lunes, 25 de abril de 2016

RAMÍREZ: LA MENTIRA DE LOS DERECHOS HUMANOS

LA  MENTIRA  DE  LOS  DERECHOS  HUMANOS

     El mundo moderno que  tiende visiblemente hacia el gobierno mundial con la imposición de una sociedad materialista, economicista y consumista, trata de sostenerse con consignas que disimulen su brutal apoderamiento de la sociedad contemporánea. Las principales de esas consignas son la democracia y los derechos humanos predicados a escala mundial y para todos. Hoy nos ocuparemos de esa gran mentira que es este dogma moderno de los derechos humanos proclamados como una verdadera religión laica, que se pretende válido en todo lugar, para todos y para siempre.
     Esta cuestión de los derechos humanos comenzó a manifestarse plenamente a partir de la Revolución Francesa, a fines del siglo XVIII, con la "Declaración de los Derechos del Hombre", junto con los otros intocables dogmas de la libertad y la fraternidad. Hoy día figura en la Carta de la Naciones Unidas, esa nefasta organización, en el tratado de San José de Costa Rica, aplicable a todos los estados americanos e inspira al derecho internacional. Incluso en nuestro país, la Argentina, el tratado de San José de Costa Rica está incorporado a la Constitución Nacional.
     Esta idea pues de los derechos humanos es de pura raíz liberal y por lo tanto antitradicional. En la concepción tradicional de la vida las cosas son de forma distinta. No hay derechos en abstracto iguales para todas las personas. pensar en ello es una fantasía inaplicable y solo sirve para engañar y sostener el dominio de la otra gran mentira que es la moderna idea de la igualdad y por consiguiente de la democracia.
     Todas las personas son distintas, no hay dos personas iguales, de lo contrario no serían dos, sino una misma. Cada una tiene su propia naturaleza y por lo tanto no pueden tener los mismos derechos. Esto ha sido reconocido por todas las sociedades tradicionales desde la más remota antigüedad, sociedades en las cuales primaba, por lo tanto,  la jerarquía y no la democracia. La jerarquía era producto de las distintas capacidades puesto que había quiénes por su mayor nivel espiritual eran más y a ellos correspondía la hegemonía, el mando y el gobierno de la sociedad que se imponía en forma natural. De aquí provenía el régimen de las castas y las personas se ubicaban en ellas conforme a su propia naturaleza.
     Los procesos subversivos vinieron a destruir este orden natural y se desbordaron en forma amplia y manifiesta a partir de la Revolución Francesa. De ahí las aberraciones que contemplamos hoy día: vemos como la falsa igualdad ha conducido a que la democracia otorgue el derecho a la multitud indiferenciada, a través del voto, a elegir a las autoridades. El voto de un sabio vale lo mismo que el de un adolescente de 16 años, como si éste pudiera tener idea alguna de los problemas internacionales o nacionales tales como los temas de defensa nacional, de economía, de educación, de geopolítica, etc.
     Las mismas consideraciones caben para los votantes a quiénes no les importan nada tales cuestiones. La democracia ha llegado incluso a otorgar el voto a las mujeres cuya naturaleza es ajena a todos estos temas. Socavando el principio tradicional de la virilidad espiritual, que implica la superioridad y la hegemonía de la jerarquía, se ha desvirtuado la propia naturaleza femenina que a su vez da origen a las modernas corrientes feministas, otra de las subversiones modernas.
     Un tremendo ejemplo de la igualdad y de los mismos derechos para todos lo vemos en algo muy frecuente en las democracias: cuando un gobierno no gusta a la multitud se vota por quienes están en contra sin mirar qué capacidad tienen para gobernar o resolver los problemas, y todo ello aumenta el caos en medio de la demagogia y, por supuesto, todos defienden a los derechos humanos, y así se debaten nuestros pueblos íberoamericanos entre gobiernos populistas y gobiernos oligárquicos: los primeros, como el chavismo, el peronismo, el aprismo, el petismo, los socialdemócratas y otros, siempre son y serán derrotados; los segundos, aunque tengan que recurrir a la violencia, siempre prometen la democracia, cumplen, y vuelta a empezar en un círculo vicioso que ya aburre.
     Cuesta entender cómo tantas personas que se supone compartirían las ideas expuestas, todavía insisten en formar partidos políticos y concurrir a elecciones en el marco de la democracia, los derechos humanos y la constitución. ¿Será que así debe ser en los últimos tiempos del Kaliyuga?
    
San Carlos de Bariloche, 18 de abril del 2016.

JULIÁN  RAMÍREZ

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