jueves, 15 de abril de 2021

¿El tradicionalismo del siglo XXI? A propósito de un best-seller reciente, por Matías Grinchpun

¿El tradicionalismo del siglo XXI? A propósito de un
best-seller reciente




Benjamin R. Teitelbaum, War for Eternity. The rise of the far right and the return of Traditionalism, Nueva York, NY, Allen Lane, 2020.

Aunque sea virtualmente desconocido para el público hispanohablante, Benjamin R. Teitelbaum (n. 1983) es un destacado investigador y periodista estadounidense. Por empezar, sus credenciales académicas son intachables: especialista en etnomusicología y profesor asistente en la Universidad de Colorado Boulder, se ha formado en instituciones de la Ivy League como Brown y Harvard, pasando asimismo por el prestigioso Conservatorio Real de Estocolmo. A este notable currículum debería añadirse una intensa actividad pública, en tanto su firma puede hallarse en artículos aparecidos en medios tan gravitantes como The Atlantic, The New York Times y Los Angeles Review of Books. Resulta oportuno, por no decir afortunado, que un estudioso de este calibre haya consagrado su habilidad y tiempo a la exploración de las derechas que, un tanto genéricamente, podrían rotularse como “anti-sistema”. Dicho interés es evidente en su opera prima, Lions of the North (2017), adaptación de una disertación doctoral sobre el submundo del neonazismo, el neopaganismo y el metal escandinavos.1 Otro tanto puede decirse sobre su segundo libro, War for Eternity (2020), enfocado en el silencioso ascenso de algunos “tradicionalistas” hasta llegar a influenciar las más altas esferas de la política rusa, brasileña y estadounidense. En otras palabras, su hipótesis principal es que Aleksandr Dugin, Olavo de Carvalho y Steve Bannon no sólo estarían bajo la égida intelectual de pensadores como René Guénon y Frithjof Schuon, sino que dichas lecturas habrían nutrido los ambiciosos planes de estas figuras. Esta reseña no pretende sumarse a las que han discutido dicho planteo,2 sino que aspira a evaluar un aspecto secundario pero no menor del trabajo: cómo trata la figura y el pensamiento de Julius Evola.

Los méritos intelectuales de Teitelbaum se ven reflejados en la obra, cuyas virtudes no son pocas. Por un lado, la formación etnográfica le permitió recuperar la “historia interna” de los círculos, organizaciones y figuras que abordó. Como él mismo aclaró en una nota preliminar, “estoy entrenado en un método de investigación académica donde los estudiosos observan, interactúan con y, a veces, viven entre la gente que estudian por períodos extendidos de tiempo, siendo una meta central la empatía: entender e interpretar los modos en que ven el mundo” (p. 9). Cercanía que habría propiciado una cierta fascinación: al explicar su motivación, el autor confesó que, además de “miedo y alarma”, estaba “la emoción del descubrimiento y las lecciones incorporadas por desenterrar complejidades más profundas en lugares donde sólo esperaba encontrar una brutal chatura” (p. 15). Desde ya, tal perspectiva no impide que los criterios axiológicos y los juicios ideológicos del investigador se filtren frecuentemente en la prosa, pero sí libera a las premisas de la sorna y burla que planean sobre otras aproximaciones.

Por otra parte, la importancia conferida a la observación conduce a otra fortaleza, como es la variedad –y, en algunos casos, también la calidad– de las entrevistas realizadas. En este sentido, la avasallante presencia de Bannon es un producto de las casi veinte horas de conversación entre el autor y el malogrado asesor de Donald Trump. Menos extensos y profundos son los intercambios con otros referentes de las extremas derechas como Dugin, Olavo y Jason Jorjani, ex editor del sello Arktos, aunque éstos también contribuyen a vertebrar la narración. Si no se puede desmerecer el corpus documental reunido por Teitelbaum, la savia de su pesquisa son sin lugar a dudas las entrevistas. Esto se debe, en no menor medida, a que los encuentros son relatados de forma apasionante, con descripciones y secuencias que oscilan entre la novela y el periodismo gonzo. Un giro quizás esperable, dado que la exploración involucró el diálogo directo con hombres excéntricos, recelosos y elusivos, con los cuales llegar a hablar fue en ocasiones una aventura tanto o más apasionante que la charla propiamente dicha.

La veta etnográfica también podría vincularse con el conocimiento que Teitelbaum, a diferencia de muchos colegas suyos, tiene del tradicionalismo. Esto se debe no sólo a la lectura de Guénon y Evola, sino a que su aproximación no fue superficial, cínica ni socarrona. Así, al definir lo que estos pensadores y sus seguidores buscaban, apuntó que

aspiraban a ser todo lo que la modernidad no es –unirse con todo lo que creen son estilos de vida y verdades trascendentales, eternas, antes que perseguir el “progreso”. Ciertos Tradicionalistas convierten sus valores en un sistema de pensamiento más allá del velo de lo que cuenta como la política moderna de izquierda o derecha: algunos incluso dicen que está más allá del fascismo. Consecuentemente, si ha tenido un influjo en el pensamiento de actores anti-inmigración, populistas y nacionalistas de derecha, lo ha hecho incómodamente (p. 17).

Puesto de otro modo, no habría una fusión simplista con el nazismo, sus seguidores de posguerra ni las “derechas radicales”, sino una explicitación de las asincronías y desencuentros. Es así que el estudioso define ajustadamente qué entienden estas corrientes por Tradición y describe con solvencia su visión de la Historia.

¿Y Evola? A juzgar por la portada de la edición de Penguin, que coloca una imagen del barón al mismo nivel que Guénon, Dugin y Bannon, su papel debería ser central. Sin embargo, War for Eternity le concede un lugar mucho más modesto: sería un “sucesor polémico” del autor de La crise du monde moderne, controversial por propugnar la restauración de una “Europa nativa” a la que asociaba con las poblaciones blancas y “arias”. En esta línea, las fases observadas por el metafísico francés se traducían para el aristócrata en un proceso de decadente homogeneización, tanto en el ámbito sociocultural como en el racial (pp. 20-1). De hecho, para Teitelbaum no sería accidental que “cuando el Tradicionalismo incursionó en política, casi siempre lo hizo en o cerca de la compañía de ideólogos raciales” (p. 233). Desde ya, podría plantearse que esta interpretación sólo es válida si se restringe la mirada a Imperialismo pagano (en especial, a la versión alemana de 1933) y a ciertas secciones de Rebelión contra el mundo moderno, ya que en textos aparecidos tanto antes como después de la Segunda Guerra Mundial pueden recabarse caracterizaciones positivas de persas, japoneses y comanches, entre otros –al decir de Oswald Spengler– “pueblos de color”. No obstante, el etnógrafo se muestra más sensible a los matices en otros puntos, como al precisar que el aristócrata romano “nunca se unió al Partido Fascista, y fue cuando mucho una influencia menor en su ideología” (p. 39). El movimiento liderado por Benito Mussolini podía ser un “comienzo prometedor”, pero también “demasiado populista, demasiado materialista […] y demasiado alineado con la Iglesia Católica” como para contar con el apoyo de Evola (p. 81).

Teitelbaum afirma que, reparos mediante, un cauto optimismo habría invadido al barón en el período de Entreguerras: quizás los regímenes guerreros que estaban emergiendo en Italia y Alemania podían revertir el curso de la Historia, retrotraer (o avanzar) la Edad Oscura a la Era de Oro. La estrepitosa derrota del Eje en 1945 habría dado por tierra con estas esperanzas, y convertido al Evola de posguerra en un fatalista empedernido. Reflejo de esta actitud sería la parábola asiática a la que aludía Cabalgar el tigre, detrás de la cual se hallaría la secreta esperanza de que los “hombres diferenciados” pudieran ver un nuevo amanecer. Aquí podría hallarse otra opinión basada en una lectura parcial del romano: si su pesimismo es insoslayable, no debería olvidarse que el libro aludido había sido publicado en 1961, pero compuesto –como han señalado Christophe Boutin, Paul Furlong y Francesco Cassata– en paralelo a Los hombres y las ruinas, donde se proponía una vía alternativa a la apoliteia. En efecto, los antimodernos también podían optar por constituir una orden, dedicada no sólo a preservar la Tradición en las tinieblas del Kali-Yuga, sino a gravitar sobre partidos políticos e instituciones estatales.

Más allá de las múltiples relaciones que establece, War for Eternity admite que el influjo de Evola sobre Bannon sería, en el mejor de los casos, débil: salvo algunas alusiones espaciadas, el estadounidense no habría podido precisar qué volúmenes había leído, ni qué había sacado en limpio de ellos (p. 39). De ahí que no sorprendiera la vaga definición que daba del Tradicionalismo: “el rechazo de la modernidad, el rechazo de la Ilustración, el rechazo del materialismo” (p. 70). Aun así, el viejo gerente ejecutivo de Breitbart News Network habría logrado desarrollar un “post-Tradicionalismo”, focalizado no en brahmanes y kshatriyas sino en los sudras. Mientras las castas superiores habrían traicionado sus principios, las clases trabajadoras y campesinas estadounidenses habrían devenido la reserva moral y la columna vertebral del país (pp. 69-70). A diferencia del italiano, el ascenso en la escala espiritual y axiológica –de lo material a lo espiritual– no quedaría circunscripto para Bannon a los estamentos superiores, sino que sería una vía abierta técnicamente a todos. Y, en las postrimerías del ciclo, el camino sería menos escabroso para las masas que para las elites: el dinero que les faltaba a las primeras le permitiría a las segundas hundirse en un hedonismo desenfrenado. Tanto ese desplazamiento social como la premisa de una “iniciación democrática” marcarían un corte profundo con Evola, cuyo pathos aristocráticos es una de las constantes que pueden hallarse a lo largo de su obra. No obstante, la voluntad de revertir las eras –uno de los sentidos ocultos del celebérrimo Make America great again– sería un elemento que Evola (antes de la guerra) y Bannon habrían compartido.

War for Eternity postula que estas elucubraciones heterodoxas no habrían sido fruto del estadounidense, sino de Olavo de Carvalho, cuya influencia sobre el gobierno brasileño se juzga mucho más fuerte que la alcanzada por el norteamericano aún en su apogeo. En efecto, este astrólogo –catapultado a la fama por las redes sociales– habría llegado a rechazar un cargo en la administración de Jair Bolsonaro, recomendando en cambio a un tradicionalista como Ernesto Araújo para encabezar el Ministerio de Relaciones Exteriores. Sin embargo, aquí tampoco sería fuerte la impronta evoliana: en una cena organizada por Bannon en Washington, Olavo le habría dicho a Teitelbaum que el italiano “estaba completamente loco. Quería derrocar a la Iglesia para así poder crear un nuevo paganismo europeo. ¡Ja! Pero es tan divertido de leer. Su libro sobre alquimia (¿La tradición hermética?) es genial. Todos ellos podían escribir bellamente. Ningún ateo puede escribir tan bellamente como ellos podían” (p. 146). De todas maneras, no deja de ser sugerente que haya arribado al frente de Itamaraty un académico capaz de discutir con fluidez el pensamiento de Guénon y sus discípulos.

Más firme sería el lazo con Dugin, quien habría al aristócrata en idioma original durante los años finales de la Unión Soviética, en las colecciones de la Biblioteca Estatal Vladimir I. Lenin de Moscú (p. 44). Habría empezado aquí un sinuoso camino hacia el poder, en tanto este intelectual habría fusionado el Tradicionalismo con otras corrientes como el “euroasiatismo”, respondiendo al interrogante sobre el lugar de la Rusia post-soviética con la propuesta de un “orden multipolar” que resistiera la ola igualadora proveniente de Estados Unidos. A través de sus textos y conferencias, Dugin habría difundido las doctrinas evolianas en Europa Oriental: de acuerdo con Teitelbaum, tanto el antiguo líder del partido húngaro Jobbik, Gábor Vona, como su eminencia gris, Tibor Baranyi, habrían cimentado su discurso antisemita, anti-gitano y nacionalista en el corpus evoliano. El ruso también habría estado en contacto con John Morgan, responsable de la traducción de algunas de las principales obras del barón al inglés a través de su sello editorial, Integral Tradition Publishing (luego absorbida por Arktos).

Ahora bien, compartir lecturas y hasta filosofías no habría implicado una asociación automática. Por el contrario, la obra está plagada de reyertas, desde una encendida discusión entre Dugin y Olavo en Internet hasta la suspicacia generada por “luminarias” de la alt-right como Richard Spencer. No sólo faltaría una “ortodoxia política”, sino que habría lugar incluso para ciertas miserias: según Teitelbaum, el principal obstáculo para una “alianza tradicionalista” entre el ruso y Bannon era la enemistad entre sus financistas, es decir el Partido Comunista Chino y el magnate anticomunista Guo Wengui, respectivamente.

Más allá de sus falencias, imprecisiones y exageraciones, no puede negarse que War for Eternity es el producto de una ardua e incisiva investigación, además de ser un libro bien escrito y, por momentos, atrapante. De todas maneras, su mayor aporte es otro: es el ensayo de un autor mainstream que no caricaturiza el Tradicionalismo, sino que intenta comprenderlo en sus propios términos. No deja de ser sugestivo que su “mundo ideal”, en vez de ser desestimado como un delirio de trasnochados, sea considerado un proyecto posible:

Es un mundo de escalas reducidas, de esferas políticas comprimidas, y de objetivos radicalmente diferentes. Sin imperios, sin entidades trasnacionales dominantes conspirando fuera de la vista y el control de la gente promedio. En su lugar, un mundo de naciones o civilizaciones; de enclaves limitados […] cada uno basado en algo que debería alinearse con sus fronteras robustas: su pueblo. ¿Y qué es un pueblo? Un pueblo es distinto de otros pueblos; un pueblo comparte un pasado así como un futuro, manteniendo alianzas con ambos. Ellos poseen una esencia, una forma espiritual y cultural de ser, que trasciende el tiempo (p. 234).



1 Benjamin Teitelbaum, Lions of the North. Sounds of the new Nordic Radical Nationalism, Nueva York, NY, Oxford University Press, 2017.


2 Reacciones críticas al libro pueden encontrarse en Luke Harding, “War for Eternity by Benjamin R. Teitelbaum review – Starstruck by Steve Bannon” en The Guardian, 5/6/2020, disponible en bit.ly/2PRSxqy y Andrew Moravcskik, “War for Eternity: Inside Bannon’s far-right circle of global power brokers” en Foreign Affairs Nº 5, Vol. 99, Septiembre-Octubre de 2020, disponible en fam.ag/31XBB4N.

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