EL HOMBRE COMO POTENCIA Y COMO IMPOTENCIA
(2ª Conferencia brindada en las Jornadas Evolianas de Buenos Aires del día 24/08/14 a cargo de Marcos Ghio)
La obra que aquí presentamos es un trabajo juvenil de Evola
en donde hemos reunido un debate que sostuviera con Guénon cuando tuviera 27
años junto a otro texto, también de dicha época, que formara parte del primer
capítulo de una obra mayor que se llamará El hombre como potencia, obra que
luego será retomada y corregida con el título de El Yoga de la potencia o El
yoga Tantra, tal como será traducido en nuestra lengua, pero que no incluye el
capítulo que editamos ahora.
Nos interesa especialmente destacar aquí al joven Evola, del
cual ya publicáramos otras dos obras tales como Ensayos sobre Idealismo mágico
y La superación del romanticismo, en donde se expone su Teoría del Individuo
Absoluto que es el verdadero antecedente que permite una mejor comprensión de
su obra posterior. En el trasfondo de tales textos aparece un dualismo esencial
que retoma de un pensador que influyera decisivamente en nuestro autor y que
fue Carlos Michelstaedter. Este último se caracterizó por haber dividido a la
humanidad entre Retóricos y Persuadidos comprendidos como dos polos antagónicos
entre sí. Los primeros se caracterizan por ser un tipo de hombre que necesita
puntos de apoyo y realidades ajenas a sí mismo en donde justificarse, los
Persuadidos son en cambio los que encuentran tal cosa en el seno de sí mismos.
Esta es pues propiamente el trasfondo esencial de la vía del Individuo
Absoluto. Se trata aquí de un sujeto en el cual la Libertad se encuentra en
relación con la potencia de un hombre: cuanto más éste puede mayor es su
libertad y sólo aquel que es Individuo absoluto en tanto principio de absoluta
autosuficiencia es verdaderamente libre. Ser libre es por lo tanto carecer ser
límites ser uno mismo la ley Suprema. Y en Imperialismo Pagano, una obra
inmediatamente posterior a tal etapa, nos dirá que libre propiamente puede
haber uno solo, el Emperador, el cual en tanto es la ley es también ese
Individuo plenamente absoluto el que, en tanto es el que más puede, proyecta y
amplifica por su conducta las posibilidades de libertad en los otros. Uno solo
es pues plenamente individuo absoluto, los demás son más o menos libre por
participación de tal principio superior. El Emperador es por lo tanto el
equivalente a Dios en el orden social, así como éste lo es en el cosmos en su
conjunto y representa la transposición de la doctrina del individuo absoluto a
una esfera social e histórica.
Imbuido de dicha óptica idealista, en su obra autobiográfica,
El Camino del Cinabrio, en un capítulo especial dedicado a R. Guénon, Evola
analiza las relaciones que existieran entre ambos y reconoce en éste una
influencia decisiva en tanto lo ha ayudado a superar ciertos criterios aun
modernos que estaban presentes especialmente en su período juvenil en tanto que
su obra le ha permitido salir de la esfera individual para remitirse a la
histórica por lo que la dicotomía presente en su doctrina entre persuadidos y
retóricos, entre libres y autosoficientes y seres dependientes de otro, es
llevada a un plano histórico a la que existe entre modernos y tradicionales.
Guénon no es pues asumido por Evola en la totalidad de su doctrina, sino
adaptado a su propio pensamiento. Incluso su concepción cíclica de la historia
es reducida también a su teoría esencial del individuo absoluto. Si bien la
historia es cíclica, sin embargo, en tanto en la misma el que actúa es el
individuo absoluto, este hecho no es fatal, sino que ha sido el producto de la
libertad humana la que, en razón de un desvío voluntario, ha llevado a la
humanidad a transcurrir cíclicamente.
Guénon ha sido pues utilizado por Evola del mismo modo que
Bachofen del cual ha tomado también su dicotomía existente entre sociedad
matriarcal y sociedad patriarcal, así como en Guénon lo hiciera con la
dicotomía entre modernidad y tradición. En los dos casos tales antagonismos son
enfocados desde la óptica de la teoría del individuo absoluto. En Bachofen,
recordemos que el mismo era comprendido en un contexto evolutivo y progresista
de la historia, que será luego retomado por Engels en su Origen de la Familia,
la sociedad y el Estado, en cambio Evola, compenetrado de tal óptica
esencialmente diferente, invierte el sentido y lo transforma en involutivo: si
bien existen dos tipos de sociedad antitéticas, es la patriarcal la originaria
y la matriarcal representa un desvío, a diferencia exacta del marxismo que ve
en ésta la consumación del orden comunista. Es decir entonces que habría un uso
persuadido y uno retórico sea de Bachofen como de Guénon.
Formuladas estas orientaciones iniciales, pasemos
seguidamente al texto crítico de Guénon que aquí reproducimos: ¿Qué es lo que
rechaza Evola de tal autor? Principalmente su actitud retórica de querer
reducir al sujeto a un principio superior que lo determina, en este caso,
tomando como modelo el Vedanta, es Brahma esa entidad superior y ante el cual
el sujeto que se desgaja del mismo es nada más que una ilusión.
Para Evola en cambio lo propio del espíritu debe ser
“potencia, impulso por celebrar y llevarse al acto a sí mismo, no negando el
‘mundo’, es decir el sistema de las determinaciones y de las individuaciones, y
no viniendo a menos con respecto a ello, sino más bien
queriéndolo, afirmándolo y dominándolo y, en tales acciones,
realizándolo.”
Frente a ello surge la postura retóricamente racionalista que
le atribuye a Guénon
El presupuesto del racionalismo (del racionalismo como
sistema filosófico, se entiende, y no en su significado vulgar, que de ninguna
manera podemos adjudicar a Guénon) es la ‘objetividad ideal’, es decir la
creencia en leyes existentes en sí y por sí mismas, en principios que son
aquello que son, sin alguna posibilidad de convertibilidad, de manera fatal y
universal: es el mundo como algo en el cual todo lo que es contingencia,
tensión, oscuridad, arbitrio, indeterminabilidad, no tiene lugar alguno, en el cual
todo se encuentra ya hecho y un orden superior retoma todos los elementos. El
principio de este cosmos no es la voluntad y la potencia, sino la conciencia y
la contemplación, no el dominio, sino la identidad. El individuo se encuentra
allí como una sombra ilusoria y contradictoria, que desaparece en el todo…
El principio del Yo, en vez de encontrarse reafirmado en un
‘ente de potencia’, es abolido….
Guénon parte de un presupuesto optimista: que existe un Dios,
es decir que el conjunto de lo contingente y fenoménico de las cosas no es lo
que se encuentra primero, sino tan sólo el aspecto accidental de un todo que,
actualmente, es ya perfecto y comprendido en un principio superior.”
Ante lo cual cabe formularse la siguiente pregunta.
“¿Si Brahman es la síntesis absoluta de todo, qué lugar
existe para una manera contingente de considerarlo? ¿Cómo es posible que surja
una tal manera, un tal oscurecimiento de Brahman? ¿Cómo no darse cuenta de que
la frase tiene sentido tan sólo en el presupuesto de la existencia de un
principio distinto de Brahman, capaz justamente de comprenderlo en modo
relativo y accidental, lo cual se encuentra en contra de la premisa?
Dice Guénon (pgs. 30-31): «Metafísicamente la manifestación
no puede ser considerada sino como en su dependencia respecto del principio
supremo y a título de simple soporte para elevarse al conocimiento
trascendente».
A esto Evola le podría contestar con Nietszche: “Si Dios
existe, como puedo aceptar no ser yo también un dios?” Pero continuemos con la
exégesis crítica.
Ahora bien nos preguntamos: ¿quién es el que se eleva hacia
tal conocimiento trascendente? O es el mismo Brahman el que lo hace, y entonces
hay que comprender junto a Eckhart, Escoto Eriúgena, Hegel, Schelling y tantos
otros, que el mundo es el mismo proceso de autoconocimiento de lo absoluto.
Pero entonces el mismo posee un valor y una realidad, en vez de ser un fantasma
en contraste con la síntesis eterna preexistente; es el acto mismo con el cual
esta síntesis se da a sí misma. O bien existe ‘otro’ enfrente de Brahman, lo
cual significaría hacer de Brahman una cosa relativa, ‘uno entre dos’, en
contra de la hipótesis…
En el Vedânta el universal no comprende, sino que excluye a
lo particular, puesto que el mismo no puede comprenderlo sino negándolo en la
indeterminada identidad, en el mero éter de conciencia (cid-âkâçâ), noche, para
decirlo a la manera de Hegel, en la cual todas las vacas son negras…
El individuo, en cuanto tal, pertenece a la manifestación y
de este modo resulta una nada, una apariencia: ésta resulta ser la única
consecuencia rigurosa de la premisa.”
Se pregunta entonces: “¿posee o no el devenir del hombre un
valor propio, un valor cósmico? En suma: ¿por qué tengo yo que devenir,
transformarme?
En efecto la concepción del Vedânta es que el mundo, que
procede de estados no-manifestados, vuelve a sumergirse en éstos al final de un
cierto período, y que tal cosa acontecería de manera recurrente. Al final de
tal período todos los seres de una manera u otra resultarán pues liberados, ‘restituidos’.
Es decir está aquí presente la concepción cíclica de la
historia por la cual todo sucede en forma necesaria, la que Evola acepta pero
en manera condicional, en tanto que ha sido la caída del hombre en la
modernidad lo que ha traído como consecuencia que la historia se desenvolviera
cíclicamente y no es verdad que lo cíclico es la circunstancia natural del
hombre. Yo puedo corregir los ciclos.
En cambio “en Guénon y en el Vedanta la misma libertad
es negada: los seres en última instancia están fatalmente destinados a la
‘perfección’… concepción ésta que contrasta con muchas otras de la misma
sabiduría hindú, en especial del buddhismo, en el cual es en cambio muy vivo un
sentido trágico de la existencia, la convicción de que si el hombre no se convierte
en el salvador de sí mismo, nada lo podrá nunca salvar, que sólo su voluntad
puede arrancarlo del destino de la generación y de la corrupción (samsâra) en
la cual de otra forma permanecería por toda la eternidad…
La superación no debe ser desapego, fuga respecto de la
realidad, fe soñadora en los cielos y sumergimiento intelectual en la identidad
suprema: debe ser en vez inmanente resolución del mundo en el valor, espíritu
que hace de la realidad la expresión misma de la perfección de su actividad. La
realidad del mundo debe ser reconocida y a decir verdad como la del lugar mismo
en donde a partir de un hombre se recaba un Dios, a partir de la ‘tierra’ un
‘Sol’.
Es decir que éstas son las cosas que Evola le reprocha
Guénon:
El fatalismo por el cual el sujeto es comprendido en una
realidad que lo trasciende y ante la cual representa una cosa ‘ilusoria’. No
puede quebrarse la voluntad de Brahma ni las leyes fatales de la historia. En
tanto Brahma es todo, apartarse del mismo es sumergirse en la ilusión. Todo lo
que existe es pues voluntad de Brahma aun mi acción por apartarse del mismo.
De allí la primacía de la contemplación en tanto que el yo es
impotente ante la realidad. De lo que se trata es entonces de conocer las leyes
fatales de un ciclo histórico al cual no podemos en modo alguno corregir ni
modificar. De allí el rechazo de Guénon hacia la acción en cualquier plano en
que ésta se desarrolle y especialmente su indiferencia hacia los procesos
políticos de su tiempo.
Para Evola lo moderno y lo tradicional no son partes de un
ciclo histórico sino que son disyunciones que existen siempre siendo ello la
transposición histórica de la dicotomía que desde los inicios de su pensamiento
se hallaba entre retóricos y persuadidos. Podría decirse pues que moderno y
tradicional representan el estado de ser persuadido y de retórico que se
formulaba en la instancia propia del individuo absoluto. Ambos tipos de hombre
se encuentran en un contraste total: o un mundo de persuadidos o de retóricos o
un mundo en el cual el espíritu es lo que gobierna o en cambio en donde éste se
encuentra en un estado de dependencia, tal la forma propia de la modernidad.
Si la historia no está escrita y depende de la acción del
hombre resulta pues indispensable ordenar en un mismo campo al mundo de la
tradición, es decir el mundo de los persuadidos. Esto es lo que explica su
adhesión contundente a la doctrina esencial de la unidad trascendente de las
grandes religiones, que es también asumida por Guénon pero en un sentido
diferente. En un caso las religiones y tradiciones espirituales se unen para
darle un corte final y definitivo al mundo moderno, en el otro en cambio, en
tanto el universo marcha solo dirigido por Brahma ello no significaría otra
cosa que el agrupamiento de todos aquellos que desde universos dispares quieren
percibir tales principios esenciales.
En síntesis, si para Evola el hombre en cuanto tal es
potencia, en Guénon es en cambio impotencia, en tanto tan sólo en Brahma se
encuentra tal condición.
Pero como lamentablemente el pensamiento de Evola ha sido
distorsionado, rebobinemos un poco y retornemos para atrás a lo que hablábamos
en la conferencia de ayer y veamos al respecto que es lo que los evolíticos,
es decir los distorsionadores del pensamiento de Evola, expresan
críticamente de la obra de Guénon. Nos remitimos aquí a ese conjunto de
personas que en España se han nucleado en un foro autodenominado Traditio et
Revolutio cuya figura más prominente es un tal Alcántara, del cual extractamos
unos conceptos pretendidamente críticos hacia su figura:
“Guénon y los guenonianos se hallan envueltos en un
intelectualismo del cual no pasan; y por el cual sienten inquina (fruto de su
innata lunaridad) hacia las inclinaciones mágico-operativas y la heroica y
solar búsqueda efectiva de la realización interior de que hace gala la obra de
Evola”.
Es decir que para éstos el carácter notoriamente
contemplativo en Guénon sobreviene no por una decisión propia de un espíritu
que, en razón de su potencia, elige por sí mismo hacia dónde dirigirse, sino
por una circunstancia innata y fatal, lo que califica como lunaridad. Ya a
partir de aquí vemos que una forma de determinismo e impotencia es suplantada
por otra. Si para Guénon es el principio supremo o Brahma el factor
determinante que comprende al sujeto, para los evolíticos, que dicen criticarlo
a Guénon, en cambio lo que hacen es simplemente una sustitución del factor
determinante pues pasaría aquí de Brahma a la raza. Es ésta la que determina
mis pensamientos y acciones. Queda generada así una nueva forma de impotencia,
asemejándose de este modo al mismo Guénon al que se pretente criticar. Así es
como afirman.
“Están errados los que creen que el contemplar evoliano de
esa dimensión Trascendente de la raza supone caer en una especie de
universalismo que pasaría por encima de la cuestión biológica y de las
diferencias raciales físicas. Evola siempre tuvo muy clara la exclusividad de
la afiliación solar (propia de las razas boreales de la Edad de Oro) a los pueblos
indoeuropeos.
Es decir que solamente los pertenecientes a la raza a la que
dice pertenecer A. tendrían filiación solar, es decir espíritu propiamente
dicho, pues es su característica la función creadora, los demás, los semitas
por ejemplo, en tanto son lunares, tienen alma, pero no tienen espíritu, de los
negros llega a decir en otro texto que ni siquiera tienen alma.
Y a partir de dicha óptica racista que por supuesto no está
en Guénon pero tampoco en Evola es que nos afirma lo siguiente:
"No se debe hablar de
"unidad trascendente de las religiones", porque las
religiones tienen vedadas, por su propia naturaleza exotérico-fideísta-moral,
el conocimiento de la dimensión Trascendente de la realidad (el
esoterismo) (es decir la dimensión espiritual) . Colocar, p. ej. en el mismo
plano al budismo de los orígenes (vía de realización) con formas religiosas
inferiores como el judaísmo, islamismo,...también por supuesto el
cristianismo) no tiene, pues, ningún sentido.
Es decir que, en tanto son racistas, no pueden ‘colocar’ en
un mismo plano a un semita con un ario. Para ello, en función de un intento
burdamente nazificador, tienen que falsificar la obra de Evola haciéndole decir
lo que nunca ha dicho.
Sin embargo Evola dice exactamente al revés de todos ellos.
Así pues nos afirma:
“En el plano de las religiones tiene valor tan sólo la unidad
trascendente, efectuada desde lo alto: la unidad que puede resultar del
reconocimiento de la Tradición Una existente más allá de sus varias formas
particulares e históricas, de los contenidos metafísicos constantes que se
presentan según diferentes vestimentas – casi como en la traducción de
diferentes “lenguas” – en las distintas religiones y tradiciones sagradas del
mundo. El presupuesto imprescindible aquí es pues la asunción “esotérica” de
aquello que se presenta según la opaca y a veces incluso contrastante variedad
de las formas exotéricas, exteriores e históricas, de las religiones y de las
tradiciones. El encuentro, por lo tanto, podrá acontecer únicamente en el vértice,
al nivel de las elites capaces de comprender la dimensión interna y
trascendente de las correspondientes tradiciones, en función de la cual la
unidad resultaría por sí misma y podrían desarrollarse “diálogos” sin perturbar
los límites propios de cada una de ellas en el nivel de la “base” y de la
doctrina externa.
El fundamento del “tradicionalismo” es la idea… de una unidad
trascendente de todas las religiones (para decirlo mejor, de todas las grandes
tradiciones espirituales, puesto que nosotros insistimos en indicar la
oportunidad de limitar la designación de “religión” a ciertas formas
particulares de tales tradiciones). Desde el punto de vista tradicional, éstas
se presentan como “homologables”, como formas varias, más o menos completas, de
un conocimiento único, de una sapientia perennis, emanaciones de una tradición
primordial atemporal: toda diferencia refiriéndose al aspecto contingente,
condicionado y caduco, y ninguna de éstas pudiendo pretender, en cuanto tal, de
representar como un monopolio a la verdad absoluta”. (El arco y la clava, pgs.
228 ysig.)
Pero indudablemente no es esto lo que expresan los evolíticos
que insisten con una gran dosis de deshonestidad intelectual en seguir
calificándose evolianos, tal como dijimos ayer en el mismo caso de los
euroasiáticos.
“Frente al cosmopolitismo igualitarista religioso-racial
proferido por Guénon hallamos el establecimiento de una jerarquía defendida por
Evola que sabe de las diferentes potencialidades que, ante lo no meramente
físico, atesoran las diferentes razas (entre sus más cualificados
miembros en los casos de las que pueden aspirar al renacer a la realidad
Suprasensible).
“Denunciamos el peligro que tiene la expresión "unidad
trascendente de las religiones". Nosotros deberíamos hablar de
"unidad originaria de las vías de realización", pues éstas tienen un
origen común: el de la Tradición Primordial propia de la Edad de Oro
(Satya-yuga) que era la que tuvo lugar entre la raza hiperbórea de naturaleza
divina; raza que tras diferentes procesos migratorios acabó dando origen a los
pueblos indoeuropeos.”
Es decir que tales personas incurren en el mismo exclusivismo
que Evola achacaba a los güelfos, no por nada también europeos como los
aludidos. Así como el güelfo cree que su religión es la superior a todas y
considera que solamente a través de ella uno se salva, los racistas consideran
a su raza como superior a todas las demás y consideran que la raza divina por
excelencia es la europea.
Alcántara le agrega a tal osada aseveración una serie de
argumentos descalificatorios hacia los que afirmamos lo contrario, sea del lado
evoliano, como del lado del mismo nazismo en los sectores que con honestidad
intelectual rechazaban al pensamiento de Evola por ser contrario a sus puntos
de vista.
Así pues en el prólogo a un libro de Evola sobre la raza
manifiesta lo siguiente:
… desde ciertos ambientes cercanos a posiciones
nacionalsocialistas y desde algún nucleamiento de adscripción evoliana (acá se
refiere a nosotros) se ha querido presentar a un Evola que habría ignorado
(por considerarla intrascendente y falta de valor) la extracción racial de los
individuos y la consideraría insustancial a la hora de elaborar sus teorías
raciales”.
Nosotros en nuestra réplica nos remitiremos puntualmente al
texto de Evola mostrando el contraste absoluto que existe con la totalidad de
lo que Alcántara ha afirmado sobre dicho tema.
Pero antes de ello queremos también ser justos con el
nazismo, ideología que no merece ser también falsificada como quiere hacer
Alcántara sosteniendo que en lo sustancial manifiesta lo mismo que el
pensamiento evoliano y que solamente habría podido existir alguna discrepancia
con cierto sector crudamente materialista o ‘biológico’ del mismo. Alcántara
soslaya al respecto que ésa no era la diferencia esencial, sino que aun con
aquel nazismo que no reducía la raza a un fenómeno puramente corpóreo y que
también aceptaba la existencia de una dimensión espiritual, existía una
oposición de fondo. Y para ello qué mejor que citar partes del informe brindado
por el Dr. Huttig, de la oficina de política racial del Partido nacional
socialista en 1942 sobre la doctrina de la raza de Evola, el que fuera
publicado en la edición 2ª de La raza del espíritu, pgs. 268-270.
Dice el aludido:
“Para Evola la raza consta de 3 principios, cuerpo, alma y
espíritu. Para nosotros espíritu, alma y cuerpo no son tres principios
distinguibles, sino que son las maneras diferentes expresivas de la raza en la
unidad de lo viviente”. Acotemos al respecto que, en concordancia con tal
pensamiento, el Sr. Martín, un socio de Alcántara en sus desvíos, había
dicho: “Insistimos en que biológico, anímico y espiritual son tres
nociones que no deben separarse”. Es decir, nos dice lo mismo que Huttig
pero, a diferencia de éste, por desconocimiento o deshonestidad, quiere
achacarle a Evola tal postura.
Demostrando un mejor conocimiento de nuestro autor, el Dr.
Huttig denuncia en cambio en éste un dualismo el que es puesto en sintonía, muy
a pesar de A. y M., con el catolicismo. Así pues nos señala que, lejos de ser
realidades inseparables, en Evola “el espíritu se encuentra en condiciones de
modificar los factores hereditarios (la Iglesia también opina lo mismo cuando
dice que a través de la plegaria y la vida noble se puede producir tal
modificación).”
Ha quedado en claro entonces que la discrepancia con el
nazismo no estaba referida meramente al hecho de que “pugnaba por no reducir al
hombre a su mera condición corporal y animal”, tal como dice Alcántara, sino
que se trataba de un embate entre dos concepciones opuestas respecto de las
relaciones entre lo material y lo espiritual, una de carácter monista y por lo
tanto determinista en tanto que comprendía en una sola sustancia inseparable a
ambas realidades, (UNA VEZ MÁS LA RAZA ES PARA AUTORES RACISTAS COMO ALCÁNTARA
EL EQUIVALENTE AL BRAHMA DE GUÉNON RESPECTO DEL CUAL TODA INDIVIDUALIDAD ES
ILUSORIA Y NO PUEDE EN MODO ALGUNO MODIFICAR LO RECIBIDO HEREDITARIAMENTE) y la
otra en cambio dualista, sostenida sea por Evola como por el catolicismo o por
cualquier otra concepción de lo trascendente, que consideraba el contraste
entre ambas dimensiones. Pero veamos al respecto si acaso esto era solamente
sostenido como una equivocación por parte de Huttig o si en cambio no era
justamente lo que Evola también reconocía. Citamos a continuación pasajes de su
texto, La superación del racismo, pgs. 197-208, de La raza del espíritu, 2ª
Edición.
“La forma más ingenua del racismo es aquella en donde se
considera que con una defensa casi zootécnica de la raza humana se puede llegar
a algo decisivo y creativo (es decir la forma de nazismo que según Alcántara
sería la única que criticaría Evola) … (pero también existe otra que se
formula la existencia de una dimensión espiritual aunque estableciendo la
unidad inescindible entre la materia y el espíritu y al respecto) es inútil
decir que en el concepto de raza comprendemos a aquella plenitud de la vida
humana en la cual cuerpo y espíritu.. se unen en una suprema unidad”, es decir
la postura monista antes señalada por Huttig; “y sostener acerca del
problema de si una cosa determina a la otra, si la forma corpórea es
determinada por el espíritu o viceversa, que ello es una cuestión
anticientífica, metafísica… (W. Gross) o, tal como decía Rosenberg: “No
concordamos ni con la proposición de que el espíritu crea al cuerpo, ni a la
inversa que el cuerpo crea el espíritu. Entre mundo espiritual y mundo
físico no hay ninguna frontera neta: ambos constituyen un
todo inescindible”. En cambio es éste el punto que debe ser
decidido.”
Y es aquí donde se encuentra el gran dilema que nos hace ver
Evola. ¿Es el espíritu el que crea al cuerpo o la inversa es el cuerpo el que
lo hace con el espíritu? O si utilizáramos la terminología racista: ¿es la raza
del cuerpo la que determina la existencia de una raza espiritual o es a la
inversa la espiritual la que constituye la del cuerpo, incluyendo también en
ello a lo psíquico?
O PARA DECIRLO EN FORMA MÁS SENCILLA ¿ES EL HOMBRE UNA
POTENCIA ESPIRITUAL CAPAZ DE FORMAR A LOS ENTES ENTRE LOS CUALES SE MANIFIESTA
O ES EN CAMBIO UNA IMPOTENCIA EN TANTO FORMADO, DETERMINADO POR UNA COSA A ÉL
SUPERIOR, LLÁMESE BRAHMA COMO EN GUÉNON O RAZA COMO EN LOS RACISTAS EVOLÍTICOS
DEL ESTILO DEL SR. ALCÁNTARA.?
Así como los euroasiáticos son seguidores de un discípulo
desviado de Evola, Freda, quien de la misma manera que el Sr. Dugin sostenía
las relaciones posibles entre cierta forma de comunismo y el pensamiento
tradicional, los evolíticos del estilo de Alcántara son seguidores de otro
discípulo desviado, Adriano Romualdi, quien ha sostenido la idea de la
pretendida superioridad que tendría la raza indoeuropea sobre todas las demás.
Evola por pudor, porque se trataba de un muchacho muy joven que todavía podía
aprender no le pudo o no le quiso decir en la cara que estaba totalmente equivocado.
Pero sin embargo a algunos discípulos de éste del estilo de Alcántara que
insistían en lo mismo, supo decir de manera contundente lo siguiente: “Cuanto
más puede decirse que los indoeuropeos fueron los pueblos que más que cualquier
otro han sabido RECONOCER y aplicar un ideal de jerarquía orgánico funcional…
PERO ESTE IDEAL SIN EMBARGO MANTIENE UN VALOR OBJETIVO Y NORMATIVO QUE DE
NINGUNA MANERA PUEDE CONSIDERARSE COMO LA CREACIÓN DE UN DETERMINADO GRUPO
HUMANO” (La Tradición romana, pg. 82). Queda entonces en claro que para Evola
el espíritu no es una cosa exclusiva de la raza a la cual dicen pertenecer
personas como Alcántara y Martín.
Es decir volviendo ahora al tema principal de la obra, la
crítica no va dirigida solamente hacia Guénon, sino que es importante
hacerlo, en función de ciertas proximidades existentes, también hacia todas
aquellas posturas que aun autocalificándose como tradicionales o incluso
evolianas son en el fondo modernas pues niegan al espíritu capacidad creadora,
niegan que sea una potencia libre que determine las cosas y las forme, sino por
el contrario es un producto. En el caso de Guénon tal como hemos dicho el
hombre en cuanto a su existencia es una ilusión de Brahma, sólo en éste
encuentra su realidad, afuera del mismo se encuentra la nada. En el caso de los
evolíticos que dicen criticarlo a Guénon en el fondo concuerdan con éste en su
determinismo. Afuera de la raza superior, que sería para ellos la indoeuropea a
la que pertenecerían, o más secamente la raza blanca de la cual bien sabemos
que también participa el sionismo, existen estados de inferioridad siendo pues
el hombre un producto de su raza así como en Guénon lo era de Brahma. (1)
(1) Hay que
destacar como hecho curioso que a pesar de manifestarse como contrarios a Guénon
y favorables a Evola, en otras cosas esenciales, además del fatalismo
determinista recién señalado, los evolíticos están de acuerdo con el
pensador ‘lunar’ francés: Así dice el Sr. Martín: “Coincidimos con Guénon
cuando afirma que "el fin de un mundo no es sino el fin de una
ilusión". Para agregar: el "mundo moderno" -epítome
del samsâra o devenir- no es una realidad, ni siquiera un
"lugar", sino un "estado". Es decir, es inherente a
nosotros mismos, el "mundo" reside en nuestra consciencia. Por lo
cual: HAY QUE OLVIDARSE DEL ESTADO "DE HECHO" DE LOS PUEBLOS ACTUALES
(cualesquiera que estos sean) y atender a lo esencial,(que el mundo es una
ilusión).”
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