LA FRUSTRACIÓN DEL GRAN COCTELERO
Tal como manifestáramos en otra oportunidad el demócrata, es decir el moderno en sus tiempos terminales, es también creyente como todos nosotros. Su Dios es como un gran coctelero que, a partir de elementos contrarios y hasta contradictorios como son los distintos egoísmos que alimentan a las grandes masas, produce una exquisita bebida consistente en el progreso, el bienestar general y la felicidad de pueblos y naciones. Convencido a si mismo por su infalible eficacia, el dios bueno que vela incensantemente por todos nosotros agitó otra vez con fuerza el cóctel de la voluntad general en la seguridad de que el pueblo nunca se equivoca ya que una mano invisible, es decir el dios bueno, lo mueve y conduce con oficio hacia su propio bien sin que éste pueda percibirlo. Pero henos aquí que sorprendentemente en el reciente plebiscito británico el pueblo votó en contra de si mismo y por lo tanto del dios bueno. Y como consecuencia de ello el Reino Unido empieza a disolverse, y pareciera ser que también la Unión Europea, la gran obra de la divinidad bondadosa. Esto ha obligado a tremendas agitaciones por parte de los sacerdotes de tal religión. ¿Y si de aquí en más limitásemos la democracia y solamente la aplicásemos en aquello que no pone en riesgo nuestro sistema? ¿Y si volviésemos a la indirecta por la cual serían sólo los 'representantes del pueblo', es decir una élite, los que de aquí en más resolviesen qué hacer? A lo que otros teólogos contestaron que esto significaría violentar los dogmas y la ortodoxia de tal religión y creer en cambio en otra. Ante semejante conflicto en los principios los demócratas parece ser que han convocado a un gran concilio en el que se dispondrá si la voluntad del pueblo es siempre soberana o si sólo lo es algunas veces. Y de aceptarse esta última opción se elegiría a un papa que interpretará las señales por las cuales es o no conveniente votar.
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