ANACRONISMOS FILOCOMUNISTAS
Stalin el nacional comunista
Una vez más Evola anticipa varios
acontecimientos que habrán de suceder con varios años de distancia de sus
dichos.
1)
Su crítica dirigida hacia el oportunismo de ciertos
fascistas que creen ver en el comunismo stalinista a partir de la alianza
Alemania-URSS de 1939 una superación del leninismo y la concertación de un
frente nacional bolchevique, anticipa hasta en sus léxicos tal corriente que en
nuestros tiempos será asumida por distintas figuras, que hasta se califican a sí
mismas como evolianas, y que lo tienen al pensador ruso A. Dugin como su
principal promotor.
2)
Denuncia en el comunismo bolchevique una intencionalidad
que va más allá de la simple ideología. Se trata de un supercapitalismo de Estado
que utiliza las ideologías en provecho propio y para atrapar a ingenuos, tal
como sucede ahora con el euroasianismo, calificado en ese entonces por Evola
como paneslavismo. La nomenklatura bolchevique cuyo actual exponente es Putin
es la misma que existe en Rusia desde la revolución del 17 y que en forma
oportunista usa diferentes temas nacionales o aun religiosos para perpetuar sus
intereses.
M.G.
El
futuro que nos espera será decisivo para una discriminación fundamental entre
dos tipos humanos irreductiblemente
opuestos: el tipo de aquel hombre que tiene principios y el de quien en cambio
no los posee. También los podemos denominar como tipo viril uno y femíneo en
cambio el segundo. Es digno del nombre de hombre –vir – aquel que tiene en sí mismo la propia norma, que permanece
activo ante la realidad, que rechaza padecer su violencia, es decir que se
adueña de ella o, allí donde esto no sea posible, trata de cerrarle el camino,
a fin de que lo que es un hecho no se convierta en un derecho y que lo que es
criatura de contingencia y de necesidad no usurpe la dignidad propia de los
principios.
Aquel
que en cambio ‘se plasma’ sobre la realidad, aquel que siendo interiormente
inconsistente y pasivo, no sabe sino adaptarse a las circunstancias y cuanto
más, se dedica sólo a explotarlas en forma retorcida para alcanzar la
realización de fines cuanto más contingentes y materialistas, este último
corresponde a aquello que a nivel superior tiene carácter de femineidad. Es el
hombre ‘lunar’, opuesto al ‘solar’, aun cuando su empeño y sus éxitos
transitorios puedan darnos la impresión de la ‘actividad’, mientras que la
impasibilidad que el segundo, en ciertas circunstancias, puede preferir al
compromiso y a la remisión, puedan dar a cualquier observador de escasa
sensibilidad moral la impresión opuesta. Esto sin embargo no impide que en una
jerga convertida lamentablemente en una cosa corriente en muchos ambientes, el
no tener principios signifique ser ‘realistas’, ser un ‘espíritu histórico’,
una mente ‘concreta y realizadora’, que se encuentra acorde con los ‘tiempos
que corren’, mientras que en cambio tenerlos marcaría a fuego al tipo del
‘soñador’, del ‘idealista’, del ‘utopista’.
Pero
por suerte, de estos tipos anacrónicos e idealistas la actual Italia romana y
fascista posee muchos en abundancia, y son éstos aquellos que con su rechazo
por lo revolucionario, han creado una nación nueva; son éstos aquello que,
mediante el desprecio por el hecho cumplido y por la ‘vida cómoda’ y burguesa,
serán capaces de adecuar Italia a la misión que se le ha asignado. Éstos y no
los otros, superarán las pruebas que nos esperan. Pondrán precisas incompatibilidades
de ‘estilo’.
Tales
diferencias ya hoy, si bien en tono menor, existen y no son por cierto
edificantes ni consoladoras. Aun hoy Italia pulula en oportunistas del momento,
en mentes dotadas de cualquier tipo de habilidad transformista, en filosofantes
del hecho consumado, siempre listos para espiar el momento en el cual una idea
viene a menos o parece venirlo para ‘insertarse’ y hacer valer aquello que su
oportunismo había puesto a callar. ¿Es necesario acaso dar cuenta de todos los
casos de tal tipo verificados por ejemplo dentro del contexto racista y
antisemita del fascismo? Ya lo hacía notar uno de los más notorios exponentes
de tal orientación con palabras corajudas que vale la pena resaltar aquí:
“Aquello
que está aconteciendo en los últimos meses es simplemente un hecho
mortificante. Hombres e instituciones, diarios políticos y revistas de cultura
que en materia de cosmopolitismo y anticosmopolitismo, racismo y de
antirracismo, tenían una propia postura sumamente clara, hoy extemporáneamente
reniegan de ella. Y éste sería un escaso mal si fuese tan sólo el índice de la
escasa solidez cultural; pero el mal es que, una vez pasado el Rubicón, todos
son magistrados supremos de la doctrina que ayer habían combatido y compiten
para ver quién afirma cosas más impactantes. ¡Y cuántas idioteces hoy se dicen
con tal de hablar mal del Judío! ¿Pero y el estilo? ¿Qué digo? ¿El sentido de
la elemental honestidad cultural y política? La mentalidad hebraica ha operado
tan profundamente en las cosas y en los espíritus en modo tal que hoy el mundo
es dominio de prestidigitadores, de
acróbatas, de hacedores de coartadas, cuya filosofía es propia de
sofistas”. (G. Preziosi, La Vita Italiana,
noviembre 1938).
Los
acontecimientos europeos más recientes amenazan producir una nueva categoría de
personas de este tipo, las que aquí sin embargo desarrollan una táctica
sumamente diferente. Se la dan de ‘vanguardistas’ que expresan el sentido de un
mundo nuevo y se entregan en nombre del mismo a colmar incompatibilidades y a
demostrar que ciertas ideas, las cuales se encuentran en la base de la
espiritualidad fascista, han decaído y son revisables, al tratarse de
‘prejuicios burgueses’ que no afectan lo que ellos consideran como lo esencial,
destinado a decidir respecto de nuestra conducta futura. Queremos aludir aquí a
los ambientes en los cuales hoy se despiertan simpatías filocomunistas y ya
superadas y condenadas interpretaciones de ‘izquierda’ del fascismo: se trata
de los ‘espíritus realistas’ que se ubican ‘en la marcha de la historia’ y
arriban a confirmar su oráculo en un hecho contingente e incluso sospechoso,
tal como ha acontecido en la coyuntura ruso-germánica en ocasión de la guerra
con Polonia. Al interpretar la impasibilidad de la Italia fascista como una
indecisión, éstos creen hoy que poseen un espacio libre para sus
elucubraciones, en modo tal que ya se da más de un caso de actitudes
efectivamente preocupantes como signo de graves incomprensiones doctrinarias y
de frivolidad política. Por lo cual no creemos superfluo hacer aquí una precisa
referencia.
El
escritor judío Emil Ludwig, en su libro reciente, en el cual invocaba la
formación de una nueva Santa Alianza para hacer desaparecer del mundo toda
especie de ‘fascismo’, pudo escribir: “Berlín,
Roma y Moscú se asemejan si se consideran sus métodos internos. Una ventaja de
tal desarrollo es que el espectro del comunismo no le produce más miedo a nadie.
Hace cinco años el noventa por ciento de los Europeos creía en este ‘peligro’;
hoy sólo quedan los últimos ricos en creerlo” (pg. 76-77 de la edición
francesa). Es justamente ésta la tesis que es asumida por parte de los
ambientes antes mencionados, los cuales por sus maniobras, hacen alharaca
también en la notoria fórmula del antiburguesismo. He aquí los puntos
esenciales de esta desviación ideológica:
1) La
Rusia de Stalin se trata de una Rusia nueva. Stalin ha liquidado a Lenin y al
radicalismo comunista y se ha opuesto decididamente a la tesis trotskista de la
revolución permanente y del carácter internacional de la revolución proletaria.
El bolchevismo o sovietismo se convierte así en un régimen interno ruso, en un
régimen nacional. Como tal, no debe crear un impedimento para un acuerdo
diplomático con otras naciones de una ideología contraria en tanto que el
régimen soviético ha evolucionado en una normal república democrática.
2)
Tiene razón Ludwig, en tanto que el sentido de tal democracia se vincula al de
las medidas ‘sociales’ y anticapitalistas y antiburguesas asumidas sea por el
fascismo como por el nacional socialismo. A la proletarización soviética de
todo bien le corresponde la concepción nazi de la Volksgemeinschaftk y del Erbhof
y aquella exigencia del bien común, superior a la del sujeto, que también en
Italia tuvo diferentes aplicaciones, hasta la reciente apropiación de
latifundios y otras medidas sociales anticapitalistas y antiburguesas.
3) A
tal respecto la coyuntura ruso-germánica podría incluso representar el primer
esbozo de una solidaridad anticapitalista, que debe comprenderse como un
coherente desarrollo de la política del ‘eje’. Y ésta es la dirección de la
Europa verdaderamente joven, social y revolucionaria. La palabra ‘comunismo’ no
es sino un espantapájaros para enturbiar las aguas y las ideas para beneficio
exclusivo de la burguesía capitalista superviviente y reacia en perecer.
Cosa
por demás preocupante es que incluso una revista como La Difesa della Razza
(nº5 de octubre) ha visto reflejar ideas de tal tipo por esto que allí leemos
como réplica a un lector:
“¿No ha
visto nuestro anónimo lector cómo se ha portado Rusia en el territorio de la
nueva ocupación? ¿O se escandaliza porque ha constituido allí soviets? Con el
mismo fundamento los rusos se podrían escandalizar porque nosotros desde hace
tres milenios hemos constituido (¿) las comunas… Más bien ¿por qué no
considerar que el primer acto de ocupación rusa ha sido la confiscación de los
latifundios? He aquí el cambio verdadero… Cuando hemos puesto la riqueza en
condición de no poder perjudicar y el pueblo pudiese finalmente respirar… entonces
se podrá estudiar si la riqueza no tenga que convertirse en ejercicio de la
administración pública”.
Lo
cual, en palabras pobres, significaría socializar la tierra y estatizar el
capital. Sin embargo tratando de basarse en una obra traducida hace poco por
nosotros (La guerra oculta e Malynski
y de Poncins, editada al castellano por Ed.
Heracles) se cita la reforma que Stolipin había tratado de llevar a cabo en
Rusia y con la cual él habría probablemente evitado el bolchevismo, a no ser
que no lo hubiese matado un ciudadano de origen judío. En efecto tal como
veremos, con el ejemplo de Stolipin se cae, por decirlo así, en laincongruencia
y se descubre el verdadero sentido de estas veleidades ideológicas filocomunistas.
El
primer punto a resaltar es que, en forma por demás insensible se olvida que el
comunismo, sea nacional como internacional, es un sistema ideológico bien
preciso, en el cual el elemento económico resulta inseparable de todo lo demás.
Y lo demás significa ateísmo y materialismo metódico y razonado, negación del
ideal clásico de la personalidad (que tan sólo un ignorante puede confundir con
el liberalismo) así como todo móvil sobrenatural o que simplemente trascienda
los intereses colectivistas de clase, concepción materialista-mecánica y
economicista de la vida y de la historia. La socialización (en parte tan sólo
retórica y nominal) de las tierras y del capital en el comunismo no es una cosa
más importante que la prohibición de la Navidad, con las relativas
persecuciones hacia quienes se nieguen a hacerlo, o el grotesco museo de los
cerebros de los ‘grandes hombres’ en el ‘Panteón Rojo’, que en su momento fuera
la residencia del Gran Duque Nicolás, o la aun más trivial muestra
anti-religiosa en donde las momias de los santos son puestas al lado de los
cadáveres disecados de los asesinos. Es mala fe o ignorancia culpable, o
narcosis espiritual, no darse cuenta de la solidaridad con todo esto. La praxis
económica y ‘social’ del comunismo tiene un sentido y una lógica sólo en lo
interior de una concepción materialista y atea del mundo. España así lo prueba,
del mismo modo que Méjico, y cualquier lugar en donde el comunismo ha tratado
de llevarse a la acción: el odio feroz y sádico por todo lo que es
religiosidad, espiritualidad, símbolo de autoridad, ha sido el fenómeno primero,
preludio inconfundible, estigma seguro del sentido de aquello que sobre el
plano económico debía manifestarse en las medidas ‘sociales’ y ‘antiburguesas’.
Se pregunta si nos escandaliza la institución de los soviets en el territorio
polaco ocupado. Habría en vez que preguntarse si se tiene conocimiento de
noticias, como las que la misma ‘Prensa’ ha reportado, es decir que para
solemnizar dignamente tal nueva conquista de ‘justicia social’, han sido masacrados
en aquellos territorios, para comenzar, cerca de 200 sacerdotes y oficiales;
como otro efecto de la misma ‘justicia’ la nobleza báltica, flor de la raza
nórdica-aria, ha debido, incluso por invitación de la Alemania nazi, emigrar de
las tierras que poseía desde hace casi seis siglos y que había arrancado a
pueblos bárbaros, para exiliarse en Alemania, mientras que Rusia ha reclamado
que un cierto número de jefes comunistas, imputado a su vez por delitos de
orden público, fuesen liberados.
No se
trampee aquí en el juego. El fascismo ha tenido y tiene una plena conciencia de
esta contraparte que la denominada ‘justicia social’ posee en el comunismo y en
el bolchevismo; conciencia que se expresa en esta precisas definiciones dadas
por Mussolini en el Campo di Maggio:
“Forma actualizada de las más feroces tiranías bizantinas, inaudita explotación
de la credulidad popular, régimen (se note la expresión ‘régimen’) de
servidumbre, de hambre y de sangre, forma de degeneración humana que vive sobre
la mentira”. En contra de la misma, en la misma ocasión, Mussolini ha invocado
la lucha con las palabras y, donde sea necesario, con las armas, agregando: “Es
lo que hemos hecho en España, en donde miles de fascistas italianos voluntarios
han caído para salvar la civilización de Occidente”. A este último respecto hay
que poseer un coraje fascista de la verdad. Que Italianos y Alemanes hayan
caído en España para arrancar una tierra no de ellos al bolchevismo y evitar su
sovietización, mientras que más allá de los Alpes no se ha hesitado a consentir
pacíficamente que un territorio europeo aun más grande que la España roja, el
de la Polonia convertida en rusa, sea sovietizado, éste es un hecho triste, que
se puede explicar, si bien no justificar, acudiendo a razones de fuerza mayor o
de Estado, pero que no puede aducirse como un ejemplo de progreso ‘social’,
ante el cual no nos debemos escandalizar, en tanto no se quiera renunciar a
cualquier sentimiento de honor.
¡Como
si la famosa ‘sovietización’ tuviese algo que ver con la tan remanida y abusada
‘justicia social’! El verdadero hecho nuevo en Rusia, la verdadera superación
operada por Stalin, consiste, tal como ha manifestado agudamente Valentino
Piccoli, en el hecho de que la revolución, al concentrarse en sí, reniega de sí
misma y, dejada a un lado la máscara comunista, se manifiesta como lo que
realmente siempre fue, como una exasperación del capitalismo. Es aquello que
claramente ha visto Mussolini: “Lo que hoy se denomina bolchevismo o comunismo
no es otra cosa que un supercapitalismo de Estado llevado a su más feroz
expresión”. Ésta es a contraparte de la ‘nacionalización’ de la Rusia stalinista.
Mientras que por un lado las continuas ‘purgas’ sirven para consolidar la
absoluta dictadura no del proletariado,
sino de Stalin, por el otro el mito hegemónico internacionalista propio de la
dictadura del proletariado en el sentido trotskista, da lugar, en la ‘nueva
Rusia’, a un mito hegemónico sumamente más concreto, el supercapitalismo
bolchevique que se ha hecho heredero del antiguo paneslavismo y llevando a cabo
hoy en día una astuta política imperialista justamente en tal sentido. Y es así
como con un nuevo peligro eslavo-comunista se sienten hoy amenazadas no sólo
las naciones arias del Báltico, sino también las balcánicas que entran en la
más inmediata zona de las influencias de
los intereses italianos; es así que no está excluido que en un mañana la misma
Alemania deba temer el mismo peligro y lamentar aquello que la misma ha
propiciado ante la necesidad, dado que la historia nos ofrece raramente el caso
de un pueblo que no termine cayendo víctima de la subversión que, en un primer
momento, para ventaja propia inmediata, había ayudado a crecer.
Podemos
además preguntarnos de paso en dónde sitúan los nuevos filocomunistas toda la
documentación que sea en Alemania como en Italia ha sido meticulosamente
acumulada en lo relativo a la influencia hebraica existente por detrás del
marxismo, el comunismo y el bolchevismo. Resulta claro a partir de esto que hay
dos posibilidades: o tal documentación es el efecto de una impostura (1), o
bien se debe reconocer que aquello por lo cual se descubren hoy nuevas
afinidades electivas en base al anticapitalismo y a una presunta justicia
social antilatifundista es exactamente una creación hebraica, estrecha y
secretamente vinculada con la internacional hebraica del oro. No existe una
reducción al absurdo que podría ser más brillante que ésta.
Pero ya
es tiempo de pasar al punto fundamental. Todo aquello que hasta aquí se ha
resaltado positivamente podría incluso considerarse como no dicho, puesto que basta
señalar el equívoco fundamental relativo a la fórmula de la justicia social y
de la superación de la tiranía del oro y de la burguesía. Todo esto tiene un
doble rostro, c’est le ton qui fait la
chanson. Se cae siempre en el mismo error propio de valorar ciertas
fórmulas tomadas en sí mismas, en vez de comprenderlas ‘funcionalmente’, es
decir en relación con los sistemas, en sí mismos distintos e incluso
contradictorios, en los cuales éstas pueden figurar con un significado diferente.
Hay sin embargo un punto sobre el cual no puede haber discusión y es que el
comunismo se identifica con la ‘dictadura del proletariado’. Ahora bien, hasta
un niño puede comprender que allí donde hay una dictadura no puede haber
también una ‘justicia social’, más aun cuando todo se reduzca, como en el
comunismo y en el sovietismo, a una subversión pervertidora, es decir a un
sistema en el cual el poder dictatorialmente es referido a la clase más baja y
que se define en función de las formas más toscas y elementales de actividad.
Pasando
luego al antiburguesismo, nosotros como tradicionalistas, no podemos sino
declararnos sin más en las filas de los que rechazan la tiranía del oro y la
servidumbre del capital y las finanzas sin rostro ni patria. Pero nos
apresuramos en resaltar que la superación de todo esto se puede efectuar en dos
direcciones diferentes, es más, opuestas: en primer lugar, descendiendo hacia
lo que es aun más bajo que la clase burguesa, cuestionando a tal clase en
nombre de la mera masa, del proletariado, del ‘pueblo’ en el sentido del ente
democrático e inasible, ya denunciado por Mussolini. Y es entonces que tenemos
el socialismo, el comunismo, el marxismo, el sovietismo originario y todas las
variedades de aquellas ideologías subversivas, en las cuales la ‘justicia
social’ y en algunos casos, incluso el ‘interés general de la nación’, no son
sino el rostro para una tenaz y sádica voluntad antijerárquica y niveladora. La
segunda posibilidad es la de superar a la burguesía y a la oligarquía
capitalista trascendiéndolas. De
acuerdo a su etimología latina trascender
significa superar ascendiendo y no
descendiendo. Ascender significa aquí restaurar aquellos valores que se
encuentran por encima del oro, del capital, de la mera tierra y de la pura
posesión, por tratarse en cambio de valores supra-económicos, heroicos,
aristocráticos. Es decir son valores de aquella clase o casta, que en las
jerarquías tradicionales arias tuvo siempre y en manera legítima una autoridad
más allá de la de los mercaderes y de las masas proletarias oscuras (2). En
este caso toda cuestión se nos presenta bajo una óptica diferente por lo cual
es también distinto el sentido de la justicia social.
Vale la
pena hacer mención aquí a las ideas del presidente ruso de los Ministros,
príncipe Stolipin, de manera sumamente inoportuna (o bien en forma muy oportuna
si es que las intenciones de quien lo ha recordado eran buenas) citado en el
pasaje filocomunista recién mentado. El programa de Stolipin era el de superar
sea al capitalismo como al marxismo y comunismo, con un retorno a una nueva idea feudal. Se trataba de extender el
principio del feudalismo a la comunidad nacional, en vez de convertirlo en el
privilegio de una sola clase y luego traducir su principio en términos
económicos así como políticos y espirituales. Stolipin no quería abolir los
latifundios, sino articularlos, a los fines de una adecuada utilización. Ni
socialización, ni estatización, y menos aun tiranía del capital sobre la tierra.
Las grandes propiedades debían articularse en propiedades menores, que
comprendieran eventualmente a propiedades más pequeñas, en un ordenamiento
jerárquico, en el cual un sistema de intercambios y de prestaciones recíprocas
y de relativas autarquías estaba destinado a abolir sea la proletarización como
la tiranía del capital y a conciliar el principio anticomunista de la libertad
y propiedad personal con el antiliberal de una cierta subordinación jerárquica.
En un artículo nuestro (3) hemos señalado como muy verosímil el hecho de que
Stolipin haya sido asesinado por un judío, que de esta manera truncó la obra
grandiosa e inédita iniciada por este insigne espíritu tradicionalista con
sorprendentes éxitos: el sistema de Stolipin significaba la destrucción y la
superación de los dos principales instrumentos con los cuales actúa el frente
de la subversión mundial, sea del socialismo como del capitalismo. Por lo cual
el hereje que atentaba en contra del ‘progreso’, tenía que ser suprimido de
cualquier forma. Pero ya resulta suficiente esta mención para darnos cuenta de
que referirse a Stolipin significa hacerlo con un ejemplo que se encuentra exactamente
en las antípodas de quien se empeña en establecer ecuaciones pervertidoras
entre comunismo, fascismo y nacionalsocialismo. Es en vez un ejemplo justamente
para aquella diferente justicia social que tiene como base el ideal jerárquico
y la primacía de los valores aristocráticos, supraeconómicos y dinásticos, que hemos indicado como
superación no negativa, descendente, sino positiva, ascendente respecto de la
gangrena capitalista-burguesa. Aquel que no sepa reconocer las tendencialidades
que, en tal sentido, están presentes en el fascismo, esta persona no entenderá
ni siquiera la esencia del fascismo y estará inducido a confundirlo
siniestramente con los fenómenos de la decadencia colectivista plebeya
occidental y asiático-occidental. De allí la mencionadas interpretaciones y las
prognosis de mentes confundidas y sin principios, es decir, de mentes ‘realistas’.
Las
cuales hoy piensan que ha llegado su hora y, debemos reconocerlo, no están totalmente
equivocados. El aspecto más trágico del conflicto actual es que en el mismo
como móviles con dificultad se podrían descubrir grandes ideas directrices,
intereses, que se aparten de una mera voluntad de potencia y de hegemonía. Con
todo esto pueden alegrarse todo lo que quieran las mentes antes mencionadas, es
decir los especuladores de lo contingente (4); pero sería prudente que los
mismos se abstuvieran de consideraciones de alta estrategia y de alta política
allí donde tenga que entrar en cuestión también Italia y el fascismo. Nuestra
actitud no debe ser confundida ni con la inercia ni con la indecisión. La misma
es más bien de una calma atenta, de una frialdad casi diríamos olímpica unida a
una prontitud en reaccionar en el momento en que no con una conveniencia ‘realista’
propia de mercaderes nos lo imponga, sino en la cual la niebla se disipe y se
nos permita divisar una situación tal de dar a todo sacrificio y a todo
heroísmo de nuestra raza una justificación superior, en estrecha coherencia con
nuestros ideales, con nuestros principios, con nuestra vocación de afirmadores
de la idea romana.
(1)
Ya Mussolini tuvo ocasión de indicar las
relaciones del bolchevismo con el judaísmo y la internacional judeo-financiera.
(2)
En realidad no
sabemos cuáles sean las ‘Comunas’ que habríamos constituido ‘hace tres milenios’,
de acuerdo a lo manifestado en el pasaje. Pero si de lo que se trata es de las
Comunas medievales, advertimos que no estamos para nada dispuestos a seguir las
falsificaciones de una cierta ‘historia patria’ de neto corte
masónico-jacobino. Y recordaremos aquí que en contra de las Comunas, y por el
Emperador, combatieron príncipes muy italianos como los Monferrato y los de la
gloriosa casa de Saboya, al no presentarse para nada el Emperador como un ‘extranjero’,
sino como el afirmador impersonal del derecho feudal y aristocrático en contra
de las prevaricaciones de los centros ya en ese entonces democrático-burgueses
y hasta capitalistas en revuelta.
(3)
Los ‘si’ de la historia rusa: una víctima de Israel, en Vita Italiana,
enero de 1939.
(4)
Hasta cuál
punto puede llegar la recién mencionada mentalidad, es algo que podrá juzgarse
a través de un caso específico. En una revista italiana un escritor italiano
que posee grandes méritos, al referirse a los acontecimientos actuales, ha
dicho: “Los lectores juzgarán si las guerras y las alianzas se hacen por
razones políticas concretas y contingentes o bien por lo impactante de las
ideologías que poseen valor tan sólo para soñadores”. Cualquier comentario es
aquí superfluo. Sirve sólo para mostrar hasta qué limites ha descendido la
sensibilidad moral de los pueblos hasta arribar a un caos de fuerzas brutas y a
las combinaciones del más burdo maquiavelismo, como para que estos espíritus
positivos e iluminados tengan confirmaciones respecto de la verdad de sus
soberbias ‘teorías’.
La Vita Italiana, XXII, octubre de 1939.
La Vita Italiana, XXII, octubre de 1939.
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