LOS
LÍMITES DEL NACIONALISMO
Frente a las dos grandes ideologías de la
subversión moderna, el liberalismo y el marxismo, se ha intentado y se lo sigue
haciendo, dar una respuesta través del nacionalismo. Tanto el liberalismo como
el marxismo han difundido concepciones
del mundo y de la vida de carácter universal pretendiendo darle validez en todo
tiempo y lugar, y haciendo abstracción de las peculiaridades típicas de cada
pueblo, de su religión, cultura, usos y costumbres.
A
riesgo de simplificar en extremo, digamos que para el liberal su verdadera
patria está donde está la libertad; para el marxista la suya se identifica con
el lugar dónde reina la igualdad, y para todos ellos donde hay democracia, la
gran subversión moderna que los aúna a todos.
Frente a estas dos grandes ideologías modernas, los nacionalismos han
intentado una respuesta pero que por su misma naturaleza está limitada a
determinado espacio y a determinado pueblo, no se plantea ir más allá de las
fronteras y teniendo siempre presente la idea moderna del estado-nación. La
idea del estado-nación si bien tuvo un lento desarrollo, eclosionó
manifiestamente a partir de la revolución francesa, y esta idea yace en el
fondo de toda concepción nacionalista, o sea que los nacionalismos no pueden
vertebrar una concepción universal a diferencia del liberalismo y el marxismo que sí lo hacen.
Los nacionalismos viven encerrados en esa idea. Escuchaba a un nacionalista
decir que la idea más valedera que había aportado la modernidad era la del
estado-nación, y otro que decía intentando rebatir la idea de un movimiento
tradicional universal, “que si no
podemos arreglar los problemas entre nosotros cómo vamos a ir a buscar ayuda en
los de afuera”. Ambos ejemplos, y
podemos citar muchos más, ponen de manifiesto los límites que a sí mismos se
imponen los nacionalistas. En el primer caso tomando como base de su política
al concepto moderno de “nación”, es decir, que parten de una idea moderna para
combatir al mundo moderno lo cual es una incoherencia. En el segundo caso, se
renuncia al desarrollo de un movimiento universal y mundial para enfrentar a
las dos ideologías subversivas.
Queremos hacer la salvedad de la diferencia
entre nacionalismos y nacionalidades. Estas últimas siempre han existido, se
trata de agrupamientos naturales y espontáneos que pueden coexistir en una
realidad superior como ser el Imperio al cual se encuentran subordinados.
Imperios de esta naturaleza los hubo como lo fueron el hispánico y el
austrohúngaro y que superaron las ideas de nacionalismo y de racismo pero nunca
cayeron en los estrechos límites del estado-nación. En este sentido Imperio es
lo contrario de Nación.
Y
viendo las cosas en un sentido más material, ¿cómo puede un estado nacional con
sus solas fuerzas hacer frente al apabullante poderío de las fuerzas que
pretenden imponer un gobierno mundial de orden material, económico y
financiero? ¿De entidades que cuentan cada una de ellas con presupuestos
superiores al de muchos estados en conjunto? ¿De organizaciones en las cuales
son unos pocos los que deciden qué hacer en el mundo, mientras en los estados
democráticos, el gobierno, no el poder, se encuentra repartido en la nefasta
división de poderes que se contraponen unos con otros en el marco de una
democracia de masas libradas a sus sentimientos y pasiones del momento?
Únicamente una política fundada en la concepción tradicional del mundo y
de la vida, de carácter universal, heroico, viril y guerrero podrá superar a la
concepción ya finiquitada del estado-nación.
Tenemos el ejemplo ante nuestros ojos del naciente Estado Islámico que no se encierra
en fronteras nacionales sino que tiende a abarcar territorios de varias
naciones y concita la adhesión de regiones apartadas en África y Asia,
apoyándose en la religión y no en sucedáneos perimidos de la modernidad.
San
Carlos de Bariloche, 20 de abril del 2015
JULIÁN RAMÍREZ
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