EL HOMBRE QUE
NUNCA TIENE TIEMPO
Durante el me de agosto
pasado, y en ocasión de las Jornadas Evolianas, tuve ocasión de vivir una
semana en la ciudad de Buenos Aires, conglomerado humano de más de 14 millones
de personas y a la que hacía algunos años que no visitaba. La impresión fue
fuerte. Trasladarse desde una localidad de 130.000 habitantes, mitad ciudad
pequeña y mitad pueblo grande, rodeada de montañas, bosques y lagos, a una
megalópolis en donde manda el cemento, el acero y el ruido no puede dejar de
ser motivo de reflexión y de cierto asombro.
La concentración humana en
grandes urbes es una de las características de la civilización moderna. En las
civilizaciones tradicionales la mayoría de las personas vivía en medios rurales
o en pequeños poblados. El hiperdesarrollo del capitalismo ha llevado a todo esto, desarrollo que a su
vez fue un producto de la pérdida de todo sentido de lo superior por parte de
la modernidad.
Si bien las características
del hombre moderno, en líneas generales son similares en todas partes. en las
grandes urbes esos rasgos se exacerban y son un claro signo de la decadencia de
los últimos tiempos.
Entre esos rasgos citemos la
frecuencia con que el hombre moderno repite la frase “NO TENGO TIEMPO”. Y cuando
investigamos para qué no tiene tiempo nos encontramos con que nuestro hombre
está urgido por una cantidad de deseos de orden puramente material o
sentimental o afectivo a los que no puede satisfacer como quisiera. Y cuando se
lo interroga acerca de alguna inquietud religiosa o que simplemente exceda su
limitado horizonte del mundo externo que lo rodea, mira hacia otro lado o zafa
diciendo que en su momento lo pensará, en un vano intento de fuga hacia
adelante persiguiendo al tiempo que nunca le alcanza.
Este hombre masa habitante
de los grandes hormigueros humanos está totalmente en manos de la modernidad,
únicamente grandes catástrofes humanas o naturales podrán arañar esa caparazón´
En principio no somos
partidarios de una actitud meramente contemplativa aunque nos merezca el mayor
de los respetos esa inclinación.
Los hombres de la Tradición
que habiten en las grandes ciudades frente a ese mundo hostil pueden extraer de
ello muchos beneficios al mantenerse firmes y de pie y lograr con ello una gran
fuerza interior que sirva de atracción y de guía a otros.
También es importante para
los mejores de la juventud el guiarlos hacia un medio natural fuera de las
grandes ciudades y alejarlos de los recitales con su ruido que llaman música y sus
noches de negro en negro. La vida en medios naturales, el campamentismo y el
montañismo pueden constituir una base para realizaciones superiores. Del gran
maestro Julius Evola es poco conocida su actividad como alpinista y la
importancia que dio a esa práctica como formadora y coadyuvante a la
espiritualidad. En una época en que es visible la destrucción del planeta, la
formación de defensores del medio natural puede ser una ayuda para la Tradición
y la formación de una casta de guerreros.
San Carlos de Bariloche, 9 de septiembre del 2014.
JULIÁN RAMÍREZ
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