UNA ESVÁSTICA FLAMEANDO EN LA ARGENTINA
Se aproxima de a poco un nuevo acto electoral en la Argentina y ya se
perfilan los nuevos candidatos. Como siempre nuestra línea es al respecto invariable
desde que se inaugurara la democracia como forma de vida hace 31 años *. No hay
que brindar la más mínima colaboración a la misma, no hay que participar de
ninguna elección, no hay que apoyar a ninguno de los candidatos existentes y
menos aun formar partido político alguno en tanto representa una claudicación en los principios. También
debe evitarse a cualquier precio la teoría del mal menor. El mal que es menor
es simplemente un mal tímido que aun no se ha desplegado en forma desfachatada
e inescrupulosa, por lo que respaldarlo implica ayudarlo en tal despliegue. Por
lo tanto, una vez más y tal como dijera el Maestro Evola: ser convidados de piedra del sistema,
establecer profundas distancias con el mismo, no formar parte de sus diferentes
‘alternativas’.
Arribados a este punto cabría preguntarse entonces si con esto es
suficiente, si con tal postura no estamos de algún modo incurriendo en un
cierto fatalismo por el cual se considera que a nuestra no acción y no
compromiso le seguirá irreversiblemente un resultado conveniente a nuestros
fines, consistente en una consumación final de los tiempos, o en una nueva edad
de oro por venir, respecto de la cual nuestro privilegio consistirá simplemente
en habernos anticipado en prever su efectiva realización. De ningún modo es que
lo sostenemos. Simplemente pensamos que es indispensable buscar otras alternativas que escapen a los
marcos estrechos que nos brinda el sistema. De la misma manera que para
nosotros la democracia no es nuestro lugar propio, el punto de partida para
nuestra acción no son los sagrados intereses de la República Argentina
o de alguna otra nación, o de nuestra ‘civilización occidental y cristiana’, sino
algo más universal y vasto: la
Guerra de Civilizaciones, esto es, el gran combate por el que
contrastan el mundo moderno y el mundo tradicional, el cual actualmente sólo se
está desarrollando en el universo islámico tras la aparición del movimiento
fundamentalista. Tal como hemos dicho varias veces, partimos del siguiente
aserto: el mundo moderno, es decir aquel en el cual vivimos, compuesto de
máquinas, de masas y de puros individuos, que ha dado cabida a la democracia y en
donde la economía y el dinero representan el destino obligado del hombre no
desaparecerá solo, será indispensable para ello la acción de una fuerza que
contraste con tales principios y la misma no pertenece a ninguna patria, ni raza
en exclusividad. Así como no creemos en la superioridad de nuestra nación
tampoco lo hacemos con la raza blanca. Si bien podamos aceptarle logros e
importantes creaciones en el ámbito de la cultura también debemos reconocer que
ha sido de la misma desde donde se ha generado la gran decadencia moderna en la
que vivimos, habiendo sido en su seno que se constituyeron estas dos grandes
anomalías históricas: capitalismo y comunismo, las que pergeñaron la actual democracia.
Por lo tanto no somos ni racistas ni tampoco nacionalistas en el sentido
exclusivista y moderno. Creemos con Evola en una raza del espíritu consistente en una dimensión superior que se
encuentra en potencia y en grados diferentes, como una semilla a brotar, en el
seno de todas las etnías hoy existentes, y del mismo modo somos nacionalistas
en tanto adherimos a una patria, pero tan sólo a la que se expresa
esencialmente a través de ideas y de principios y no por la mera pertenencia a
un espacio geográfico.
Formulado tal aserto valen aquí las siguientes reflexiones. Si bien
somos católicos y argentinos, en tanto no somos provincialistas y en la medida
en que para nosotros son los principios lo más importante, estamos más cerca de
Bagdadi que propone el imperio y en consecuencia la soberanía de lo sagrado
sobre lo profano en el campo político y social que del papa Bergoglio que, en
tanto adhiere a los principios modernos y a la democracia, sostiene combatir a
tal adversario irreconciliable. Y podríamos decir lo mismo respecto de nuestra
actual clase política en tanto representante del sistema crepuscular. Una
vez más nuestra alternativa no es aquí catolicismo a cualquier precio o Islam,
sino democracia o imperio, pues consideramos que tan sólo en esto último se
expresa la sustancia de nuestra religión y patria y estaremos siempre allí en
donde se encuentre. Fundados pues en tales premisas consideramos
que es dable buscar en el seno de nuestra vida social a aquellas fuerzas que,
aun sin ser de nuestra religión, raza o nacionalidad, tal como acontece en el
caso del fundamentalismo islámico, sin embargo están mucho más cerca de nuestra
propia sustancia que aquellas personas que se califican también como católicos
y como argentinos pero que en los hechos, de manera conciente o no, colaboran
con el mundo moderno.
Esto viene al caso porque días pasados en una ciudad de la provincia de
Neuquén se suscitó un gran conflicto de carácter ‘nacionalista’ cuando se supo
que su Concejo Deliberante había resuelto permitir que, junto a la bandera
argentina, flameara también la de la colectividad mapuche. El tema resultaba
sumamente delicado puesto que se concatenaba con dos cosas: por un lado los
intentos de segregar la
Patagonia de la
Argentina , el famoso plan Andinia, con la presencia de
mochileros judíos y de terratenientes de tal nacionalidad que compraron grandes
espacios en la región y por el otro las tradicionales apologéticas del
indigenismo y de la reivindicación de los ‘derechos humanos’ como factores de
disgregación nacional. Dejando por un momento a un lado el primer punto y yendo
específicamente al segundo, es dable hacer notar que, si bien existe un
indigenismo emparentado con las ideologías de extrema izquierda que formula una
apologética puramente telúrica y comunista del pasado precolombino, hay otro en
cambio que lo hace exaltando valores tradicionales y jerárquicos que existieron
en nuestras tierras y respecto de lo cual la dinastía incaica fue un claro
ejemplo. Al respecto queremos recordar que tiempo atrás, cuando el movimiento
mapuche exhibió por primera vez su bandera, el partido provincial gobernante en
Neuquén, caracterizado por una tendencia claramente economicista y moderna que
lindaba abiertamente con el separatismo, lo criticó por haber presentado en la
misma y entre sus símbolos, a una conflictiva esvástica. Dicha insignia bien
sabemos que trasciende totalmente el uso que le diera en Alemania el nacional
socialismo y simboliza el movimiento solar consistente en un punto que se mueve
circularmente sin desplazarse en el espacio. Es pues el símbolo de la eternidad
y de la autosuficiencia, en contraste con la luna y la tierra que significan el
tiempo y el devenir mutable en tanto que reciben de otro la luz y el
movimiento. En su momento no prestamos atención suficiente a tal ‘denuncia’ y
supusimos que la esvástica en la bandera mapuche era un símbolo más que allí
aparecía casi como un descuido de las partes. Pero hoy, al verla exhibida por
la publicidad, percibimos que estábamos equivocados, que la misma ocupa un
lugar central en el emblema. A esto se asocia
también el hecho de que es en la misma provincia donde está a punto de llevarse
a cabo una de las principales depredaciones del medio ambiente asociadas a
grandes negociados, como ser la explotación del recientemente descubierto
yacimiento de Vaca Muerta utilizando el cuestionado procedimiento del fracking que es reconocidamente
contaminante de las reservas de agua dulce. Es de destacar que los distintos
movimientos indigenistas se han opuesto a tales depredaciones invocando muchas
veces argumentos espirituales y religiosos, los que se enmarcan perfectamente
en un contexto tradicional para el cual al no ser la economía el destino del
hombre la naturaleza no es por lo tanto concebida como un campo de batalla a
depredar y vencer, sino un contexto con el cual debe armonizarse. Es cierto que
existen los proyectos separatistas impulsados por el sionismo en la región,
pero habría que preguntarse si los mismos no son favorecidos más por aquellas
fuerzas que en su momento criticaban la presencia de la esvástica en la bandera
mapuche y que hoy quieren depredar nuestra naturaleza para obtener dinero o un
movimiento que en cambio promueve, como el mismo catolicismo raigal, que la
economía sirva al hombre y no el hombre a la economía.
·
En
diferentes oportunidades hemos explicado que lo que aconteció en 1983 en la Argentina fue una
verdadera y propia revolución; la democracia, que antes era simplemente una
forma de gobierno, de repente se fue extendiendo a todas las demás
manifestaciones sociales pasando así a constituirse como una verdadera y propia
forma de vida. Tal revolución es permanente, de acuerdo al modelo marxista y
gramsciano, de a poco y como un verdadero virus, a través de sucesivas trampas
semánticas en las cuales participan los distintos estamentos del país, se va
extendiendo absolutamente a todo hasta lograr el fin último que es la
desaparición lisa y llana del Estado y de la nación argentina.
Marcos Ghio
15/12/14
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