EL OCASO DE
LAS PATRIAS
Sé que lo que vamos a decir
escandalizará a más de un nacionalista pero la verdad, aunque duela, debe ser
expuesta sin tapujos y es el mejor camino para salir del marasmo y la confusión
en que se vive y adquirir una visión superior, sin sentimentalismos, sin
utopías, sin fantasías y sin nostalgias. Nos referiremos a uno de los grandes
mitos del mundo moderno: el del estado-nación o el de la patria. Es una
creación del Tercer Estado, o sea, de la burguesía. Si bien reconoce
antecedentes históricos anteriores, su plena eclosión se produjo a partir de la
Revolución Francesa, a fines del siglo XVIII, y alcanzó su pleno desarrollo en
los siglos XIX y primera mitad del siglo XX. A partir de la segunda guerra
mundial comenzó su declive.
Su desarrollo en general
coincidió con la destrucción de los grandes imperios tradicionales: el
hispánico, el austro-húngaro, el alemán, el otomano, el ruso, el chino y
finalmente el japonés. Los imperios tradicionales tenían sus fundamentos y raíces
en una visión espiritual, trascendente y sobrenatural de la vida y el mundo y
cuando la perdieron fueron derrotados. El estado-nación por el contrario,
recaba sus fundamentos en el naturalismo, en el sentimiento, en la exclusión de
lo foráneo, en la pertenencia a una tierra y a una geografía, a una raza o
estirpe, a determinados usos y costumbres, a un idioma. Todo eso sería legítimo
en el marco de una nacionalidad que no es lo mismo que un nacionalismo, porque
la nacionalidad puede ser vehículo para un Estado tradicional. Varias
nacionalidades pueden coexistir en un imperio tradicional, pero el nacionalismo
eleva al estado-nación como valor supremo y por debajo de todo aquello que es
más que la patria, o sea lo trascendente.
Si aparentemente los
estado-nación siguen existiendo lo hacen por inercia, porque todavía dura el
impulso que les dio origen pero el motor ya está detenido. Como creación que
fueron de las burguesías la materialización y el economicismo se fue apoderando
de ellos y así fue como bajo el pretexto de defender la patria e invocando el
sentimiento patriótico se libraron guerras por cuestiones fronterizas,
geopolíticas, economicistas, racistas, ideológicas y de apoderamiento de
recursos naturales, cuando no guerras de
falsa "liberación" y de supuesta "independencia".
Todo ello enmarcado en corrientes subversivas propias del mundo moderno ya
carente de todo centro superior más allá de las fronteras.
El tan promocionado principio de la soberanía nacional junto con el mito
de la soberanía del pueblo, ambos tan caros a los nacionalismos, ya no existen,
son un fantasma que se va diluyendo. Basta ver como día a día se va esfumando
la soberanía de los estados a manos de una serie de estructuras internacionales
que no cesan de multiplicarse, como la cultura y la economía se
internacionalizan y las comunicaciones
pasan sobre las fronteras. El estado-nación adquiere un carácter provinciano y
lugareño en lo que muchos llaman la aldea mundial.
La palabra
"patriota", nacida al calor de la Revolución Francesa, ya no dice
nada. Como bien dice Julius Evola, "los sentimientos patrióticos y
nacionales se vinculan a la mitología de la era burguesa". Y en lo que respecta
a la soberanía del pueblo, nunca existió, siempre el poder estuvo en manos de
minorías que usaron ese "slogan" para engañar y destruir la verdadera
soberanía que es la de Dios.
Para evitar equívocos hay que hacer una importante aclaración. El
derrumbe de los nacionalismos puede dar lugar a algo peor. Se trata de esa
actitud cosmopolita, internacionalista, pacifista, igualitarista,
indeferenciada, de sentirse ciudadanos del mundo y propia de muchas corrientes
pseudo-espiritualistas de la modernidad. O sea, que frente a la crisis e
inoperancia de los nacionalismos caben dos posiciones antagónicas: O se está
con la restauración del Imperio Tradicional, orgánico y trascendente, o
con el imperialismo moderno, caótico y
totalitario. Tenemos el ejemplo del Emirato Islámico que superando una actitud
nacionalista está construyendo una entidad supranacional, correlato islámico de
lo que fué nuestro imperio tradicional.
Esta es la disyuntiva que enfrentan los
nacionalistas y advertimos que muchos ya han tomado un camino equivocado. Así
vemos como ante el panorama nada promisorio que se les presenta y lamentarse de
la falta de patriotismo del pueblo, se han entregado a la búsqueda de
salvadores que les ayuden como la de dos nefastos personajes, como son Putin y
el Papa Francisco. Se trata de una posición de naturaleza femínea opuesta a la
de una verdadera virilidad de bastarse a sí mismos.
Titulamos esta nota como el ocaso
de los nacionalismos. Tras el ocaso viene la noche, pero para los nacionalismos
será una noche sin esperanza de amanecer.
San Carlos de Bariloche, 14 de marzo del 2016.
JULIÁN RAMÍREZ
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