I-
LA MUJER TRATA DE VALER LO MISMO QUE EL HOMBRE
Por Julius Evola
El
episodio que comentaremos sirve como un síntoma de lo que está sucediendo hoy
en día. Recientemente tuvimos ocasión de escuchar una audición radial en la
cual participaba un notorio periodista, Miguel Galdieri, quien presentaba a
nuevos poetas. Entre ellos había varias poetisas. Pero Galdieri manifestó
entonces que la palabra ‘poetisa’ ya se encontraba superada. Así como se
reconoció como una cosa conveniente denominar ‘embajador’ a la señora Luce, de
la misma manera explicó que él llama arquitecto y no arquitecta a su sobrina y
que por lo tanto no iba a hablar de ‘poetisas’, sino de poetas, poniendo a un
lado tales ‘sofismas gramaticales’.
El
asunto nos sorprendió sobremanera puesto que Galdieri es de una región del país
en la cual en materia de sexos, si Dios así lo quiere, aun no se es ‘modernos’.
No entraremos para refutarlo preguntándole si al ver a una joven del estilo de
Sofía Loren en un reducido traje de baño al lado de un hombre que se encuentra
en orden con su condición, reputase que toda diferencia entre los sexos se
reduzca a un mero sofisma gramatical totalmente soslayable. Permaneceremos en
cambio en el campo de las denominaciones para señalar diferentes equívocos.
Es
posible, y agregaríamos deseable, que al denominar a la Sra. Luce embajador y
no embajadora, no se hayan temido tanto susceptibilidades feministas, sino que
se haya tenido simplemente presente el hecho de que en el uso corriente del
lenguaje ‘embajadora’ significa la mujer del embajador y no una mujer que
cumple con la función de embajador. Pero nadie hasta ahora ha pensado en denominar
profesor a una profesora o doctor a una doctora. Sin embargo es justamente en
el campo de las profesiones en las cuales el acceso a la mujer es un hecho
relativamente más reciente, que por una especie de complejo de inferioridad se
tiende a masculinizar el título: existen abogadas que por ejemplo consideran
algo desagradable y discriminatorio no ser llamadas ‘abogados’.
En
realidad, para subrayar tan sólo la cualidad ‘neutra’ de ciertas profesiones,
sería necesario que nuestra lengua tuviese, del mismo modo que la alemana, un
artículo neutro, junto al masculino y el femenino. Puesto que si fuese en
cambio con intención que por ejemplo se habla en masculino de la profesión de ‘abogado’
en vez que ‘abogada’, es evidente que en el fondo se arriba a lo opuesto de la
tesis feminista: es decir, se sigue considerando como masculina la esencia de
algunas ocupaciones, sean éstas ejercidas también por las mujeres.
El tan
trillado ‘problema de la mujer’ es un asunto muy antiguo, que en forma
equivocada hoy se considera superado. Para toda persona dotada de una adecuada
capacidad de discernir algunos puntos tienen que permanecer firmes. Todo ser
humano se compone de dos partes. La una externa, racional, social, práctica; la
otra profunda, esencial. La una podría definirse como su máscara, la otra como
su rostro. La primera se trata de algo en gran medida construido y adquirido.
La misma se define con dotes ‘neutras’ y generales. La segunda es la naturaleza
propia de cada uno, su verdadera personalidad. En los individuos, una u otra
parte de su ser puede ser en mayor o menor medida desarrollada. Pero ello no se
encuentra sin relación con el tipo de civilización en la cual ellos viven.
Existen
en efecto civilizaciones que dan preeminencia a todo lo que es práctico,
exterior, cerebral, adquirible, no cualitativo. En tal civilización es fatal
que por una hipertrofia del aspecto ‘máscara’ (de la individualidad externa) en
detrimento del ‘rostro’ (la personalidad verdadera) siempre menos en la misma sean
requeridas las cualidades condicionadas por el propio ser más profundo, de
aquello que hace en modo tal que un determinado ser sea propio de aquel ser y
no de otro; en suma, justamente lo que es relativo a la ‘personalidad’. En tal
contexto masificador también las diferencias entre los sexos se convierten como
irrelevantes y secundarias. Ahora bien, la civilización moderna es justamente
de este tipo, y justamente por ser de tal tipo las mujeres han invadido casi
todos los campos. En efecto, debido a tal primacía de lo práctico, lo cerebral,
la estandarización y tecnificación de casi todas las ocupaciones modernas, ya
no se ve por qué éstas deben ser más monopolio de los hombres. Considerando lo
que se requiera para ello también las mujeres con un poco de buena voluntad y
aplicación, pueden ponerse a la par. Es justamente lo que está sucediendo, en
especial en aquellos países en donde el verbo de la democracia absoluta reina
en forma soberana.
Pero en
cuanto al significado interno de estas ‘conquistas’ femeninas, no nos debemos
ilusionar: representa un significado de renuncia. Ya en lo relativo al
feminismo se ha dicho justamente que el mismo no ha realmente combatido por los
‘derechos de la mujer’, sino que en cambio, sin darse cuenta de ello, por el derecho
de la mujer de hacerse igual al hombre, es decir por el derecho de la mujer a
desnaturalizarse, a traicionarse a sí misma. Resulta curioso que la mujer
moderna no haya para nada entendido que en el hecho de no soportar y considerar
como casi ofensivo el ser considerada como ‘solamente mujer’, la misma ha
demostrado un verdadero complejo de inferioridad, ella misma ha pronunciado inconscientemente
un juicio injusto y negativo sobre la femineidad: lo cual es lo opuesto a toda
verdadera reivindicación relativa a lo que ella es, justamente, en cuanto mujer
y no hombre. Y un reflejo residual de esta actitud errada y renunciataria se lo
tiene justamente en el rechazo a que las denominaciones de las mismas profesiones,
en sí mismas ‘neutras’ estén en cambio en femenino, es decir recuerden de
cualquier manera el hecho de ser mujer, en vez de estar en masculino.
Para
ser anacrónicos como somos nosotros, mientras que se continúe en esta línea,
más que dirigirnos hacia una sociedad más ‘evolucionada’, se va hacia una
civilización de los ‘sin casta’, los parias: puesto que así deberían ser
llamados por analogía, aquellos que no son más fieles a sí mismos, a su propia
naturaleza más profunda, a la que siempre le corresponden funciones específicas
y vocaciones no permutables. No se entiende que es en el ser, en ambicionar ser
tan sólo mujer y no en cambio descendiendo al plano en donde las diferencias
son borradas o no son más solicitadas, que la mujer puede valer exactamente lo
mismo que el hombre, e incluso más, por la misma razón que un campesino fiel a
su tierra que cumple plenamente su función es superior a un príncipe incapaz de realizar
la propia.
Todo
esto es una cuestión de sensibilidad: de una sensibilidad que hoy tiende cada
vez más a desaparecer.
(Roma, 1955)
II-
SEGUNDO FEMINISMO: LA MUJER QUIERE VALER MÁS QUE EL
HOMBRE
Días pasados hacíamos notar en otra nota que la actual mujer que hoy en día ejerce el cargo de presidente de la república en la Argentina, muy conocida como paladín (o paladina) de los derechos femeninos, ha enfatizado en la necesidad de ser denominada presidenta y no presidente como alguno le solicitaba. A diferencia de la ‘embajadora’ que suele ser la esposa del embajador, el nombre que se le daba a la esposa del presidente varón no era presidenta, sino primera dama, por lo cual haber asumido en tal caso esta denominación no significa que la Sra. Kirchner haya querido desvalorizar con ello la función femenina y ‘discriminarla’ así como inferior, tal como se manifestaba en el feminismo acotado por Evola, sino que tal medida en vez representa un síntoma claro de que ha habido un cambio notorio en tal movimiento.
Evola conoció solamente una forma de feminismo, aquel que decía que la
mujer quiere llegar a ser igual que el hombre. Ahora ha surgido uno nuevo que
curiosamente parece estar de acuerdo con lo que dijera el Maestro cuando
manifestara que “el mismo no ha realmente
combatido por los ‘derechos de la mujer’, sino que en cambio, sin darse cuenta
de ello, por el derecho de la mujer de hacerse igual al hombre, es decir por el
derecho de la mujer a desnaturalizarse, a traicionarse a sí misma.”
Justamente el nuevo feminismo hoy dice que haber sostenido tal igualdad ha sido
en verdad una trampa que nos ha impuesto un tipo de sociedad sustentada en
valores ‘machistas’ (palabra ésta muy emparentada fonéticamente con fachista),
la cual de esta forma ha logrado disolver lo propio de la mujer y someterla de
una nueva manera haciéndole creer que es libre cuando en vez lo que ha hecho ha sido asumir pasivamente las pautas y
principios de una sociedad construida por los varones.
Este feminismo es en el fondo supremacista, considera que la mujer no es
igual, sino que es en el fondo superior al hombre y que el mundo puede sobrevivir y perdurar
solamente si se aparta de los valores propios de lo masculino para asumir en
cambio los femeninos. Supone así una lucha dialéctica entre hombre y mujer o
entre valores femeninos y masculinos. Los primeros dan primacía a la
naturaleza, a la paz, a la vida, los segundos en cambio dan primacía a la
cultura, a la guerra, y por lo tanto a la muerte y la destrucción de nuestra
especie. Pero habría que destacar al respecto que paradojalmente tales valores
femíneos no fueron creados propiamente por mujeres sino por hombres que han
expresado tales cosas. Fue Engels quien en su obra El origen de la Sociedad, la familia y el Estado sostenía la primacía y superioridad de la sociedad matriarcal por
sobre la patriarcal, siendo el comunismo un retorno hacia la misma, considerado
como un orden sin guerras y de paz vacuna. Pero no solamente desde la izquierda
se ha notado esta exaltación de la superioridad femínea. Autores como Miguel
Serrano, en su obra Manú o el hombre que vendrá, hacen notar también la
superioridad de la inteligencia femenina sobre la masculina, considerándola más
desarrollada y como parte integrante del nuevo tipo de ‘superhombre’.
Esta nueva forma de feminismo, que Evola no padeciera en su tiempo, sin
embargo era anticipada en su texto Rebelión… relativo a la lucha entre
matriarcado y patriarcado como origen de las civilizaciones. A diferencia de Engels,
Evola considera que la civilización patriarcal es anterior a la matriarcal y
que el matriarcado sobreviene como una caída y no como una superación. Que lo
propio de tal sociedad originaria era sostener lo que es más que vida como
superior a la mera existencia material y física. Que la guerra tenía tal
sentido heroico de superación. Que en este tipo de sociedad la mujer alcanzaba
tal dimensión superior a través del accionar del hombre, por lo cual femenino y
masculino eran concebidos tradicionalmente como dos formas diferentes de
relacionarse con lo superior, uno de manera directa y otro indirecta.
Finalmente digamos que la rebelión que esta nueva modalidad de feminismo
efectúa en contra de la denominada ‘sociedad machista’ no es propiamente en
contra de lo patriarcal sino en contra de una sociedad que, en tanto moderna,
ha degradado a un plano exclusivamente material la función viril.
M.G.
20/02/14
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