EL VERDADERO
CORPORATIVISMO
Texto sumamente vigente para los tiempos actuales de lucha de clases. El sindicalismo se ha convertido en una potencia económica de primer nivel que de la misma manera que el empresario sediento de riquezas pretende a través de la lucha y el conflicto ocupar cada vez más espacios de poder dentro de un contexto puramente economicista en el cual el Estado es un convidado de piedra. Aberraciones tales como el derecho de huelga, es decir el derecho a apretar y presionar y no a ganar el salario justo, son hoy en día instituciones generalizadas y aceptadas sin chistar por nuestros contemporáneos. Un corporativismo que conciba a la empresa como una unidad orgánica subordinada por principios éticos y viriles y en donde el Estado actúe como árbitro incuestionable en caso de conflicto entre trabajadores y empresarios. Éste es el modelo aportado por Evola en esta nota.
De acuerdo a ciertos ambientes
hoy en boga el corporativismo es una de las principales ideas a ser
revalorizadas en una obra de reconstrucción nacional. No podemos menos que
adherir a este punto de vista, en tanto que la idea de corporación ha tenido,
en el ventenio fascista, el valor de una de aquellas reivindicaciones de los
principios de un ordenamiento sano y normal que, si hubiesen sido adecuadamente
desarrolladas, habrían podido hacer frente a procesos económico-sociales
deletéreos.
Sin embargo debe destacarse que un
tal desarrollo no ha tenido siempre el curso deseado, y hoy en día si se
tuviese que volver asumir como consigna verdaderamente antidemocrática y
antimarxista, sería necesario proceder sin más a una revisión y a una adecuada
interpretación.
En primer lugar debe ponerse bien
en luz que el concepto de corporación tiene un valor efectivo en cuanto posee
un carácter tradicional. Por lo tanto deben ser rechazadas sin más ciertas
valorizaciones historicistas respecto del corporativismo, como aquellas que
querrían hacer del mismo un quid medium o, de acuerdo a una conocida jerga, una ‘síntesis
dialéctica’, una ‘tercera posición’ entre una ‘izquierda’ y una pretendida ‘derecha’
en materia económica, entre liberalismo y marxismo, o análogas oposiciones.
Tales juegos conceptuales no pueden hacer nacer sino confusiones peligrosas, descuidando
situaciones de hecho que ni siquiera dejaron escapar los teóricos del ‘materialismo
histórico’; puesto que, junto a éstos, se debe reconocer irrebatiblemente que
el liberalismo –sea a nivel económico como en otros ámbitos- no ha sido sino
una fase preliminar de disgregación del orden tradicional, la cual tenía que
paulatinamente dar lugar a resoluciones clasistas, socialistas y proletarias.
Con el corporativismo no se trata pues de combinar en forma conjunta aquello
que no son dos instancias direrentes –liberalismo y colectivismo- sino en
cambio dos fases de un único proceso descendente; se trata en cambio de
despejar el terreno y de volver a los
orígenes: de retomar a nivel de idea formativa y dadora de sentido, un
principio que fue viviente y eficiente antes de que interviniesen los procesos
disolutorios de la era ‘moderna’.
En el corporativismo fascista ha actuado
en su momento una exigencia de tal tipo: sin embargo diremos que lo hizo en una
forma semiconciente y por lo tanto con insuficiente radicalidad. En efecto, en
el corporativismo fascista subsistió, a pesar de todo, un residuo marxista,
puesto que la concepción clasista fue parcialmente reconocida. Es decir,
permaneció la idea-base de dos encuadramientos que fueron reconocidos como
tales y que se trató tan sólo de armonizar en las estructuras, lamentablemente
muchas veces tan sólo burocráticas, del Estado corporativo. De acuerdo a
nosotros, con esto no se atacó en forma cabal el mal en sus raíces. No resulta
privado de interés en cuanto a la dirección a tomar tener presente la forma con
la cual la idea corporativa trató de realizarse en Alemania.
Aquí la tendencia fundamental fue
justamente la de partir el encuadramiento clasista a través de un sistema en el
cual la superación de la antítesis marxista tenía que realizarse en lo interior de la empresa. En la
empresa misma en donde el marxismo la había derogado, la unidad debía ser
reconstituida. Y la idea tradicional de la corporación se volvió a presentar en
la forma moderna de la hacienda comprendida como unidad orgánica, en la cual capital y trabajo, poseedores de los
instrumentos productivos y maestranzas, resultan íntimamente vinculados en una
comunidad de voluntad y de finalidad que tiene un carácter menos económico que ético y –en el más vasto marco de la
nación- político. Ni capitalistas,
ni obreros proletarios, sino ‘jefes’ y ‘secuaces’ (tal era justamente la
terminología) en la empresa, en una solidaridad variadamente garantizada y
tutelada que no excluye la jerarquía y que desde la una y la otra parte
presupone la facultad de elevarse más allá del interés puramente individual como
una formación militar y guerrera.
Ahora bien, no diferente era el
espíritu de las antiguas corporaciones, incluso a partir de las romanas: puesto
que éstas, de acuerdo a una expresión característica, estaban constituidas ad exemplus reipublicae, es decir a
imagen del Estado, y en las mismas designaciones (por ejemplo en las de milites o milites caligati para los simples adscriptos a la corporación) y
reparticiones (decurias, centurias) reflejaban en su plano el ordenamiento
militar. Y este espíritu se conservó en el Medioevo germano romano, en donde,
mientras se ponía de relieve la dignidad de un ser libre entre quienes
pertenecían a una corporación, se reafirmaba el orgullo de cada uno por
pertenecer a la misma y por el amor hacia el trabajo concebido como un arte y una expresión de la propia
personalidad y a la entrega del inferior le correspondía el cuidado y el saber
de los ‘maestros’ y el compromiso de los superiores para el acrecentamiento y
la elevación de la unidad colectiva. El problema de la ‘propiedad’ no aparecía
aquí para nada, tan natural era el concurso de los diferentes elementos del
proceso productivo en el fin común.
Todo esto puede ser liberado de
las formas ligadas a la economía del pasado y vuelto a traducir en adecuadas
formulaciones modernas, tal como en Alemania se había tratado de hacer. Pero en
cuanto al espíritu – lo que equivale a decir: en cuanto a la idea formativa
superior y anterior a cualquier problema técnico- el mismo no sería diferente
de una verdadera reconstrucción. El punto fundamental está constituido por el
momento ético. La íntima finalidad
de la idea corporativa tradicional es la de elevar el plano de aquellas
actividades inferiores que se vinculan al dominio productivo y al interés
material, al plano más alto que en el mundo antiguo correspondía a la casta de
los ‘guerreros’ que se encontraba puesta por encima de la de los ‘siervos’
(proletariado) y de los ‘mercaderes’ (capitalistas).
Porque cuando la
empresa-corporación, una vez superada la idea clasista, se organiza, tomando
como ‘ejemplo un Estado’, y a la responsabilidad del compromiso y al sentido
del honor de los jefes –los cuales deben encontrarse en el centro de su unidad y no ser los consumidores parasitarios de
provechos y dividendos, en detrimento del complejo productivo- se corresponde
el compromiso y la fidelidad de los subordinados, entonces se refleja también
en el dominio de la economía algo de la ética clara, viril y personalizada,
propia de un mundo guerrero.
Y entonces, en el mismo ambiente
desfavorable propio de la civilización moderna de la máquina, el hombre, sea en
lo alto como en lo bajo, podrá readquirir su rostro y su acción recabará un
sentido: en especial luego si una acción política se conjunto se abocará a
truncar las excrecencias teratológicas del capitalismo y de la finanza sin
patria, y a propiciar una adecuada articulación de los grandes complejos de la
producción. Aquí el proceso negativo de proletarización, sobre el cual el
marxismo se asienta, podría ser sensiblemente reducido mediante la aplicación
del principio corporativo en espacios más restringidos, en modo tal que la
unidad de conjunto de la empresa-corporación resulte de una coordinación y jerarquización
de varias unidades menores de análoga estructura: en síntesis, el punto
fundamental es introducir en el seno de
la empresa y convertir en orgánicas
a aquellas instituciones unificadoras que en el corporativismo fascista se
encontraban afuera de la empresa misma, tenían un carácter burocrático estatal
y mantenían una dualidad de encuadramientos generales.
Éstos naturalmente no son sino
esbozos, comprendidos para indicar una dirección,
sobre todo en orden a un principio sobre el cual nunca se insistirá lo
suficiente, es decir, la mutación de mentalidad, la reintegración del hombre en
formas de sensibilidad normales y, en donde sea ello posible, superiores, es la
base de todo. La desproletarización, más
que tratarse de un fin social, es una tarea
interna. Implica la capacidad de aquella ética viril de la corporación tradicional,
de la cual se ha hablado, y que es el único verdadero cimiento para las
unidades de una economía orgánica. En cuanto a los diferentes problemas,
técnicos y estructurales, que hoy en día se ponen en un primer plano, tales
como la coparticipación en las ganancias, comisiones internas, consejos de
gestión, y otros similares, éstos son problemas a los cuales debe arribarse, y no problemas de los cuales
tengamos que partir. Deben
resolverse en un clima diferente, antimarxista, justamente ‘corporativo’ de
acuerdo a un desarrollo interno natural, en un espíritu que los libere de
cualquier tendenciosidad de ‘clase’.
Hoy no deberíamos detenernos en
la simple palabra ‘corporativismo’, sino profundizar y reformular todo aquello
que, en el sentido aquí mencionado, había ya comenzado a tomar forma en Italia
y en Alemania. En los ambientes en los cuales se quiere preparar un renacimiento
político italiano, sería necesario que se hallaran personas calificadas para
ello, para un estudio sistemático serio y para una orientación que hoy se
siente más necesaria que nunca.
En efecto se ha hecho manifiesta en
especial en Italia, una situación de desorden, malamente contenido a través de
medidas parecidas a aquellas de quien, limitando la erupciones epidérmicas,
pensara arribar a una fiebre debida a la intoxicación de la sangre. Esta
intoxicación, que ha contaminado a gran parte del estrato trabajador, es el
marxismo o socialismo, es la mentalidad clasista, es la tan pregonada y
artificiosa ‘conciencia de clase’.
La fiebre hoy serpentea en la forma
‘sindical’; sus erupciones endémicas son los desórdenes, las agitaciones, las
huelgas, convertidas en cosa normal y natural, para prostrar a nuestra nación
hasta el punto deseado por las formas extremas de la subversión mundial.
Únicamente confiriendo al ideal
corporativo el significado orgánico, articulado de unidad casi guerrera que
tuvo tradicionalmente, y dando a los intereses superiores mayor fuerza antes
que un brutal y materialista impulso, el mal podría ser atacado en sus raíces:
y, en la misma ‘época de la economía’, podrán ser mantenidos valores vinculados
a una más alta concepción del hombre y de la vida.
Julius Evola
Il Meridiano d’Italia, 04/12/1949
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