lunes, 12 de octubre de 2015

RAMÍREZ: LA INTOXICACIÓN DE LAS PALABRAS

LA  INTOXICACIÓN  DE  LAS  PALABRAS



     A medida que aumenta la decadencia y la degradación de la sociedad moderna crecen también sus efectos. Uno de ellos es el desborde incontrolable de las palabras. Estamos permanentemente sometidos al incesante bombardeo de discursos,  discusiones, polémicas, conversaciones, anuncios, publicidad, medios de comunicación escritos y audiovisuales, celulares y redes sociales, y día a día aumenta el ruido que se transforma en una insoportable cacofonía en donde todas las voces se confunden en una moderna Babel provocada por los hombres mismos.
     El incesante parloteo ha venido aumentando desde la aparición de la burguesía como clase socialmente dominante. Cuando una sociedad decae aparecen los demagogos, los tribunos de la plebe, los oradores y los retóricos en el peor sentido de la palabra. La palabra se transforme en un instrumento para dominar a las masas o para hacerles adquirir productos que no se necesitan o para engañar incautos.
     Políticos, periodistas, intelectualoides, filosofastros, publicistas, analistas, compiten entre ellos para engañar y mentir. En la sociedad burguesa brillan también los abogados cuyo uso de las palabras puede servir a las peores causas.
     Se usan palabras grandilocuentes que a poco que las analicemos vemos que se disuelven como el humo: humanidad, patria, justicia, derechos humanos, libertad, paz, amor, igualdad, autodeterminación de los pueblos, república, democracia, fraternidad, progreso, pueblo, independencia y muchas más que el lector sabrá encontrar sin mucho esfuerzo. Lenguaje abstracto que sirve a los más diversos fines, especialmente electorales, y así vemos como los más astutos y demagogos son encumbrados a los gobiernos por pueblos envilecidos. Y así nos lo decía el filósofo Plotino: “Los viles serán gobernados por los malvados.”
     Cuan distinta era la situación en las sociedades tradicionales como, por ejemplo, en la antigua Roma y en Esparta.
     Ambas se caracterizaban por un lenguaje, conciso, claro, sintético, severo, sin adornos ni barroquismos, con palabras para comunicarse y no para disimular y engañar. El mismo concepto expresaba Gracián con aquello de “lo bueno, si breve, dos veces bueno.”
     Pero la antigua Roma y Esparta eran sociedades tradicionales, viriles y guerreras en las cuales la palabra merecía fe y la empeñada valía más que un contrato firmado, y hasta no hace mucho tiempo, los contratos de palabra se cumplían. El exceso de palabras va ligado a la feminización de la sociedad. La locuacidad es más propia de la mujer que del varón, y la decadencia significa el desarrollo de lo femíneo en desmedro de lo viril.
     La decadencia de la Grecia tradicional tuvo como uno de sus efectos la aparición de los sofistas y por consiguiente el uso abusivo de la palabra y los oradores comenzaron a ejercer su influencia sobre las multitudes. Este abuso llevó a Demóstenes a decir que Atenas produjo muchos discursos y muchos decretos, pero pocas acciones decisivas.
De este reinado nefasto de la palabra debemos extraer algunas orientaciones para nuestra conducta.
     Debemos dar a la palabra su justa medida, la necesaria para nuestra formación y la de los cuadros de una Orden viril, heroica y guerrera, pero el objetivo debe ser el subordinarla a la Acción, acción y no trabajo, acción  desacondicionada y privada de intereses personales y materiales. Sin Acción las palabras serán inútiles.
     Por el mal uso de la libertad el hombre  produjo en sucesivas caídas el mundo moderno; por la Acción viril, heroica y guerrera se producirá su destrucción.

San Carlos de Bariloche, 5 de octubre del 2015.

JULIÁN  RAMÍREZ. 






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