LA
REVOLUCIÓN TRADICIONAL EN
LA CULTURA
En la actual guerra de
civilizaciones los que no pertenecemos al islamismo tenemos una tarea muy
importante para hacer. Ya que no estamos combatiendo con las armas en la mano
la mejor forma de colaborar con los combatientes es promover en nuestra cultura
una revolución cultural que vaya minando y deteriorando el dominio que la
modernidad ejerce sobre las mentes de nuestros semejantes, partiendo cada uno
de las circunstancias de tiempo y espacio en que vivimos.
Nosotros, tradicionalistas
evolianos, desarrollamos nuestra actividad en el conjunto de países que
constituyen la ibero-luso-indo-américa. Un conjunto de naciones con mucho en
común: religión, idiomas, historia, cosa nada común en el mundo, a excepción
del ecúmene islámico, pero que el proceso del mundo moderno ha conducido a una
división de resultas de la cual lo que era un imperio ha devenido en una
cantidad de paisitos objetos de dominio por parte de los poderes mundiales de
orden materialista y economicista. Inconscientemente hay en nuestros pueblos
una inclinación hacia la unidad pero esa tendencia está conducida hacia
organizaciones de orden también material y economicista tales como UNASUR,
CELAC, MERCOSUR, ALBA y otras, similares a lo que ocurre con la UNIÓN EUROPEA.
Todo esto no es ninguna solución sino por el contrario consolidar al mundo
moderno e inclinarnos hacia una dimensión totalmente divorciada y contraria a
lo que es una concepción del mundo y de la vida con contenido espiritual, trascendente
y sagrado. Muchos que quisieran enfrentar al mundo moderno no advierten que
usan argumentos que precisamente son provistos por la subversión moderna, y nos
referimos expresamente a la idea del estado-nación.
Todas las historias
oficiales de nuestros países parten del dogma intocable de nuestra
“independencia”, con sus libertadores y próceres. Las versiones liberal,
marxista y nacionalista de nuestras historias parten de ese dogma que a través
de la escuela, la universidad, el mundo académico y los medios de comunicación
dominan las mentes de nuestros pueblos. El mismo revisionismo histórico se
detiene ante el dogma sagrado y él mismo se ha construido una cárcel sin
barrotes de la cual no se atreve a salir. Es necesario abandonar esa prisión y
reconocer, aunque a muchos les duela, que la “emancipación” y la
“independencia” de nuestros pueblos fueron producto de la acción de la
masonería, de Gran Bretaña y de las ideas modernas que la Revolución Francesa
difundió por el mundo. Hay que ser iconoclastas con los falsos libertadores y
próceres que nos miran desde los monumentos, y cuyos nombres saturan nuestras
calles, plazas y bibliotecas. Y hecho eso, ¿qué queda? Aparece la idea del IMPERIO que en nuestra
América es multisecular. Cuando aún no se había desarrollado plenamente la
modernidad existieron los imperios maya, azteca, incaico e hispánico, pero no
los citamos para imitarlos sino porque en ellos residían ideas de la TRADICIÓN,
y cayeron por no haber sido consecuentes con ellas.
El gran éxito de la
subversión moderna consistió en aprovechar que los representantes del imperio
hispánico habían renunciado a sus obligaciones de defensa de lo Superior, lo
tradicional y lo sagrado y junto con ellos derribaron también los principios
que habían sido dejados de lado por los corrompidos e indignos. Así se
introdujo la división, el caos y las guerras civiles, el constitucionalismo y
el estado liberal burgués y de esta manera nos encontramos hoy día en torneos
de retórica como la reciente Cumbre de las Américas que no resuelven nada.
Los mejores de los nuestros
tienen que apuntar en esa dirección. Partiendo del análisis de las falsedades
de nuestras historias oficiales y a la luz de la metafísica de la historia,
como nos la recordó Julius Evola en la segunda parte de su obra magna “Rebelión
contra el mundo moderno”, rescatar la idea de Imperio y así aportar
culturalmente para la unidad de nuestros países y preparar la Revolución
Tradicional.
San Carlos de Bariloche, 13 de
abril del 2015
JULIÁN RAMÍREZ
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