INFLUENCIA
DE LAS PALABRAS
SUTILES
En el capítulo XIV de la
obra de Julius Evola “El arco y la clava” (Ed. Heracles, 1999, Bs. As.), el
gran maestro tradicionalista nos habla de la penetración que en la mente del hombre moderno tienen
algunas palabras, todo ello facilitado por la publicidad y la propaganda
con que día a día se apabulla a hombres
y mujeres que han perdido toda
consistencia interior y espiritual.
Pongamos por ejemplo a la
palabra “democracia”, que quién no percibe su verdadero contenido, pero
sospecha que hay algo que no le gusta habla de “democracia verdadera” o
“democracia sana” o “democracia nacional y popular” para contraponerla a los
aspectos que consideran negativos. Estas personas están aceptando, aunque no
quieran a la democracia en su esencia, ya que aunque sea “buena” o “ mala” se
rige por la cantidad y niega toda jerarquía a lo superior. La democracia sea
como sea es intrínsicamente perversa.
Otra palabra que con su
sutileza deforma la realidad es “conflicto” cuando se quiere referir a una
guerra, muy usada en mi país, la Argentina, cuando muchos hablan de la guerra
de Malvinas. Es francamente ridículo calificar de mero conflicto a un
enfrentamiento militar entre dos países con fuerzas armadas, combates, bombardeos,
acciones navales, muertos y heridos. Aquí la intención es clara: pasar por alto
su importancia y relativizarla, sin considerar el impacto que ello ha tenido y
tiene en la vida política argentina.
Otra palabra que deforma la
realidad es “paz”, cuando en realidad lo que se predica es el pacifismo, es
decir una actitud de cobardía, de rendición y de ponerse de rodillas, propia de
llorones. La verdadera paz se consigue preparándose para la guerra, como decían
los antiguos romanos.
Otras palabras comunes hoy
en día son “búsqueda del consenso”, “conciliar” y “acordar”. Esto en el fondo
significa abdicar de las propias concepciones y transar con cualquiera, cuando
en realidad los que tenemos principios no podemos renunciar a ellos y menos aún
en los tiempos modernos.
También se acostumbra a
llamar “grupos terroristas” a los movimientos tradicionalistas del
fundamentalismo islámico, cuando la verdad es lo contrario, los terroristas son
las potencias modernas que a través de sus brutales intervenciones, imponen el
miedo y el terror a los pueblos que se rebelan. Agreguemos que ser
“fundamentalista” es un mérito, es creer que hay cosas fundamentales por las
cuales vale la pena vivir y morir. Se considera por lo contrario que lo
“civilizado” es ser tolerante y convivir con cualquier expresión de la
decadencia y del caos moderno.
Al que sostiene dogmas
religiosos se lo tilda de “oscurantista” y “medieval”, cuando la verdad es que
los dogmas de las religiones nos salvan de las arbitrariedades del racionalismo
y de los libres pensadores.
Están también los que se
llenan la boca pontificando acerca de las excelencias de la constitución, las
instituciones y la división de poderes, sosteniendo de esa manera el cadáver
del estado de derecho liberal burgués, y de esta manera bloqueando cualquier
iniciativa positiva y de verdadero cambio.
Podemos seguir dando ejemplos
y cada uno de los lectores lo podrá hacer por sí mismo, pero lo importante es
conocer la intención sutil que encierran estas y muchas palabras. Todo ello
está encaminado a defender al mundo moderno y a actuar en forma subliminar
sobre las mentes que carecen de una formación interior y son inconsistentes
frente a las sugestiones diarias. Es el “hombre fugaz” del que nos hablaba
Julius Evola, el hombre sin principios, sin metas espirituales, maleable, que
vive como hoja al viento. Solo una sólida formación interior con sentido
tradicional nos permitirá hacer frente a este caos.
San Carlos de Bariloche, 23 de
marzo del 2015.
JULIÁN RAMÍREZ
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