GRETA Y PLATÓN
Modernidad y Tradición fueron a lo largo del tiempo, tal como dijera Julius Evola, dos modalidades diferentes y antagónicas de concebir la realidad expresadas a su vez en dos formas religiosas antitéticas. Remitiéndonos a los tiempos y léxicos más recientes podemos decir que en su embate en contra del pensamiento tradicional en el siglo XVIII el iluminismo expresó aquella que prima aun en nuestros días, que es el deísmo, postura contraria y opuesta a la sostenida por el catolicismo y por cualquier religión tradicional, que es en cambio el teísmo. Mientras que este último sostiene que Dios no solamente ha creado el cosmos sino que continúa su obra a través de una tarea de conservación, el deísmo en cambio afirma que esto último no le corresponde ya a Dios, sino a aquel que Él ha producido con sus mismos atributos, que es el hombre. Por lo cual el Creador viviría en un séptimo día permanente contemplando seguro y confiado en que su obra marcha por su buen rumbo debido a que hay otro, un producto suyo, que hace las cosas en su lugar. Acotemos además que esto no fue tampoco un invento de los tiempos actuales, de la misma manera que el debate aquí surgido entre teístas y deístas que continúa aun en nuestros días. Remontándonos a 500 años antes de nuestra era podemos verlo en el que sostuvieran los sofistas contra los filósofos, representados principalmente por Sócrates y Platón. Decía al respecto Protágoras, el padre de aquella escuela: “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto son y de las que no son en tanto no son”. En pocas palabras el ser humano, y no una entidad superior a la que llamamos Dios, es el que establece cómo deben ser las cosas, es decir cómo debe conservarse nuestro planeta. No hay nadie que se encuentre por encima de él, si bien no se ha producido la existencia, sino otro; al encontrarse en esta dimensión, se halla totalmente solo y sin tutores por lo que tiene a su disposición la facultad de organizar el mundo. Ahora bien, de la misma manera que ahora, los sofistas tuvieron un vasto debate en la propia escuela al tratar de interpretar las palabras de su maestro. Hubo algunos más extremos, como Gorgias, que llegaron a decir que cuando Protágoras se refería al hombre lo hacía con cada uno de nosotros en particular, por lo cual inauguró así el liberalismo y su vertiente extrema que es el anarquismo. En el individuo, estando librado a su total arbitrio y voluntad, aun cuando ésta pueda representársenos en apariencias bajo la forma del egoísmo y la codicia, debido a la naturaleza divina heredada, sus acciones se revierten luego en bienestar y progreso de la humanidad toda; lo cual es el equivalente a la salvación de la que hablaban las sagradas escrituras. Que el único obstáculo que puede impedir tal proceso irreversible es que haya algunos que por ineducación les pusiesen frenos a tal impulso benéfico y llamasen en su auxilio al fetiche de Dios representado a través del Estado el cual, según el anarquista Bakunin, es la idea de la Divinidad sublimaba en la tierra y por lo tanto el obstáculo para el progreso del hombre. Por supuesto que aun en la escuela gorgiana hubo matices, pues en algunos casos se aceptó su existencia pero graduada hasta límites insignificantes.
Sin embargo, en una actitud diferente de la anterior, hubo otros sofistas que en cambio dijeron que cuando el maestro Protágoras se refería al hombre estaba hablando de éste no en cuanto individuo, sino en cuanto especie, la cual en sus manifestaciones tangibles se expresaba en formas grupales a través de sociedades y naciones. Ésta fue pues la otra vertiente sofística que se opuso al individualismo liberal: el socialismo nacional. Para el mismo la libertad y medida del hombre se expresan a través de las distintas sociedades nacionales, y son éstas las que deben ser soberanas en forma ilimitada y no el mero individuo aislado que liberado y sin frenos se dirige en cambio a la disolución y la anarquía.
Más allá de este falso e insignificante antagonismo entre sofistas individualistas y liberales y sofistas socialistas y nacionalistas hay una característica común que a todos los une: el hombre, o como individuo o como grupo, se basta por sí mismo, no es necesario que haya un poder que lo limite y conduzca. Y así como el liberal, expresión extrema de la sofística, rechaza al Estado o lo reduce a una forma caricaturesca, el nacionalista en cambio hace lo mismo con el Imperio universal, es decir aquel poder supranacional y supraindividual expresado por aquellos que, en tanto representantes de Dios, ponen límites precisos a los apetitos exagerados e irreflexivos sea de las naciones como de los individuos singulares.
En la antigüedad fue justamente Platón el filósofo de la antisofística. Él sostenía que ante las multitudes desaforadas y promiscuas expresadas sea en grupos como en sujetos aislados, debía ser el filósofo, en tanto aquel privilegiado que contempla las Ideas, es decir Dios en nuestro léxico, aquel encargado de gobernar y cuya soberanía no tuviese límite alguno.
Por supuesto que la plebe denostó, como más tarde lo harían personas como Marx, a tal figura del Estado sacerdote, es decir del Estado como guardián de la idea. El socialista manifestó que se trataba de un opio para justificar la explotación del hombre por el hombre, pues la economía es el destino universal y no lo sacro.
Hoy en día la sofística tiene a sus exponentes puntuales. Hemos presenciado hace un par de días en la ONU discursos como el del Sr. Bolsonaro y de Trump que nos muestran una sintonía perfecta con tal forma de pensar que proviene de Protágoras y concluye en Carlos Marx. Dijo el Sr. Trump. “Debe ser el patriotismo (es decir la defensa a ultranza de nuestro interés nacional) lo que nos rija y no un poder extraño al mismo y globalizador”. Y mientras manifestaba tal cosa nos enterábamos cómo aun en su mismo territorio había ciudades que se inundaban por el descongelamiento del polo Norte producido por la contaminación ambiental generada por un nacionalismo absoluto. Y dijo también Bolsonaro. “Déjennos quemar libremente el Amazonas que es nuestro territorio, pues sólo bregando por nuestros propios intereses beneficiaremos a la humanidad toda”. Un famoso escritor de tal escuela, Guy Sorman, había dicho tiempo atrás que la técnica moderna no solamente no perjudicaba la naturaleza, sino por el contrario era parte de un ciclo divino que permitía que ésta se pudiera mantener. Dios, tal como pensaba Protágoras, debe seguir durmiendo tranquilo su siesta pues el mundo se encuentra en buenas manos.
Y así como antes sucedía con Marx, los secuaces de los nuevos sofistas imputan a aquellos que descreen de que los seres humanos librados a su total arbitrio sean capaces de preservar el planeta, ser emisarios de poderes financieros, como Soros y otras yerbas, que perpetuarían la explotación del hombre por el hombre.
Hoy lamentablemente no lo tenemos a Platón, la humanidad está nuevamente en manos de los sofistas que no consideran que tienen que existir verdades superiores que limiten la libertad del hombre pues éste no se basta a sí mismo y puede poner en riesgo la misma creación. A Trump y a Bolsonaro sólo le pudo contestar una adolescente en la ONU: “Los Estados no deben decidir por sí mismos, sino subordinarse a lo que dice la Ciencia”.
Parece mentira que una verdad tan de Perogrullo y acorde con el pensamiento mismo de Platón hoy tenga que ser emitida por una chica de 16 años.
Marcos Ghio
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