jueves, 16 de octubre de 2014

GHIO: CUARTA TEORÍA POLÍTICA O TEORÍA POLÍTICA DE CUARTA

CUARTA TEORÍA POLÍTICA O TEORÍA POLÍTICA DE CUARTA


(Este artículo fue publicado originariamente en el nº 71 (septiembre noviembre de 2013) de la publicación El Fortín la que actualmente se encuentra fuera de internet. Debido al interés suscitado por la obra de Dugin en la Argentina, volvemos a publicarlo para aquellas personas que no lo haya leído)

En ocasión de haber concurrido un año atrás a un encuentro ‘evoliano’ en la ciudad brasileña de Curitiba y al habérseme obsequiado por parte del autor ruso Alejandro Dugin, allí presente, dos de sus principales obras traducidas al portugués, Geopolitica do mundomultipolar y A quarta teoria politica, henos aquí que, tras haberlas leído y en ocasión de haberse efectuado en estos días un encuentro sobre tales temas y con la concurrencia de panelistas de distintos países, procederemos a dar nuestra opinión.
Conocíamos ya el accionar del Sr. Dugin desde hacía aproximadamente 20 años cuando, en ocasión de haber concurrido a Europa para la presentación de la versión castellana de la principal obra de Julius Evola, Rebelión contra el mundo moderno, nos encontramos con que en los medios del fascismo europeo estaba de moda el aludido autor y su teoría de ese entonces, el nacional comunismo. No dejó de asombrarnos tal cosa en ese momento pues se notaba que el mismo, en el seno del ambiente fascista, intentaba reivindicar algo tan contrario a tal concepción doctrinaria como el comunismo bolchevique, y esto a pesar de su estrepitosa caída pocos años antes, acudiendo para ello a una serie de argumentaciones de lo más llamativas. Una de ellas consistía en señalar ciertos aspectos esotéricos presentes en el mismo, los cuales nunca terminaba de explicar bien y en segundo lugar pretendía ya en ese entonces hacer una síntesis espuria entre las doctrinas de Evola y de Carlos Marx, por el mero hecho de ser ambas contrarias a la burguesía, obviando el hecho de que ello es, tal como dijéramos en su momento, y en tanto se dejen a un lado las diferencias esenciales de perspectivas entre ambos, algo así como mezclar la Biblia con el calefón. Según Dugin sea el fascismo, al que vinculaba con la figura del maestro italiano, como el comunismo, en razón de su común sentimiento antiburgués, habían errado en confrontar entre sí y esta circunstancia había sido aprovechada por los EEUU, o el occidente liberal, que era el verdadero enemigo de ambos, el cual había procedido con habilidad eliminando a uno por vez para quedar así con las manos libres. Sin embargo, a pesar de sus evidentes simplificaciones, no podía menos que reconocer que ciertas posturas asumidas por Evola en vida y en general por la doctrina tradicional no cuadraban en nada con sus puntos de vista. Por ello los debía criticar manifestando que este último había errado en su análisis histórico al haber considerado que el comunismo era la última etapa de un ciclo, consistente en el gobierno de la cuarta casta o cuarto Estado. Nos decía que tal postura había demostrado ser incorrecta pues en realidad lo que había acontecido ahora era que, tras la reciente caída del muro de Berlín y la desaparición de tal sistema político, tal cosa no había sucedido, no había sobrevenido por lo tanto una nueva edad áurea, sino que lo que había acontecido era el retorno al tercer Estado, el anterior de la burguesía liberal, su gran enemigo. Por lo cual recababa la idea de que el comunismo no pertenecía propiamente al curso de la decadencia, sino en todo caso se trataba de un elemento que se le contraponía, siendo en cambio el principal enemigo el capitalismo representado por los EEUU. Demás está decir que en un folleto que editamos en su momento refutamos totalmente tal punto de vista antojadizo (1). Hicimos ver que Evola, que no era fatalista como Guénon, no hablaba de un fin de un ciclo con la caída del comunismo. Ni siquiera consideraba a éste como la etapa final, sino que hablaba de un Quinto Estado, el que nosotros calificamos en una obra ad hoc como Estado del paria, del sin casta, de la última etapa del devenir caracterizada propiamente por haber procedido no a un retorno sin más al liberalismo sino en haber constituido una síntesis entre ambos sistemas decadentes, tratándose así, por un lado, de un liberalismo que ha renunciado a su principal bandera, la libertad individual, para suplantarla por el estado de masificación que hoy vivimos y por el otro, de un comunismo que ha postergado incluso de palabra su principal consigna representada por la justicia social. El régimen hoy imperante en China, calificado como ‘comunismo de mercado’ es una clara y perceptible manifestación de tal síntesis ‘superadora’ de ambos sistemas que hoy estamos viviendo. Por lo cual representa un absurdo pleno hoy en día querer unificar comunismo con fascismo, sino que en cambio lo que debe hacerse es lo contrario exacto. Si el fascismo quería verdaderamente alcanzar la consecución de sus metas latentes, debía sin más asumir las banderas plenas del anticomunismo, de la misma manera que del anticapitalismo, enemigos gemelos y opuestos en un todo al mundo tradicional en tanto expresiones de materialismo y modernidad.
Por supuesto que el estado vacuno en que vive nuestra época, en pleno proceso de era del paria, en donde las verdades pueden tener el tamaño de un dirigible, pero en tanto se ha perdido la más mínima capacidad filosófica de asombro, pueden lo mismo pasar desapercibidas, hizo que mi texto fuese sepultado en el más crudo silencio y que el Sr. Dugin, que debemos reconocer que se trata de un hábil y entrenado operador, no tuvo necesidad alguna de refutarnos y hasta pudo en público comportarse respecto de mi persona como si jamás lo hubiese escrito ni leído. Antes de ello con el transcurso del tiempo también tuvimos ocasión de refutar otra de sus tantas convocatorias, esta vez dirigida a constituir, siempre con comunistas y fascistas, un gran frente antinorteamericano. Nosotros le contestamos en su momento que nuestro rechazo por los EEUU no podía ser nunca superior al que teníamos también por Rusia, países que nos resultaban por igual imperialistas y ello incluso antes de esa gran aberración que fuera el comunismo, pues tal como hiciera notar Evola, el mesianismo ruso separado de un universo de espiritualidad a partir del mismo zar Pedro el grande, representaba no solamente una de las tantas expresiones deletéreas de la modernidad, sino una expresión cabal de crudeza y crueldad superior incluso a la del mismo capitalismo liberal (2).
Demás está decir que una vez más nada de lo que escribimos entonces mereció ni siquiera la más tibia respuesta. Insistimos, el estado de tremenda degradación en la que se encuentra sumergido nuestro medio, incluso el pretendidamente alternativo y hasta en medida mayor, ha producido tales efectos por lo que, en tanto lo que prima es el miedo y la angustia suscitada por sentimientos de impotencia, en todos los planos, los hace sucumbir a la peor de las sugestiones modernas consistente en que se le dé mayor importancia al mero despliegue de poder que a la verdad de una idea. Y al respecto debe reconocerse que el Sr. Dugin sabe golpear con habilidad en los sentimientos hoy imperantes. Es suficiente con recorrer las páginas de ambas obras para darse cuenta de todo esto. El mismo título de una de ellas es una clara definición de tal estado de postración esencial. Por ejemplo allí se dice puntualmente que es imposible que una teoría política triunfe si no posee un ‘espacio geográfico’ que la respalde y le garantice alguna posibilidad de éxito. El triunfo de su famosa cuarta teoría política, de la cual hablaremos, se funda en que ‘Rusia se muestre dispuesta a cumplir con su misión histórica’ (Geopolítica… pg. 90) la que según el autor consistiría en constituir un mundo multipolar, pluralista a nivel cultural, a diferencia de los EEUU, que en cambio pretenderían hacerlo con un universo de uniformidad y globalización. Hay que ser muy desinformado, cuando directamente tonto, para no darse cuenta de que no solamente tal multipolarismo no va a suceder nunca, sino que la vez en la cual a Rusia le tocó ser una potencia hegemónica, y estamos hablando de cosas que pasaron hace apenas unos treinta años, los habitantes de los países que pertenecieron a tal bloque no solamente no fueron nunca ‘multipolares’, sino que incluso debieron arriesgar sus vidas para escaparse literalmente del mismo. Los que hemos recorrido los antiguos países de lo que fuera la Europa del Este, es decir los que formaron parte del paraíso multipolar que nos propone con candidez el Sr. Dugin, tenemos grabados en nuestra retina la interminable exhibición de tumbas de personas que dieron su vida para escaparse de tal sistema de esclavitud.
Es indudable, a partir de la lectura de tales obras que éste resulta ser el elemento más importante de toda la teoría política de Dugin. Se trata de una asunción sin más de la concepción geopolítica que tuviera su antecedente en el alemán Haushofer y que en su momento sirviera para dar un fundamento ideológico al nacionalismo prusiano de expansión imperialista. En este caso caprichosamente se quiere dividir al mundo entre dos contextos geográficos o imperios, el del mar y el de la tierra, los cuales estarían representados en un primer caso por los EEUU y en el segundo por Rusia principalmente. A los primeros se les asignan la casi totalidad de los males del planeta y al segundo en cambio la suma de todos los bienes que se conozcan. Pero de la misma manera que no se alcanza a entender por qué los que son marítimos serían unipolares y los terrícolas en cambio multipolares, tampoco se lo puede hacer respecto de por cuál razón los EEUU serían un imperio del mar y no también de la tierra. Y lo principal que habría que acotar aquí es que la concepción geopolítica que funda justamente en la geografía, es decir una dimensión material, lo que es en cambio una esfera propiamente espiritual como la política, no es tradicional y menos aun evoliana, sino que es directamente moderna. Se diferencia de otras concepciones, como el marxismo por ejemplo que considera que es en cambio la economía, otro factor material, el factor determinante. Estas incongruencias de las cuales está plagada la obra del Sr. Dugin, la que carece de la más mínima seriedad científica, se incrementan en el momento en el cual ingresamos de lleno a los fundamentos doctrinarios de lo que sería su original doctrina política. Él nos dice que en el mundo ha habido hasta ahora tres doctrinas políticas (liberalismo, comunismo y fascismo) que han enfocado un aspecto de la realidad fragmentado y que de lo que se trataría ahora sería de constituir una cuarta superadora. Error garrafal de entrada. En primer lugar que en su clasificación deja a un lado otras no menos importantes, como la doctrina social de la iglesia o la socialdemocracia, a la que pone en un mismo plano que el comunismo; del mismo modo que son sustancialmente diferentes sea el nazismo como el fascismo. El primero practicó el culto por el pueblo y la raza, el segundo en cambio puso su primacía en el Estado; diferencia por lo tanto fundamental. En segundo lugar, si tuviésemos que analizar tan sólo esas tres como se nos propone, tendríamos que decir que no poseen el mismo valor e importancia y que solamente el fascismo, en tanto dio primacía al Estado sobre la Nación, se aproxima a un ideal tradicional y evoliano. En tal sentido, a diferencia exacta de lo que afirma Dugin, consideramos que las doctrinas políticas serían en verdad dos y no cuatro como él dice en forma por demás antojadiza. Una moderna, en la cual se engloban especialmente el liberalismo y el marxismo y otra tradicional, que rescata lo mejor que ha podido darnos el fascismo. La primera es la que concibe a la simple vida, al tiempo y al devenir como el factor prioritario, la segunda en cambio considera como la meta esencial la supravida, la eternidad y lo que está más allá de la existencia. Ahora bien, queda perfectamente en claro que la ‘cuarta teoría política’, que por otro lado no es sino una cobertura ideológica de las pretensiones del imperialismo ruso, hoy representado por el tirano Putin, para ejercer un dominio universal, es abiertamente moderna y no tradicional. Esto, a pesar de todas las oscuridades y juegos de ambigüedades en las cuales ha ingresado en esta nueva faceta de su producción literaria. Se lo ve con claridad en su explícita adhesión a la filosofía del primer Heidegger (no del último que es un pensador abiertamente metafísico). El mundo, el tiempo, la muerte, son las tres dimensiones en las cuales el existencialista germano ha puesto el eje de su pensamiento filosófico. Un hombre no proyectado hacia lo que es más que vida y tiempo tales como la inmortalidad y lo eterno, que es lo propio de un orden tradicional, es pues el sustrato en el cual se enmarca la perspectiva abiertamente moderna de tal postura. Pero le agrega elementos aun más deletéreos, como ser la adhesión explícita por parte del Sr. Dugin a esa verdadera excrescencia que es hoy en día la postmodernidad, la que hemos calificado en su momento en alusión a tal tema, como expresión de un pensamiento último y propio de la era del paria (ver Marcos Ghio, En la era del paria, pgs. 145 y sig.). El postmoderno, a diferencia del moderno, es aquel que no solamente ha hecho abstracción de cualquier meta trascendente, sino que además renuncia a cualquier otra perspectiva que vaya más allá del aquí y el ahora. Se trata aquí de un mundo efímero, tan bien caracterizado por Evola en su nota sobre el hombre fugaz, que ha idealizado el mero presente, el que no es más que una línea ideal entre el futuro y el pasado que ya o aun no son, es decir que ha puesto su eje existencial en lo que es nada. Esto es perfectamente coherente con el heideggerismo en donde se hace la idealización del tiempo del ‘mundo’ y de la historia.
No es casual que esta vez, en su nuevo proyecto político filosófico, Dugin haya encontrado la proximidad de Alain de Benoist. Resaltemos una vez más que no es lo mismo que el primero pues en este último caso se trata de un escritor talentoso y en múltiples aspectos serio. Sin embargo hay elementos en que concuerdan. La adhesión a los movimientos postmodernos y correspondientes al peor Heidegger es común entre ambos, así como un desconocimiento supino en diferentes casos respecto del pensamiento evoliano. Benoist solía decir erradamente -y no lo ha corregido nunca- que Evola era un pensador fatalista respecto del devenir histórico, cosa en la que como vemos concuerda con Dugin. De todos modos nos resulta difícil poder imaginar por mucho tiempo tal compañía. No creemos que el francés quiera cumplir con el papel de ideólogo del Sr. Putin, lo cual lo desprestigiaría sobremanera. Pero en ambos casos son autores contrarios al pensamiento tradicional y evoliano por lo que resulta sumamente llamativo es que haya personas que se digan ‘evolianas’ y que organicen jornadas con tal nombre que al mismo tiempo adhieran a la geopolítica y a adefesios verdaderos como la cuarta teoría política. Hay que decirlo claramente: que se saquen de una vez por todas la careta y que dejen de engañar llamándose a sí mismos evolianos, si es que les queda algo de respeto por la figura del gran maestro romano.

Por último digamos que no resulta un hecho casual y una representación del carácter sintomático de la obra de Dugin no solamente su rechazo abierto y explícito por la figura de un luchador antimoderno como Osama Bin Laden, sino también su repudio por lo que él califica como la pre-modernidad, es decir queda claro entonces de que se trata sin más de un pensador anti-tradicional. (Ver A 4ª teoría política, pg. 143).

Marcos Ghio

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