Tiempo atrás, en un debate con el director de una revista de
orientación tercerista, sostuvimos, ante una serie de dislates que el mismo
profería respecto de Evola, como el de calificarlo como un autor ‘muy moderno’,
que el maestro italiano tenía un lenguaje preciso que no necesitaba
interpretaciones especiales. Que su estilo era claro y reiterativo de una
corriente de pensamiento de carácter tradicional hallable en todas las grandes
civilizaciones y que en lo único en que se había diferenciado era en la formulación
de tales principios en la época en la cual le había tocado vivir durante las primeras
tres cuartas partes del siglo pasado.
Hecha esta previa acotación, queremos ahora proceder a precisar los
términos de la misma. Consideramos que si bien la doctrina formulada por Evola
es contundente, no precisando interpretación alguna, sino simplemente su
formulación en total pureza haciendo conocer principalmente sus textos y sus
aclaraciones sobre la exposición de la totalidad de los múltiples temas
tratados, en especial a través de su biografía espiritual, El Camino del Cinabrio, donde sí es necesario efectuar las explicaciones
pertinentes es en lo relativo a sus últimos escritos durante la época del
recrudecimiento del Kaliyuga en la cual había vivido y cuyos efectos
principales apenas se insinuaban en el momento en que muriera.
Estas dos obras son Metafísica
del sexo y principalmente Cabalgar el
tigre. Textos estos últimos, y en especial el segundo, escritos no para
todo el mundo sino para un determinado y muy especial grupo de personas, de
aquellos que, en medio de los estertores del caos, resultan ser no solamente
capaces de sobrevivir al mismo, sino que además pueden ‘cabalgarlo’, es decir de convertir lo que en
el mismo resulta deletéreo y venenoso en remedio y punto de apoyo para realizar
el fin primordial del hombre verdadero. Al respecto queremos señalar aquí que,
si bien tales obras han sido escritas principalmente para un hombre
diferenciado, lo cierto resulta ser que, en tanto el mismo no tiene una señal
especial que lo diferencie de los otros, acontece así que cualquiera, aun sin
serlo, puede creer pertenecer a tal categoría, por lo cual ha acontecido en
algunos casos que tales obras han recibido interpretaciones de lo más
contrarias a los fines formulados por el autor. Vayamos a ejemplos muy
concretos y especiales empezando por la primera obra.
Metafísica del sexo, tal como su nombre lo indica, pretende señalar
una vía superior del sexo, no meramente física sino de carácter espiritual. Parte de la premisa de la existencia de un
tipo de hombre anterior al actual, el andrógino, es decir un ser que poseía los
dos sexos. Esta formulación está presente en todas las grandes tradiciones. Por
ejemplo en la nuestra, Adán antes del pecado, tenía en su seno también al sexo
femenino, la famosa ‘costilla’ de la cual surge Eva, y la división sexual que
sobreviene luego representa propiamente la caída y por lo tanto un elemento que
se asocia al mundo de lo mortal, siendo éste propiamente el sentido del pecado,
más que significar una mera categoría moral como se lo entiende habitualmente.
Ahora bien, la metafísica del sexo, a diferencia de lo que acontece
habitualmente cuando alguien se refiere a tal disciplina, no se trata de una
mera descripción y de un conocimiento de tal realidad previa, ínsita en la
sexualidad, sino que implica también una parte operativa, que es la magia (comprendida como metafísica
práctica) por la cual, a través de una serie de ritos y de ceremonias
especiales, se produce tal retorno al estado androgínico multiplicado y
enriquecido por la superación del estado de caída. Esto fue comprendido y
practicado por otra tradición de carácter oriental, cual fuera el tantrismo.
Para producir tal unión superior en el ámbito de la sexualidad, debía lograr
suscitarse, sea en el hombre varón como en la mujer y de manera absoluta, sus
dos condiciones propias: lo activo en el primero y lo pasivo en lo segundo, o
también metafísicamente, la forma en un primer caso y la materia en el otro.
Tal movimiento hacia la estereotipación de la distinción entre los sexos es
propiamente lo opuesto de lo que acontece en el mundo moderno en donde las
diferencias entre ambos tienden cada vez a desaparecer totalmente en un plano
superior y solamente están presentes de manera por lo demás distorsionada en
uno de carácter simplemente físico y materialista y resultando muchas veces
intercambiable e indiferenciado mediante la asunción de roles diferentes en un
mismo ser. Al respecto se destaca también que los tiempos últimos se han
caracterizado por haber pasado de una etapa en donde el sexo era casi
demonizado y reprimido, recluido en una esfera incluso clandestina, para
convertirse por el contrario en algo cada vez más público, cuando no en una
verdadera y propia manía y obsesión por parte de esta época. Pero en tal desenfrenado
demonismo de esta etapa última, que bien se ha caracterizado como postmoderna
en tanto no representa la negación sino por el contrario la confirmación de la
modernidad, el sexo no ha perdido su
carácter puramente material y físico, sino por el contrario lo ha agudizado
aun más, habiendo cambiado simplemente la actitud asumida frente al mismo. En
un primer caso ello fue a través de su represión y ocultamiento y en el segundo
en cambio, a través de su eclosión compulsiva, exasperada incluso por posturas
como el freudismo que lo han concebido como una energía originaria y creadora
del orden social que debe sin más desencadenarse para lograr la realización de
la especie humana. Y de acuerdo a una vieja máxima de que la decadencia última
no es simplemente la negación de lo superior sino una imitación simiesca y
pervertida de ello, tenemos aquí también experiencias androgínicas pero invertidas
y distorsionadas a través de la exaltación de fenómenos patológicos como la
homosexualidad o la bisexualidad. Como el sexo ha sido reducido a sus
dimensiones más bajas e inferiores, referidas exclusivamente a la búsqueda del
placer en su mayor intensidad, se considera que, asumiendo las dos funciones,
la activa y la pasiva, el mismo es alcanzado en su mejor forma de realización.
Cuando en cambio lo contrario es lo verdadero: tal estado superior acontece
únicamente cuando las dos polaridades, masculina y femenina, alcanzan el grado
más alto de diferenciación generándose de este modo la verdadera atracción
entre los opuestos y por lo tanto la más plena realización de la sexualidad.
Volviendo ahora a lo formulado inicialmente, digamos que no han faltado
casos en los cuales la metafísica del sexo, así como la experiencia tántrica,
en vez de haber sido concebidos como una acción sublimadora y elevadora de la
sexualidad a una esfera superior, se han visto en cambio reducidos a lo que es
propio de esta época de disolución en forma aun más multiplicada, pensado que
de lo que se trataba era por el contrario de estimular y practicar al máximo
tal actividad y en forma multiplicada, apareciendo aquí lo metafísico como un
agregado y llegando así a formar parte sin proponérselo del mismo proceso de la
decadencia.
Donde el problema resulta más complejo de explicar y comprender y que
por lo tanto ha recibido las distorsiones mayores es en su obra a todas luces
esencial, Cabalgar el tigre. El punto
de partida de la misma es el de analizar propiamente el fenómeno de la decadencia
comprendida como crisis. El siglo XX en el que viviera Evola se había
caracterizado por la profundización de la profecía de Nietzsche respecto del
acontecimiento por él preanunciado como la muerte de Dios y por lo tanto de
todos los valores hasta ese entonces aceptados como dogma. Evola al respecto le
presta aquí una atención particular a un fenómeno emergente como el del existencialismo
el cual es sin lugar a dudas la primera de las respuestas de conjunto dada
durante el nuevo siglo a la filosofía de los grandes sistemas que lo
precediera. Con el existencialismo el hombre se formula, luego del largo lapso
judeo-cristiano, un interrogante que en cambio estaba presente en la tradición
anterior: el de la pregunta respecto del por qué uno está aquí; y en
consecuencia qué era el yo antes de esta existencia, es decir vuelve a
formularse de manera aun oscura y confusa lo que fuera la doctrina de la
preexistencia formulada entre otros y especialmente por Platón y Plotino. Los
grandes sistemas filosóficos y religiosos habían soslayado este hecho y
comprendido al sujeto simplemente como una simple y fatal mediación, como una
realidad subordinada formando parte de un proceso que lo explicaba a través de
diferentes fetiches o entidades abstractas y superiores a él encargadas de
darle un sentido a sus acciones, tales como la Raza , la Economía , la Sociedad , la Historia , el Estado, Dios, etc. En todas ellos el
yo se disolvía convirtiéndose en un mero momento o átomo de un proceso superior
y necesario respecto del cual su voluntad libre no tenía incumbencia. Ahora
bien el existencialismo, y toma aquí a Heidegger, pero principalmente a Sartre,
si bien ha puesto el acento en la existencia del yo como previo a esta misma
vida, y en contraste con todos los fetiches antes mentados, ha intentado
otorgarle a la existencia singular un sentido independiente de los mismos,
desde su punto de vista sin proponérselo termina sucumbiendo nuevamente ante un
nuevo fetiche, aconteciendo así algo parecido a lo relatado con el fenómeno de la sexualidad en el mundo moderno, la cual,
tal como se mostrara en Metafísica…
era negada sólo superficialmente por la postmodernidad. En este caso, tal como
viéramos, el redescubrimiento de la misma no había llevado a su trascendencia,
sino por el contrario a su exasperación pandémica y compulsiva, tal como
acontece ahora. Cuando Sartre y Heidegger reducen la existencia a una condena,
a algo fatal y recibido con independencia de nuestra voluntad, en lo cual ‘no
fuimos consultados’ por lo que nuestra circunstancia se reduce así a ‘ser en el
mundo’ o ‘ser para la muerte’, están sin darse cuenta cayendo en el mismo error
y decadencia de la filosofía anterior. También
allí el yo quedaba menoscabado en su voluntad y también allí la existencia estaba
dada por otro no habiendo sido elegida por nosotros.
Las secuelas últimas del existencialismo no conocidas por Evola, y que
son las que rigen en este siglo nuevo recién comenzado, son las que
corresponden al postmodernismo. El yo una vez más no ha sabido encontrar en sí
algo superior a la simple vida y si antes resolvía tal situación reduciéndose a
la condición de átomo intercambiable de un proceso en el cual transcurría y se
aturdía sin preguntarse respecto de un por qué superior a ello, hallando en
alguna entidad ajena a él una cosa que le otorgaba un sentido a su vivir, ahora
con el postmodernismo no existen ya más metas superiores que no sean el carpe diem, el disfrutar el día, el
presente, el instante comprendido como el mero momento efímero respecto del
cual sólo tenemos la certeza plena. En el fallido intento por superar el
nihilismo delatado proféticamente por Nietzsche se ha incurrido nuevamente en
otra forma del mismo.
Volver a Platón y a Plotino sería la solución sugerida. Ante ello la
respuesta es que nadie nos lanzó a esta
vida en contra de nuestra propia decisión, no ‘hemos sido condenados a ser
libres’, sino que existe una voluntad más profunda que debemos encontrar en lo
más hondo de nosotros mismos, aquella por la cual se produjo la decisión
trascendental de vivir y encarnarnos en un antes
de esta misma vida. La existencia nos da pistas para hallarla y la misma no es
una negación de nosotros y de lo que quiere nuestro ser más pleno, sino por el
contrario nuestra verdadera voluntad. Hemos
querido estar aquí, lo hemos decidido nosotros libremente porque nos hemos
querido dar una prueba de acuerdo a nuestra condición. Reconocerse por lo que se es, es pues es la gran meta que consiste
en recordar el porqué se decidió
estar aquí. Saliendo de un universo adámico de tiempo infinito quisimos
conquistar la eternidad, esto es, el presente sin pasado ni futuro, lo que
siempre es y no fluye. Pero tal adquisición implicaba una prueba, cruzar un
peligroso mar, el de la muerte y el de la disociación del ser en polos contrapuestos.
Los que no lo podrán alcanzar a ver ni a conquistar sucumbirán en la nada
postmoderna y existencialista del carpe diem, en los instantes que no son
eternos sino que se agotan en el día a día hasta su conclusión. Los
sobrevivientes son en cambio los que lo han comprendido. Entonces de lo que se
trata es de asumir esta realidad no
negándola ciegamente, sino ‘cabalgándola’ convirtiendo sus procesos
disolutorios y extremos en fenómenos catárticos de purificación en función de
algo superior y trascendente. Esto mismo que ahora uso y que en otro
resulta un alucinógeno para escaparse de sí y por lo tanto de tal dimensión
superior, al hombre diferenciado le sirve como medio más idóneo para expresarse
y realizar su fin. La gran ciudad con sus masificadas estructuras de cemento,
que en los más representan colmenas en donde aturdirse o disolverse, en el
hombre diferenciado son en cambio escondites que permiten una soledad y un
anonimato que ni siquiera podría encontrar en las más alejadas eremitas. Y se
podría continuar con los ejemplos.
Por último las malas interpretaciones de tales obras. Autores como Alain
de Benoist, entre otros, calificaron erróneamente a Evola de gnóstico por haber
según ellos negado la realidad física concibiéndola como mala y negativa y por
lo tanto algunos de ellos han supuesto que Cabalgar
sería una forma de estimular la destrucción acelerada del mundo y de sostener
una negación nihilista del mismo en función de un duplicado inútil y
esquizofrénico del ser, cosa que también le atribuye a una pretendida negación
del sexo, cuando lo contrario exacto es lo verdadero. El mundo moderno tiene en
cambio un significado superior, de carácter catártico, está allí ante nosotros como
una prueba, como un desafío para elevarnos y conocernos a nosotros mismos, para
poder vencer el mundo del tiempo y alcanzar la eternidad.
Marcos Ghio
5/06/16
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