AL CUMPLIRSE UN NUEVO ANIVERSARIO DE SU MUERTE
OSAMA BIN LADEN Y EL PENSAMIENTO
EVOLIANO
El pasado dos de mayo se han cumplido los tres años de la muerte de
quien sin lugar a dudas ha sido líder de la lucha de la Tradición en contra del
mundo moderno en este nuevo siglo que se inicia. Fundado, del mismo modo que su
par chiíta Ayatollah Khomeini, en la
doctrina y acción de Sayid Qutub, creador del movimiento de la Hermandad Musulmana
de Egipto, Osama bin Laden sostuvo como meta constituir una sociedad en donde
Dios fuese el centro de toda la existencia, y en la que por lo tanto la vida temporal
por la que nos encontramos transitando no fuese concebida como un absoluto,
sino como un grado para elevarse hacia algo superior a ella misma; por lo que,
en función de tal tarea, reputó indispensable concebir un orden en el cual el
Estado oficiase de puente a fin de conducir al hombre hacia los caminos del
Cielo, en contrastante oposición a su caricatura moderna para la cual es en
cambio el simple encargado de colaborar en satisfacerle las necesidades del estómago
y el vientre.
Fue en relación a tal meta superior que consideró la necesidad de que
en el mundo islámico en el cual él se encontraba se produjese la restauración
del antiguo Califato reputando que, en función de ello, se procediese a
terminar con la anomalía moderna que se había implantado coercitivamente en tal
contexto. La Modernidad,
con la finalidad de instalar un universo de máquinas, de consumidores y de masas
gregarias y democráticas, como aquel en el que vivimos y conocemos hasta el
hartazgo, había logrado disolver a tal institución sacra y enemiga de sus
intereses resolviéndola en varias pequeñas republiquetas, repletas de
tiranuelos laicos y materialistas, tales como Nasser, el asesino del mismo Qutub,
Assad, Gaddafi, así como un conjunto de monarcas serviles, tales como las
dinastías sauditas, jordanas, qataríes, kuwaitíes, amigas estrechas del mundo
norteamericano y de los petrodólares. A su vez, con la finalidad de obtener el
reaseguro de tal proceso de disgregación que permitiera anular totalmente cualquier
intento restaurador de un orden tradicional,
constituyó expresamente el Estado de Israel, puesto allí, del mismo modo
que en otras partes, ex profeso con la excusa de la pretendida existencia de un
problema judío en el mundo, de acuerdo a lo sostenido por su inspirador y
fundador del movimiento sionista, T. Hertzl, como un tapón para evitar el
retorno y reconstitución de tal principio. Sin lugar a dudas Israel tiene una
función parecida a la de Malvinas en Latinoamérica o Gibraltar en Europa; el
mismo representa un vigía que controla que en tal región los postulados materialistas
de la modernidad no peligren en su cumplimiento. Por ello Bin Laden, que
comprendió la esencia del problema, sostuvo que para obtener la meta antes
mentada era indispensable la destrucción de tal anomalía y la reconquista de
Jerusalén a la que se declararía como capital del futuro califato. Meta esta
última contrapuesta totalmente a la sostenida por las distintas republiquetas y
monarquías serviles, las que manifestaron y demostraron siempre con hechos concretos
su disposición al reconocimiento de tal Estado usurpador. En el mundo
latinoamericano nosotros pensamos lo mismo respecto de Malvinas. Su reconquista
es la meta política esencial y todo lo demás es apenas un show mediático para
distraernos de lo importante.
Pero Bin Laden fue mucho más allá en sus planteos. No se trataba
simplemente de denunciar el accionar del sionismo, cosa respecto de la cual
estamos saturados de escuchar a tantos ‘analistas’ relatores de planes
siniestros desde la impotencia de sus escritorios. Consideró en cambio que para
destruirlo había que hacerlo también con el orden en que el mismo se había
organizado. El mundo moderno había inventado un falso antagonismo entre rusos y
norteamericanos, consistente en un pretendido conflicto geopolítico entre
imperio de la tierra y del mar, o ideológico entre comunismo y capitalismo,
concepciones sin embargo gemelas en cuanto a su materialismo esencial. Ambos, a
pesar de ser sustancialmente iguales, mantenían al mundo aterrorizado con
destruirse recíprocamente con armas atómicas, las que por supuesto nunca
habrían de usar entre ellos, sino sólo en contra de enemigos verdaderos, tal
como hicieran en Japón y en otras partes en grado menor y ‘empobrecido’, como
en las recientes guerras de Irak y Afganistán, generando además la idea falsa
de que justamente, en tanto eran omnipotentes, no se podía hacer nada frente a
tanta superioridad tecnológica en tanto que la modernidad habría mostrado según
ellos su capacidad de ganar todas las batallas. Los ingleses habían podido
destruir con pocos regimientos a una civilización milenaria como la hindú.
China también había sucumbido fácilmente en la guerra del opio y finalmente el
Japón y las fuerzas del Eje habían sido aplastados en la última contienda de
manera estrepitosa y brutal. Ante una civilización que ha puesto como eje
existencial a la materia y a su expresión más perfeccionada, la máquina, Bin
Laden sostuvo en cambio la superioridad de lo humano en cuanto poseedor de una
dimensión espiritual y trascendente, exaltando a su expresión más alta y
elevada, el guerrero, por sobre el arma de precisión letal representada por lo
tecnológico en su más elevada sofisticación. El mundo moderno, en tanto se
encuentra apegado a la vida, rehúye hacer la guerra y tiende cada vez más a sustituir
el heroísmo humano por la eficiencia y precisión de sus inventos. En las
guerras cada vez participará menos el hombre moderno y siempre más será la
máquina la que ocupará su lugar. En cambio para el pensamiento tradicional el
hombre, en tanto que es la realidad superior a todas en esta vida será
finalmente el que vencerá en tal guerra: el kamikaze o mártir, siniestramente
calificado como suicida por la propaganda moderna descalificadora y
estupidizante, derrotará finalmente al drone,
el último y vano invento de la tecnología para acabar con todo rastro de
humanidad en el planeta.
Su segunda convicción fue que el hombre tradicional debía acudir también
a una táctica muy precisa, la de ser capaz de separar a las fuerzas que había
que derrotar. Antes que él Hitler, quien también había intentado luchar en
contra del mismo enemigo, se había equivocado cuando confrontó conjuntamente a
rusos y norteamericanos. Había en cambio que derrotar primero a uno para luego
lanzarse en contra del otro. Fue justamente lo que alcanzó a hacer. En 1989 el
movimiento mujaidin en Afganistán, con la presencia activa de Osama, derrotó al
imperialismo bolchevique ruso produciéndole una debacle tan estrepitosa que
alcanzó a producir la disolución prácticamente de la totalidad de ese imperio,
el que llegó a perder más de la mitad de su territorio. Bin Laden consideraba
con razón que para terminar con Israel había que derrotar a sus dos sostenes
esenciales, Rusia y EEUU (1). Había logrado hacerlo con Rusia, ahora se trataba
de ir en contra de este último. La primera victoria fue en 1993 cuando, con el
exitoso operativo Halcón Negro en Somalia, logró hacer huir a los norteamericanos
de su capital. Pero había que hacer algo más contundente y ello consistía en
atacar la base misma de operaciones de tal país imperialista y demostrar al
mundo que era mentira que se trataba de una gran superpotencia, que, en tanto
carente de una dimensión superior y trascendente, el mismo no se podía comparar
para nada con lo que fuera el Imperio Romano u otras expresiones similares, en
tanto que se trataba realmente de un tigre de papel. Fue así como con una acción
que costara apenas medio millón de dólares y con la abnegada entrega de 19
mártires, en un mismo operativo se destruyeron las Torres Gemelas, es decir el
principal centro financiero del planeta, una importante ala del Pentágono, es
decir el lugar desde donde tal ‘imperio’ organizaba sus operativos de punición
en todos lados y casi se llega a destruir la sede central de ese gobierno, pero
ello no se logró debido a una falla inesperada.
Las consecuencias han sido de lo más exitosas. La organización de Bin
Laden pasó desde ese entonces de ser un grupo pequeño y de escasas dimensiones
a convertirse en una fuerza que está presente en todos lados. Pero a su vez y
lo más importante es que en las dos guerras en que EEUU se ha lanzado para vencer
a Bin Laden, la de Afganistán e Irak, el mismo ha salido derrotado y, si bien
Al Qaeda a través de sus aliados no está aun en el gobierno formalmente, de
hecho ya controla la casi totalidad de ambos países así como también está en
las primeras filas de la guerra en Siria, en Yemen, en Libia, en Somalia, etc. Después
de tales fracasos estrepitosos, Norteamérica y Rusia han comprendido ya que
deben dejar de fingir estar enemistados como hasta ahora y pasar a colaborar estrechamente
a fin de que siga existiendo el mundo de las máquinas y las masas que ellos
sostienen desesperada y mancomunadamente. Además de haber empezado a socorrerse
en todos los frentes en que combaten como por ejemplo en Siria, el Cáucaso, lo
que les queda aun de Afganistán, etc. acuden a una serie de propagandas
estupidizadoras contando para ello con una serie de ‘analistas’ e
‘investigadores’ a sueldo. En todos los casos tratan de hacernos creer y de
acuerdo a la propia concepción que este mundo moderno en el que vivimos
funciona del mismo modo que una máquina aceitada que nunca se descompone ni puede
fracasar. Que lo que nosotros concebimos como un éxito de la Tradición en realidad sería en cambio ese mismo
mundo omnipotente el que estaría triunfando acudiendo astutamente a ‘procedimientos
dialécticos’ respecto de los cuales nada ni nadie se pueden escapar, ni
siquiera aquellos que parecieran estar venciéndolo, en tanto que se trataría en
última instancia de un gran montaje pergeñado por mentes astutas y
excepcionales. Los varios operadores del sistema, tales como Salbuchi, Graziano,
Alonso en la Argentina,
o Meyssan, Mutti, Dugin en el resto del planeta entre los varios a sueldo o
vocacionales, se han cansado de indicarnos que Al Qaeda y sus aliados serían
agentes de ellos mismos que obedecen sus órdenes entre bastidores. Aunque en
realidad los más culpables no son estas personas, sino los consumidores
habituales de tales ‘investigaciones’ para los cuales en el estado de
impotencia en el cual se encuentran sumergidos, no existirían nunca argumentos
en contrario, no siendo conmovidos ni siquiera por el hecho de que a tales ‘agentes’
se los torture, se los persiga por todas partes, teniendo precios varias veces
millonarios sus cabezas, y se los asesine violándose soberanías y leyes de una
nación, como en el recordado caso de Osama, mientras que nada de todo esto les
acontece por supuesto a tales ‘investigadores’, no siendo tal cosa óbice como
para que los haga dudar o pensar respecto de sus dogmas, demostrando de este
modo cómo ellos también forman parte de un mundo masificado.
El pensamiento evoliano, concuerda plenamente con el fundamentalismo
islámico. Considera, a diferencia del guénonismo en sus diferentes
manifestaciones (2), que el mundo moderno debe ser abatido y vencido en una
guerra en su contra de carácter victorioso. Que tal combate de doblegamiento
forma parte de la acción esencial por la cual lo superior de nosotros mismos
vence a lo que es inferior y moderno. Que no es fatal la caída de esta
civilización decadente, ni existen bloques o Estados hacia donde ir y en donde
ampararse, que el hombre es libre y señor de su destino, que es capaz de abatir
‘imperios’ sin tener por ello que ser concebido como agente de alguna fuerza o
potencia que le resulte ajena, cosa ésta que forma parte de los justificativos
que se formulan los débiles en su inocultable cobardía. Evola no fue neutral en
la última contienda bélica llevada a cabo en su contra en tanto que no pensó
nunca que habría de ser una fatalidad la que se encargaría de instaurar una
nueva edad normal.
(1) Como una muestra de tal importante colaboración,
Osama recordaba siempre cómo Rusia había ‘ayudado’ a Nasser en la guerra de
seis días en contra de Israel proporcionándole armas que no funcionaban, a
diferencia de las de alta precisión que los norteamericanos le entregaron en
cambio a este último.
(2) Tal como hemos explicado en una nota anterior,
por guénonismo entendemos a un movimiento que en nuestros tiempos ha
estereotipado ciertos defectos existentes en el pensamiento de Guénon. El
aspecto fatalista por el cual el hombre no puede existir como tal sino
comprendiéndose como parte de una realidad que lo trasciende, por lo que
tenemos que buscar donde ampararnos para evadirnos de nosotros mismos y
resolver nuestra esencial impotencia, lo hallamos por ejemplo en ciertos
‘evolianos’, admiradores de Putin y de M. Le Pen, que, en tanto tales, convocan
a luchar en contra del terrorismo internacional, es decir contra Al Qaeda y a
favor de la raza europea israelizada a la que desean pertenecer, o de los
euroasiáticos (que curiosamente también organizan encuentros ‘evolianos’), que además
de efectuar tales convocatorias, incitan a las personas a subordinarse como
títeres sumisos a los intereses de Eurasia, es decir Rusia, la que les
entregará un paradisíaco ‘mundo multipolar’, son todos ellos ejemplos paradigmáticos
de esta decadencia moderna que estamos viviendo, gestionada expresamente por el
sistema con la finalidad de persistir. Lo que se explicará en otra nota es por
qué tales personas, a pesar de todas las evidencias existentes que los
contradicen, insisten en calificarse como evolianos en vez de asumir como
corresponde el calificativo de rosenbergiano en el primer caso o heideggeriano
en el segundo; pero en fin, ya explicaremos el trasfondo de tal operativo
siniestro.
Marcos
Ghio