EN VÍSPERAS DEL 40 ANIVERSARIO
EL CULTO POR LO ADOLESCENTE
La nota más característica de épocas terminales como la actual es el
fenómeno conocido como la inversión de
todos los valores. El mismo consiste en que aquellas cosas que, en
cualquier circunstancia normal y de acuerdo al más común de los sentidos aun
existente, han significado siempre algo obvio y necesario, en dichos períodos
de decadencia en cambio, en donde todo es puesto a discusión y en donde sobre todas
las cosas se ejerce ilimitadamente la duda y el esmero exacerbado por mostrarse
originales y llamativos, por el contrario son negadas en su esencialidad. Esto
lo vemos en manera abundante en los medios masivos de comunicación, los cuales
deberían ser calificados sin más como de ‘perversión’ o ‘corrupción’, en donde sus
principales exponentes, en tanto poseedores del más elevado ‘rating’ y en su condición de ‘formadores
de la opinión pública’, se destacan, junto a una exhibición de modales y
términos soeces y a un ejercicio exasperado y hasta obsesivo de mala educación
en el trato con las personas, lo cual para muchos de éstos sería signo de
desinhibición, cuando no de libertad, por una acción sistemática de burla y de
denostación de los principios más elementales de un orden social, de aquellos
sin los cuales el mismo dejaría de existir propiamente como tal para
convertirse en cambio en un conglomerado anónimo y masificado, más cercano
propiamente al mundo animal que al humano.
En otras oportunidades hemos puesto de relieve que términos y actividades
que en cualquier época significaron sin más cosas buenas y necesarias para el normal
funcionamiento de una sociedad, hoy son por el contrario rechazadas y
cuestionadas como si se tratase en cambio de notorios disvalores. Tal por
ejemplo lo acontecido con palabras tales como reprimir, autoridad, derecha,
aristocracia, formalidad, etc. que, tal como hemos demostrado hasta el
cansancio, son sinónimos de cosas no sólo buenas sino incluso indispensables
para el ejercicio de cualquier orden normal, pero que en una época enferma como
la actual son en cambio rechazadas y ridiculizadas.
Pero todos estos fenómenos y otros en el fondo son distintas
manifestaciones de una creencia más vasta que se funda en un verdadero culto
pervertido y concurrente que ha inundado también nuestros medios masivos y que se
ha impuesto ya como una moda difícil casi a esta altura del partido de poder
revertir simplemente por medios dialécticos. Nos referimos a lo que ha dado en
denominarse como el culto por la juventud y más específicamente por lo
adolescente. Ya hemos hecho notar en su momento cómo la sociedad actual
privilegia tal condición en tanto ya no la considera más de acuerdo a su
sentido etimológico, relativo a ‘adolecer’, a algo que debe ser completado,
perfeccionado y superado, sino por el contrario se parte aquí de la creencia opuesta
de que el hombre, cuando alcanza un determinado desarrollo de plenitud de sus
capacidades físicas y vitales, tal el fenómeno de la juventud y adolescencia, en
tanto que la ‘vida’ resulta el hecho principal y excluyente de la existencia, no
existiendo otra cosa superior que la supere y por la que haya que modificarla,
se trataría pues de privilegiarla y prolongarla haciéndola así durar el mayor
de los tiempos posibles y, en caso de que la ciencia en sus ‘progresos’ lo
llegara a permitir, perpetuarla en manera cuanto más definitiva. Y a su vez esta
veneración por lo joven y lo vital ha ido asociada también al fenómeno tan
usual en estos tiempos del culto por el deporte y por la superación de marcas y
distancias, en un orden en donde lo físico es el factor principal y excluyente.
Agreguemos además que, en tanto la sociedad actual le rinde culto al
adolescente, ha llegado a otorgarle derechos especiales que en cambio no poseen
hoy en día los adultos. Asociado todo ello a la acción democrática de denostar
la autoridad, a la que se considera en el fondo como un ejercicio retardatario de
castración de la plenitud vital y adolescente del hombre, en los actuales
sistemas escolares los alumnos han alcanzado privilegios de los que en cambio
carecen sus maestros, o más bien quienes deberían llegar a serlo en algún
momento. Por ejemplo días pasados, ante el hecho ostensible de un joven que
golpeó a un docente obligándolo a hospitalizarse, como castigo se le aplicaron
algunas reprimendas que pudieron llegar incluso al traslado de establecimiento
para evitar situaciones odiosas, pero no así a la expulsión del sistema escolar
puesto que hay una ley expresa que lo prohíbe, pudiendo darse el caso curioso
de un alumno que recorriese todas las escuelas ejerciendo violencia
indiscriminada, pero sin estar obligado a abandonar nunca sus traslados
sucesivos, los que podrían llegar a repetirse hasta el infinito. Esta situación
en cambio no se da con el educador, el cual, en caso de no ser
suficientemente bueno o ‘democrático’, a lo mejor si llegara por ejemplo a
defenderse de un ataque o aplicara una zurra a un endiosado adolescente, podría
pasar por la instancia sumarial e incluso ser exonerado del sistema. Siempre
dentro de este mismo contexto en otra circunstancia también hicimos ver que en
la reciente modificación de la ley electoral por la cual un adolescente podía
votar en igualdad de condiciones de una persona formada, sin embargo se le
había dado el privilegio especial de poder decidir hacerlo cuando lo quisiera
oportuno, no así en cambio un adulto al cual se lo puede multar y condenar en
caso de persistencia en ‘no cumplir con la ley del voto obligatorio’, pero tan
sólo para él.
A todo esto y como un efecto más de este proceso de degradación que ya
no tiene límites no podemos menos que constatar también que a esta moda por lo
joven se le debe asociar la de ciertos adultos que se esmeran por seguir siendo
adolescentes a cualquier precio, que se visten como tales en modo desaliñado y
rebelde, que usan sus léxicos habitualmente escasos, que se muestran groseros en
su lenguaje, en fin que sucumben a su función de adultos tratando de vivir en
un estado de juventud permanente, todo lo cual convierte en aun más patético y
dramático el panorama que hoy se vive.
Constatemos por contraste que en cualquier época normal por el
contrario se rendía culto al anciano, lo cual no era conceptuado como una mala
palabra o un menoscabo como en los tiempos actuales, sino como por el contrario como una verdadera situación
de mérito y de conquista. Por supuesto, como no era lo físico el factor que
regía lo real, se sabía distinguir entre un estado de decrepitud y el de una venerable
ancianidad. En tanto la vida no lo era todo, sino simplemente un tránsito hacia
algo superior, es decir una cosa que se debía alcanzar a transcurrir de la
mejor manera sin que produjese en nosotros mayores gastos o desgastes, haber
arribado a una edad superior no menoscabado espiritualmente, sino por el
contrario incrementado y multiplicado, era un signo de superioridad y
distinción, a diferencia por supuesto del decrépito que en cambio señalaba a
aquel hombre que no había podido superar su estado de juventud y que había sido
como arrastrado y absorbido por la vida a la que no había sido capaz de
doblegar, viviendo en un estado de permanente ansiedad y dolor respecto de la situación
perdida. Acotemos también que la palabra senado, que viene senex = anciano, más que con un mero cuerpo electivo como ahora, tenía
que ver con un consejo de sabios, de personas que habían sabido asociar con el
tiempo la fuerza y el vigor del impulso que los llevara a ingresar a esta vida
con la madurez y la experiencia que solamente pueden entregar los años. Hoy en
día en el mundo del caos estas cosas ya no existen, un senador puede ser
perfectamente un joven imberbe, alguien sin mayor experiencia y hasta
semialfabeto. Yo siempre recuerdo a un gran amigo y maestro que ya no está que
el día en que cumplía años se agregaba siempre el siguiente, a diferencia del común
de las personas que por el contrario, en razón del culto por la vida, tienden a disminuir o disimular su edad. Y nos
decía justamente que para él haber llegado en condiciones de lucidez
intelectual era una razón de orgullo que no debía estar ocultando, sino por el
contrario exaltar como un paradigma a imitar. Destaquemos finalmente que la
veneración del anciano no era simplemente en razón de su mayor sabiduría sino
porque, en tanto estaba más cerca de irse de esta vida, también se encontraba
en mayor proximidad respecto de la verdad y de aquello que se hallaba más allá
de ésta.
Marcos Ghio
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