¿QUÉ HACER?
Hoy trataremos un tema
que si bien no se vincula directamente con la guerra de civilizaciones tiene
implicancia en ella puesto que se refiere, nada más ni nada menos, con lo que
podemos y debemos hacer los íbero-americanos, a partir de nuestra realidad
religiosa, cultural, histórica y geopolítica, para contribuir a lo que los
heroicos guerreros del fundamentalismo islámico están haciendo en los campos de
batalla en lejanos lugares. La guerra contra el mundo moderno debe ser universal
de manera que no es cuestión de ser simples observadores y pasivos
contempladores.
Como ya hemos expresado en
otras oportunidades nuestros esfuerzos deben ir encaminados a la formación de
una Orden heroica, viril y guerrera, que nada tiene que ver con un partido
político o con una simple organización. La Orden debe sostenerse sobre
principios de la Tradición que nada tiene que ver con cierto tradicionalismo
vago y licuado propio del tradicionalismo católico, que como bien lo dijo el
maestro Julius Evola es un tradicionalismo a medias.
Esto nos lleva en primer
lugar a la cuestión religiosa, o sea, ¿cuál debe ser la religión de la Orden?
El catolicismo ha sido a lo largo de los siglos la religión que ha configurado
nuestro contexto social, político, usos y costumbres y vida cotidiana. Pero ¿cuál
catolicismo? Y aquí viene una cuestión decisiva sobre la cual hay que tomar
partido desde el comienzo, de lo contrario el árbol crecerá torcido. Desde el
Medioevo se diferenciaron dos catolicismos: el güelfo encabezado por la Iglesia
Católica, y el gibelino cuya cabeza fue el Sacro Imperio Romano Germánico.
Triunfó el güelfo que así escindió la autoridad espiritual del poder político y
pretendió subordinarlo al Papado. Este es el catolicismo que sigue vigente a
través de la Iglesia y que ya ha caído en un culto femíneo, llorón, pacifista y
cobarde dedicado a la mera asistencia social y cada vez más compenetrado con el
mundo moderno y el nuevo orden que se pretende imponer.
La Iglesia Católica ya no se
va a reformar cuando tuvo muchos ocasiones de hacerlo y en mejores condiciones.
No se visualizan en los grupos integristas y sedevacantistas posibilidad alguna
puesto que siguen siendo güelfos. Menos aún se trate de crear una iglesia nueva
que desembocaría en una nueva casta sacerdotal; de lo que se trata es que no haya casta sacerdotal; que la Orden
asuma el catolicismo gibelino con sus monjes guerreros al frente y abandonar a
su suerte a la Iglesia Católica y a sus Papas y sacerdotes. Pero no arrojemos
el agua sucia de la bañera junto con el niño: rescatemos y mantengamos en alto
los dogmas doctrinarios de la religión católica tales como el de la Santísima
Trinidad hoy olvidado, y que constituye la piedra angular de nuestra religión y
el que nos diferencia de las otras religiones abrahámicas por su concepción de
Dios.
Para muchos resultará
difícil concebir una religión sin iglesia y sin jerarquías sacerdotales pero es
cuestión de liberarse de ataduras que se transforman en una cárcel sin barrotes
que nos hacemos nosotros mismos.
Los nacionalistas católicos
deberían meditar sobre esta cuestión que es una de las que los limitan junto
con su adoración al estado-nación, y aventemos toda mala interpretación: no se
trata de atacar a la religión sino de expulsar sus excrecencias que desde los
conflictos medievales han venido corroyendo lo más glorioso de la civilización
occidental que alguna vez fue cristiana. En ese sentido la Iglesia Católica fue
la que abrió las puertas a la modernidad. No se puede pues combatir al mundo
moderno sin un ajuste de cuentas con esa institución.
La Orden de monjes guerreros
que sostendrá el catolicismo gibelino, heroico y viril será la que debe dar el
tono a la restauración de la sociedad, y será el puente entre el Cielo y la
Tierra. Íberoamericanos, a la tarea.
San Carlos de Bariloche, 9 de noviembre del 2015.
JULIÁN RAMÍREZ
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