LA DESINTEGRACION DEL ESTADO MODERNO
En
los últimos tiempos se ha acelerado la involución y caída del estado moderno
que ya ha llegado a un grado de disolución próximo a la desintegración. El
hombre moderno no percibe esto, pero no escapa esta situación a los que sostenemos
el punto de vista tradicional. Para la TRADICIÓN el Estado es el intermediario
entre el cielo y la tierra, cuyo origen
es una sociedad de varones destinada a conducir las almas hacia lo
trascendente. Cuando vemos lo que es el estado hoy día no podemos menos que
advertir el abismo en que se ha caído.
La
manifestación visible y contundente del estado moderno se manifiesta en
occidente a partir de la revolución francesa, y se edifica sobre la base del
liberalismo, del constitucionalismo y la división del gobierno en los poderes
ejecutivo, legislativo y judicial, siendo los partidos políticos y el sufragio
universal la forma en que los ciudadanos encausan su participación en la
sociedad.
Pero hoy día vemos como esta arquitectura se ha vuelto totalmente
ficticia e irreal, y nos atrevemos a decir que se ha derrumbado. Ante tal
destrucción han ido apareciendo poderes sectoriales que no responden a un
centro sino a intereses parciales y que se sobreponen al poder gubernamental. Los primeros en aparecer en Occidente
fueron el de la Iglesia y el militar. El
primero de ellos con la pretensión de monopolizar la autoridad espiritual,
relegando al Estado a un mero administrador del bien común, si bien éste
todavía presentaba aspectos tradicionales, la tarea de demolición ya había
empezado. El poder militar quedó sin sostén religioso y tenemos entonces a las
monarquías absolutas, y el proceso siguió avanzando.
Con la revolución francesa comienzan a aparecer otros poderes sectoriales:
el de los empresarios y el de los trabajadores. Tenemos entonces por un lado,
al actual poder financiero, del dinero y
de la economía, y por el otro al de los sindicatos.
Y
sigue la lista de poderes. Tenemos entonces al poder de los medios de comunicación
de plena actualidad encargado de dominar las mentes y los corazones del hombre
común, que se cree libre. Y por si fuera poco en la Argentina ha nacido el poder
policial. Una huelga de policías dejó las calles a disposición de saqueadores y
toda clase de delincuentes, sin que faltara gente común que aprovechara para el
robo, violencia de por medio. Esto sumió al país en el caos atemorizando tanto
al gobierno como a la oposición. Las instituciones democráticas fueron
desbordadas y se mostraron incapaces de una rápida respuesta. La ficción del
Estado de derecho liberal burgués mostró su desnudez, el castillo de naipes se
derrumbó, y en el horizonte asoma el caos. Es cuestión de tiempo.
Tal vez escribimos esto bajo la impresión de lo ocurrido en la
Argentina, pero en mayor o menor medida, más tarde o más temprano, Occidente se
encamina hacia esto.
Otro hecho sintomático de la degradación del estado moderno lo tenemos
en el Uruguay en dónde se sancionó una ley que otorga al estado el monopolio en
la producción y comercialización de la marihuana. El pretexto fue que como no
se podía ya combatir el tráfico de drogas lo mejor era que el estado se hiciera
con él. O sea que para combatir a un delito el Estado asume el monopolio de
cometerlo él. Y otras democracias sin duda alguna seguirán este camino. El
estado no solamente es asaltado por todos los poderes que hemos enumerado, sino
que él mismo fomenta la disolución de la sociedad.
Los
poderes mencionados, a saber: el eclesiástico, el militar, el de los
empresarios, el de los sindicatos, el de los medios de comunicación y el
policial, con algunas reyertas entre
ellos, todos coinciden y no cuestionan la globalización actual de signo
materialista y economicista en cuyo horizonte asoma un gobierno mundial que ya
se impone a los estados nacionales tal como se desarrollaron durante los siglos
XIX y XX.
Únicamente
una globalización de signo inverso, orientada por lo alto, con valores
metafísicos, religiosos, tradicionales y supranacionales, podrá revertir la
situación.
San Carlos de Bariloche, 17 de diciembre del
2013.
JULIÁN
RAMÍREZ
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