NORTEAMÉRICA NEGRIFICADA
Reproducimos a continuación partes del capítulo IV de la obra de Julius
Evola, El Arco y la Clava, en la cual se ocupa de analizar caracteres propios
del alma del norteamericano, al que califica acertadamente como el pueblo
arquetípico de la decadencia. En tal sentido lo interesante a destacar es que,
si bien ha esclavizado primero y luego ha segregado al negro en su sociedad, no
ha dejado sin embargo de asumir sus hábitos y costumbres en modo tal de haber
asimilado a lo negro como componente esencial de la propia alma. Por supuesto que
habría que agregar que al negro primitivo y en situación de esclavitud, pues
como bien explica el autor no es lo negro un condicionamiento biológico que
signifique necesariamente inferioridad. Las músicas negras que en el seno de
una sociedad libre pudieron tener hasta un sentido religioso y sagrado, en el
contexto de esclavitud y servidumbre impuesto por el mundo norteamericano se han
convertido por el contrario en elementos de decadencia y descomposición.
Distinto hubiera sido si el norteamericano hubiera tomado al piel roja
como su antecedente, respecto del cual es mucho más lo que hubiera podido
aprender en razón del carácter tradicional que el mismo expresara en sus
costumbres. En cambio en Norteamérica se han combinado dos elementos de
decadencia generando así una civilización pervertida. Por un lado la negritud producto
de una situación de esclavitud que ha producido el clima de primitivismo, infantilismo y culto por la fuerza bruta que hoy se vive y por otro las sectas
protestantes más fanáticas, expulsadas del suelo inglés por su extremismo, tales
como los cuáqueros y puritanos, lo que lo ha impulsado a lo largo de la historia
a querer imponer compulsivamente y por todas partes sus propios valores a los
que reputa como los únicos buenos y verdaderos. Este cóctel de elementos dispares ha dado lugar a esta
auténtica anomalía que es la civilización norteamericana.
Respecto de los Estados Unidos se ha usado, no
equivocadamente, la imagen de un crisol. Ellos nos muestran efectivamente uno
de los casos en los cuales, a partir de una materia prima cuanto más
heterogénea, ha tomado forma un tipo humano que presenta características en
gran medida uniformes y constantes. Hombres de los pueblos más diferentes, al
transferirse a tal país, reciben por lo demás la misma huella; es raro que
luego de dos generaciones éstos no pierdan casi todas sus características
originarias y no reproduzcan un tipo bastante unitario como mentalidad,
sensibilidad y modo de comportarse: el tipo del norteamericano.
Al respecto aquí no se compaginan ciertas teorías,
como las formuladas por Frobenius y por Spengler, los cuales han supuesto una
estrecha relación entre las formas de una civilización y una especie de “alma”
vinculada al ambiente natural, al “paisaje” y a la población originaria. Si
ello fuese así, en Estados Unidos una parte esencial habría tenido que tenerla
el elemento indígena, constituido por los Amerindios, es decir los pielesrojas.
Los pielesrojas eran razas que presentaban una fiereza con su estilo, con una
dignidad, una sensibilidad y una religiosidad propia; no erradamente un
escritor tradicionalista, F. Schuon, ha hablado de la presencia en su ser de
algo de carácter “aquilino y solar”. Y nosotros no tememos en afirmar que, si
hubiese sido su espíritu el que hubiese impregnado en forma sensible en sus
mejores aspectos y en un plano adecuado, la inmensa materia del “crisol
norteamericano”, el nivel de dicha civilización sería posiblemente más alto 1.
En vez, prescindiendo del componente
puritano-protestante (el cual, a su vez, en razón de su valorización fetichista
del Antiguo Testamento, expresa no pocas tendencias judaizantes), parece que
justamente el elemento negro, en su primitivismo, haya sido el que dio el tono
a los aspectos relevantes de la psiquis norteamericana. Es ya
característico el hecho de que, cuando en Norteamérica se habla de folklore, es
a los negros que se refieren, casi como si éstos fuesen los habitantes
originarios del país. Por lo cual, como una obra clásica que se habría
inspirado en el “folklore norteamericano” en los Estados Unidos es considerado
el famoso Porgy and Bess de Gerschwin, que trata exclusivamente de
negros. El mismo autor declaró en su momento que, para ambientarse, transcurrió
un cierto período entre los negros norteamericanos.
Pero aun más impactante y generalizado es el
fenómeno constituido por la música
ligera bailable. No puede negársele la razón a Fitzgerald el cual ha dicho
que, en uno de sus principales aspectos, la civilización yankee puede ser
denominada como una civilización del
jazz, lo cual significa que se trata de una música y una danza negrizadas o
negrificadoras. En tal dominio unas muy singulares “afinidades electivas” han
llevado, a través del camino consistente en un proceso regresivo y de
primitivización, a Norteamérica a inspirarse justamente en los negros, casi
como si para buscar ritmos y formas frenéticas como eventual compensación
justificadora por la mecanizada y sin alma civilización mecánica y material
moderna, mucho mejor no hubiesen podido ofrecer múltiples fuentes rastreables
en el área europea. En otra ocasión hemos mencionado, por ejemplo, los ritmos
de danza de Europa sud-oriental, que muchas veces poseen algo dionisíaco. Pero
Estados Unidos ha hecho su elección inspirándose en los negros y en los
afro-cubanos, y de tal país el contagio se ha extendido poco a poco a todos los
demás.
El componente negro en la psiquis
norteamericana había sido ya notado en su momento por el psicoanalista C.G.
Jung. Vale la pena referir algunas observaciones suyas:
“Lo que me asombró sobremanera en los
Norteamericanos fue la gran influencia del negro. Influencia psicológica,
puesto que no quiero hablar de ciertas mezclas de sangre. Las expresiones
emotivas del Norteamericano y, en primer lugar, su manera de reír, se pueden
estudiar perfectamente en los suplementos de los diarios yankees dedicados a la
society gossip. Aquel modo inimitable de reír, de reír a lo Roosevelt,
es visible en su forma original en el negro de ese país. Aquella manera
característica de caminar con las articulaciones relajadas, o bien balanceando
las caderas, que se ve en forma tan habitual en los yankees, deriva de los
negros. La música norteamericana le debe a los negros sus principales
inspiraciones. Las danzas yankees son danzas de negros. Las manifestaciones del
sentimiento religioso, los holy rollers y otros fenómenos anormales
norteamericanos están en gran medida influidos por el negro. El temperamento
extremadamente vivo, que en general no se manifiesta tan sólo en el juego del base
ball, sino también y en manera particular, en la expresión verbal, el flujo
continuo, ilimitado de las charlas que caracteriza a los diarios
norteamericanos, es un ejemplo notable de ello; no deriva por cierto de los
progenitores de estirpe germánica, sino que se asemeja al chattering de
aldea negra. La casi completa falta de intimidad y de vida colectiva que todo
lo retoma y divulga nos recuerdan, en los Estados Unidos, a la vida primitiva en las cabañas abiertas en
donde reina una completa promiscuidad de todos los miembros de la tribu”.
Continuando con sus observaciones Jung termina
preguntándose si los habitantes del nuevo continente pueden todavía ser
considerados como Europeos. Pero tales relieves pueden ser desarrollados con más
amplitud.
Aquella brutalidad que es uno de los aspectos
innegables del Norteamericano puede bien definirse como de origen negro. En los
felices días de aquello que Eisenhower no se preocupó por denominar como la
“cruzada en Europa” y en los primeros períodos de la ocupación se han podido
observar formas típicas de tal
brutalidad, es más, se ha visto que a veces el norteamericano “blanco” ha ido
aun más lejos que su compatriota negro, con el cual, en muchos aspectos
compartía muchas veces el infantilismo.
En general el gusto
por la brutalidad parece ya ser algo connatural al alma norteamericana. Es
verdad que el más brutal de los deportes, el boxeo, ha nacido en Inglaterra,
pero es en los Estados Unidos que el mismo ha tenido los desarrollos más
aberrantes y que se ha convertido en el objeto de un fanatismo colectivo, muy
pronto transmitido a los otros pueblos. Con respecto al gusto de ir a las piñas
o a las manos en la manera más salvaje, es
suficiente por lo demás considerar una gran cantidad de películas,
series y de gran parte de la literatura yankee “amarilla”: el pugilato
minúsculo es allí un tema constante, evidentemente porque ello responde al
gusto de los espectadores y de los lectores de tal país para los cuales parece
haberse convertido en un símbolo de gran virilidad. La nación-guía
norteamericana en vez ha relegado, más que cualquier otra, entre las
antiguallas ridículas europeas, aquella forma de arreglar las cosas por el
camino de una controversia, siguiendo normas rigurosas, sin recurrir a la
fuerza bruta y primitiva del simple brazo o puño, lo cual podía corresponder al
duelo tradicional. No es necesario subrayar el estridente contraste entre tal
rasgo norteamericano y lo que fue el ideal de comportamiento de gentleman
de los Ingleses, los cuales sin embargo han constituido un componente del
pueblo originario de los Estados Unidos.
El hombre occidental moderno, que en gran medida
es un tipo regresivo, puede ser comparado en muchos de sus aspectos a un crustáceo; es tan “duro” en su aspecto
exterior del comportamiento de hombre de acción, de emprendedor sin escrúpulos,
de organizador, etc., del mismo modo que es “blando” e inconsistente como
sustancia interior. Ahora bien, todo esto es verdad de manera eminente en el
Norteamericano, en cuanto éste
representa al tipo occidental desviado llevado hasta los extremos. Pero
aquí se encuentra otra afinidad con el negro. Un sentimiento caduco, un pathos
banal, en especial en las relaciones sentimentales, acercan al norteamericano
con el negro mucho más que con el Europeo verdaderamente civilizado. A tal
respecto, a partir de numerosas novelas norteamericanas típicas y también
nuevamente de canciones, además que del cine y de la vida privada corriente, el
observador puede extraer fácilmente testimonios indubitables.
Que el erotismo del Norteamericano sea tan
pandémico cuanto, técnicamente hablando, primitivo, ello ha sido deplorado
también por las mismas jóvenes y mujeres de los EE.UU. Lo cual remite a otra
convergencia con lo que es propio de las razas negras, en las cuales, la parte,
a veces obsesiva, que desde los orígenes han tenido el erotismo y la sexualidad
se ha asociado justamente a un primitivismo; así estas razas, a diferencia de
los Orientales, del mundo occidental antiguo y de otros pueblos, no han
conocido un ars amatoria digna de tal nombre. Las ensalzadas altas
prestaciones sexuales negras en realidad no tienen más que un grosero carácter
cuantitativo priápico.
Otro aspecto importante del primitivismo
norteamericano se refiere al concepto de la “grandeza”. Werner Sombart ha
felizmente resaltado este punto diciendo: they mistake bigness for greatness,
frase que se podría traducir así: ellos confunden
la grandeza material con la grandeza verdadera, espiritual. Ahora bien, este aspecto no se lo encuentra
en todos los pueblos no-europeos o de color. Por ejemplo, un Árabe auténtico de
antigua raza, un Pielroja, un extremo-oriental no se dejan impresionar
demasiado por todo lo que es tan sólo grandeza externa, material, cuantitativa,
comprendida la vinculada a las maquinas, a la técnica y a la economía
(prescindiendo naturalmente de los elementos ya europeizados). Para ello era
necesario una raza en verdad primitiva e
infantil como la negra. No es exagerado decir que el tonto orgullo de los Norteamericanos por su “grandeza” de carácter
espectacular, por los achievements de su civilización se resiente pues
también ello de la psiquis negra.
En este contexto se puede mencionar una de las
estupideces que muchas veces se sienten repetir, es decir, que los
Norteamericanos serían una “raza joven”, lo cual tiene como tácito corolario
que a ella le pertenecería el provenir. Sólo una mirada miope puede fácilmente
confundir los rasgos de una efectiva juventud con los de un infantilismo
regresivo. Por lo demás, en rigor, siguiendo la concepción tradicional, las
perspectivas son invertidas. A pesar de las apariencias, los pueblos recientes,
al haber llegado por último, por haberse en mayor medida alejado de los
orígenes, deben denominarse como los más viejos y por lo tanto crepusculares.
Ésta es una concepción que por lo demás halla una correspondencia en el mundo
de los organismos 4. Ello explica el
paradojal encuentro de los presuntos pueblos “jóvenes”, en el sentido
justamente de pueblos que llegaron por último, con razas verdaderamente
primitivas, que han permanecido siempre afuera de la gran historia, explica el
gusto por lo primitivo y el retorno al primitivismo. Lo hemos ya resaltado por
la elección hecha por los Norteamericanos,
en razón de una verdadera afinidad electiva, de la música negra y
sub-tropical; pero el mismo fenómeno es visible también en otros dominios de la
cultura y del arte más recientes. Nos podremos referir por ejemplo también a la
valorización de la négritude de parte de existencialistas, de
intelectuales y de artistas “progresistas” en Francia.
Por lo demás una conclusión a extraer de todo esto
es que los Europeos y también los epígonos de civilizaciones superiores no
europeas demuestran, a su vez, la misma mentalidad del primitivo y del
provinciano cuando admiran los Estados
Unidos, cuando se dejan impresionar por tal país, cuando se norteamericanizan
tontamente y de manera entusiasta creyendo que ello signifique ponerse en el
rumbo del progreso, de dar prueba de una mente libre y abierta.
Así es como tenemos que también el
“integracionismo” social y cultural negro se está difundiendo en la misma
Europa y que incluso en Italia es propiciada una acción hipócrita en especial a
través de películas importadas (en donde negros y blancos aparecen mezclados en
las funciones sociales, como jueces, abogados, policías, etc.) y la televisión,
en espectáculos con bailarinas y cantantes negras puestas junto con las
blancas, a fin de que el gran público se acostumbre poco a poco con la promiscuidad
y pierda cualquier remanente de natural sensibilidad de raza y de sentido de
distancia. El fanatismo ha suscitado aquella masa informe y aullante de carne
que es la negra Hella Fitzgerald en sus exhibiciones en Italia, lo cual es un
fenómeno tan triste como indicativo. También lo es el hecho de que la más
abierta exaltación de la “cultura” negra, de la négritude, se deba a un
alemán, Janheinz Jahn, en el libro “Muntu” publicado por una digna
antigua casa editora de Alemania (¡el país del racismo ariano!), que un
conocido editor de izquierda, Einaudi, se ha apresurado a difundir en
traducción en dos ediciones. En tal libro delirante se llega a sostener que la
“cultura” negra sería un óptimo medio para sanear la “civilización material” de
Occidente...
Con respecto a las afinidades electivas
norteamericanas, queremos mencionar todavía un punto. Podemos decir que si en
EE.UU hay algo que parecía salvarse y que dejaba esperanzas, era el fenómeno
constituido por aquella generación que se había convertido en una sostenedora
de una especie de existencialismo rebelde anárquico, anticonformista y
nihilista: la denominada beat generation, los beats, los hipsters
y semejantes, sobre los cuales hablaremos luego. Y bien, la confraternización
con los negros y una verdadera religión del jazz negro, la deliberada
promiscuidad, también sexual y femenina, con los negros, son características
como un aspecto esencial de tal movimiento. En su conocido ensayo, Norman
Mailer, que ha sido uno de los principales exponentes del mismo, había
establecido una especie de equiparación entre el negro y el tipo humano de la
generación aludida, definiendo nada menos a este último como the white Negro,
es decir, el “negro blanco”. Con mucha razón Fausto Gianfranceschi ha escrito a
tal respecto: “Por la fascinación ejercida por la ‘cultura’ negra en los
términos descritos por Mailer, se asoma enseguida un paralelismo –irrespetuoso–
con la impresión que suscitó el mensaje de Federico Nietzsche a caballo de dos
siglos. El punto de partida es la misma ansia por romper todas las
fosilizaciones conformistas con una inmediata toma de conciencia del dato vital
y existencial; pero ¡cuánta confusión, si el
negro, tal como hoy se ha visto, con
el jazz y el orgasmo sexual, es elevado al
pedestal del ‘superhombre’!”.
Pour la bonne bouche terminaremos con un
testimonio significativo de un escritor norteamericano en nada banal, James
Burnham (en The struggle for the world): “En la vida norteamericana hay
rasgos de una desnuda brutalidad. Estos rasgos se revelan tanto en los
linchamientos y en el gangsterismo en la propia patria cuanto en la vanidad y
en la bellaquería de los soldados y de los turistas en el exterior. El
provincialismo de la mentalidad norteamericana se expresa en una falta de
comprensión por cualquier otro pueblo y cultura. Hay en muchos norteamericanos
un desprecio de campesino por las ideas, por las tradiciones, por la historia,
unido al orgullo por las pequeñas cosas vinculado al progreso material. ¿Quién,
luego de haber escuchado una radio norteamericana, puede reprimir un temblor
ante el pensamiento de que el precio por la supervivencia (de una sociedad
no-comunista) sea la norteamericanización del mundo?”. Tal como lamentablemente
en gran medida está sucediendo.
1 Un literato con pretensiones intelectuales,
Salvatore Quasimodo, repudiando las ideas “racistas” expuestas aquí, nos ha
acusado entre otras cosas, de contradicción porque, mientras estamos en contra
de los negros, tributamos un reconocimiento a los amerindios. Él no sospecha
que un “sano racismo” no tiene que ver con el prejuicio de la “piel blanca”; se
trata esencialmente de una jerarquía de valores, en base a la cual decimos “no”
a los negros, a todo lo que es negro y a las contaminaciones negras (las razas
negras en tal jerarquía se encuentran apenas por encima de los primitivos de
Australia, de acuerdo a una conocida morfología corresponden principalmente al
tipo de las razas “nocturnas” y “telúricas”, en oposición a las “diurnas”),
mientras que hubiéramos estado sin más dispuestos a admitir una superioridad
respecto de los “blancos” de los estratos superiores hindúes, chinos, japoneses
y de algunas estirpes árabes a pesar de la piel no blanca de los mismos, dado
aquello a lo cual estaba ya reducida la raza blanca en la época de la expansión
mercantilista-colonial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario