martes, 11 de noviembre de 2014

GHIO: KIRCHNER Y CARL SCHMITT

LA ESTUPIDEZ IGNORANTE Y EL NAZISMO DE KIRCHNER


Antítesis absoluta.


1º Los distintos tipos de estupidez


El siglo XXI ha significado respecto del anterior el pasaje, en nuestro medio cultural y político, de lo que Evola y Schuon llamaban la estupidez inteligente a algo mucho más patético y dañino cual es la estupidez ignorante. Entendemos por la primera un tipo de estupidez que, si bien como tal no alcanza a comprender o se escabulle de las cosas esenciales, sin embargo suele camuflarse detrás de un cierto manto de información que la hace a veces ingeniosa e incluso interesante, tal el caso de ciertos periodistas cultos y leídos con los cuales se podía hasta llegar a debatir. Ahora con el transcurso de los tiempos y de la decadencia la estupidez se ha profundizado convirtiéndose en desinformada e incluso fantasiosa. Y esto podría explicarse también por el hecho de que como vivimos en una época de vanidades y en tanto los intelectuales emplean la mayor parte de su tiempo en exhibirse ante el público, a falta de dedicación en las lecturas, suelen inventar las cosas suponiendo siempre que la mayoría que vive en forma apasionada la era de la imagen no lee ni está al tanto, lo cual muchas veces suele ser cierto.
Ahora bien, respecto de la estupidez ignorante las hay de dos tipos, la de aquellos que son tales y abiertamente lo confiesan y la de los otros en cambio que nunca lo dicen pues están convencidos de que jamás van a ser descubiertos. En el primer caso tenemos el famoso ejemplo del catedrático peruano Faverón quien escribiera una larga nota denostando a Julius Evola no son antes haber tenido la honestidad intelectual de confesarnos no haberlo leído nunca. No ha pasado así en cambio con el argentino Pérez Sebreli quien en un best seller que lleva ya las 14 ediciones manifestó respecto del mismo autor que existía en su país un Centro de Estudios que difundía sus ideas y que como tal había ‘convencido’ al nazi Biondini de que era la reencarnación de la divinidad hindú Kalki. Tiempo atrás pude dar con el aludido a quien no veía desde al menos 20 años e intenté aclararle que si era cierto que se había convertido en adepto al reencarnacionismo no tenía el derecho de mezclarlo en tal aventura al pensador italiano quien en varios de sus escritos había condenado tal doctrina como una verdadera y propia falsificación. Me contestó asombrado que no solamente seguía siendo católico, sino que el término Kalki que utilizaba no tenía referencia alguna con la divinidad aludida, en tanto que se trataba de un mero pseudónimo periodístico.
Digamos al respecto, para explicar un poco más este fenómeno de decadencia, que es una característica propia la de acudir a la mentira, a veces incluso sin tener razones para hacerlo casi como teniendo un gusto estético por la misma. Nunca pude entender el trasfondo psicológico de tales falsificaciones ni de otras tantas, y lo he intentado explicar como una obsesión morbosa por querer ser originales y despertar curiosidades en la gente, de lo cual es singular testigo hoy en día la televisión que consumimos con ese fenómeno tan adentrado en nuestro medio que es la ‘tinelización’ o ‘forticización’ * de nuestra cultura determinada esencialmente por el gusto exacerbado por lo escabroso.
Claro que los ejemplos antes aludidos, si bien pueden resultarnos sintomáticos, en el fondo son inofensivos, el problema en cambio sucede cuando la estupidez ignorante tiene la capacidad de producir verdaderas conmociones e ideas fijas capaces de generar cambios en el país, en especial en las conductas de las personas a quienes las mismas afectan. Iremos a un caso muy puntual al respecto y es el que se refiere a la segunda parte del título de esta nota. Tiempo atrás una serie de medios, tales como la revista Noticias, Crítica e incluso el diario La Nación entre otros, iniciaron una seguidilla de notas, las que se continúan aun en nuestros días, intentando a través de las mismas explicar este fenómeno tan singular cual es el carácter abiertamente confrontativo demostrado por la pareja presidencial el que se caracteriza por su afán de estar buscando siempre nuevos enemigos a los que atacar con la finalidad de incrementar y consolidar su poder. Fue así como alguien trajo a colación la existencia de otro matrimonio de intelectuales que viven en Europa que habría influido notoriamente en aquellos, nos referimos específicamente al compuesto por el ex trotskysta argentino Ernesto Laclau y por la belga Chantal Mouffle quienes escribieron una serie de obras, alguna de las cuales sería libro de cabecera de nuestra pareja presidencial. Pero el tema no termina allí: indagando en los contenidos de las mismas alguien hizo notar que si bien tales autores provienen del marxismo, en tanto se reputan como postmodernos y por lo tanto postmarxistas, habrían intentado introducir en tal doctrina algunas modificaciones y autores que no le resultan en nada ortodoxos, tales como el alemán Karl Schmitt, respecto del cual también se resaltó que fue alguien que se afiliara al partido nazi en 1933. Comenzaron entonces las elucubraciones. En primer lugar se señaló que Schmitt del mismo modo que Kirchner concibe la política como una incesante confrontación entre amigo y enemigo. En La Nación (2/06/10) Álvaro Abos sostuvo también de cosecha propia que para el pensador alemán, de la misma manera que en Kirchner ‘la política no se trata de meras discrepancias de opiniones, sino que concebía al miedo como factor indispensable de cualquier triunfo en tal terreno’ (?), así como ‘la confrontación permanente que es lo que practica Kirchner’ es propia del nazismo de Schmitt respecto del cual nos agrega como un consuelo relativo al final que le podría esperar que ‘fue detenido dos años por los Aliados cuando ocuparon Alemania en 1945’. En la misma línea escribe también Beatriz Sarlo (La Nación, 29/07/10) la que insiste en señalar esta adscripción de Kirchner al ‘decisionismo’ del ‘nazi’ Schmitt y a través de la mediación de una pensadora de izquierda como Chantal Mouffe cuyo libro “El retorno de lo político’ sería ‘obra de cabecera de la actual presidenta’. La cosa no termina allí, la revista Crítica hizo entonces la deducción consecuente de toda esta seguidilla de notas formulando el silogismo siguiente. El matrimonio presidencial está influido por otro matrimonio de postmarxistas seguidores de Karl Schmitt. Karl Schmitt era nazi. Por lo tanto Kirchner es un nazi. Y acompañaba la nota con un fotomontaje del ‘pingüino’ haciendo el saludo romano. Demás está decir lo peligrosas que han resultado para el país todas estas elucubraciones en especial en alguien tan pendiente de la opinión pública como el actual presidente en ejercicio. Estamos en condiciones de decir respecto del fragor que ha obtenido este conjunto de notas que la reciente aprobación de la ley de matrimonio homosexual que lo tuviera a éste como a uno de sus principales promotores fue un intento vano por querer demostrar su anti-nazismo a quienes lo acusaban falsamente de lo contrario. En efecto salta a simple vista que alguien que es nazi en ningún momento aprobaría una ley que favorece a los homosexuales.
Lamentamos en todo esto haber llegado demasiado tarde. No era necesario arribar a tales extremos. Prescindiendo del hecho elemental de que Schmitt no era nazi, sino en todo caso un conservador revolucionario, lo cual es una sutileza que nuestros estúpidos ignorantes difícilmente puedan entender, demostraremos en lo que sigue lo siguiente. 1) Que el Schmitt que puede haber leído Kirchner a través del matrimonio argo-belga nada tiene que ver con el Schmitt verdadero. 2) Que el pensamiento de este último era lo opuesto exacto a lo practicado por el matrimonio pingüino, 3) Que por lo tanto no solamente Kirchner no es ‘nazi’, sino que por la praxis que le detallaremos es abiertamente ‘antinazi’, si es que por tal cosa nos estamos refiriendo al pensamiento del eminente jurista alemán.

2- Los intelectuales trotskystas en el peronismo

Partamos pues del matrimonio de intelectuales posmarxistas que influiría en el presidencial argentino. Para ello hay que remontarse a los mismos orígenes del peronismo. Perón, de acuerdo a su famosa política oportunista de los anticuerpos, solía tener en su movimiento, a fin de contrarrestar los distintos extremos, junto a intelectuales adscriptos notoriamente a la extrema derecha fascista a otros que en cambio pertenecían abiertamente a la izquierda marxista. En su caso particular no podía contar con el apoyo de los comunistas stalinianos en tanto que éstos determinados aun por las consignas de la última contienda formaban parte del Frente Popular con todas las distintas expresiones del liberalismo proyanqui. En cambio sí pudo hacerlo con algunos trotskystas, como el caso de Abelardo Ramos quien escribiera panegíricos respecto de la experiencia peronista en el periódico Democracia bajo la firma de Diego Almagro. Continuó luego con su actitud también con otros gobiernos del mismo signo, concluyendo sus días como embajador de Menem, al cual acompañaron también otros trotskystas conversos como Raventos y Jorge Castro entre tantos. Lo peculiar de su caso es que, a pesar de tantas décadas de prédica ‘antimiperialista’, Ramos terminó apoyando a un gobierno peronista que sostenía relaciones carnales con los EEUU.
Ernesto Laclau es otro intelectual perteneciente al mismo grupo de ‘izquierda nacional’ que inspirara el antes aludido, sin embargo su ecuación existencial ha sido sumamente diferente. Radicado en Europa hizo carrera universitaria en Inglaterra en donde enriqueció su dialéctica trotskysta con otros autores de moda tales como Lacan y al parecer también el ‘nazi’ Karl Schmitt. Pero en el fondo, a pesar de parecer pintoresco, carece de cualquier originalidad. Su obra La razón populista es un verdadero ladrillo saturado de farragosos léxicos lacanianos y postmodernos y que se podría condensar en tres renglones, los cuales por otro lado no contradicen en nada las diferentes apologéticas que sobre el populismo peronista hiciera su maestro Abelardo Ramos. Quien indudablemente lleva mejor puestos los pantalones en la difusión de las ideas es su pareja Chantal la cual ha escrito una obra titulada “El retorno de lo político” que al parecer Alberto Fernández (el de bigote más fino) le habría obsequiado a Cristina y de la cual ésta no habría podido separarse nunca, pues señalemos que la belga además de marxista es también feminista. Prescindiendo de estos detalles risueños podemos decir que el texto, lejos de ser una obra sistemática, es un rejunte de distintos artículos, tal como confiesa la misma autora, en donde en relación al autor alemán se repite lo mismo varias veces. Haciendo honor a su nombre, Chantal explica que ella rescata un Schmitt que no contradiga a la democracia y al liberalismo, es decir un Schmitt que solamente puede existir en su imaginación ya que estas dos temáticas, en especial la segunda, han sido el factor determinante de toda su obra la cual puede sin más ser caracterizada como un verdadero tratado de filosofía política en contra del liberalismo. Más absurdo todavía es querer equiparar la dupla amigo-enemigo con la dialéctica marxista de la lucha de clases. Su esposo ha llegado a decir que el valor de Schmitt se encuentra en mantener vivo el conflicto dialéctico que proponía Marx ante las posturas que tienden en cambio a derogarlo con el proceso de globalización, por lo que se convertiría nada menos a sus ojos que un revitalizador del marxismo, cuando nuevamente es todo lo contrario. La dialéctica de la lucha de clases es la antítesis absoluta de la dupla amigo y enemigo sostenida por el germano y más aun de la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky que es el trasfondo último de las elucubraciones de la pareja de intelectuales. Existen brillantes escritos del autor alemán denunciando al marxismo como un instrumento de guerra y disolución interior formulado en aras de la destrucción de una nación estimulando las luchas entre sus partes integrantes.
Pero para ello pasaremos aunque sea sintéticamente a reseñar lo esencial del pensamiento del alemán demostrando así que no tiene nada que ver con los aludidos post-trotskystas y menos todavía con Kirchner.

3) Hostis e Inimicus

No puede soslayarse en manera alguna en el análisis de la fundamental obra de Karl Schmitt y en especial de su brillante texto El concepto de lo político, la situación histórica en la cual ésta fue escrita. La obra fue elaborada en las postrimerías del Tratado de Versalles y de las diferentes crisis vividas como consecuencia del mismo por su país Alemania. Tras la intervención norteamericana en Europa y con la implementación balcanizadora promovida por el presidente Wilson, Alemania fue sometida a un status de paria. Lejos de efectuarse un Tratado de Paz en el cual se convenían condiciones justas entre las partes tal como aconteciera siempre luego de las guerras concluidas, se le impusieron al vencido condiciones vergonzosas y humillantes tratándose a tal país como un verdadero criminal al que se culpabilizaba por todas las muertes producidas por la contienda. Esto es lo que explica el trasfondo de la reflexión schmittiana respecto del amigo y enemigo como categorías propias de la política. El pensamiento liberal motorizado principalmente por los EEUU, aunque contando a su vez con la adhesión de las diferentes masonerías inglesa y francesa, quería resolver las cuestiones políticas aplicando categorías propias de otra esfera, la de la moral. Al respecto S. señala por vez primera que dicho proceso de confusión ha comenzado a través de un fenómeno consistente en un verdadero empobrecimiento de los distintos lenguajes de nuestros tiempos en donde se utiliza una misma palabra para referirse a dos cosas muy distintas cuales son el enemigo público y el privado, lo cual en las lenguas clásicas no era así. Pues en la antigua Roma existían dos términos diferentes para referirse a las dos cosas, hostis e inimicus, uno era el enemigo público y otro el privado. La palabra hostis ha desaparecido de las lenguas romances quedando sólo el remanente como adjetivo (hostil) pero no existiendo más el sustantivo. Solamente el inglés aun conserva los dos términos (enemy y foe), pero habiéndose perdido lo significados originarios. Y ambos conceptos son sustancialmente diferentes. El hostis es el otro, aquel que como nosotros quiere ocupar un lugar en el espacio y con el cual en algunos casos cuando el conflicto se agudiza es posible llegar a una guerra, lo cual es una cosa normal y de ninguna manera condenable en sí mismo en tanto obedece a una realidad cual es la existencia de la diversidad en el hombre. Desde tal perspectiva aceptar la existencia del hostis es aceptar la diferencia y que el otro, del mismo modo que nosotros es un ser que no tiene por qué ser ni bueno ni malo sino alguien que despliega su potencia. Al otro en tanto enemigo político no tengo por qué odiarlo, en todo caso lo que tengo que hacer es combatirlo para evitar que ocupe mi lugar.
Vayamos a casos concretos de nuestra historia. La Argentina confrontó a lo largo del tiempo con su vecino Chile por la posesión de determinados espacios geográficos, pero ello no tuvo por qué significar que se tuviese que odiar por ello a los chilenos. Es más hasta era posible admirar a nuestro enemigo (como hostis) por su capacidad en saber defender sus derechos, cosa que en cambio no sucedía necesariamente con nuestros gobiernos. O aun en el caso de enemistades internas. Rosas y Lavalle se combatieron mortalmente, pero ello no fue obstáculo para que cuando el segundo fue vencido que el primero concurriera a su campamento a dialogar y hasta compartir un mate en admiración recíproca. Es obvio que una situación similar no existiría respecto de un enemigo privado. Nosotros no admiraríamos nunca a un violador por la manera como realiza su faena, aunque haya podido hacerlo con mucha entrega en su causa. El enemigo privado puede ser convertido en criminal por lo que hace y respecto del mismo pueden existir el castigo y la culpa. El enemigo político en cambio en la medida que es el otro, es un par con el cual incluso se puede llegar a una guerra, pero no tenemos por qué odiarlo ni repudiarlo. En todo caso si es vencido se lo considera como aquel al cual la suerte de las armas le ha sido adversa y que esa situación también podía haber sucedido con nosotros. Por ello la paz y la amnistía son las medidas normales en los tratados que se hacen con el enemigo contra el cual se ha luchado. La paz no es concebida así como lo opuesto de la guerra, sino como la consecuencia normal a la que ésta nos conduce. Con la modernidad y en especial con sus dos ideologías gemelas, el liberalismo y el marxismo, ha sucedido la confusión entre las dos esferas, la privada y pública. El enemigo político deja de ser el otro, para convertirse en el culpable y en algunos casos el criminal. Julien Freund, uno de los mejores discípulos de Schmitt, solía dar como ejemplo de un político moderno y liberal a Robespierre. “Casi nunca habla del enemigo sin añadirle los epítetos de infame, criminal, vicioso, inmoral, etc.”, es decir moraliza la política, confunde las esferas. Es indudable entonces que mientras que la política sea calificada en términos morales las actitudes frente al enemigo se tengan que convertir en verdaderas confrontaciones y guerras totales. Nüremberg ha sido una demostración plena de esta mentalidad. Luego de la victoria, lejos de firmarse un verdadero tratado de paz con el vencido, se lo convierte en criminal por decreto, se lo juzga como tal y se lo ejecuta como si se hubiese tratado de un delincuente (de allí el término ‘criminal de guerra’ que era desconocido en la Antigüedad en donde las guerras eran juzgadas con categorías políticas y no morales). Justamente lo sostenido por Schmitt es lo opuesto exacto de lo que sus detractores le achacan al querer adjudicarle a éste por ignorancia lo que Kirchner actualmente es o practica. Su teoría política no es confrontativa tal como ellos sostienen, sino un medio adecuado para encontrar la paz. Al que está enfrente mío no hay que demonizarlo y querer destruirlo como si se tratara de un criminal, sino respetarlo y reconocerlo como el otro con el cual se pude ser severo, pero nunca injusto en manera tal de confundir las esferas pública y privada.

4) Kirchner y Karl Schmitt

Confundir a Kirchner con Karl Schmitt no es solamente el equivalente de mezclar la Biblia con el calefón, sino el de llegar a creer que quemando las Sagradas Escrituras se pueda obtener agua caliente. Justamente si Schmitt viviera lo tendría a Kirchner como un paradigma de lo que no debe hacerse en tanto confusión de la esfera pública con la privada.
En la actualidad la República Argentina es el país de la tierra que sigue aplicando la lógica de Nüremberg, es decir la de juzgar hechos que pertenecen a la esfera política utilizando categorías morales. Hubo aquí una guerra civil y los contendientes de la misma deben ser considerados con categorías propias de una ética de guerra y juzgados por los códigos militares elaborados al respecto. Un militar que mata no es un asesino como un violador o asaltante, sino alguien que ha cumplido con un acto de servicio. Esta disyunción entre lo político y lo moral es lo que no aplica actualmente el gobierno de Kirchner que juzga los hechos de una guerra con cánones burguesas y civiles, es decir contrarios a lo que dijera Karl Schmitt. Esta demonización que él ha realizado de su adversario al cual ha llegado a aplicar varias condenas a perpetua es además producto de un segundo hecho psicológico y privado que es dable señalar aquí como corolario de esta nota.
Así como Kirchner se ha sentido hace poco en la obligación de demostrarse a sí mismo y a los otros que no es nazi en tanto aprobó el matrimonio de los homsexuales hoy en día quiere demostrarnos que no ha sido un colaboracionista de los militares durante el gobierno del Proceso mostrándose implacable con éstos a través de su enjuiciamiento. Como estamos en una esfera privada y no pública se trata entonces de explicarlo psicológicamente. Presenciamos aquí un fenómeno conocido como el de la compensación. Su ejecutor pretende borrar de su memoria varios años de claudicación generando así una nueva guerra de la que pretende salir victorioso. Una vez más esta idea de la guerra permanente del bien contra el mal o de la burguesía contra el proletariado, podrá ser liberal o marxista, pero nunca schmittiana a pesar de toda la alharaca efectuada en contrario por la estupidez ignorante.

Marcos Ghio

Buenos Aires, 1/08/10

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