LA MENTIRA DE
LOS DERECHOS HUMANOS
El mundo moderno que tiende visiblemente hacia el gobierno mundial
con la imposición de una sociedad materialista, economicista y consumista,
trata de sostenerse con consignas que disimulen su brutal apoderamiento de la
sociedad contemporánea. Las principales de esas consignas son la democracia y
los derechos humanos predicados a escala mundial y para todos. Hoy nos
ocuparemos de esa gran mentira que es este dogma moderno de los derechos
humanos proclamados como una verdadera religión laica, que se pretende válido
en todo lugar, para todos y para siempre.
Esta cuestión de los derechos
humanos comenzó a manifestarse plenamente a partir de la Revolución Francesa, a
fines del siglo XVIII, con la "Declaración de los Derechos del
Hombre", junto con los otros intocables dogmas de la libertad y la
fraternidad. Hoy día figura en la Carta de la Naciones Unidas, esa nefasta
organización, en el tratado de San José de Costa Rica, aplicable a todos los
estados americanos e inspira al derecho internacional. Incluso en nuestro país,
la Argentina, el tratado de San José de Costa Rica está incorporado a la
Constitución Nacional.
Esta idea pues de los
derechos humanos es de pura raíz liberal y por lo tanto antitradicional. En la
concepción tradicional de la vida las cosas son de forma distinta. No hay
derechos en abstracto iguales para todas las personas. pensar en ello es una
fantasía inaplicable y solo sirve para engañar y sostener el dominio de la otra
gran mentira que es la moderna idea de la igualdad y por consiguiente de la
democracia.
Todas las personas son
distintas, no hay dos personas iguales, de lo contrario no serían dos, sino una
misma. Cada una tiene su propia naturaleza y por lo tanto no pueden tener los
mismos derechos. Esto ha sido reconocido por todas las sociedades tradicionales
desde la más remota antigüedad, sociedades en las cuales primaba, por lo
tanto, la jerarquía y no la democracia.
La jerarquía era producto de las distintas capacidades puesto que había quiénes
por su mayor nivel espiritual eran más y a ellos correspondía la hegemonía, el
mando y el gobierno de la sociedad que se imponía en forma natural. De aquí
provenía el régimen de las castas y las personas se ubicaban en ellas conforme
a su propia naturaleza.
Los procesos subversivos
vinieron a destruir este orden natural y se desbordaron en forma amplia y manifiesta
a partir de la Revolución Francesa. De ahí las aberraciones que contemplamos
hoy día: vemos como la falsa igualdad ha conducido a que la democracia otorgue
el derecho a la multitud indiferenciada, a través del voto, a elegir a las
autoridades. El voto de un sabio vale lo mismo que el de un adolescente de 16
años, como si éste pudiera tener idea alguna de los problemas internacionales o
nacionales tales como los temas de defensa nacional, de economía, de educación,
de geopolítica, etc.
Las mismas consideraciones
caben para los votantes a quiénes no les importan nada tales cuestiones. La
democracia ha llegado incluso a otorgar el voto a las mujeres cuya naturaleza
es ajena a todos estos temas. Socavando el principio tradicional de la
virilidad espiritual, que implica la superioridad y la hegemonía de la
jerarquía, se ha desvirtuado la propia naturaleza femenina que a su vez da
origen a las modernas corrientes feministas, otra de las subversiones modernas.
Un tremendo ejemplo de la
igualdad y de los mismos derechos para todos lo vemos en algo muy frecuente en
las democracias: cuando un gobierno no gusta a la multitud se vota por quienes
están en contra sin mirar qué capacidad tienen para gobernar o resolver los
problemas, y todo ello aumenta el caos en medio de la demagogia y, por
supuesto, todos defienden a los derechos humanos, y así se debaten nuestros
pueblos íberoamericanos entre gobiernos populistas y gobiernos oligárquicos:
los primeros, como el chavismo, el peronismo, el aprismo, el petismo, los
socialdemócratas y otros, siempre son y serán derrotados; los segundos, aunque
tengan que recurrir a la violencia, siempre prometen la democracia, cumplen, y
vuelta a empezar en un círculo vicioso que ya aburre.
Cuesta entender cómo tantas
personas que se supone compartirían las ideas expuestas, todavía insisten en
formar partidos políticos y concurrir a elecciones en el marco de la
democracia, los derechos humanos y la constitución. ¿Será que así debe ser en
los últimos tiempos del Kaliyuga?
San Carlos de Bariloche, 18 de abril del 2016.
JULIÁN RAMÍREZ
No hay comentarios:
Publicar un comentario