LA INTOXICACIÓN
DE LAS PALABRAS
A
medida que aumenta la decadencia y la degradación de la sociedad moderna crecen
también sus efectos. Uno de ellos es el desborde incontrolable de las palabras.
Estamos permanentemente sometidos al incesante bombardeo de discursos, discusiones, polémicas, conversaciones,
anuncios, publicidad, medios de comunicación escritos y audiovisuales,
celulares y redes sociales, y día a día aumenta el ruido que se transforma en
una insoportable cacofonía en donde todas las voces se confunden en una moderna
Babel provocada por los hombres mismos.
El
incesante parloteo ha venido aumentando desde la aparición de la burguesía como
clase socialmente dominante. Cuando una sociedad decae aparecen los demagogos,
los tribunos de la plebe, los oradores y los retóricos en el peor sentido de la
palabra. La palabra se transforme en un instrumento para dominar a las masas o
para hacerles adquirir productos que no se necesitan o para engañar incautos.
Políticos, periodistas, intelectualoides, filosofastros, publicistas,
analistas, compiten entre ellos para engañar y mentir. En la sociedad burguesa
brillan también los abogados cuyo uso de las palabras puede servir a las peores
causas.
Se
usan palabras grandilocuentes que a poco que las analicemos vemos que se
disuelven como el humo: humanidad, patria, justicia, derechos humanos,
libertad, paz, amor, igualdad, autodeterminación de los pueblos, república,
democracia, fraternidad, progreso, pueblo, independencia y muchas más que el lector
sabrá encontrar sin mucho esfuerzo. Lenguaje abstracto que sirve a los más
diversos fines, especialmente electorales, y así vemos como los más astutos y
demagogos son encumbrados a los gobiernos por pueblos envilecidos. Y así nos lo
decía el filósofo Plotino: “Los viles serán gobernados por los malvados.”
Cuan distinta era la situación en las sociedades tradicionales como, por
ejemplo, en la antigua Roma y en Esparta.
Ambas
se caracterizaban por un lenguaje, conciso, claro, sintético, severo, sin
adornos ni barroquismos, con palabras para comunicarse y no para disimular y
engañar. El mismo concepto expresaba Gracián con aquello de “lo bueno, si
breve, dos veces bueno.”
Pero la antigua Roma y Esparta eran sociedades tradicionales, viriles y
guerreras en las cuales la palabra merecía fe y la empeñada valía más que un
contrato firmado, y hasta no hace mucho tiempo, los contratos de palabra se
cumplían. El exceso de palabras va ligado a la feminización de la sociedad. La
locuacidad es más propia de la mujer que del varón, y la decadencia significa el
desarrollo de lo femíneo en desmedro de lo viril.
La
decadencia de la Grecia tradicional tuvo como uno de sus efectos la aparición
de los sofistas y por consiguiente el uso abusivo de la palabra y los oradores
comenzaron a ejercer su influencia sobre las multitudes. Este abuso llevó a
Demóstenes a decir que Atenas produjo muchos discursos y muchos decretos, pero
pocas acciones decisivas.
De este reinado nefasto de la palabra debemos
extraer algunas orientaciones para nuestra conducta.
Debemos
dar a la palabra su justa medida, la necesaria para nuestra formación y la de
los cuadros de una Orden viril, heroica y guerrera, pero el objetivo debe ser
el subordinarla a la Acción, acción y no trabajo, acción desacondicionada y privada de intereses
personales y materiales. Sin Acción las palabras serán inútiles.
Por
el mal uso de la libertad el hombre produjo en sucesivas caídas el mundo moderno;
por la Acción viril, heroica y guerrera se producirá su destrucción.
San Carlos de Bariloche, 5 de octubre del
2015.
JULIÁN
RAMÍREZ.
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