabajo, del mismo modo que en cualquier otra
profesión u oficio. Aunque justamente por tratarse de una orden, es decir de una
escuela de aprendizaje, no quedaban excluidas tampoco otras personas que
demostrasen algún talento especial para el ejercicio de la función de mando. Y
el hecho de que el virrey o el inca fuesen delegados de un poder superior y
ajenos habitualmente al territorio o etnía en donde ejercían sus funciones, era
sumamente provechoso a fin de obtener la objetividad necesaria para el
ejercicio del mando por tratarse de un árbitro ajeno a los intereses de las
partes que integraban el lugar. Por supuesto que hubo malos virreyes o incas:
pero ante la pregunta respecto de los principios, de si era mejor la democracia
por haber aparecido un pésimo gobernante, se sabía siempre que, del mismo modo que
no era conveniente desprenderse de un cuerpo por haber padecido una penosa
enfermedad, luego de haberse agotado todos los recursos del reclamo, el mismo iba
a pasar; en cambio un sistema perverso, al ser antinatural, podía llevar a la
sociedad a la corrupción de todas sus costumbres y por siglos enteros en forma
cada vez más acelerada, tal como lo vemos en la actualidad.
Menos aun que la democracia se podía aceptar la otra utopía colindante,
la republicana, que es la alegada por los más tímidos objetores de la
democracia total, es decir por los que la sostienen a medias por no atreverse aun
a tanto menos malo de los sistemas posibles, o simplemente por hallarse circunstancialmente
en la ‘oposición’, tal como ha acontecido con tantas instituciones que han
desertado de sus principios esenciales. Ante ello vale esta categórica
afirmación: un poder que es limitado por otro es impotencia*. Una libertad coartada
en su despliegue, no es libertad, sino coerción. Los hombres deben ser libres
en función de sus posibilidades existenciales. La libertad del adolescente, que
elige al presidente, es coerción para el sabio y en última instancia esclavitud
para la nación toda. De hecho la doctrina del ‘control de poderes’ o división
tripartita del mismo, además de ser una perfecta utopía pues por lo general no
se cumple nunca, es la fuente de la anarquía y consecuentemente del paso último
y final, el de la democracia total. Por encima del monarca no puede haber otro
poder que se le equipare o sobreponga, salvo el de la Trascendencia que, a
través del mismo, debe expresarse. No existe la fantasía del pueblo libre y
soberano que elige. De hecho las multitudes, carentes de voluntad propia no son
verdaderamente libres y deciden lo que otros poderes han elegido por ellas. Y
estos poderes son hoy en día el dinero y la corrupción.
·
En la
república Argentina, país en vías de asumir el sistema de la democracia total,
jamás ha existido verdaderamente la limitación de poderes, es decir el
principio republicano, a pesar de que nominalmente se lo pregone. Los jueces,
aun sin ser elegidos por el pueblo, no son independientes del poder político.
Nunca han condenado, y ni siquiera investigado seriamente, a un gobernante
corrupto por temor a los consecuencias que acarrearía tal hecho. Los diputados
han sido varias veces corrompidos por el poder ejecutivo con importantes sumas
de dinero para votar leyes contrarias a sus principios. Es decir, el
republicanismo es una falacia en la medida que no es con un simple tecnicismo
como se resuelven los problemas. La única solución posible es la existencia de
una clase política incorruptible educada para tal función en una escala de
valores jerárquicos, a la cual no se le ponga límite alguno en el ejercicio de
sus funciones. En pocas palabras, una persona que gobierna es o no es corrupta
y no deja ni llega a serlo por la existencia o no de límites en el ejercicio
del poder.
Marcos Ghio
20/05/13
Lic. Ghio:
ResponderEliminaren el número 99 de la revista chilena Ciudad de los Cesares se publica el artículo "Tropezones ontológicos del tradicionalismo radical", en que se cuestiona seriamente algunas de las tesis fundamentales de Evola. Copio dos párrafos, en el segundo parece aludirse directamente a vuestro Centro Evoliano. ¿Conoce ud. el artículo? ¿qué opina le merece?.
"Ciertamente, en su fase tardìa, Evola advierte que no puede todo ser asì como había pensado en su juventud. ¿Acaso no hubo màs fuerza espiritual en los kamikazes que en el bando americano? ¿Y no se impuso en la contienda la fuerza de lo material? Tampoco le era posible a Evola creer que su desgracia en el bombardeo de Viena fue producida por acciòn magica (como le insistía el paranoico de Guenon). Las cuatro tesis de la prioridad de lo espiritual, como Evola mismo experimentó amargamente, son sencillamente falsas: lo superior suele ser màs frágil y vulnerable que lo inferior y esa fragilidad es una razón más para defenderlo.
El tradicionalismo radical tropieza espectacularmente ignorando principios fundamentales de Ontología y enturbia su análisis político. Aunque desde Thierry Meyssan se acumulen motivos de duda acerca de la versión oficial del atentado al Trade Center y el rol de Bin Laden, no faltan tradicionalistas que se pliegan a ella. No por análisis objetivo de los datos, sino por el afán de adjudicar fuerzas efectistas al espìritu; otra cosa serìa renunciar a la parte màgica de su ontología. Parecieran decir: "¡Abajo la materia! Si no levitamos transatlànticos, podemos derrumbar las Torres Gemelas de New York".
Estimado Señor: no he leído ese artículo al que hace referencia, pero tengo entendido que es autoría de Carlos Dufour, alias Lastarria, del cual ya hemos hablado y refutado oportunamente en otros lados, tales como una nota titulada De evolómanos y evolíticos, que aparece como capítulo de nuestra obra En la era del paria. Ciudad de los Césares es difícil de conseguir aquí en Argentina, pero una vez que la tenga en mi poder la leeremos y llegado el caso refutaremos. Con respecto a los otros puntos veo varias confusiones y muchas verdades sin fundamento. Por ejemplo yo ya he refutado vastamente toda la obra de Meyssan, entre otras su fantasmagórica idea de que el pentágono fue impactado por un misil. Nadie ha dicho que las torres gemelas hayan sido derribadas por una acción mágica, sino por la decidida intervención de 19 mártires.
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