EL FEMINISMO
CONTRA LA TRADICIÓN
El
pasado 3 de junio se realizaron en la Argentina, y en varios lugares de Uruguay
y Chile, marchas y concentraciones en protesta contra los feminicidios y el mal
trato a las mujeres. Las convocatorias a estas movilizaciones tuvieron amplia
difusión en los medios de comunicación a través de la acción del gobierno nacional
y de los movimientos marxistas, progresistas y feministas.
Por supuesto que somos contrarios a todo asesinato y mal trato contra
las mujeres, pero aquí vemos que entre bastidores, en forma no visible, se
mueven otras cosas, y nos queremos referir especialmente al tema de la guerra
oculta.
Como nos dice Julius Evola en un capítulo de “Los hombres y las ruinas”
debemos presumir la existencia de la guerra oculta cuando se producen hechos en
los cuales 2 más 2 en vez de resultar cuatro, el resultado es 5, 6 ó 7; es
decir, una magnitud que excede lo que sería un resultado normal. En estos
hechos que sucedieron el resultado ha sido de una magnitud muy superior a los
pocos feminicidios ocurridos, que como dijimos más arriba, deben ser
totalmente rechazados y repudiados, así haya sido uno solo.
El
caso es que se ha aprovechado la cuestión para ampliarla aun nivel muy superior
como ser las violentas y desaforadas críticas contra la “sociedad patriarcal”,
el “machismo”, el “sometimiento de la mujer” desde hace innumerables siglos, y
otras consignas vocingleras y demagógicas contra el “oscurantismo”, el
“medievalismo” y la religión, todo esto a cargo de movimientos marxistas,
progresistas y feministas, sin excluir a los LGTB (lesbianas, gays,
transexuales y bisexuales).
Consciente o inconscientemente los participantes en estos actos han
contribuido a un ataque contra principios tradicionales que es precisamente lo
buscado y querido por los promotores de la guerra oculta, para que la sociedad
moderna derribe los vestigios que van quedando de la sociedad tradicional.
En
la sociedad tradicional se reconocía la distinta naturaleza del hombre y de la
mujer, nada de igualdad, simplemente eran diferentes, y cada sexo cumpliendo su
propia ley. En la sociedad tradicional el principio que la inspiraba y que
tenía hegemonía en lo referente al estado, a la política y al orden social en
general, era la virilidad espiritual. Esa virilidad espiritual era la que daba
forma y orden al conjunto, sobreponiéndose al caos y al desorden, la Tradición
era equilibrio y armonía. La mujer, conforme a su naturaleza, tenía su propia
esfera de acción totalmente diferente a la del varón, no existía esa falsa y
utópica igualdad a cuya prédica son tan afectos los modernos.
La
hegemonía de esa virilidad espiritual hoy día funciona mal, y en vez de
restaurarla para su justo desempeño, la tarea de la subversión consiste en
reemplazarla por lo totalmente negativo, o sea, por la feminización de la
sociedad. Lo mismo sucedió cuando las monarquías estaban en manos de decadentes
y prevaricadores, en vez de rectificar su mal desarrollo, se las reemplazó por
la democracia, es decir, algo peor. Por eso el accionar de algunos hombres que
habiendo perdido toda visión de lo sobrenatural han caído en la bestialidad
tratando a las mujeres como cosas, sirve de pretexto para atacar el principio
de la virilidad espiritual a la que se rebaja calificándola de “machista”,
medievalista y oscurantista. Se confunde premeditadamente lo que es accidental
y accesorio con lo esencial, algunos hechos con los principios.
Solamente
el restablecimiento de los principios tradicionales permitirá que cada sexo
cumpla con su verdadera naturaleza, diferente y complementaria al mismo tiempo,
el hombre será varón y la mujer recuperará su feminidad, la que está en vías de
perder en la falsa igualdad de la modernidad.
San Carlos de Bariloche, 8 de junio del 2015.
JULIÁN
RAMÍREZ
No hay comentarios:
Publicar un comentario