jueves, 9 de abril de 2015

EVOLA: INTRODUCCIÓN A 'CRISIS DEL MUNDO MODERNO' DE RENÉ GUÉNON



En tiempo cercano se reeditará en nuestra lengua la fundamental obra de René Guénon, Crisis del mundo moderno. Esta vez la misma contará con la introducción de Julius Evola que saliera en su versión italiana por el mismo traducida. Es interesante destacar aquí cómo en esta introducción Evola, a diferencia de Guénon, se manifiesta pesimista con respecto de la superioridad que podría denotar el Oriente en materia de civilización tradicional respecto del Occidente. Y en todo caso si de lo que se trata es de asumir una concepción crudamente cíclica habría que decir que Oriente está hoy ingresando con más impulsos que el mismo Occidente degradado en aquello que hace a la más sórdida decadencia de la modernidad, cosa por la que este último ha transitado desde hace más tiempo y por lo tanto se encontraría más cerca del final que el Oriente tan mistificado por Guénon. Está pues clara aquí la idea de que en el mundo oriental, especialmente por lo que acontece en países como la India y en China (y agregaríamos también el Japón) es decir el universo del budismo y el brahamanismo la tradición se ha perdido al menos en la superficie, quedando quizás recluida en pequeños círculos carentes de cualquier influencia en el devenir histórico y social. Sin embargo tal cosa no habría acontecido totalmente en el mundo árabe musulmán, el cual solamente se encontraría, en el momento en que Evola escribío este texto, en estado de desorden el cual podría llegar a revertirse, tal como a nuestro entender acontece en nuestros días con fenómenos tales como el fundamentalismo.

INTRODUCCIÓN A 'CRISIS DEL MUNDO MODERNO' DE RENÉ GUÉNON


En la plenitud de su sentido la palabra ‘revolución’ comprende dos ideas: en primer lugar el de una rebelión en contra de una determinada situación; pero en otro sentido se trata de una idea de retorno, de conversión, por lo cual en el antiguo lenguaje astronómico la revolución de un astro significaba su retorno al punto de partida y su movimiento ordenado alrededor de un centro. Y bien, tomando el término ‘revolución’ en este sentido, puede decirse que en el mundo actual son pocos los libros que sean de manera tan resuelta ‘revolucionarios’ como los de René Guénon. En efecto, en ningún otro autor es tan decidida e inatenuada como en él la rebelión en contra de la moderna civilización moderna de carácter materialista, cientificista, democrática, profana e individualista. Pero, al mismo tiempo, en ningún otro autor de nuestros tiempos es tan precisa y consciente la exigencia de un retorno integral a aquellos principios que, por encontrase por encima del tiempo, no son ni de ayer ni de hoy, sino que presentan una perenne actualidad y un valor perenne de carácter normativo, constituyendo los presupuestos inmutables para toda grandeza humana y para todo tipo superior de civilización. Este segundo punto diferencia netamente a Guénon de todos aquellos que, desde hace un cierto tiempo, se han entregado a denunciar el ‘ocaso del Occidente’, la ‘crisis de la cultura moderna’ y así sucesivamente,  temas éstos que, luego del derrumbe acontecido con la segunda guerra mundial, se vuelven a presentar con renovada fuerza. En efecto todos ellos, sean Spengler, Massis, Keyserling. Benda, Ropps, Ortega y Gasset o Huizinga, vanamente se podría hallar un sistema de puntos de referencia que justifique y convierta en integral su crítica; las suyas no son sino reacciones confusas y parciales: a pesar de su carácter reaccionario y anacrónico. Y no hablemos luego del nivel sobre el cual se encuentran las denominadas tendencias ‘contestatarias’ contemporáneas con sus diferentes corifeos, partiendo de Marcuse y de Horkheimer. De todo esto no es el caso en Guénon. Es por tener una conciencia de lo que es positivo, pero en un sentido superior y normal que él ataca las diferentes formas del espíritu moderno. Y en él no se trata de ‘filosofía’ y de posturas en mayor o menor medida personales, sino de concepciones que se remiten a una tradición en el sentido más alto y universal del término. Se trata de todo un mundo que él vuelve a evocar como medida, mundo del cual el Occidente ya desde hace tiempo ha olvidado no solamente la dignidad, sino casi la misma posibilidad de existencia. Así en Guénon hay una acusación y al mismo tiempo un testimonio. Y en cuanto al estilo de él emanan totalmente todos aquellos elementos que permiten aparecer como ‘brillante’ e ‘interesante’, como para poder conquistarse al público corriente compuesto de literatos y de ‘intelectuales’. El punto de vista que él pretende defender no es el de la ‘novedad’ y de la ‘originalidad’, sino el de la verdad pura e inatenuada; y ésta es la razón no última por la cual, a pesar del nivel infinitamente diferente, Guénon, aun teniendo entre nosotros un número no irrelevante de lectores, no es conocido y leído como los autores antes mentados. Aquello que él dice de válido, es bueno repetirlo, no es un producto del pensamiento, sino que corresponde a lo que habría podido decir un hombre de los tiempos denominados por Vico como ‘heroicos’, un representante de una ‘conciencia de lo alto’: respecto de la cual no hay nada que discutir, sino que se trata de reconocer o rechazar, de decir que sí o que no.
La obra desarrollada por Guénon en una serie de libros es vasta y orgánica, y aquí no es el caso de asumir sus temas principales. Procediendo de un constante punto de vista, que es el ‘metafísico’ propio del ‘tradicionalismo integral’, la misma re refiere a los dominios más variados: símbolos, mitos, tradiciones primordiales, interpretación de la historia, morfología y crítica de las civilizaciones, iniciación, fenómenos religiosos y pseudoreligiosos, esoterismo, ciencia tradicional del ser humano, doctrina de la autoridad espiritual, etc. Todo esto que se encuentra en la obra que Guénon ha desarrollado con una preparación sin igual y con un método nuevo en tanto que es decididamente antimoderno, por tener como constante objeto la ‘tercera dimensión’ de una realidad que el lector percibirá que no ha conocido anteriormente, sino tan sólo de manera superficial. La presente obra es quizás aquella que a la mayoría puede servir como introducción al estudio de los otros libros de Guénon, en modo tal de conducir gradualmente a aquel que se siente con vocación para tener contactos directos con el mismo ‘espíritu tradicional’. Un cuidado especial por parte del autor ha sido el de no descuidar nada de lo que en lo relativo a sus principales ideas pudiese hacer surgir malentendidos. Sin embargo es posible que por la naturaleza misma de sus concepciones y por la necesidad de usar palabras lamentablemente influidas por un uso corriente diferente, en una lectura no atenta algún punto de este texto se preste a equívocos, los que es buenos que sean prevenidos aquí. En segundo lugar, aparte de los principios generales, hay formulaciones que convierten en oportunas algunas reservas, no siendo las únicas posibles partiendo de los mismos puntos de referencia, es decir de los de la Tradición. Para el primer punto, no será inútil subrayar que si Guénon declara que su punto de vista es ‘metafísico’, al término ‘metafísica’ no debe dársele el significado corriente otorgado por la filosofía moderna. Guénon usa al mismo tiempo en forma recurrente los términos ‘intelectualidad’ ‘élite intelectual’, ‘intuición intelectual’: esto tampoco nos tiene que llevar al equívoco, del mismo modo que no debe hacerlo cuando habla de ‘principios’ en un sentido que muchas veces podría hacernos pensar en el racionalismo. La elección no siempre muy feliz de tales términos no debe desviarnos de lo esencial. La referencia debe en realidad hacerse respecto de un orden esencialmente supraracional. El hablar de ‘intelectualidad’ puede justificarse tan sólo para hacer alusión con una analogía a una forma de participación, de realización y de contacto con contenidos superiores que posean caracteres de lucidez, de claridad, de ‘conocimiento’ en oposición a todo lo que es irracionalismo, confuso misticismo, intuicionismo instintivo y vitalista. En el sentido guénoniano, el orden ‘metafísico trasciende toda facultad simplemente humana: pero es real y nos podemos integrar al mismo cuando se sigan aquellas vías de superación de la condición humana en general que toda gran tradición ha siempre conocido y que nada tienen que ver con las especulaciones filosóficas y las divagaciones ‘espiritualistas’. Aquello que Guénon denomina ‘intelectualidad pura’ es una facultad a la cual le es dado, entre otras cosas, captar en una evidencia directa la unidad fundamental y trascendente de las enseñanzas, de los símbolos y de los principios que en las diferentes tradiciones históricas y en los diferentes pueblos han revestido formas variadas y a veces en apariencias incluso contrastantes. El tradicionalismo de Guénon es pues diferente  de aquello que comúnmente se entiende por tradición: se encuentra respecto de la misma en las mismas relaciones en las cuales lo universal se encuentra respecto de lo particular, lo idéntico y esencial respecto de las variedades contingentes de la una y la otra expresión. Al punto de vista de Guénon le es propia la valorización de una tradición que aun si fuese augusta, no por ello la misma tiene importancia por lo que tiene de cerrado y de particularista, sino por aquello que en la misma remite a un contenido metafísico presente también, en otras formas, en una mayor o menos integralidad, a toda otra tradición digna de tal nombre. Se trata de un tradicionalismo ‘esotérico’ y no empírico.
Un punto que en Guénon reclama sea clarificaciones como reservas se refiere al problema de las relaciones entre la contemplación y la acción. También el término contemplación puede generar un equívoco; dado su sentido corriente, a pocos puede sugerir aquello de lo cual se trata, es decir la positiva vía de retraimiento en la realidad metafísica, a la cual se ha hecho mención. Se pensará en vez en formas religiosas, alienadas respecto del mundo y la oposición declarada por Guénon entre contemplación y acción quizás reforzará el equívoco. La afirmación de la primacía del ‘conocimiento’, de la ‘contemplación’ y de la ‘intelectualidad’ por sobre la acción es en Guénon explícita. ¿Puede la misma valer sin reservas? De acuerdo a nosotros, tan sólo en la medida en que lo que es inferior y que debe ser subordinado sea la acción desconsagrada y materializada, aquella que puede definirse más bien como agitación y fiebre que como acción verdadera en cuanto a su ser privado de cualquier luz, de cualquier sentido verdadero, de cualquier principio: en suma, se trata aquí de la acción tal como ha sido concebida por el Occidente moderno. Pero desde el punto de vista de los principios la cuestión es más compleja y las posturas sostenidas por Guénon, sea en éste como en otros libros, se resienten más de su ‘ecuación personal’ que de deducciones unívocas recabadas de la doctrina tradicional integral. Para esclarecer este punto, que resulta esencial también para las relaciones entre el Oriente y el Occidente, hay que recordar que los dos símbolos de la contemplación y de la acción han estado siempre en relación, en forma respectiva, con el elemento sacerdotal y con el guerrero o regio. Ahora bien, es doctrina tradicional, admitida por el mismo Guénon, que en su origen los dos poderes, el sacerdotal y la realeza guerrera, eran una misma cosa. Tan sólo en forma sucesiva se arribó a un separación e incluso a una oposición. Pero si ello es así, sea el uno como el otro término, sea al sacerdocio como a la simple realeza, sea al ‘brahman’ como al ‘kshatram’, por lo tanto también sea a la contemplación como a la acción, debe reconocérseles un mismo carácter subordinado; ambos se encuentran a igual distancia del punto originario y en consecuencia, a nivel de los principios ninguno de los dos puede reivindicar una absoluta supremacía respecto del otro, y el uno como el otro puede ser susceptible de servir de base para una obra eventual de reintegración, de superación de la antítesis, de reconstrucción de la unidad originaria que es al mismo tiempo conocimiento y acción, sacralidad y virilidad guerrera. Ahora bien, la forma mentis que era propia de Guénon cual individuo le impidió reconocer en estos términos las consecuencias de una doctrina que él también admitía. De allí el carácter para él indiscutible de la tesis por él defendida respecto de la incondicionada primacía de la intelectualidad y de la contemplación; de allí también el desconocimiento de las posibilidades  que también el mundo de la acción (comprendido sin embargo en sentido tradicional y no en el moderno) contiene para una posible reintegración. Esta limitación incide, y de manera no irrelevante, sobre todo aquello que Guénon dice respecto de los presupuestos de una posible reconstrucción del Occidente. La tradición única, aun siendo una en su esencia, admite formas variadas de expresión y de realización en correspondencia con las disposiciones específicas de los pueblos para los cuales ella debe valer. Ahora bien Guénon reconoce que en los pueblos de Occidente predomina la tendencia hacia la acción. Si ello es así, no se ve cómo él pueda afirmar que la única forma de tradición que se hizo posible para el Occidente sea la de tipo religioso (entre otras cosas, ello puede valer sólo para una época relativamente reciente y prescindiendo del carácter complejo, no simplemente ‘religioso’, gibelino, del Medioevo occidental, y sin hablar de la romanidad antigua); en segundo lugar, aparece como problemático que, nuevamente, una tradición de tipo religioso y, en forma más general, una tradición a la cual le sea propia la afirmación de la primacía del conocimiento sobre la acción unilateralmente considerada sea la única base concebible en la eventualidad de una reconstrucción del Occidente. Es evidente que, en esta eventualidad, una tradición que, aun teniendo carácter metafísico, se vinculase a símbolos de la acción sería aquella que, por ser congenial con la calificación predominante en Occidente, podría actuar en forma eficaz y orgánicamente. Aunque sobrevendría el inconveniente de que se plantearía el problema de las formas tradicionales no extinguidas que por una obra  de tal tipo podrían ser utilizadas. Tal dificultad parecería menor en la otra alternativa, gracias a la subsistencia del catolicismo. Pero los condicionamientos que el mismo Guénon ha tenido que indicar para que el catolicismo pueda abocarse a tal tarea y propiciar una reconstrucción tradicional del Occidente son suficientes como para convencerse del carácter utópico de tal planteo. Por lo demás Guénon tuvo ocasión de confesarnos que la alusión al catolicismo él se había sentido obligado a hacerla, sin por ello ilusionarse demasiado respecto de las reacciones que podrían acontecer en los ambientes católicos. Las cuales efectivamente han sido totalmente negativas, debido a la dirección que ha predominado en Occidente y que hoy luego, en el contexto del clima del ‘aggiornamento modernista’, lo son más que nunca. Esto conduce a precisar también el concepto de la élite que podría actuar como centro para una eventual reconstrucción del Occidente. El término usado por Guénon es ‘élite intelectual’. Aun estableciendo las anteriores precisiones respecto del sentido especial dado por Guénon a la intelectualidad, aun considerando sus menciones a formas indirectas, invisibles e imponderables de acción de las que puede disponer una élite de tal tipo (como ha acontecido con ciertas sociedades secretas), no se puede evitar la impresión de algo abstracto o casi restringido a estudios y a teorías. Y donde se acepte aquello que se ha dicho respecto de la oportunidad de hacer valer para el Occidente, sobre todo una tradición  que tuviese como punto de partida a los símbolos de la acción, creemos que un concepto sumamente más apropiado sería el de Orden, tomando como ejemplo a las Órdenes que existieran sea en el Medioevo europeo, como en otras civilizaciones. En la Orden puede vivir una tradición incluso iniciática, aunque conjuntamente con una formación de carácter viril, que se expresa en un preciso estilo de vida y en un contacto más real con el mundo de la acción y de la historia. Es extraño que en las referencias múltiples que Guénon hace a civilizaciones tradicionales, en éste como en otros libros, el Japón sea totalmente descuidado. Esto una vez más debe explicarse con la idiosincrasia personal de Guénon, que en todo aquello que es tradición ha sido llevado a dar la preeminencia a un ideal de tipo brahamánico y de puro conocimiento. Ahora bien, hasta el día de ayer el Japón presentaba un modelo interesantísimo. El mismo se había modernizado en lo externo, para fines defensivos y de ataque, conservando sin embargo en lo interno una tradición milenaria; esta tradición, afín bajo múltiples aspectos con la del Sacro Romano Imperio, se centraba más en los símbolos de la acción, de la casta guerrera y de la realeza que en los sacerdotales, y justamente el concepto de Orden, como una aristocracia guerrera integrada por elementos sacrales y en algunos casos incluso iniciáticos (el Zen, además del Sintoísmo), tenía allí un papel importante, en especial en la casta de los Samurái que constituía la espina dorsal de aquella tradición.
Por último vale la pena mencionar el significado que hoy en día el Oriente puede tener para el Occidente. Tal como se verá, Guénon sustituye la antítesis Oriente-Occidente por la de mundo tradicional y mundo moderno. Las formas del mundo tradicional en efecto no difieren demasiado en Oriente y en Occidente, permaneciendo todas en igual medida opuestas a las propias de la civilización moderna. Guénon reputa que por un conjunto de circunstancias tales formas se han aun conservado en Oriente, mientras que en Occidente se han perdido; de allí su idea de que un contacto con el Oriente, en donde el espíritu tradicional se mantendría aun vivo, pueda servir al Occidente no para desnaturalizarse, sino para volver a encontrarse a sí mismo, para buscar de reconstruirse en una forma tradicional. Ahora bien, habría que preguntarse en qué lugar del Oriente la tradición se encuentra aun viva: China se ha perdido, la India se está nacionalizando y europeizando con un ritmo cada vez más creciente, los países árabes se encuentran en estado de desorden *. Consideramos que en lo relativo a la herencia tradicional no debemos remitirnos a epígonos o a grupos que no controlan más la vida histórica de las diferentes civilizaciones y que estarán destinados a convertirse cada vez más encerrados a los profanos y desapegados de lo que acontece en sus mismas naciones: esto sea dicho en lo relativo a lo que se refiere al problema de los contactos y de las influencias reales y no al simple conocimiento teórico de las doctrinas sapienciales antiguas, respecto de las cuales existe ya en Occidente una literatura sumamente vasta y accesible a todos con traducciones de todo tipo.
Por lo demás, justamente sobre la base de las ‘leyes cíclicas’ recordadas por Guénon, habría que preguntarse si el mismo Oriente no esté destinado a recorrer el mismo via crucis que del Occidente aun tradicional (hablamos de nuestro Medioevo) ha conducido a las formas de la civilización moderna y más aun a recorrer quizás todo ello con un ritmo sumamente más veloz (véase por ejemplo el caso de China). Entonces habría que preguntarse si Occidente, justamente por hallarse ‘más adelante’, en el arco del descenso del ciclo, que civilizaciones como las orientales, las cuales tan sólo ahora comienzan a entrar en la crisis verdadera y propia y que sólo por esto conservan aun mayores restos del espíritu tradicional y metafísico, se encuentre más cerca del final así como también y por ello mismo del nuevo principio. No se trata por supuesto de dar cabida a ningún optimismo: pero en la medida que un grupo de fuerzas pudiese llevarse más allá de la crisis de nuestro mundo, justamente el Occidente se encontraría manteniendo una posición de vanguardia cuando el Oriente en cambio se encontrará en el punto correspondiente a nuestra crisis actual, justamente el que nosotros habríamos dejado atrás. El gran problema, que en tales términos parece pues tener un significado universal, es por lo tanto  el de las fuerzas de las cuales se podría disponer como base para una nueva conciencia tradicional del Occidente, eventualmente con la expresión concreta constituida por una élite en forma de Orden, y con todo lo que es requerido para aquella revulsión y para aquel ‘enderezamiento’ general en el campo de la concepción del mundo, de los valores y métodos de conocimiento respecto de todo aquello que dice Guénon mantienen una validez irrebatible ni se podría encontrar en lo manifestado por ningún otro escritor de nuestros tiempos.
Estas breves precisiones nuestras, procedentes de ideas que en otras partes hemos ya tenido ocasión de exponer extensamente (Sobre todo en la obra nuestra Rebelión contra el mundo moderno, Ediciones Heracles, 1995), querrían contribuir a dar una mayor eficiencia a las tesis guénonianas y a su defensa del espíritu tradicional en relación a ambientes que ante uno u otro de los puntos indicados podrían probar una cierta perplejidad. Con respecto a la edición original francesa, esta edición italiana contiene algunas modificaciones. En esto no quiera verse un arbitrio del traductor. Con Guénon hemos estado en cordiales relaciones epistolares hasta casi la vigilia de su muerte. En aquel tiempo le propusimos algunas modificaciones en el texto explicándole las razones de carácter puramente pragmático que así lo aconsejaban. Nosotros no hemos aportado sino aquellas (por lo demás de muy escaso relieve) con las cuales él se había manifestado de acuerdo.

Julius Evola


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