ESCOCIA SÍ, CATALUÑA NO
Hay varios evolianos que nos han preguntado nuestra opinión respecto de
cuál sería la actitud que habría adoptado el maestro respecto al actual
conflicto relativo al secesionismo en Europa. Y ha habido algunos que, basándose
en obras como Cabalgar el tigre en
donde se formula una apoliteia
activa, es decir un cierto desinterés respecto del los problemas del mundo
moderno en tanto que, estando el mismo condenado a perecer, contrastando contra
los fenómenos más terminales estaríamos sin darnos cuenta ayudando al retraso
del final y, tal como dijera Evola, ‘retrasando el final también se retrasa el
nuevo comienzo’. Sin embargo es de destacar que esta afirmación que es correcta
cuando de lo que se trata es de defender valores burgueses en contra de otros
similares en su contenido no puede en manera alguna desentenderse del conjunto
de la obra evoliana. En tanto nuestro autor no es fatalista, tal como hemos
demostrado en pluralidad de textos, el ‘nuevo comienzo’ no sobrevendrá
necesariamente del final de un ciclo histórico, sino que será indispensable la
acción decidida efectuada por aquellas elites tradicionales que aun existen y
que deben agruparse para ser ellas las que realmente produzcan ese nuevo
despertar.
Al respecto es bueno destacar aquí un texto conocido de nuestro autor y
que tradujéramos tiempo atrás a nuestra lengua que se titula, El doble rostro del nacionalismo. En el
mismo nos hace ver que el nacionalismo, si bien tomado en sí mismo puede ser
concebido como un fenómeno decadente pues ha sido en su nombre que se procedió
a disolver el Imperio tradicional, desde otro punto de vista superior
representa en cambio una postura correcta que puede incluso llegar a ser
tradicional e imperial en el buen sentido del término. A tal efecto deben
distinguirse dos tipos de nacionalismo: uno de corte subversivo y deletéreo
vinculado a movimientos como el de la revolución francesa y a la misma
democracia, otro en cambio tradicional y positivo, siendo a partir del mismo
que puede llegar a efectuarse un movimiento de reconstrucción. El primero es
aquel que enfatiza en la defensa de lo propio pero con independencia de
cualquier valor superior. Se expresa incluso en los movimientos separatistas,
no por nada calificados también como nacionalismos pero pertenecientes a este
primer grupo. Consiste aquí en considerar que los propios intereses, por lo
general materiales y económicos, representan lo principal que debe defenderse siendo
considerados como el leit motiv de la
acción política. Desde dicha óptica que es burguesa e incluso proletaria, en
tanto relativa a las clases económicas, todos los partidos políticos que
componen nuestro espectro son de esta manera nacionalistas. Y al respecto es de
destacar que el nacionalismo fue levantado en forma oportunista por las
ideologías políticas surgidas a partir de la pasada revolución francesa cuando
se trataba de desplazar a la rival. Así pues el liberalismo fue
antinacionalista cuando en contraste con el absolutismo monárquico sustentó la
defensa incondicional de los derechos individuales en contra de los de la
nación por aquél alegados, pero una vez alcanzado el poder se hizo
furibundamente nacionalista en tanto que asoció la idea de Patria con la
defensa de tales ‘sagrados principios’ por ellos sustentados. Y lo mismo
sucedió con el socialismo. Desde la famosa máxima de que ‘los proletarios no
tienen patria’ de Carlos Marx se pasó sin ningún tipo de rubor a la defensa de
los sagrados intereses de la gloriosa Unión Soviética, la ‘nación’ que agrupaba
a los proletarios del mundo entero.
Contra tal nacionalismo fundado en la defensa de meros intereses y que es oportunista en función de
circunstancias se yergue otra forma de tal fenómeno. Es aquel nacionalismo que
en cambio defiende principios tradicionales por encima de cualquier interés
particular y que trata de asociarlos con la propia idiosincrasia. Desde tal
óptica por ejemplo ser católico puede ser también concebido aquí como un modo
de nacionalismo desde una óptica tradicional, puesto que, si bien la Tradición es una,
distintas son las formas en las que la misma se expresa y éstas a su vez tienen
que ver con el modo propio de ser de cada grupo étnico y cultural. La máxima de
‘seleccionar tradiciones’ de la propia historia que aparece en la fundamental
obra Los hombres y las ruinas tiene
que ver con tal concepto. A partir de la idea tradicional a la que se adhiere
se trata de buscar en el propio pasado cuáles figuras y circunstancias de
nuestro acervo tienen que ver con la misma. Por ejemplo en América postcolombina
tal presencia de la
Tradición la encontramos en el período colonial,
especialmente con los Austria, y en figuras históricas aisladas posteriores en
el período de la independencia como Rosas en Argentina, o Solano López en
Paraguay, etc. Y en relación al pasado siglo sin lugar a dudas que la breve
gesta de Malvinas fue un despertar de tal nacionalismo tradicional. Si en América
hoy en día surgiese un movimiento que sustentara tales principios e intentara
restaurar la existencia del Imperio sería absurdo que nosotros nos ubicásemos
del lado de los nacionalismos particularistas, sea chileno como argentino o lo
que fuere. Siempre tendremos que estar del lado de quien defienda tales
principios, por ello es que en su momento criticamos que Chile hubiese apoyado
a Inglaterra en la guerra de Malvinas dando prioridad allí a una circunstancia
territorial y de meros intereses cuando lo que estaban en juego eran principios,
habiendo formulado tal cosa no como simples argentinos, sino con
tradicionalistas.
Ahora bien la pregunta aquí es: ¿qué es lo que pasa cuando lo que
contrasta con la nación es un movimiento separatista, tales los casos de
Escocia y Cataluña? Al respecto las cosas no son tan claras como en la
circunstancia de la guerra de las Malvinas, aquí nos encontramos con
movimientos que quieren separarse dando principal prioridad a la circunstancia
económica de vivir con los propios recursos. Los escoceses por ejemplo han
dicho que les conviene salir de Inglaterra porque podrían ellos solos explotar
el petróleo abundante que habría en el Mar del Norte y los catalanes tienen
también argumentos similares alegando que su región se encuentra mucho más
desarrollada que las restantes de España y que no se justificaría estar
alimentando a sectores carenciados.
Al respecto nosotros debemos decir que por principio rechazamos
totalmente estos movimientos que representan una forma más avanzada del
pensamiento burgués. Pero ahora bien la pregunta más crucial es: ¿ante ello qué
es lo que debe defenderse? Y al respecto habría que hacer una acotación
esencial. La nación no es una realidad que deba confundirse necesariamente con
los gobiernos que la representan en el presente, sino que es una entidad
histórica y trascendente. Y desde tal óptica habría que distinguir entre lo que
es España y lo que en cambio representa Inglaterra. Mientras que este país
desde siempre y desde los albores de su monarquía fue una nación
antitradicional, con su adhesión a una forma de protestantismo hasta su
gestación de las grandes ideologías subversivas que con su imperiio colonial condujeron
a la profundización terminal de esa gran anomalía que es el mundo moderno, tal
cosa no la encontramos en cambio con el pasado español. Efectuando allí la
aludida selección de tradiciones, hallamos el catolicismo en vez del
protestantismo, la presencia de monarquías tradicionales como la de Carlos V y
Felipe II durante muchos siglos y aun en el pasado constatamos que fue en
España donde se librara la gran cruzada en contra de las dos subversiones
gemelas que hoy azotan a la humanidad toda. Por lo tanto podemos decir que
defender la unidad de España ante el separatismo sea catalán, vasco o lo que
fuere, en especial siendo estos movimientos abiertamente burgueses, es la
postura adecuada en los tiempos actuales, pues dicha defensa supera con creces
las intencionalidades que puedan tener ciertos partidos políticos que por mero
oportunismo hoy defienden la continuidad de España. Es más una cruzada en
contra del separatismo puede traernos como reacción el despertar del pasado
tradicional de España*. Es al revés exacto del caso de Escocia. Que Inglaterra
se disuelva como nación, aunque ello sucediese bajo la forma de separatismos
crematistas, es algo que a nosotros nos conviene sobremanera. Inglaterra representa
una gran anomalía y su desaparición como Estado o aun su menoscabo sería
totalmente beneficioso para la causa tradicional.
·
Serían
muy distintas las cosas si en cambio, en vez de ser el separatismo catalán el
que solicitase la disolución de España, ello fuese formulado alegando una
figura superior como el caso del califato islámico que reclama la antigua
Andalucía. En ese caso nosotros -y lo decimos abiertamente- no saldríamos a
defender la España
de Rajoy y de Zapatero, pues el califato es una forma tradicional cuya
presencia podría incluso ser beneficiosa para la misma tradición española en
tanto que los valores que hoy levanta tal institución están mucho más cerca de
aquellos valores que los que en cambio nos representan tales figuras caducas.
Marcos Ghio
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