lunes, 6 de junio de 2016

GHIO: LA INTERPRETACIÓN DE EVOLA

LA INTERPRETACIÓN DE EVOLA

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Tiempo atrás, en un debate con el director de una revista de orientación tercerista, sostuvimos, ante una serie de dislates que el mismo profería respecto de Evola, como el de calificarlo como un autor ‘muy moderno’, que el maestro italiano tenía un lenguaje preciso que no necesitaba interpretaciones especiales. Que su estilo era claro y reiterativo de una corriente de pensamiento de carácter tradicional hallable en todas las grandes civilizaciones y que en lo único en que se había diferenciado era en la formulación de tales principios en la época en la cual le había tocado vivir durante las primeras tres cuartas partes del siglo pasado.
Hecha esta previa acotación, queremos ahora proceder a precisar los términos de la misma. Consideramos que si bien la doctrina formulada por Evola es contundente, no precisando interpretación alguna, sino simplemente su formulación en total pureza haciendo conocer principalmente sus textos y sus aclaraciones sobre la exposición de la totalidad de los múltiples temas tratados, en especial a través de su biografía espiritual, El Camino del Cinabrio, donde sí es necesario efectuar las explicaciones pertinentes es en lo relativo a sus últimos escritos durante la época del recrudecimiento del Kaliyuga en la cual había vivido y cuyos efectos principales apenas se insinuaban en el momento en que muriera.
Estas dos obras son Metafísica del sexo y principalmente Cabalgar el tigre. Textos estos últimos, y en especial el segundo, escritos no para todo el mundo sino para un determinado y muy especial grupo de personas, de aquellos que, en medio de los estertores del caos, resultan ser no solamente capaces de sobrevivir al mismo, sino que además pueden  ‘cabalgarlo’, es decir de convertir lo que en el mismo resulta deletéreo y venenoso en remedio y punto de apoyo para realizar el fin primordial del hombre verdadero. Al respecto queremos señalar aquí que, si bien tales obras han sido escritas principalmente para un hombre diferenciado, lo cierto resulta ser que, en tanto el mismo no tiene una señal especial que lo diferencie de los otros, acontece así que cualquiera, aun sin serlo, puede creer pertenecer a tal categoría, por lo cual ha acontecido en algunos casos que tales obras han recibido interpretaciones de lo más contrarias a los fines formulados por el autor. Vayamos a ejemplos muy concretos y especiales empezando por la primera obra.

Metafísica del sexo, tal como su nombre lo indica, pretende señalar una vía superior del sexo, no meramente física sino de carácter espiritual. Parte de la premisa de la existencia de un tipo de hombre anterior al actual, el andrógino, es decir un ser que poseía los dos sexos. Esta formulación está presente en todas las grandes tradiciones. Por ejemplo en la nuestra, Adán antes del pecado, tenía en su seno también al sexo femenino, la famosa ‘costilla’ de la cual surge Eva, y la división sexual que sobreviene luego representa propiamente la caída y por lo tanto un elemento que se asocia al mundo de lo mortal, siendo éste propiamente el sentido del pecado, más que significar una mera categoría moral como se lo entiende habitualmente.
Ahora bien, la metafísica del sexo, a diferencia de lo que acontece habitualmente cuando alguien se refiere a tal disciplina, no se trata de una mera descripción y de un conocimiento de tal realidad previa, ínsita en la sexualidad, sino que implica también una parte operativa, que es la magia (comprendida como metafísica práctica) por la cual, a través de una serie de ritos y de ceremonias especiales, se produce tal retorno al estado androgínico multiplicado y enriquecido por la superación del estado de caída. Esto fue comprendido y practicado por otra tradición de carácter oriental, cual fuera el tantrismo. Para producir tal unión superior en el ámbito de la sexualidad, debía lograr suscitarse, sea en el hombre varón como en la mujer y de manera absoluta, sus dos condiciones propias: lo activo en el primero y lo pasivo en lo segundo, o también metafísicamente, la forma en un primer caso y la materia en el otro. Tal movimiento hacia la estereotipación de la distinción entre los sexos es propiamente lo opuesto de lo que acontece en el mundo moderno en donde las diferencias entre ambos tienden cada vez a desaparecer totalmente en un plano superior y solamente están presentes de manera por lo demás distorsionada en uno de carácter simplemente físico y materialista y resultando muchas veces intercambiable e indiferenciado mediante la asunción de roles diferentes en un mismo ser. Al respecto se destaca también que los tiempos últimos se han caracterizado por haber pasado de una etapa en donde el sexo era casi demonizado y reprimido, recluido en una esfera incluso clandestina, para convertirse por el contrario en algo cada vez más público, cuando no en una verdadera y propia manía y obsesión por parte de esta época. Pero en tal desenfrenado demonismo de esta etapa última, que bien se ha caracterizado como postmoderna en tanto no representa la negación sino por el contrario la confirmación de la modernidad, el sexo no ha perdido su carácter puramente material y físico, sino por el contrario lo ha agudizado aun más, habiendo cambiado simplemente la actitud asumida frente al mismo. En un primer caso ello fue a través de su represión y ocultamiento y en el segundo en cambio, a través de su eclosión compulsiva, exasperada incluso por posturas como el freudismo que lo han concebido como una energía originaria y creadora del orden social que debe sin más desencadenarse para lograr la realización de la especie humana. Y de acuerdo a una vieja máxima de que la decadencia última no es simplemente la negación de lo superior sino una imitación simiesca y pervertida de ello, tenemos aquí también experiencias androgínicas pero invertidas y distorsionadas a través de la exaltación de fenómenos patológicos como la homosexualidad o la bisexualidad. Como el sexo ha sido reducido a sus dimensiones más bajas e inferiores, referidas exclusivamente a la búsqueda del placer en su mayor intensidad, se considera que, asumiendo las dos funciones, la activa y la pasiva, el mismo es alcanzado en su mejor forma de realización. Cuando en cambio lo contrario es lo verdadero: tal estado superior acontece únicamente cuando las dos polaridades, masculina y femenina, alcanzan el grado más alto de diferenciación generándose de este modo la verdadera atracción entre los opuestos y por lo tanto la más plena realización de la sexualidad.
Volviendo ahora a lo formulado inicialmente, digamos que no han faltado casos en los cuales la metafísica del sexo, así como la experiencia tántrica, en vez de haber sido concebidos como una acción sublimadora y elevadora de la sexualidad a una esfera superior, se han visto en cambio reducidos a lo que es propio de esta época de disolución en forma aun más multiplicada, pensado que de lo que se trataba era por el contrario de estimular y practicar al máximo tal actividad y en forma multiplicada, apareciendo aquí lo metafísico como un agregado y llegando así a formar parte sin proponérselo del mismo proceso de la decadencia.

Donde el problema resulta más complejo de explicar y comprender y que por lo tanto ha recibido las distorsiones mayores es en su obra a todas luces esencial, Cabalgar el tigre. El punto de partida de la misma es el de analizar propiamente el fenómeno de la decadencia comprendida como crisis. El siglo XX en el que viviera Evola se había caracterizado por la profundización de la profecía de Nietzsche respecto del acontecimiento por él preanunciado como la muerte de Dios y por lo tanto de todos los valores hasta ese entonces aceptados como dogma. Evola al respecto le presta aquí una atención particular a un fenómeno emergente como el del existencialismo el cual es sin lugar a dudas la primera de las respuestas de conjunto dada durante el nuevo siglo a la filosofía de los grandes sistemas que lo precediera. Con el existencialismo el hombre se formula, luego del largo lapso judeo-cristiano, un interrogante que en cambio estaba presente en la tradición anterior: el de la pregunta respecto del por qué uno está aquí; y en consecuencia qué era el yo antes de esta existencia, es decir vuelve a formularse de manera aun oscura y confusa lo que fuera la doctrina de la preexistencia formulada entre otros y especialmente por Platón y Plotino. Los grandes sistemas filosóficos y religiosos habían soslayado este hecho y comprendido al sujeto simplemente como una simple y fatal mediación, como una realidad subordinada formando parte de un proceso que lo explicaba a través de diferentes fetiches o entidades abstractas y superiores a él encargadas de darle un sentido a sus acciones, tales como la Raza, la Economía, la Sociedad, la Historia, el Estado, Dios, etc. En todas ellos el yo se disolvía convirtiéndose en un mero momento o átomo de un proceso superior y necesario respecto del cual su voluntad libre no tenía incumbencia. Ahora bien el existencialismo, y toma aquí a Heidegger, pero principalmente a Sartre, si bien ha puesto el acento en la existencia del yo como previo a esta misma vida, y en contraste con todos los fetiches antes mentados, ha intentado otorgarle a la existencia singular un sentido independiente de los mismos, desde su punto de vista sin proponérselo termina sucumbiendo nuevamente ante un nuevo fetiche, aconteciendo así algo parecido a lo relatado con el fenómeno de  la sexualidad en el mundo moderno, la cual, tal como se mostrara en Metafísica… era negada sólo superficialmente por la postmodernidad. En este caso, tal como viéramos, el redescubrimiento de la misma no había llevado a su trascendencia, sino por el contrario a su exasperación pandémica y compulsiva, tal como acontece ahora. Cuando Sartre y Heidegger reducen la existencia a una condena, a algo fatal y recibido con independencia de nuestra voluntad, en lo cual ‘no fuimos consultados’ por lo que nuestra circunstancia se reduce así a ‘ser en el mundo’ o ‘ser para la muerte’, están sin darse cuenta cayendo en el mismo error y decadencia de la filosofía anterior. También allí el yo quedaba menoscabado en su voluntad y también allí la existencia estaba dada por otro no habiendo sido elegida por nosotros.
Las secuelas últimas del existencialismo no conocidas por Evola, y que son las que rigen en este siglo nuevo recién comenzado, son las que corresponden al postmodernismo. El yo una vez más no ha sabido encontrar en sí algo superior a la simple vida y si antes resolvía tal situación reduciéndose a la condición de átomo intercambiable de un proceso en el cual transcurría y se aturdía sin preguntarse respecto de un por qué superior a ello, hallando en alguna entidad ajena a él una cosa que le otorgaba un sentido a su vivir, ahora con el postmodernismo no existen ya más metas superiores que no sean el carpe diem, el disfrutar el día, el presente, el instante comprendido como el mero momento efímero respecto del cual sólo tenemos la certeza plena. En el fallido intento por superar el nihilismo delatado proféticamente por Nietzsche se ha incurrido nuevamente en otra forma del mismo.
Volver a Platón y a Plotino sería la solución sugerida. Ante ello la respuesta es que nadie nos lanzó a esta vida en contra de nuestra propia decisión, no ‘hemos sido condenados a ser libres’, sino que existe una voluntad más profunda que debemos encontrar en lo más hondo de nosotros mismos, aquella por la cual se produjo la decisión trascendental de vivir y encarnarnos en un antes de esta misma vida. La existencia nos da pistas para hallarla y la misma no es una negación de nosotros y de lo que quiere nuestro ser más pleno, sino por el contrario nuestra verdadera voluntad. Hemos querido estar aquí, lo hemos decidido nosotros libremente porque nos hemos querido dar una prueba de acuerdo a nuestra condición. Reconocerse por lo que se es, es pues es la gran meta que consiste en recordar el porqué se decidió estar aquí. Saliendo de un universo adámico de tiempo infinito quisimos conquistar la eternidad, esto es, el presente sin pasado ni futuro, lo que siempre es y no fluye. Pero tal adquisición implicaba una prueba, cruzar un peligroso mar, el de la muerte y el de la disociación del ser en polos contrapuestos. Los que no lo podrán alcanzar a ver ni a conquistar sucumbirán en la nada postmoderna y  existencialista del carpe diem, en los instantes que no son eternos sino que se agotan en el día a día hasta su conclusión. Los sobrevivientes son en cambio los que lo han comprendido. Entonces de lo que se trata es de asumir esta realidad no negándola ciegamente, sino ‘cabalgándola’ convirtiendo sus procesos disolutorios y extremos en fenómenos catárticos de purificación en función de algo superior y trascendente. Esto mismo que ahora uso y que en otro resulta un alucinógeno para escaparse de sí y por lo tanto de tal dimensión superior, al hombre diferenciado le sirve como medio más idóneo para expresarse y realizar su fin. La gran ciudad con sus masificadas estructuras de cemento, que en los más representan colmenas en donde aturdirse o disolverse, en el hombre diferenciado son en cambio escondites que permiten una soledad y un anonimato que ni siquiera podría encontrar en las más alejadas eremitas. Y se podría continuar con los ejemplos.
Por último las malas interpretaciones de tales obras. Autores como Alain de Benoist, entre otros, calificaron erróneamente a Evola de gnóstico por haber según ellos negado la realidad física concibiéndola como mala y negativa y por lo tanto algunos de ellos han supuesto que Cabalgar sería una forma de estimular la destrucción acelerada del mundo y de sostener una negación nihilista del mismo en función de un duplicado inútil y esquizofrénico del ser, cosa que también le atribuye a una pretendida negación del sexo, cuando lo contrario exacto es lo verdadero. El mundo moderno tiene en cambio un significado superior, de carácter catártico, está allí ante nosotros como una prueba, como un desafío para elevarnos y conocernos a nosotros mismos, para poder vencer el mundo del tiempo y alcanzar la eternidad.

Marcos Ghio
5/06/16



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