lunes, 22 de septiembre de 2014

GHIO: ESCOCIA SÍ, CATALUÑA NO

ESCOCIA SÍ, CATALUÑA NO

 
Hay varios evolianos que nos han preguntado nuestra opinión respecto de cuál sería la actitud que habría adoptado el maestro respecto al actual conflicto relativo al secesionismo en Europa. Y ha habido algunos que, basándose en obras como Cabalgar el tigre en donde se formula una apoliteia activa, es decir un cierto desinterés respecto del los problemas del mundo moderno en tanto que, estando el mismo condenado a perecer, contrastando contra los fenómenos más terminales estaríamos sin darnos cuenta ayudando al retraso del final y, tal como dijera Evola, ‘retrasando el final también se retrasa el nuevo comienzo’. Sin embargo es de destacar que esta afirmación que es correcta cuando de lo que se trata es de defender valores burgueses en contra de otros similares en su contenido no puede en manera alguna desentenderse del conjunto de la obra evoliana. En tanto nuestro autor no es fatalista, tal como hemos demostrado en pluralidad de textos, el ‘nuevo comienzo’ no sobrevendrá necesariamente del final de un ciclo histórico, sino que será indispensable la acción decidida efectuada por aquellas elites tradicionales que aun existen y que deben agruparse para ser ellas las que realmente produzcan ese nuevo despertar.
Al respecto es bueno destacar aquí un texto conocido de nuestro autor y que tradujéramos tiempo atrás a nuestra lengua que se titula, El doble rostro del nacionalismo. En el mismo nos hace ver que el nacionalismo, si bien tomado en sí mismo puede ser concebido como un fenómeno decadente pues ha sido en su nombre que se procedió a disolver el Imperio tradicional, desde otro punto de vista superior representa en cambio una postura correcta que puede incluso llegar a ser tradicional e imperial en el buen sentido del término. A tal efecto deben distinguirse dos tipos de nacionalismo: uno de corte subversivo y deletéreo vinculado a movimientos como el de la revolución francesa y a la misma democracia, otro en cambio tradicional y positivo, siendo a partir del mismo que puede llegar a efectuarse un movimiento de reconstrucción. El primero es aquel que enfatiza en la defensa de lo propio pero con independencia de cualquier valor superior. Se expresa incluso en los movimientos separatistas, no por nada calificados también como nacionalismos pero pertenecientes a este primer grupo. Consiste aquí en considerar que los propios intereses, por lo general materiales y económicos, representan lo principal que debe defenderse siendo considerados como el leit motiv de la acción política. Desde dicha óptica que es burguesa e incluso proletaria, en tanto relativa a las clases económicas, todos los partidos políticos que componen nuestro espectro son de esta manera nacionalistas. Y al respecto es de destacar que el nacionalismo fue levantado en forma oportunista por las ideologías políticas surgidas a partir de la pasada revolución francesa cuando se trataba de desplazar a la rival. Así pues el liberalismo fue antinacionalista cuando en contraste con el absolutismo monárquico sustentó la defensa incondicional de los derechos individuales en contra de los de la nación por aquél alegados, pero una vez alcanzado el poder se hizo furibundamente nacionalista en tanto que asoció la idea de Patria con la defensa de tales ‘sagrados principios’ por ellos sustentados. Y lo mismo sucedió con el socialismo. Desde la famosa máxima de que ‘los proletarios no tienen patria’ de Carlos Marx se pasó sin ningún tipo de rubor a la defensa de los sagrados intereses de la gloriosa Unión Soviética, la ‘nación’ que agrupaba a los proletarios del mundo entero.
Contra tal nacionalismo fundado en la defensa de meros intereses  y que es oportunista en función de circunstancias se yergue otra forma de tal fenómeno. Es aquel nacionalismo que en cambio defiende principios tradicionales por encima de cualquier interés particular y que trata de asociarlos con la propia idiosincrasia. Desde tal óptica por ejemplo ser católico puede ser también concebido aquí como un modo de nacionalismo desde una óptica tradicional, puesto que, si bien la Tradición es una, distintas son las formas en las que la misma se expresa y éstas a su vez tienen que ver con el modo propio de ser de cada grupo étnico y cultural. La máxima de ‘seleccionar tradiciones’ de la propia historia que aparece en la fundamental obra Los hombres y las ruinas tiene que ver con tal concepto. A partir de la idea tradicional a la que se adhiere se trata de buscar en el propio pasado cuáles figuras y circunstancias de nuestro acervo tienen que ver con la misma. Por ejemplo en América postcolombina tal presencia de la Tradición la encontramos en el período colonial, especialmente con los Austria, y en figuras históricas aisladas posteriores en el período de la independencia como Rosas en Argentina, o Solano López en Paraguay, etc. Y en relación al pasado siglo sin lugar a dudas que la breve gesta de Malvinas fue un despertar de tal nacionalismo tradicional. Si en América hoy en día surgiese un movimiento que sustentara tales principios e intentara restaurar la existencia del Imperio sería absurdo que nosotros nos ubicásemos del lado de los nacionalismos particularistas, sea chileno como argentino o lo que fuere. Siempre tendremos que estar del lado de quien defienda tales principios, por ello es que en su momento criticamos que Chile hubiese apoyado a Inglaterra en la guerra de Malvinas dando prioridad allí a una circunstancia territorial y de meros intereses cuando lo que estaban en juego eran principios, habiendo formulado tal cosa no como simples argentinos, sino con tradicionalistas.
Ahora bien la pregunta aquí es: ¿qué es lo que pasa cuando lo que contrasta con la nación es un movimiento separatista, tales los casos de Escocia y Cataluña? Al respecto las cosas no son tan claras como en la circunstancia de la guerra de las Malvinas, aquí nos encontramos con movimientos que quieren separarse dando principal prioridad a la circunstancia económica de vivir con los propios recursos. Los escoceses por ejemplo han dicho que les conviene salir de Inglaterra porque podrían ellos solos explotar el petróleo abundante que habría en el Mar del Norte y los catalanes tienen también argumentos similares alegando que su región se encuentra mucho más desarrollada que las restantes de España y que no se justificaría estar alimentando a sectores carenciados.
Al respecto nosotros debemos decir que por principio rechazamos totalmente estos movimientos que representan una forma más avanzada del pensamiento burgués. Pero ahora bien la pregunta más crucial es: ¿ante ello qué es lo que debe defenderse? Y al respecto habría que hacer una acotación esencial. La nación no es una realidad que deba confundirse necesariamente con los gobiernos que la representan en el presente, sino que es una entidad histórica y trascendente. Y desde tal óptica habría que distinguir entre lo que es España y lo que en cambio representa Inglaterra. Mientras que este país desde siempre y desde los albores de su monarquía fue una nación antitradicional, con su adhesión a una forma de protestantismo hasta su gestación de las grandes ideologías subversivas que con su imperiio colonial condujeron a la profundización terminal de esa gran anomalía que es el mundo moderno, tal cosa no la encontramos en cambio con el pasado español. Efectuando allí la aludida selección de tradiciones, hallamos el catolicismo en vez del protestantismo, la presencia de monarquías tradicionales como la de Carlos V y Felipe II durante muchos siglos y aun en el pasado constatamos que fue en España donde se librara la gran cruzada en contra de las dos subversiones gemelas que hoy azotan a la humanidad toda. Por lo tanto podemos decir que defender la unidad de España ante el separatismo sea catalán, vasco o lo que fuere, en especial siendo estos movimientos abiertamente burgueses, es la postura adecuada en los tiempos actuales, pues dicha defensa supera con creces las intencionalidades que puedan tener ciertos partidos políticos que por mero oportunismo hoy defienden la continuidad de España. Es más una cruzada en contra del separatismo puede traernos como reacción el despertar del pasado tradicional de España*. Es al revés exacto del caso de Escocia. Que Inglaterra se disuelva como nación, aunque ello sucediese bajo la forma de separatismos crematistas, es algo que a nosotros nos conviene sobremanera. Inglaterra representa una gran anomalía y su desaparición como Estado o aun su menoscabo sería totalmente beneficioso para la causa tradicional.

·        Serían muy distintas las cosas si en cambio, en vez de ser el separatismo catalán el que solicitase la disolución de España, ello fuese formulado alegando una figura superior como el caso del califato islámico que reclama la antigua Andalucía. En ese caso nosotros -y lo decimos abiertamente- no saldríamos a defender la España de Rajoy y de Zapatero, pues el califato es una forma tradicional cuya presencia podría incluso ser beneficiosa para la misma tradición española en tanto que los valores que hoy levanta tal institución están mucho más cerca de aquellos valores que los que en cambio nos representan tales figuras caducas.


Marcos Ghio 

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