QUO VADIS ECCLESIA?
por Julius Evola
El texto que a continuación presentamos es un artículo publicado por Evola
en la última época de su vida y que formara parte a posteriori de una
recopilación editada el mismo año de su muerte con el título de Ricognizioni. El mismo posee una importancia especial
debido a una serie de distorsiones efectuadas en relación a su pensamiento por
parte de un grupo de personas que quieren hacer pasar a nuestro autor como
anticatólico cuando en verdad, tal como aquí se expresa con claridad, Evola no
solamente ha sabido rastrear pasajes tradicionales en el seno del catolicismo,
sino incluso en los mismos Evangelios y en la figura de Jesús. Su crítica a la
Iglesia actual es que se ha apartado del mensaje tradicional de su propia religión
y que vería con muy buenos ojos que el catolicismo regresara a sus orígenes
tradicionales como una posibilidad real de rectificación del rumbo decadente hoy impreso. Este texto servirá pues de base para la crítica
pertinente que se efectuará, en el Nº 71 de la Revista El Fortín, a las deformaciones que se han hecho en relación a este
tema.
Hace varios años, antes de la
guerra, Julien Benda escribió un libro que tuvo vastas resonancias por señalar
un fenómeno característico de los tiempos últimos, por el cual él utilizó la
designación trahison des clercs. Si
tomamos el término en su significado más antiguo, Benda quiso referirse con el
mismo esencialmente al tipo del intelectual y pensador de orientación ética,
cuya función en otros tiempos había sido la de la defensa y el testimonio de
valores opuestos al materialismo de las masas, a las pasiones partidistas, a
los intereses de la mera existencia humana. Benda señaló que, si bien los clercs no se ilusionaban de poder
realizar los valores ideales por ellos defendidos (en lo cual se manifestaba
una cierta orientación dualista y pesimista, la cual no le hizo reconocer a
civilizaciones del pasado en las cuales aquellos valores estuvieron verdaderamente
en el centro de organismos tradicionales), sin embargo impedían que se hiciese
una religión de todo aquello que es material, inferior y tan sólo humano y que
se le atribuyese en forma usurpadora un significado superior.
Y bien, los tiempos últimos nos
han ofrecido el espectáculo de la deserción y de la traición de los clercs; éstos, tal como observó Benda,
han abandonado sus posturas originarias y se dedicaron a poner el intelecto, el
pensamiento y su misma autoridad al servicio de la realidad material y de los
procesos y de las fuerzas que se afirman en el mundo moderno, dándole una
justificación, un derecho y un valor. Todo lo cual no ha podido no conducir a
una aceleración y a un sobredimensionamiento sin precedentes de aquellas
fuerzas y de aquellos procesos.
Desde la época en la cual Benda
escribió su libro el fenómeno denunciado se ha extendido notoriamente y
nosotros hemos considerado oportuno que para señalarlo no puede prescindirse de
un análisis de la conducta de los representantes de la misma religión que ha
predominado en Occidente, es decir el catolicismo. En efecto, no se trata aquí
tan sólo de los intelectuales ‘comprometidos’, de los ‘progresistas’ y de los
‘historicistas’, no se trata de los ideólogos al servicio de los intereses de
parte y de los promotores del ‘nuevo humanismo’, sino también de los clercs en el sentido propio del término;
una parte del clero, hasta en sus supremas jerarquías, parece estar inclinada a
la ‘traición’ denunciada por Benda.
El catolicismo está tomando una
orientación tal que aquellos que defienden valores verdaderamente tradicionales
y por lo tanto de Derecha, se tienen que preguntar hasta qué punto se pueda aun
contra con éste como un factor de defensa, hasta qué punto, en vez, una nueva
elección de las vocaciones y de las tradiciones no conduce potencialmente a la
Iglesia en la misma dirección de las fuerzas y de las ideologías subversivas
que han predominado en el mundo moderno.
Para la población de Italia, país
prevalecientemente católico, en tanto que tal religión hunde aun raíces en
vastos estratos de la misma, el catolicismo constituye también una fuerza
política. Así pues en las campañas electorales muchas veces se ha buscado
ganarse a una parte de las masas remitiéndose de manera ostensible al
catolicismo y a los ‘valores morales católicos’, aun cuando esto se redujese a
meras palabras o incluso a una hipócrita mentira. Pero hoy en día se está
llegando a un punto en el cual incluso esta justificación táctica y oportunista
parece venir a menos, en el cual cabe preguntarse a dónde va la Iglesia y hacia
dónde quiere ir para poder así orientarse en forma valerosa ante tal
consecuencia.
Que el catolicismo haya
arrinconado o puesto en un tercer plano los valores de la verdadera
trascendencia, de la alta ascesis y de la contemplación (en modo tal que todas
las Órdenes verdaderamente contemplativas viven una vida opacada y corren el
riesgo de extinguirse), que el mismo se haya ocupado en cambio y sobre todo de
un moralismo de tipo parroquial y burgués, concentrándose siempre más sobre el
plano comunitario, es algo bien sabido. Sin embargo se perfila una fase
ulterior, en esta regresión sin fin: la de la politización y del creciente
‘progresismo’ del catolicismo.
Hay que decir sin medios términos
que una parte no indiferente del resultado desastroso de las últimas elecciones
políticas en Italia con el avance del marxismo y del comunismo, recae
justamente en este nuevo curso de la Iglesia. Su tácita consagración de la
democracia cristiana no ha sido en ninguna manera revocada ni siquiera en el
momento en que tal partido ha girado hacia la centro-izquierda. Por el
contrario, el papa Roncalli (Juan XXIII) no ha perdido la ocasión para profesar
su ‘progresismo’, su ansia de ‘progreso social’ concebido en términos
materiales e inmanentes, lo cual anteriormente era una cosa exclusiva de
ideologías laicas. La condena solemne del marxismo efectuada por su predecesor
ha valido prácticamente como no existente; en cambio fue sustentada la
peligrosa tesis de que se puede disociar la ideología de sus posibles efectos
prácticos, y que si estos efectos son buenos (de acuerdo al mencionado patrón
de medida), se puede cerrar un ojo respecto de la misma ideología. De este modo
queda sumamente clara la referencia al marxismo e incluso al comunismo. El
criterio ético fundamental, según el cual lo que cuenta verdaderamente no son
los hechos y sus utilidades, sino las intenciones, ha hecho que quede de este
modo claramente a un lado de manera desembozada el trasfondo espiritual.
Hemos hablado en lo relativo a la
Iglesia actual, de una nueva elección de sus tradiciones, la cual hoy presenta
una circunstancia sumamente peligrosa. En efecto en la historia del
cristianismo figuran también formas de una ‘espiritualidad’ que, no puede
negarse en manera alguna, podría ir perfectamente al encuentro de las actuales
teorías ‘sociales’ subversivas. Desde el punto de vista sociológico el
cristianismo de los orígenes fue efectivamente un socialismo avant la lettre; con respecto al mundo y
la civilización clásica el mismo representó un fermento revolucionario de corte
igualitario, que hizo pie en el estado de ánimo y en las necesidades de las
masas de la plebe, de los desheredados y de los sin tradición que había en el
Imperio; su ‘buena nueva’ era la de la inversión de todos los valores
establecidos.
Este subsuelo del cristianismo de los orígenes ha sido en gran medida
contenido y rectificado al tomar forma el catolicismo, gracias en
gran medida a la influencia ‘romana’. Tal superación se manifestó también en la
estructura jerárquica de la Iglesia; históricamente la misma tuvo su apogeo en
el Medioevo, pero tal orientación no vino ni siquiera a menos en el período de
la Contrarreforma y, finalmente, con aquello que fue denominado como la
‘alianza del trono con el altar’, con el crisma dado por el catolicismo a la
autoridad legítima emanada de lo alto, de acuerdo a la rigurosa doctrina de
Joseph de Maistre y de Donoso Cortés, y con la condena explícita, por parte de
la Iglesia, del liberalismo, de la democracia y del socialismo, hasta que
finalmente en este nuestro siglo, del modernismo.
Y bien, toda esta superestructura
válida del catolicismo parece quebrarse para hacer emerger nuevamente
justamente el substrato promiscuo antijerárquico, ‘social’ y antiaristocrático
del cristianismo primitivo. El retorno a tal substrato es por lo demás aquello
reputado hoy en día como lo mejor para ‘ponerse de acuerdo con el paso de los
tiempos’, para aggiornarse con el
‘progreso’ y con la ‘civilización moderna’, mientras que la línea a seguir por
parte de una organización verdaderamente tradicional en el día de hoy debería
ser absolutamente la opuesta, es decir la de una triplicada e inflexible
intransigencia, de una puesta en un primer plano de los verdaderos y puros
valores espirituales en contra de todo el mundo ‘en progreso’.
Hemos oído a católicos, como
Maritain y Mounier, afirmar que el verdadero espíritu cristiano hoy vive en los
movimientos ‘sociales’ y socialistas obreros, lo mismo a De Gasperi, en un
antiguo discurso hasta ayer muy poco recordado, en donde reafirmaba una tal
idea, además de la de la absoluta concordancia entre el espíritu cristiano y el
democrático. Con un sesgo auténticamente progresista altos exponentes de la
Iglesia han hablado de los ‘residuos medievalistas’ de los cuales el
catolicismo se tiene que desembarazar (por supuesto que a tales presuntos
‘residuos’ se vinculan los valores verdaderamente trascendentes, espirituales y
sagrados). Si la Iglesia ayer se las ingenió para construir en formas más o
menos artificiosas el símbolo del ‘Cristo Rey’, hoy en cambio lo ha sustituido
por el del ‘Cristo obrero’ (con referencia al período en el cual Jesús habría
trabajado como carpintero con el padre putativo, como si esto tuviese algún
tipo de conexión sensata con su misión salvífica), mediante una supina adhesión
al mito dominante (el ‘obrero’ es sacrosanto ¡ay de quien lo toca!). Las
teorías del jesuita Teilhard de Chardin, que ha acordado el catolicismo con el
cientificismo, el evolucionismo y el mito del progreso, si bien sus libros no
tengan todavía (ya lo tienen N. de la
Trad.) el imprimatur tienen una larga
lista de adeptos entre los católicos (otro síntoma significativo: para la
difusión del pensamiento de este jesuita sumamente ‘moderno’ se ha constituido
un comité internacional, bajo el patrocinio de María José, la esposa del
heredero al trono de Italia, Humberto II). Se ha visto al papa Roncalli acoger cordialmente
en audiencia a la hija de Kruscev con su digno esposo, olvidando así al mundo
del cual ellos son exponentes (y mientras tanto se lloriquea y ‘se reza’ por la
suerte de la ‘Iglesia del silencio’ en los países de régimen comunista). Si a
todo esto, como una digna coronación de un proceso, se le agrega la encíclica Pacem in terris y la no denunciada
orientación de centro-izquierda del mayor partido católico italiano, ¿hay que
asombrarse de que muchos católicos se hayan sentido liberados de tantos
escrúpulos ‘alineándose’ abiertamente con el comunismo?
La apoteosis que fue hecha a la
muerte de Juan XXIII desde los distintos lugares del planeta es sumamente
significativa; resulta en verdad deplorable que a la misma se haya asociado de
manera por demás conformista la misma prensa de carácter nacional y
neofascista. A dicha prensa por supuesto que nosotros no le hubiéramos
solicitado de hablar ásperamente de un muerto, pero se tendrían que haber
efectuado precisas reservas para romper la uniformidad del coro de himnos, que
no ha estado naturalmente privada de influencia en la decisión del cónclave en
la elección del cardenal Montini (Paulo VI). Las buenas intenciones, la bondad
y el humanitarismo del papa podrían haber sido reconocidos, sin que ello
impidiese reconocer también la ingenuidad casi infantil de una mente embebida
de ideas democráticas y progresistas (el difunto papa en sus tiempos había sido
entre otras cosas muy amigo de Ernesto Buonaiuti, sacerdote excomulgado de
ideas modernistas y socializantes, y por supuesto antifascista). Así pues el
tema dominante de su última encíclica ha sido un optimismo que ha llevado a
juicios inverosímiles y peligrosísimos respecto del carácter positivo de un
grupo de ‘signos de los tiempos’. Además nos encontramos con ciertas
iniciativas que para rectificar sus efectos deletéreos, según los dichos de un
cardenal, ‘se necesitarían decenios’.
Ha trascendido que en el concilio
fue presentado un esquema respecto de las Sagradas Escrituras y la Tradición de
carácter abiertamente conservador; para poder rechazar tal esquema, de acuerdo
al procedimiento, faltaban un centenar de votos. El papa, por iniciativa
propia, lo hizo rechazar lo mismo e hizo elaborar en cambio un esquema nuevo.
Al comienzo del concilio se había manifestado ‘en contra de todos estos
profetas de la desventura que dicen que todo va de mal en peor… como si nos
estuviésemos aproximando al fin del mundo’.
Hemos recibido un librito de un
grupo de católicos franceses que expresan sus más serias preocupaciones en el
caso de que en el concilio la línea propiciada por el papa Roncalli sea
mantenida (el título del opúsculo es nada menos que ‘SOS Concile’) Este grupo ha podido procurarse uno de los nuevos
esquemas respecto de la materia del concilio, lo ha traducido del latín y lo ha
comentado para mostrar las estridentes contradicciones de muchas ideas expuestas
en el mismo respecto de las de los Evangelios. Justamente, en lo relativo a los
tiempos últimos, los Evangelios, por ejemplo, son explícitos: ellos hablan del
período de los falsos profetas, de la seducción de las masas, e incluso de la
llegada del Anticristo y de la separación definitiva entre dos partes de la
humanidad. Es exactamente lo contrario de la concepción progresista de la
actual humanidad que se encaminaría en manera continua hacia un mundo siempre
mejor. Por lo demás, aparte de las pinturas mitológico-apocalípticas de fuertes
tintes en los Evangelios, una muy diferente interpretación de los ‘signos’ de
los tiempos de la época actual como ‘edad oscura’, a pesar de todos sus
esplendores, es algo común a una serie de escritores actuales de mirada aguda.
Se puede partir del existencialista católico Gabriel Marcel (L’homme contre l’humain) hasta René
Guénon (Le règne de la quantité et les
signes des tempes). La mayor luz que, teóricamente, debería haber sido
infundida por el Espíritu Santo a un pontífice en este caso parece haber
servido para muy poco.
La idea de que el bienestar y el
progreso material y social, tal como se afirma en aquel esquema y como ha
pretendido el mismo papa Roncalli, posibiliten el verdadero progreso moral y
espiritual, no puede encontrar base alguna en los Evangelios y el nivel
espiritual efectivo de los pueblos que más han ‘progresado’ (por ejemplo los
Estados Unidos o Alemania occidental) así lo confirman. El ‘signo de los
tiempos’, juzgado como positivo, del ascenso de la clase trabajadora (además
que de la mujer) es otra pura concesión a la mentalidad socialista, e incluso
proletaria. En aquella crítica de los católicos franceses es recordado
oportunamente que, de acuerdo a la concepción católica, el trabajo es tan sólo
una especie de oscuro castigo, consecuencia de la ‘caída’, y que en la teología
moral católica tradicional es aprobado tan sólo aquel trabajo que corresponde a
una verdadera vocación y a las puras necesidades del propio estado, por afuera
de cualquier manía por salir de tal estado a cualquier precio y por querer
‘ascender’, lo cual es justamente lo opuesto de las posturas actuales.
Gravísimas han sido en la
Encíclica Pacem in terris las
consecuencias de aquello que debe denominarse (en un sentido casi
psicoanalítico) como el ‘complejo de la paz’, y justamente el lugar acordado al
mismo va al encuentro de la humana debilidad y ha sido una de las causas de la
gran popularidad adquirida por el papa Roncalli (‘el papa de la paz’). Pero
aquí las cosas deben ser puestas en su justo lugar. El punto de partida es
naturalmente el espectro de la guerra atómica con una completa autodestrucción
de la humanidad. Resulta obvio que si este espectro pudiese ser exorcizado de
manera positiva, sería algo confortante (aunque no deba excluirse tampoco la
posibilidad de una guerra no atómica, del mismo modo que ni siquiera en las
consecuencias más extremas de la última guerra mundial ninguna de las naciones
beligerantes recurrió a la guerra química). Sin embargo cuando están en juego
valores supremos, justamente los representantes de la autoridad espiritual
deberían formular un non possumus
incluso en casos extremos. En efecto, respecto de la paz, debe preguntarse
primeramente para qué cosa debe servir
la paz: si es para convertir las cosas en más fáciles a los millones de
seres colectivizados que penan en el paraíso terrestre marxista-leninista o,
por la otra parte, a los otros millones que piensan tan sólo en alimentarse,
beber, acumular electrodomésticos y embrutecerse de diferente manera en el
clima de la prosperity ‘occidental’,
¿de qué sirve esa paz?
Se nos suelen recordar aquí las
palabras de Cristo: “Yo les dejo mi paz, os doy mi paz” aunque sin dar el mismo
relieve al resto de la frase, es más callándola: “Pero no os la doy como el mundo
la da…”. La idea verdadera aquí es la de aquella paz que es sinónimo de calma,
de firmeza interior, de mantenerse de pie incluso en medio de las catástrofes.
Y es sobre ésta que hubiéramos
querido escuchar hablar, en vez que del ‘complejo de la paz’ que, en un
espíritu totalmente profano (la paz que ‘el mundo’ puede dar), puede convertir
a alguien en indulgente respecto de compromisos, acomodamientos, transacciones e
ilusorias distensiones: casi como si la distancia que separa las posturas de
una doctrina político social con fundamentos verdaderamente espirituales y con
el reconocimiento de los verdaderos valores de la persona y por ejemplo las de
las ideologías ateas y antireligiosas del ‘Oriente’ y de los acólitos del
‘Oriente’ no fuese mayor de la distancia que en otros casos y en otros tiempos
hizo en modo tal que la Iglesia opusiese, aun a costa de persecuciones, su
decidido non possumus. De este modo
no se olvide nunca que es también del Cristo el dicho de haber venido a la
tierra para traer no la paz sino la guerra (‘la espada’) y la división incluso
entre aquellos que tienen la misma sangre, con referencia a precisos frentes
espirituales (Mat. X, 34-35; Luc. XII, 49, 52). Y el gesto del Cristo
que expulsa a latigazos a los mercaderes del templo (deberíamos agregar: “y de
las proximidades del templo”), hoy parecería más actual que nunca, con relación
a los partidos que se proclaman católicos, pero que van del brazo con masones y
con radicales, que se ‘abren a la izquierda’ y que prosperan en el clima de una
inaudita corrupción del régimen parlamentario democrático de los politiqueros
aprovechadores.
No está aun del todo clara la
orientación que, aparte de sus antecedentes sospechosos, el cardenal Montini
(Paulo VI), en cuanto papa, elegirá. (Lamentablemente
ya lo sabemos, así como también ya conocemos la línea por igual moderna seguida
por sus sucesores Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, pero no está demás
ver cuáles eran las expectativas en el momento de asumir el nuevo papa de ese
entonces. N. de la Trad.).¿Seguirá las huellas de su predecesor tan
aclamado? Quo vadis, ecclesia? La
alternativa es justamente ir al encuentro lo más posible del ‘mundo moderno’,
con el desconocimiento (típico en el papa Roncalli) del lado negativo de sus
corrientes predominantes, las cuales no hacen pensar en ningún optimismo,
dejando a un lado la lección muchas veces impartida por la historia, es decir
que se ha ilusionado de poder dirigir las fuerzas de la subversión secundando
en cierta manera el curso de las mismas y terminando así siendo arrastrado por
éstas. O de lo contrario la enérgica reacción, una intransigente toma de
posición bajo el signo de los valores espirituales sacros y trascendentes, lo
cual no podría no conducir también a una revisión radical de las relaciones con
aquel partido mayoritario que en Italia abusa del calificativo de ‘católico’ y
que hace de todo para preparar en forma irresponsable el camino hacia el
comunismo. Daría esto como consecuencia también la posibilidad de una nueva
concentración de fuerzas verdaderamente anticomunistas.
Lamentablemente no hay muchas
razones para sentirse optimistas en lo relativo no sólo de una elección positiva
ante esta alternativa, es decir de un valeroso cambio de rumbo por parte de la
Iglesia, sino también la voluntad de reconocer y hacer frente decididamente al
problema, no obedeciendo a ninguna sugestión de los tiempos. Al encontrarse las
cosas de esta manera, pensaremos que a las fuerzas de Derecha se les impone
mantener una precisa distancia, por más desagradable que ello pueda parecer.
Como nosotros no podemos aprobar la ya inútil apelación táctica a los valores
católicos en las campañas electorales, dado el plano en el cual se ha
descendido y la facilidad, por parte de las fuerzas opuestas de influir en
cambio sobre el catolicismo ‘progresista’, democrático y ‘social’, de modo tal
que no sabríamos tampoco aprobar a ciertos grupos ‘tradicionalistas’ que se
obstinan en valorizaciones enclenques que se encuentran en verdad privadas de
cualquier sentido cuando respecto de las mismas no es asumida la iniciativa en
las altas jerarquías, por parte de aquellos que en la Iglesia revisten una
autoridad.
El que conoce nuestras obras sabe
también la postura que, desde el punto de vista tradicional y de filosofía de la
historia, tenemos frente al catolicismo. Hemos tenido ocasión de decir que “quien
es tradicional siendo católico, sólo es tradicional a medias”. Sin embargo en
nuestro sumamente reciente libro Los
hombres y las ruinas habíamos dicho: “Si hoy el catolicismo, sintiendo que
se aproximan tiempos decisivos, tuviese la fuerza de separase en verdad del
plano de lo contingente y siguiese una línea de alta ascesis, si el mismo,
justamente sobre tal base, casi retomando aquel espíritu del mejor Medioevo
cruzado, hiciera de la fe el alma de un bloque armado de fuerzas, compacto e
irresistible, dirigido contra las corrientes del caos, de la decadencia, de la
subversión y del materialismo político del mundo actual, por cierto, en tal caso para una elección de parte nuestra no podrían
existir dudas. Pero lamentablemente las cosas no se encuentran de esta
manera”. Si por lo tanto no llegara a verificarse un cambio sustancial, si el
desarrollo involutivo del cual en estas notas nuestras hemos indicado algunos
aspectos, continuara su curso, será necesario por lo tanto actuar en
consecuencia, renunciar a uno de los factores que de otra forma habría podido
tener un papel sin dudas fundamental (dadas las tradiciones subsistentes en
varios estratos del pueblo italiano) y decidirse a seguir una línea
independiente (nos referimos a los partidos ‘nacionales’ o de Derecha): línea
por lo demás difícil, pero por lo menos clara y sin compromisos.
2 comentarios:
Interesante. ¿Cuál es el texto fuente?
Gracias.
En el comienzo del texto está citada la fuente.
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