LOS PRINCIPIOS TRADICIONALES FRENTE A LO CONTINGENTE
Hoy día se ha distorsionado
tanto el sentido superior de la palabra “política” que para el común de las
personas significa negociar, buscar el consenso y hacer concesiones, cuando no
de actividad deleznable y casi delincuencial, esto último con una base
razonable dadas las conductas y actividades de lo se llama la clase dirigente y
sus partidos.
Pero hoy queremos ocuparnos
de la primera actitud: la que considera normal que los políticos negocien, sean
dúctiles, hábiles y maleables y atiendan a lo que se considera equivocadamente
que es la “realidad“. ¿Pero de qué
realidad se habla? En el lenguaje moderno se considera tal a lo material, lo
físico, lo corpóreo. Se ignora totalmente el aspecto sutil e invisible de una realidad
superior, se ignora lo sobrenatural, lo metafísico y lo religioso, y es
expresamente este aspecto superior de la realidad lo que nos recuerda siempre
la Tradición.
Son los principios
tradicionales los que deben guiar la gran política, la que a través del Estado
Tradicional une el Cielo con la Tierra. Cuando estos principios están ausentes
toda referencia apunta a lo contingente, es decir, a lo que no existe por sí
mismo sino que depende de otro.
Vemos así como la política moderna
tiene como puntos de referencia a la
economía, el nacionalismo, la raza, la geopolítica. el consumismo y el
hipotético bienestar del pueblo a quien se promete poco menos que el paraíso en
la tierra. Todos estos puntos de vista son esencialmente naturalistas y por lo
tanto contingentes y productos del devenir histórico. Por el contrario la
Tradición nos remite a lo que es válido en todo lugar, para todos y para
siempre y esto es lo que está ausente en la política del mundo moderno, en una
civilización que ha perdido toda visión de lo alto y día a día se sumerge en el
caos y el desorden.
Hoy se alaba al político
exitoso, pragmático, maniobrero, que se mueve siempre en la coyuntura, y que no
atiende a principio alguno, sometido siempre a lo que él cree que es la
realidad. En mi país, la Argentina, tuvimos un político que ha dejado mucha
escuela: me refiero al general Perón tres veces electo presidente de la
república, que nunca se cansaba de repetir que
“la única verdad es la realidad”. Para él la realidad era el mundo
fáctico que lo rodeaba, la guerra fría, la economía y trataba de mantener un
equilibrio que llamó tercera posición que de ninguna manera superaba las falsas alternativas del mundo moderno. Su
fracaso fue rotundo puesto que respetaba las pautas generales de la modernidad,
pero su repetida frase de que la realidad es la única verdad hizo escuela en
sus seguidores y en muchos que no lo eran.
Hay personas que en
principio aceptan las verdades tradicionales pero se enredan con el mundo
moderno cuando creen que la democracia, las elecciones y los partidos políticos
son un marco de “realidad” insoslayable al cual hay que respetar y someterse.
Consciente o inconscientemente transan con la modernidad y pierden tratando de juntar votos con la creencia de que pueden
disputarle al enemigo la voluntad de masas totalmente dominadas por los medios
de comunicación y las influencias deletéreas del medio cultural.
La Tradición nos propone
otra cosa. En primer lugar una actitud principista de no transar ni negociar,
una dureza bárbara e intransigente contra el espíritu burgués conciliador y
femíneo. Muchos dirán que somos
maleducados y fanáticos. Pero eso es lo que necesita el mundo moderno. Gente
convencida y no mediocres verborrágicos.
San Carlos de Bariloche, 8 de
abril del 2014.
JULIÁN RAMÍREZ
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