TEODORO HERZL Y EL PERIODISMO
MUGRIENTO DE LA ARGENTINA
Días pasados en la república Argentina, país caracterizado por tener un
periodismo sucio, venal y principalmente impune en cuanto a sus calumnias
consuetudinarias vertidas contra las personas que han sido puestas en su mira,
en tanto que para ello cuenta además con la pasividad de una justicia complaciente,
leímos unos conceptos inverosímiles que pasaremos a comentar. Pero antes de
ello queremos decir unas palabras más respecto de tal ‘periodismo’.
A partir del virus democrático, que padecemos desde hace tantos años en
manera cada vez más desembozada superando en sus efectos hasta a la imaginación
más creativa, se ha ido gestando entre nuestros medios masivos de difusión una
especie nueva de periodistas con caracteres que nunca se habían conocido antes.
Y en la medida que estamos viviendo en un tipo de sociedad en donde no es el
pueblo el que imita a sus gobernantes, sino a la inversa son éstos los que lo
hacen con el primero, asumiendo los hábitos y costumbres de sus sectores numéricamente
mayoritarios y por supuesto con menor educación, los aludidos ‘comunicadores
sociales’ (término que al menos sirve para indicarnos a esta nueva especie
sustituta de lo que siempre fue un periodista verdadero), más que formar a las
personas elevándolas desde su condición a una dimensión superior, se han
convertido en cambio en verdaderos entes masificados preocupados principalmente
por brillar y obtener así el tan anhelado rating
que los catapulte en la cima de las preferencias colectivas. De este modo esta
nueva especie, en tanto abocada a imitar a los sectores más bajos de la
sociedad hasta en sus léxicos y en sus errores gramaticales a fin de hacerse
populares, lejos de mejorar a las personas sobre las que influyen las terminan empeorando
al consolidarlas y acrecentarlas en sus vicios y defectos. Agreguemos además
que, tal como dijimos en otras oportunidades, esta era actual ha significado
una verdadera subversión en todos los planos, no ahorrando en tal labor deletérea
ni siquiera al mismo lenguaje en el que se ha venido efectuando una verdadera
obra de demolición, por lo cual palabras que siempre tuvieron un significado
positivo y superior, tales como discriminar, reprimir, derecha, autoridad, formalidad, aristocracia,
alma, espíritu, etc., hoy por el contrario se han convertido en sinónimo de disvalores
así como de cosas que deben ser sin más combatidas como algo muy malo o como
supercherías supersticiosas que impiden el progreso y emancipación de los
pueblos. De la misma manera que inversamente sucede con otras que siempre
fueron reputadas como cosas negativas y que hoy son en cambio exaltadas como
bondades y arquetipos beneficiosos, tales como desinhibido, desprejuiciado, informal, transgresor, libertario
o aun la palabra izquierda que siempre fue concebida como sinónimo de siniestro
y torpe. A esto debe agregarse también un conjunto de términos soeces que
anteriormente en cualquier familia bien constituida hubieran significado
descalificación y castigo para los niños que los profiriesen, y que hoy en día
en cambio, en tanto se imita a lo inferior y adolescente, son utilizadas
habitualmente por tales ‘comunicadores’ como un signo distintivo de libertad y
emancipación, cuando no de verdadera desfachatez y mal gusto. Y tal anomalía ha
debido tener por supuesto a sus promotores cotidianos, que es justamente esta
especie pegajosa y letal de los ‘comunicadores sociales’ que son respecto del
periodismo verdadero lo que la democracia puede ser respecto de cualquier
régimen normal. Se trata de un periodismo especializado en sembrar por doquier
todo tipo de confusiones sea respecto de las personas como de las ideas que se
sostengan, amparándose como siempre en
la hipócrita libertad de prensa, la que se ha convertido en una verdadera
libertad de mentir y desinformar sin que por supuesto la ‘justicia’ democrática,
o en vías de serlo cada vez más, levante un solo dedo en su contra en la medida
que tal especie, en tanto poseedora muchas veces de un rating descomunal, se ha hecho acreedora de la libertad más
absoluta de deformar no sólo la mente de las personas, sino hasta el mismo
significado de las palabras que se utilizan.
Calificar al piquetero leninista D’Elía como ‘neonazi’, tal como ha
hecho uno de esos especímenes antes mentados, el ‘comunicador’ Lanata, por el
mero hecho de haber adherido a un régimen cuyo líder niega la existencia del
Holocausto judío, es de una frivolidad sin límite. Amén de que, como bien se ha
señalado, dicha postura no es algo asumido por la totalidad del régimen iraní, sino
únicamente por quien lo dirige y que tal cosa por lo demás no se la hayamos
escuchado decir nunca al aludido piquetero, tal calificación ideológica no
resiste el menor análisis. En primer lugar que la mera observación física del
carácter notoriamente mestizo del aquí aludido debería sin más llevarnos a la
hilaridad respecto del tal dicho. En segundo lugar que son dos cosas sumamente
diferentes la negación de un determinado hecho histórico, el pretendido
genocidio de 6 millones de judíos, con la adscripción a una ideología que
sostiene sea la superioridad de una determinada raza, así como el carácter
determinante que en una persona pueda tener la adscripción a un cierto grupo
racial, lo cual sin más no tiene nada que ver con el marxismo, concepción
política a la que manifiestamente adhiere el aquí acusado, la que en cambio
considera a la economía como el factor determinante. Pero el hecho esencial de lo formulado por el aludido periodista,
quien no por nada ha sido un fanático promotor y sostenedor del sionismo y del
Estado de Israel, el cual a su vez no casualmente ha sido un profundo
defensor de la democracia en la
Argentina, consiste en que su mensaje posee un objetivo de
mayor alcance, por supuesto no expresado en forma manifiesta, y es el de estar
permanentemente alertando respecto de la peligrosa presencia del antisemitismo
(término que hoy se confunde con el nazismo) lo que es aquello que como un
verdadero combustible permite la existencia del ente sionista al que ostensiblemente
sirve el aludido comunicador.
Dijo al respecto el fundador de tal movimiento: “Comprendo el
antisemitismo. Los judíos nos hemos conservado como cuerpo extraño en medio de
diferentes naciones. En el ghetto hemos adquirido ciertas cualidades
antisociales. Nuestro carácter se ha corrompido… y esto es necesario remediarlo
por medio de otra presión. El antisemitismo es la consecuencia de la
emancipación de los judíos. … En el fondo no perjudicará a los judíos, sino que
se convertirá en un movimiento útil
al carácter judaico.” (167-68). Es decir
que, como el judío es un pueblo que nunca se podrá adaptar a vivir en una
sociedad que no es la propia, el antisemitismo es entonces un movimiento no
solamente comprensible en cuanto a su existencia, sino además necesario para que se decida a tomar la
decisión de constituirse en Estado o a emigrar hacia el mismo una vez que se
haya gestado como ahora. Por lo tanto para el sionismo, en el caso de que no
hubiese más nazis, habría que inventarlos, tal como sucede actualmente con D’Elía.
Y con respecto a que sean no judíos, como el caso del Sr. Lanata, los
defensores a ultranza del Estado de Israel dejemos que sea una vez más el aludido
Herzl el que nos dé la adecuada respuesta.
“Si Dios quiere que retornemos a nuestra patria histórica, desearíamos,
como exponentes de la cultura occidental,
llevar la limpieza, el orden y las esclarecidas costumbres del Occidente a
aquel rincón del Oriente (es decir
Palestina) que actualmente está infestado y abandonado.” (232) (Ver Teodoro
Herzl, Páginas escogidas, Editorial
Israel, Buenos Aires, 1949). Es decir que el sionismo, más que ser un
movimiento propiamente judío, es en el fondo ‘occidental’, del mismo modo que
las restantes ideologías que informan tal contexto cultural. En este caso se
caracteriza por utilizar el problema judío en función de los fines expansivos
del ‘occidente’.*
Moraleja entonces: existe en la Argentina un periodismo sucio y desinformador,
pero tal cosa no es un hecho casual, sino que se encuentra perfectamente
inducida por poderes que lo utilizan para sus fines propios.
* En el próximo número de El Fortín, a aparecer en estos días, reproduciremos otros
importantes textos del autor aquí aludido en donde se muestra la estrecha
vinculación existente entre el nacionalismo europeo, principalmente de Bismarck
y el Kaiser alemán, y el sionismo en el siglo XIX.
Marcos
Ghio
7/04/13