UNA “DERECHA” DE PRIMER MUNDO
A propósito de la obra de G. Faye, “El arqueofuturismo”
por Marcos Ghio
Eurosionista G. Faye
a) Antecedentes
A raíz de una diferencia que hace pocos días le formuláramos al Sr. Vicente Massot en una carta de lectores del diario La Nación, en relación al apoyo que el mismo le ha brindado a la política exterior norteamericana de Bush, vale la pena efectuar un conjunto de reflexiones. En primer lugar recordemos que V. M. ha sido uno de los más significativos exponentes de aquello que en nuestro país se titulara como de derecha en el sentido estricto del término. Digamos al respecto, y para evitar confusiones, que existen dos maneras diferentes para referirse a tal palabra. En un primer caso, en tanto vivimos bajo un orden moderno y por lo tanto de izquierda, la palabra derecha ha sido utilizada hoy en día no en un sentido positivo, sino negativo y descalificatorio, empleado en la lucha política como un anatema para descolocar a un rival al que no se quiere. Por ello nos hemos encontrado con que, comprendiendo a la misma, ha podido encuadrarse un espectro muy vasto que va desde los liberales, quienes en todo momento representaron la izquierda en tanto exponentes de un pensamiento progresista, hasta los simples defensores del statu quo o del poder económico; e incluso se la utiliza hoy en día para referirse a quienes sustentan posturas marxistas, como por ejemplo el caso reciente del régimen prosoviético existente en Ucrania, al que la oposición abiertamente califica como conservador y “de derecha”, habiendo sido por el contrario históricamente la ideología marxista-leninista una de las principales expresiones de la extrema izquierda. Todos estos sectores a su vez, luego de recibir tal desagradable calificación, rápidamente la rechazan y en muchos casos, por ejemplo los liberales, corrigen a su contradictor aceptando como concesión reputarse a sí mismos como de centro; pasando a su vez lo mismo con los que se titulan nacionalistas o peronistas, quienes siempre manifiestan “no ser ni de izquierda ni de derecha”, por lo tanto se encuadrarían también en el centro, en tanto “equidistantes de los dos extremos” (Perón). Nosotros en cambio pertenecemos al reducido grupo de quienes sostienen una derecha en el sentido estricto y tradicional, es decir como significando aquella postura que pretende ser contraria en un todo a los principios de la modernidad, reputándose así independiente sea de modas como de coyunturas del tiempo. De este modo nos distinguimos de los demás en el hecho de que aceptamos y sustentamos sin más tal calificativo, aunque diferenciándonos por tal razón de todos los restantes.
Volviendo ahora a la trayectoria de Massot digamos que éste en la década del 70 del siglo pasado, fue un exponente de esta última vertiente, habiendo sido uno de los fundadores de la revista Cabildo, expresión de un sector del nacionalismo católico vernáculo que aceptaba asumir el término de derecha en el sentido antes mentado. Más tarde Massot, tras la publicación, junto a H. Cagni, de una importante obra sobre Spengler, exponente esencial de una corriente filosófica adscrita al relativismo cultural, integrará con otros pensadores la Mesa de la Nueva Cultura, es decir, una corriente doctrinaria inspirada en el autor francés Alain de Benoist, quien acuñara el término Nueva Derecha para referirse a su punto de vista. Esta escuela es de significativa importancia y podría considerarse como el más notable intento de renovación dentro del pensamiento de derecha acontecido en la década del 80 del siglo pasado y que agrupara a varios importantes exponentes de nuestra inteligencia, consistiendo en una tentativa por formular una derecha que no fuese confundida ni con posturas liberales, ni con conservadoras u otras defensoras a ultranza del statu quo vigente. Es decir, una derecha que, lejos de reputarse como sostén del sistema, fuese capaz de recuperar un espíritu revolucionario de oposición al rumbo asumido por los acontecimientos, tal como pudiera haber sido el fascismo en la primera mitad del pasado siglo, aunque con las correcciones pertinentes y acordes a los nuevos tiempos. Sin embargo es de destacar que, luego de un futuro muy prometedor, pues decíamos que había logrado agrupar a su alrededor a un vasto espectro de personas, tal corriente se eclipsará totalmente en nuestro país dando cabida a posteriores desviaciones regiminosas, como la que aludiéramos en el caso de Massot, las que también son hallables en autores europeos que, si bien en un principio adhirieron a la misma, hoy en día en cambio pueden encuadrarse en posturas sumamente afines a la política norteamericana, acompañadas de una actitud cerradamente islamofóbica o “antitercermundista”, como el caso específico, citado por nosotros en la anterior conferencia, de Guillaume Faye en su singular obra “El arqueofuturismo”, texto esencial de tal vertiente y del que intentaremos hablar aquí en tono crítico.
Nosotros en lo que sigue, en aras de arribar a explicar tales desviaciones, intentaremos ir al origen de las mismas tratando de exponer brevemente las características principales que tiene el pensamiento de la ND de Alain de Benoist, poniendo especial acento en aquellos caracteres negativos que a nuestro entender son los que han dado lugar a éstas. Todo ello lo decimos no sin soslayar el hecho de que profesamos una gran admiración por la obra de tal pensador al que consideramos, a diferencia de muchos otros, sumamente serio y documentado, aunque no por ello podemos dejar a un lado ciertas discrepancias fundamentales que tenemos respecto de sus puntos de vista.
b) Pluralismo de la Nueva Derecha
En primer término tratemos de develar qué significa ser de derecha para B., aunque aclaremos que últimamente él también se ha manifestado reacio en asumir tal denominación, quizás en razón de todas las distorsiones que hemos mencionado. Nosotros, por el contrario, insistimos en que hay que prescindir de las mismas y usarla de cualquier manera formulando en todo momento las acotaciones pertinentes y que dejar de hacerlo implica sucumbir a una de las tantas sugestiones del sistema. Lo reiteramos, nosotros consideramos que ser de derecha debe ser un motivo de orgullo y distinción y de ninguna manera tenemos que presentar excusas y justificativos que apunten a hacernos digeribles para el sistema. Pero volviendo a nuestro autor digamos que para B. ser de derecha significa principalmente ser contrario al principio de la igualdad sosteniendo inversamente posturas antiigualitarias, sea en el plano de las ciencias sociales y de la política, como en la esfera del pensamiento filosófico a través de la asunción de una actitud contraria a cualquier tipo de universalismo respecto de la verdad. Por lo cual, de acuerdo a su punto de vista, el hombre de derecha que sostiene el principio de la desigualdad expresa el mismo bajo la forma de un pluralismo en la esfera de las opiniones, así como de un nominalismo en el ámbito de las ideas, actitudes todas éstas que para él resultan solidarias. Aquí habría que hacer nuestra primera observación. Desigualdad y pluralismo, que en B. son utilizados como sinónimos, no son en manera alguna términos correlativos y en los dos casos necesariamente asimilables a la derecha. Más aun, consideramos que el segundo en cambio pertenece a la izquierda. Si el primero puede reputarse sin más como “de derecha” ya que en ningún caso podría existir una izquierda que sea “desigualitaria” en sus principios, en cambio el pluralismo es una categoría compartida y sustentada fervorosamente también por tal tendencia. Al respecto recordemos que el autor argentino Sebreli, quizás sin conocer la obra de B., concuerda sin embargo con éste, desde una perspectiva opuesta de neto corte izquierdista, en considerar al pluralismo cultural y al nacionalismo relativista como fenómenos propios de la “derecha”, si bien en múltiples casos presentes ilícitamente en el seno de la izquierda. (Véase Sebreli, Asedio a la Modernidad). De esta manera Sebreli, desde una perspectiva opuesta a de Benoist, considera también que ser de izquierda significa ser universalista y ser de derecha es en cambio ser relativista. Y que cuando alguien de la izquierda sostiene esta última postura, entonces se trataría en el fondo de una persona que incurre en severas contradicciones. Sin embargo, salvando casos como el recién mentado, no es cierto que la izquierda, que es unánimemente igualitaria en sus principios, no sea también al mismo tiempo pluralista en su inmensa mayoría, y a su vez tampoco es verdad que el relativismo sea un fenómeno propio de la derecha y por lo tanto contrario en los principios a aquella tendencia. La equivocación de B., es a nuestro entender el haber asimilado ilícitamente ambos conceptos: el de desigualdad y el del pluralismo. Según su criterio quien sostiene el principio de la desigualdad afirma consecuentemente la existencia de un universo compuesto por una pluralidad sea de culturas como de opiniones, rechazando de este modo la existencia de una verdad que sea universal e “igual” para todos, sino que según él habría tantas verdades como opiniones posibles.
Ahora bien, la temática del pluralismo y el relativismo gnoseológico, así como la negación de la existencia de un orden natural y “verdadero”, conduce al problema respecto del reconocimiento de la cantidad que pueden llegar a tener los puntos de vista plurales para alcanzar su validez y reconocimiento. O el pluralismo resulta absoluto y habría tantas opiniones o verdades como sujetos existentes, o en cambio habría un marco de referencia o límite para las mismas. Si este último no se fijara se arribaría necesariamente a una situación de desorden y anarquía: tal es el peligro que conlleva el relativismo conducido hasta sus últimas consecuencias. En efecto, si todas las verdades fuesen relativas, también lo sería aquella que afirma tal cosa. Para superar tal inconveniente de un relativismo que, contradiciéndose a sí mismo, fuese absoluto nuestro autor reconoce la existencia de un marco general (no universal) que pondría una sujeción al ilimitado desencademaniento de opiniones dispares y que estaría constituido por el espacio propio de las culturas. Su actitud nos hace recordar aquí al debate que surgiera respecto de la interpretación que se ha hecho del pensamiento de los sofistas. Bien sabemos que Protágoras, el jefe de la escuela sofística había formulado la famosa máxima relativista de que “el hombre es la medida de todas las cosas”. Ahora bien: ¿Cuando Protágoras manifestaba tal aserto a quién se estaba refiriendo, al hombre como individuo o al hombre como especie? O también ¿Lo que Protágoras quería decir era que cada uno de nosotros elabora la propia verdad y la propia escala de valores o lo que quiere manifestarnos en cambio es que es el hombre en general, la humanidad, la que las construye, no encontrándolas ya hechas como verdades reveladas y absolutas, como formando parte de lo que se denomina un orden natural? En el caso de B. el punto de referencia no es el individuo aislado pero tampoco la humanidad en su conjunto, sino un todo múltiple y “plural” al que denomina cultura, es decir una instancia intermedia entre el individuo y la especie. Las culturas serían así supraindividualidades en las cuales encuentra su razón de ser el pluralismo. Por lo tanto para éste la desigualdad y la cultura son en última instancia categorías que se corresponden entre sí. Pero al respecto habría que acotar también que las culturas son para él desiguales meramente en tanto son diferentes, no en tanto que una sea superior o inferior a la otra. Por lo cual ninguna de éstas tendría el derecho de imponer a las restantes su punto de vista propio.
Al respecto citemos una anécdota personal sumamente esclarecedora respecto de este tema. Hace 10 años, cuando tal corriente tenía entre nosotros aun algo de vigencia, reculó a nuestras tierras un exponente italiano de la ND que habló en una reunión a la que fui invitado y que era convocada por la revista Disenso, publicación ya inexistente, pero que pertenecía en ese entonces al riñón del régimen menemista; aunque aclaremos de paso que de ello yo no estaba enterado en el momento en que concurrí a tal encuentro. Allí esta persona dijo entre otras cosas que el origen del igualitarismo globalizador que hoy rige en el mundo era en el fondo cristiano y no pagano, pues partía del principio igualitario de pretender imponer a culturas distintas un único punto de vista reputado como el verdadero. Es decir que, si bien el cristianismo aceptaba la existencia de culturas diferentes, había para éste una de ellas, la propia, que era más verdadera que todas las demás. De acuerdo a él éste sería el mismo punto de vista hoy en día sustentado también por los Estados Unidos en su intención por dominar al planeta e imponer coercitivamente su propia cultura. El paganismo en cambio, en tanto era politeísta y reconocía a muchos dioses, daba como resultado una actitud de tolerancia y de respeto hacia puntos de vista desemejantes. Ahora bien, esta persona, en razón de hallarse en nuestro suelo, hizo especial hincapié en la acción, según él “igualitaria”, efectuada por la colonización española que, de acuerdo a su criterio, no respetó las diferencias entre las culturas pues impuso totalitariamente su cosmovisión propia a los pueblos nativos. En esa circunstancia recuerdo que yo le quise contestar, pero que no se me dejó hacer uso de la palabra pues para el régimen, y lo decimos con orgullo, ya para ese entonces significábamos una figura molesta. Yo quería decirle -y aprovecho ahora, diez años más tarde, para hacerlo- que la ND mezcla ilícitamente dos conceptos, el de la desigualdad, el cual es lícito y que compartimos, con el pluralismo, el cual en cambio es en el fondo también igualitario en tanto nivelador, pues para el mismo todas las culturas son “iguales” en tanto poseerían la misma dignidad. De acuerdo a tal criterio la humanidad podría practicar libremente el canibalismo, el asesinato ritual, tal como acontecía por ejemplo entre los aztecas y los incas, y todas las demás aberraciones que se pudiesen concebir, siempre y cuando ello aconteciese dentro del marco de una cultura determinada. Barrera ésta que en ningún momento se podría transgredir a riesgo de convertirse, de acuerdo a tal corriente, en un sujeto igualitario y globalizador. Frente a las matanzas rituales efectuadas por los pueblos originarios de la antigua América, de acuerdo a nuestro expositor, la actitud del colonizador, de haber sido “de derecha”, hubiera tenido que consistir en una pasiva contemplación, pues, respetuoso del pluralismo cultural, debía dejar hacer y dejar cometer cualquier delito posible en tanto ello acontecía en un universo que no era el propio. Y lo principal a resaltar aquí es que en verdad no se negaba con ello un principio universal, sino que se lo suplantaba por otro. Al orden natural revelado y a la ley positiva que del mismo emanaba, principio universal, se lo sustituía con la ley también universal que afirma que las culturas son siempre soberanas y no deben someterse a ninguna otra que se considere superior. El relativismo aquí planteado sostenía que un orden, sea natural como positivo, debía tener exclusivamente el límite de la propia cultura. Es decir que si tales hechos aberrantes hubiesen acontecido dentro de la propia geografía entonces el colonizador sí que estaba obligado a actuar y detener el atropello. Por lo tanto se sostiene aquí que el hombre debería participar simultáneamente de morales y de verdades distintas de acuerdo a la cultura en la cual se encontrara. Nosotros decimos en cambio que el concepto de desigualdad implica diferencias tan sólo en tanto comprende superioridades e inferioridades entre los seres, y que, si éstas no son reconocidas, entonces estamos de lleno en el principio de la igualdad. Que por lo tanto sostenemos que no todos tienen los mismos derechos. Y que así como no deben tenerlo en el seno de una misma nación las distintas clases, sexos y edades, tampoco deben poseerlo las distintas culturas. Existen culturas que son inferiores y otras que en cambio no los son. Y así como en una comunidad algunos deben mandar y otros obedecer, y en esta primera división es en donde estriba el principio de la desigualdad, hay culturas que deben ser orientadas y otras que tienen el deber de orientar y ser faro para las restantes. Por ello es que nosotros, a diferencia de la ND, no somos anticolonialistas, y rescatamos especialmente la colonización española de América, a pesar de todos los defectos que la misma haya podido tener. Sin embargo es también cierto que no consideramos que todos los colonialismos son necesariamente buenos ni que tampoco todas las desigualdades también lo sean. Más aun, sostenemos que, cuando el principio de la desigualdad es negado, tal como ha hecho el iluminismo igualitario, entonces lo que acontece es que la desigualdad, en vez de desaparecer, es sustituida luego por otra que no significa otra cosa que un orden al revés. El pluralismo cultural tiene como mejor ejemplo lo que acontece con la democracia. Por su impracticabilidad y absurdo ella conduce primero al caos y luego necesariamente a la más odiosas desigualdades como las que vivimos en nuestros días. Vale aquí el aserto de San Agustín. Cuando lo sobrenatural es negado, no nos queda lo natural, sino lo infranatural. Lo que también se podría traducir así: cuando el orden es negado lo que sobreviene en última instancia no es el desorden, sino un orden al revés.
Ello es así porque el igualitarismo parte del concepto de concebir la inexistencia de diferencias entre el que manda y el que es mandado, es decir, la democracia, que es su pareja obligada y que curiosamente es también reivindicada por la ND, no obstante su antiigualitarismo. Es por su fe en tal utopía que la revolución moderna e igualitaria suprime esta distinción esencial. Pero en la medida en que ha transgredido un principio natural, luego de un período de anarquía, el paso siguiente es el de restablecer un orden pero sustituyendo en tal función de mandar a aquellos que son carentes de cualquier calificación. Es así como mientras el gobierno de la aristocracia política es suplantado por el de los que poseen dinero, el Imperio resulta sustituido por el imperialismo, es decir, a un mando basado en una jerarquía espiritual, que se impone prioritariamente a partir de un especial carisma, le sobreviene luego otro que en cambio es meramente material y que se basa necesariamente en el miedo y en la fuerza que impone. Este último, a pesar de contar a veces con despliegues extraordinarios, es en el fondo frágil y efímero, como todo lo que se basa en la materia que siempre deviene, pues la fuerza nunca es permanente y de igual intensidad en todo momento; la misma en alguna circunstancia se debilita. La mano que aprieta llega siempre a ceder y es entonces cuando el oprimido se libera y desencadena una reacción que es un verdadero acto de caos y resentimiento equivalente en intensidad a la misma fuerza que había padecido antes. Es de esta manera como, una vez que han desaparecido en el mundo las desigualdades espirituales, no es que con ello desaparezca el principio, sino que toman su lugar y de manera harto ostentosa las desigualdades económicas, las que no son otra cosa sino una parodia de la verdadera desigualdad.
La ND confunde pues desigualdad con diferencia. No es suficiente con decir que todos somos diferentes para decir que todos somos desiguales, sino que tal reconocimiento del hecho debe completarse con el de una desigualdad que también lo sea en cuanto a los derechos. Es decir que la desigualdad que existe en un plano físico y ontológico expresa a su vez otra superior que se manifiesta en uno metafísico y deontológico. Para la ND la diferencia en cambio expresa en el fondo una igualdad esencial, formulada bajo la forma de un derecho que todos compartirían, el de ser cada uno algo distinto, no habiendo en ello ni superioridad ni inferioridad alguna. Es pues desde esta perspectiva que defiende los derechos de los pueblos a decidir el propio destino y a no estar sometidos a un determinado poder exterior a ellos. Lo cual sólo es válido decirlo si el que somete es un imperialismo, esto es, un poder ilegítimo en tanto fundado en una mera fuerza material. Ellos insisten en oponerse al universalismo hoy conocido con el nombre de poder globalizador; sin embargo hay que resaltar que no todo poder universal es condenable como sostiene la ND. Un poder carismático sustentado en el prestigio que otorga una superioridad espiritual, no sólo tiene el derecho, sino también el deber de mandar. La verdad no es pues una cosa inerte que se contempla o se conoce y que se debe simplemente difundir, sino que es una realidad que se impone sobre el error y lo carente, doblegándolo. El colono que observa una matanza no hesita en evitarla aunque la misma aconteciese en el plano de otra cultura y se sustentase en valores diferentes de los propios.
Ya veremos las limitaciones que ha tenido tal postura y como ésta, siguiendo el mismo ritmo de la revolución moderna, en tanto fundada en un principio antinatural, ha terminado siendo negada por distintos exponentes provenientes de dicha corriente, tal como ha acontecido con las posiciones de un G. Faye en Francia o de personas como Massot en nuestro suelo, quienes no han hecho sino testimoniar una antigua verdad que es la de que todo relativismo tiene necesariamente un límite y cuando éste es alcanzado da entonces lugar al contrario más sórdido de lo que antes pretendía negar.
c) La ciencia y la Nueva Derecha
Pero antes de entrar en el análisis de tal autor queremos señalar otras características propias de dicha doctrina y que son las que a nuestro entender han coadyuvado a la crisis respecto del relativismo tan férreamente sustentado. Se ha dicho que la ND ha tomado diferentes elementos del pensamiento de Heidegger. Sin embargo no ha acontecido así en lo relativo a la valoración que éste hiciera de la ciencia moderna. Recordemos cómo tal autor era un verdadero crítico de la tecnología y de la ciencia de nuestra era, concebida como una verdadera fuente de alienación y destrucción espiritual para el hombre actual. H. fue uno de los pocos pensadores en considerar que la técnica no era una realidad neutra que se pudiese utilizar para fines diferentes de aquellos principios de los cuales la misma había emanado. Es decir que él consideraba que de ninguna manera podía concebirse una humanidad que, con una imagen del mundo distinta de la actual, pudiese utilizar la misma tecnología propia del hombre moderno. La técnica y la ciencia moderna eran para él solidarias e instrumentos esenciales de la concepción del mundo y de la metafísica impuesta en el Occidente, consistiendo ésta en la reducción de la naturaleza a la categoría de objeto expoliable y provocado. Sin embargo la ND, si bien ha formulado críticas respecto de ciertos excesos producidos por la tecnología en la depredación del medio ambiente, no ha expresado en ningún momento la misma actitud de radicalidad en el rechazo, tal como lo hiciera H.. El repudio hacia la modernidad no conlleva necesariamente en ella también un rechazo hacia los ilimitados despliegues de su tecnología y ciencia, los cuales son la contraparte obligada del feroz consumismo y materialismo que vive el hombre actual. Más aun, ella termina considerando positivamente a la ciencia moderna, ya que opina que, a pesar de sus comienzos igualitarios, ha sin embargo permitido confirmar paradojalmente, a través de sus avances y efectos, diferentes principios de carácter antiigualitarios, los que han terminado negando su esencia propia. Es el reconocimiento de tal hecho lo que es recuperado especialmente por Faye de su paso por la ND, y es también lo que le permite encontrar paradojalmente la vía que lo conduzca a su vez a abjurar del relativismo cultural anteriormente mentado al que le reconoce una esterilidad en la resolución de los problemas esenciales de su tiempo. De esta manera termina concordando con nosotros y, aunque no lo diga explícitamente, considera la necesidad de formular una verdad de validez universal. Ello lo hace en el momento en que también él opina que no pueden considerarse a todas las culturas iguales en cuanto a su dignidad, ya que para él el Primer Mundo, al cual pertenece, es muy superior al Tercero, al que termina defendiendo A. de Benoist en coherencia con un pluralismo relativista a ultranza. Pero sin embargo la contraposición con nuestros puntos de vista es muy notable. Mientras que nosotros consideramos que las diferencias se encuentran fundadas en jerarquías espirituales y de prestigio entre las personas y culturas, para él en cambio las mismas lo están meramente en razón del poderío tecnológico que se posea, es decir, pertenecen al orden de lo material. Al respecto considera que, cuando la ND exalta la ciencia moderna, soslaya el hecho de que, gracias a ésta, ha podido establecerse una humanidad no igualitaria, tal como la que divide a los países ricos y tecnificados, como los del Primer Mundo, de los pobres pertenecientes al “hemisferio sur”, del que formaríamos parte también nosotros. El Primero, gracias a los avances tecnológicos producidos por su ciencia, ha podido arribar a logros realmente sorprendentes, como la posibilidad no muy remota de alcanzar a constituir una humanidad que se regeneraría ilimitadamente a través de sucesivos trasplantes. Lo cual obviamente no es para todos, sino solamente para los pueblos laboriosos y con “creatividad fáustica” pertenecientes al Primer Mundo, es decir Norteamérica y Europa, dentro de la cual incluye y con un rol de suma importancia, tal como veremos luego, también a Rusia; por lo tanto todos aquellos pueblos pertenecientes al hemisferio norte. Digamos, para anticiparnos un poco a lo que vamos a decir, que resulta sumamente gracioso constatar cómo este personaje, salido del riñón de esta escuela, y que junto con otros autores, como el belga Steuckers y el rumano Parvulesco, aparece como ideólogo de corrientes pretendidamente afines y “nacional revolucionarias” europeas, manifiesta también que el cambio a efectuar para salir del pluralismo es el de que “no hay que apiadarse más del Tercer Mundo”, de nuestros cartoneros, como según él se habría venido haciendo hasta ahora. Que los europeos tienen en cambio que empezar a preocuparse por sí mismos, dejando de hacer beneficencias, siguiendo con el prodigioso camino que les fuera asignado cual es el de constituir una sociedad tecnológica altamente avanzada, dejando en cambio a los otros, es decir nosotros, que vivamos en nuestro atraso cultural en la medida que, o lo habríamos querido expresamente, o también porque sería el producto de nuestra propia inferioridad. Claro que lo que a este peculiar sujeto (que, risueñamente lo decimos, se confiesa en tal obra como un ex actor porno) aparentemente se le escapa es que el bienestar tecnológico y material por ellos alcanzado, lejos de ser independiente de nuestra situación, es lo que explica la existencia de nuestros cartoneros. Si nuestros países no fueran esquilmados sistemáticamente por las potencias del Primer Mundo, llámese USA o Unión Europea, con la participación cómplice de nuestra dirigencia, los mismos no gozarían del bienestar del que disponen. Aunque convengamos también en que es cierto lo que él dice en el sentido de que sería imposible que toda la humanidad en su conjunto pudiese gozar plenamente del bienestar material que puede proporcionarnos la ciencia moderna con su consecuente progreso tecnológico ilimitado y con su aniquilamiento caníbal de recursos; pero al respecto existen tan sólo dos posibilidades. O la que sostiene el Sr. Faye y con él los dirigentes de los regímenes modernos, tales como USA y la Unión Europea, y se hace que sólo algunos, en este caso ellos, los del Hemisferio Norte, gocen ilimitadamente de los mismos, y de esta manera se generan las vastas injusticias que nuestros países padecen en abundancia, o por el contrario se desintoxica a la humanidad del consumismo, se sostiene una existencia más frugal y principalmente se deja de esquilmar a las naciones en aras de satisfacer un demonismo exacerbado por el confort. Ésta es nuestra alternativa en un todo opuesta a la propuesta formulada por el Sr. Faye.
d) El gramscismo de derecha
Otro elemento a destacar aquí, recabado también de la herencia de la ND, es lo que ha dado en denominarse como “gramscismo de derecha”. El hecho de que a la cultura se le haya dado tanta importancia en modo tal de considerarla como el punto de referencia para la determinación de las desigualdades, hace también que, de acuerdo a tal escuela, deba ser en su seno en donde se tenga que dar la batalla principal. La lucha actual para tal corriente debe ser principalmente cultural más que política. Se considera que, más que intentar conquistar el Estado, debe conquistarse primero la sociedad, pensando aquí que la labor debe ser parecida a la que la Ilustración desarrolló durante el siglo XVIII para demoler al Antiguo Régimen. Sin la labor de la misma, manifiestan los exponentes de tal escuela, la Revolución Francesa hubiera sido imposible. De allí la valoración, a nuestro entender sacada de contexto, que se hace de la figura de Gramsci como representando el arquetipo del combate a emprender en los tiempos actuales. Sin embargo hay que resaltar aquí la existencia de un problema de información pues se soslaya el hecho de que, cuando Gramsci formulaba tal táctica de lucha cultural, lo hacía desde la cárcel, es decir, cuando su partido, el comunista, estaba en la ilegalidad, y él entonces, ante tal circunstancia, sugería actuar disfrazados bajo la cobertura de instituciones culturales y sociales, no dando así, en razón de una imposibilidad de hecho, la batalla política. Este caso no es para nada el nuestro pues a nosotros la lucha política no nos está vedada en manera alguna; simplemente que no la practicamos según los cánones vigentes porque la consideramos una cosa estéril e inmoral. Por otro lado consideramos que las circunstancias actuales no son las mismas de las que acontecían en las épocas previas a la Revolución Francesa en donde las ideas podían circular libremente si eran difundidas con eficacia. En cambio en la actualidad el embotamiento de las conciencias, operado por medios masivos de comunicación como la televisión, hace que tal libertad que existiera aun en el Antiguo Régimen haya sido prácticamente suprimida. Por lo cual centrar el eje del combate al sistema en la lucha y el debate cultural representa algo sumamente estéril e incluso contraproducente pues, por más verdades que nosotros podamos proyectar y publicitar, el sistema cuenta con medios poderosos como para silenciarnos o hacernos pasar desapercibidos o, cuando les resulta necesario, hacernos pasibles de todos los ridículos y persecuciones imaginables. Se soslaya el hecho de que hoy nos encontramos con una opinión pública modelada por la propaganda más que en cualquier otro tiempo y que en todo caso una acción cultural puede dar como resultado únicamente rescatar algunas individualidades escasas de esa inmensa hoguera de conciencias que es la modernidad. Las mayorías, a pesar del esclarecimiento cultural que se intente, siempre nos permanecerán ajenas y nunca lograremos obtener trascendencia, como por otro lado no la ha obtenido en su país originario la ND en todos estos años, a pesar del gran talento que sin lugar a dudas posee el Sr. A. de Benoist. Digamos pues que, si comparaciones con el marxismo es lo que se quiere hacer, consideramos más apropiado para este tiempo un leninismo de derecha, antes que un gramscismo de derecha. Es decir, que estamos convencidos de que solamente a través de la conquista del Estado será posible transformar la cultura y la sociedad y no a la inversa tal como se propone.
e) El arqueofuturismo
Formuladas estas objeciones principales a la escuela de donde ha provenido su pensamiento, vayamos a los planteos que formula G. Faye en la obra aludida.
Dijimos que Faye es un autor que se manifiesta cansado del pluralismo de la ND por su manifiesta incapacidad por resolver los problemas existentes en su sociedad, tal como el avance incontenible de la inmigración de comunidades islámicas en su propio suelo y el peligro que ello conlleva de transculturación. En esto él no hace más que demostrar el límite de agotamiento al que puede arribar toda forma de relativismo. Él piensa que el pluralismo mentado con tanto vigor en otro tiempo para diferenciarse del sistema de globalización ha sido en el fondo estéril y contraproducente para tal movimiento pues se ha terminado en un “mito colonialista martirológico”, por el que se consideraba siempre como víctimas a los pueblos del Tercer Mundo y por lo tanto ello ha dado cabida a la actitud caritativa de colmarlos de “ayudas”, ya que se los consideraba como de la misma dignidad, pero que éstos, -y aquí conviene acotar que él tiene principalmente en vista a la inmigración islámica en su país- es como si se hubieran tomado la manga del brazo que se les ofrecía con tanta generosidad y, en vez de agradecer, pretenden destruir a la propia civilización, tomando tal actitud generosa como un acto de debilidad. Claro que en este caso, lo interesante a resaltar es en primer término que él en ningún momento se refiere a la colonización española de América, sino a la que actualmente efectúan los países del Primer Mundo sobre el Tercero. Frente a lo cual la actitud correcta que él propone es la de “responsabilizar a los pueblos pobres” por lo que les pasa. Y nos agrega en un tono muy conmovedor “No podemos siempre llorar y pagar (sic) por ellos”. A este señor tan desinformado surgido del riñón de tal escuela, como el Sr. Massot aquí en la Argentina, aunque éste último por razones geográficas y “culturales” no se anime a tanto y sólo se atreva a decirnos que la política de Bush es “muy sana”, habría que acotarle que las empresas francesas Telecom, Edenor y tantas otras, para referirnos tan sólo a su país, no solamente no nos pagaron nada, sino que, gracias a los suculentos contratos contraídos bajo el régimen de Menem-Cavallo y gracias a la delictiva paridad cambiaria por éstos implantada, multiplicaron sus ganancias a ritmos inverosímiles como no podían obtenerse obviamente en el propio país, sino exclusivamente en los del Tercer Mundo “martirizado”, gracias a lo cual y por las ingentes divisas que han ido religiosamente girando a su país de origen, el Primer Mundo hoy dispone del bienestar que tanto lo entusiasma a Faye. Pero sin embargo concedámosle el hecho de que es cierto que debemos asumir nuestra responsabilidad por los desgobiernos que sistemáticamente han participado de tal saqueo, pero ello no exime la de tales empresas de su participación en el accionar delictivo. Es cierto que para la economía liberal la ganancia desproporcionada no es delito, ¿pero por qué siempre debemos ajustarnos a los inmorales cánones de tal ideología de mercaderes?
De todos modos, de la lectura de su texto, acotemos que resulta indudable que cuando Faye habla del Tercer Mundo atrasado, lo que lo aflige principalmente es el problema del Islam y de su secuela europea cual es el fenómeno inmigratorio ante el cual sus colegas de la ND, debido a su diálogo y blandura producto de su relativismo cultural, se han demostrado ineficaces para enfrentar correctamente. Pero al respecto su vuelco ha sido de 180º, incurriendo en una postura francamente extremista y “globalizadora” que le hace decir sin más que con el Islam, menos que con cualquier otro, no se puede para nada ser pluralista pues por su actitud agresiva quiere “hacer de cada iglesia una mezquita”. Es decir que es dable de destacar aquí que él se ha pasado de los postulados de la ND a los sustentados por el politólogo yanqui Huntington en tanto considera la existencia de un choque de civilizaciones entre el Primer Mundo, cuyo principal exponente son USA y Europa junto a Rusia y el Tercero, representado principalmente por el Islam. Y al respecto critica también el exacerbado paganismo de la ND que ha terminado granjeándose las suspicacias de sectores católicos, los cuales, no obstante su “igualitarismo”, podrían ser muy útiles para la cruzada antiislámica que nos propone.
No cabe duda entonces de que el Islam representa para él el principal enemigo del Occidente, concordando en ello con Bush, Berlusconi y Tony Blair. Ante lo cual no hesita en formular una verdadera autocrítica respecto de su pasada actitud. Así es como afirma que “Porque hemos creído demasiado en el relativismo cultural, no nos atrevemos a afirmar la superioridad de nuestra civilización”. Aunque sería interesante a destacar aquí que cuando él se refiere a “nuestra civilización” por supuesto que no se trata del Occidente tradicional, el cual por sus principios no discreparía con el Islam también tradicional, sino que no cabe duda alguna de que es al mundo moderno al que se refiere, por más que haya un pretendido intento de valorizar el pasado tradicional, lo cual pretende hacerlo a través del uso de la curiosa palabreja arqueofuturismo. Término éste de su propia producción y que lleva el título de su obra en donde confunde ilegítimamente lo arcaico con lo tradicional al que intentaría conciliar con lo futuro que no representa otra cosa para él sino los “logros” obtenidos y por llegar por obra de la ciencia y la tecnología moderna “desigualitaria”. Ello lo enuncia también cuando llega a decirnos que hay que conciliar a Evola con Marinetti, el fundador del movimiento futurista en el arte. En realidad no se trata sino de una deformación de lo dicho por los dos pensadores. Ni lo arcaico sustentado por F. es equivalente a la Tradición primordial de Julius Evola, ni el futurismo y el culto de una acción heroica incondicionada, sustentado por Marinetti, tienen su correlato en el desenfreno tecnológico del mundo moderno que defiende nuestro autor.
No es de extrañar entonces que con tales postulados F. se oponga a sus antiguos camaradas de la ND en la valoración que hace de los USA. En razón de la nueva antitesis asumida, USA no representa ya más para él “el enemigo” al que hay que combatir incondicionalmente, sino apenas “nuestro competidor”. Es decir, aquel con el cual se participa de un mismo espíritu y con el que en todo caso se compite en paridad de principios para ver quién es el que alcanza la hegemonía. Él en el fondo está convencido de que Europa, siempre junto a Rusia, de cuyo papel enseguida hablaremos, logrará desplazar a USA de su rol hegemónico.
El pluralismo cultural de la ND ha sido sustituido entonces por la teoría del choque de civilizaciones de Huntington. Pero en tanto de lo que aquí se trata es de un “europeo” en una guerra de “competencia” con el coloso del Norte, él nos propone que, en aras de ganar tal combate, pensando siempre desde los intereses de su continente, se trataría de hacerlo más poderoso agrandando sus fronteras a través de la inclusión de Rusia, posiblemente porque limita con su propia geografía, aunque no se entiende por qué, en tanto de lo que se trata aquí es de una misma pertenencia hemisférica, no extiende un poco más sus pretensiones también a los mismos USA los cuales a su vez, por Alaska y el estrecho de Behring, lo hacen con Rusia. Y ello podría ser factible en tanto ambos regímenes comparten el mismo espíritu moderno, por lo que no sería contrario a su esquema el de unir en una gran federación que tenga como referencia al hemisferio norte en su totalidad.
Pero por otra parte en relación a esto último hay un planteo complementario que quisiéramos hacer. Cuando tales sectores afirman por ejemplo, y ya refiriéndonos a un caso en particular como el del reciente conflicto de Ucrania: “somos conscientes de la necesidad histórica que Europa tiene de integrar a la Federación Rusa para sacudirse el dominio del Sistema único del mundo occidental, cuyo mamporrero son los Estados Unidos” (declaración del Movimiento Social Republicano de España, corriente adherida a tal ideología), ellos no hacen más que manifestar una inveterada costumbre surgida en Europa luego de la derrota del 45, la de tener que depender siempre de otra potencia para poder ser. En este caso, salir de la hegemonía norteamericana para lanzarse a los brazos de la rusa. Agreguemos también que la adhesión a Rusia por parte de Faye y sus seguidores tiene otro sentido a destacar. Partiendo siempre de la tesis de Huntington respecto del choque de civilizaciones, ellos concuerdan también con éste cuando resaltan la política del ministro Putin como mucho más “realista” que la de los sucesivos gobiernos de Norteamérica y de Europa, los cuales se encuentran todavía demasiado influidos por la ideología igualitaria, no comprendiendo así que existe un gran enemigo común ante el cual, los que apenas son “competidores” y adversarios, deben dejar a un lado sus diferencias menores para actuar de manera coordinada. El gran enemigo no deben ser nunca las potencias del Primer Mundo entre sí, sino las fuerzas destructivas del Tercero, representado en manera cruda por el fundamentalismo islámico a través de su terrorismo irracional. Si el enemigo principal que “nos ha elegido a nosotros” es el Islam, entonces Norteamérica y Europa deben cesar en su obtusa actitud de apoyar a los rebeldes chechenios para dañar a Rusia y encuadrarse en cambio abiertamente de su lado. El fundamentalismo islámico se fortalece justamente por esta debilidad expresada por los gobernantes del Primer Mundo que aun respiran de los vapores igualitarios del iluminismo del estilo de Fukuyama, según el cual los hombres y los pueblos gozan todos de los mismos derechos, de que no existen civilizaciones amigas y enemigas. Enfrascados en una rencilla interna determinada por prejuicios ideológicos, cuando no por meros intereses económicos mezquinos o hegemonías, ellos olvidan así lo esencial que es la guerra de civilizaciones. Es por ello que, sea Putin como también Sharon de Israel, con mucho más realismo que ideología, llamaron a votar por Bush en las últimas elecciones en tanto que de los dos candidatos era el que más se aproximaba al esquema de Huntington de incondicional antagonismo con el Islam y que consecuentemente a su vez figuras como Massot en nuestro suelo, del mismo riñón que Faye, califiquen como “sana” y “realista” a su política.
Digamos finalmente que el planteo de Eurasia o Eurosiberia formulado por Faye no sólo nos resulta verdaderamente indiferente y ajeno, sino que además deseamos que tal bloque nunca se constituya, de la misma manera que nos hubiese gustado que no se hubiese formado nunca esa federación que fueron los Estados Unidos del Norte. Y digamos también que menos aun nos importa para nada quién en tal “competencia” llegue a ser más poderoso, si la utópica Eurasia de Faye, Parvulesco y Steuckers o los USA, sino cuáles son los principios que se sustentan, qué tipo de civilización es la que se impone, la moderna, de la cual participan unánimemente los bloques antes mentados, o la tradicional, que no nos cabe duda alguna de que se encuentra más próxima al fundamentalismo islámico.
El problema propio de figuras como Faye es que ellos piensan como “europeos” y no como tradicionalistas, en tanto por supuesto que no lo son. Por lo tanto resulta obvio entonces que en los mismos, en tanto priman intereses étnicos y geográficos por encima de principios e ideas, o mejor aun participan de la ideología moderna y burguesa para la cual los intereses priman sobre los principios, el peligro no sea Norteamérica, sino el Islam. Así pues, si mientras que con este último la lucha debe ser sin concesiones y de ser necesario acudir al exterminio, tal como muchos de sus colegas lo han manifestado en relación a los chechenios o a los talibanes afganos, con el primero en cambio, “tenemos que proyectar una lógica de pacto y de cooperación frente a la amenaza principal”. Ahora bien ¿en qué consiste esta amenaza? Para ello según él hay que salir una vez más del esquema pluralista de la ND y comprender de una vez por todas que la globalización no es una sola, sino que hay dos que hoy en día son posibles, pues no sólo USA sino también el Islam es globalizador. Esto es, se trata aquí de dos concepciones del mundo que ambos quieren imponer, pero la norteamericana resulta mucho mejor que la islámica y más afín a la “europea”, pues mientras que esta última nos hunde en el atraso cultural y es tercermundista, la primera en cambio nos aporta el progreso tecnológico de un mundo extraordinario por venir en donde los nacimientos podrán ser programados y lo que es mejor se podrá alcanzar un ser humano inmortal a través de técnicas sucesivas de trasplantes y otras delicias tecnológicas que nos enumera detalladamente a lo largo de toda su obra. Es decir que la globalización norteamericana, si bien igualitaria y masificadora en sus principios, en cambio por sus efectos, los relativos a los extraordinarios progresos tecnológicos alcanzados, está negando en la práctica tales principios. Y en sus perspectiva hasta nos puede crear un universo virtual, “más verdadero que el verdadero” que nos podrá entregar un mundo futuro paradisíaco y de Jauja en donde todas nuestras fantasías pueden llegar a ser realidad. (Recordemos al respecto el oficio erótico confesado por el Sr. Faye, persona muy posiblemente entrada en años, y enseguida comprenderemos el por qué de sus preferencias). En cambio el Islam es igualitario en todos sus sentidos pues por su origen semita y totalitario pretende instaurarnos un mundo anacrónico y atrasado del cual nadie podría escaparse, siendo así por lo tanto el gran enemigo que podría llegar a impedirnos disfrutar de esta verdadera fiesta por venir.
La gran alianza que propone con Norteamérica debe lograr, a través del influjo euroruso, quitarle a aquella nación ese sentido mesiánico e igualitario que la ha constituido y que, por tales razones, no es capaz de ver el problema en su plenitud, como en cambio lo ha hecho muy bien Huntington, aunque afortunadamente hoy con el despliegue cada vez mayor de la ciencia moderna tal inconveniente tiende cada vez más a desaparecer. Una vez que se liberen del mesianismo de origen judeo-cristiano, los norteamericanos deberían entender que no hay que imponerle a todo el mundo su propia concepción y que la misma ha sido contradicha por su misma praxis. Si no alcanzan a hacerlo van a sucumbir y ser sustituidos en el papel hegemónico por “Eurasia”. A los pueblos del Tercer Mundo hay que dejarlos vivir en su atraso medieval y querer impedírselo sería por otra parte un imposible.
Todo esto se comprenderá mejor el día en que nos hayamos liberado del fundamentalismo islámico, pues ello nos permitirá percibir que existen pueblos que quieren vivir en el atraso y a los cuales hay que dejarles que así sea, respetando sus arcaísmos, si es que de tal manera consideran que son felices. Tan sólo hay que enfrentarlos cuando éstos intentan salir de sus fronteras y pretenden hacer de la propia condición un ideal globalizador, tal como es el caso del fundamentalismo islámico. La gran oportunidad que se presenta es que es la primera vez en la historia en que pueden llegar a subsistir comunidades medievales cuyos integrantes mueren naturalmente y comunidades altamente tecnificadas que en cambio se regeneran ilimitadamente alcanzando así la inmortalidad. He aquí pues el arqueofuturismo en donde todos podrían llegar a ser felices, mientras que nadie se moleste recíprocamente. El pluralismo ha sido suplantado así por el dualismo de civilizaciones que coexisten sin interferencias recíprocas y divididas estrictamente por ambos hemisferios.
En realidad si las cosas fueran así como nos las pinta Faye muy seguramente una sociedad tradicional no tendría problema alguno en dejar que otra de carácter moderno se sature de consumismo y tecnología y despliegue su propia concepción a voluntad. Pero lo que sucede es que lo que Faye soslaya o por ingenuidad o por ignorancia es que no es tanto que hasta ahora Norteamérica o Europa hayan querido imponernos gratuita e idealistamente sus puntos de vista para hacernos felices, sino que la “felicidad” de ellos se construye únicamente a través de nuestra expoliación e intromisión en nuestros territorios. Por lo cual cuando ellos le impiden a tales pueblos vivir de acuerdo a sus propias tradiciones, lo que hacen es obedecer a la lógica propia de toda sociedad moderna y consumista que es un despliegue ilimitado de las fuerzas materiales. En cambio cuando el fundamentalismo islámico propone en modo globalizado una humanidad menos tecnificada, el regreso de la mujer al hogar y la oración suplantando a un trabajo y entretenimiento desaforados, una vida no más entregada al confort y a la tecnología, es de este modo el que verdaderamente permite a todos una vida más llevadera pues es el que mejor obtiene organizarse en un mundo cuyos recursos siempre serán limitados y escasos. La hipertecnología que nos propone Faye sólo se construye a través de una hiperexplotación de los recursos de los países del Tercer Mundo.
Conclusión
Faye y Massot representan por caminos separados un mismo intento por superar la esterilidad del relativismo cultural de la ND a la cual pertenecieron. En los dos casos adhieren a una verdad universal y globalizada como contrapuesta a otra originada en el Tercer Mundo y expresada hoy en día agresivamente por el fundamentalismo islámico. Se diferencian tan sólo por la circunstancia geográfica. Faye pertenece a la Unión Europea y por lo tanto, debido a la prosperidad que rige en los países que la componen, cree sinceramente en que ésta con el tiempo podrá arribar a ejercer un rol hegemónico por sobre los Estados Unidos. Para ello piensa en un bloque geográfico más vasto que incluiría principalmente a Rusia. Sin embargo en ambos casos los principios son modernos. No es casual por lo tanto que llame a una alianza con Norteamérica para combatir al fundamentalismo islámico, el cual por el contrario manifiesta principios más cercanos al mundo tradicional.
Tal como dijera Evola, una verdadera derecha es aquella que se caracteriza por hacer primar los principios por sobre los intereses, los ideales por encima de la pertenencia geográfica, étnica o cultural; si lo que sucede es lo contrario, entonces nos encontramos con una izquierda. Por ello la antítesis a lo moderno de ninguna manera será lo “europeo”, como la alternativa sostenida por Faye, de la misma manera que entre nosotros no lo es el hecho de ser simplemente argentinos o, si queremos ahora entonar con los tiempos “duhaldianos” que corren, “sudamericanos”. Vale aquí lo mismo que dijéramos cuando se quiso instaurar un proyecto similar con el hoy a todas luces paródico MERCOSUR. Lo importante no es estar juntos, sino alrededor de cuáles principios se está. Por ello las categorías europeo, sudamericano u otros similares no son auténticas alternativas a lo norteamericano, sino que ambas por igual son partes integrantes de un mismo fenómeno cual es la modernidad. No se trata aquí de competir en el seno de la misma civilización, como sostienen coherentemente Faye y Massot, lo cual no significa otra cosa que sucumbir a su espíritu, sino de luchar incondicionalmente en su contra. Y no es que nos opongamos a alianzas o uniones, simplemente nos importa saber de cuáles se trata. Ante la unión establecida entre los gobiernos burgueses y modernos, sea de Sudamérica como de Europa y Rusia o Norteamérica, nosotros le contraponemos la unión entre los movimientos y personas afines en los principios tradicionales que pudiesen existir en todos los países de los que se trate. Ni la nación ni el continente son para nosotros límites, ni universos plurales, ni disyuntivas posibles que sustituyan aquella que para nosotros es la esencial cual es la que contrapone al mundo moderno con el mundo tradicional.
(Conferencia dictada el pasado 16-12 en Buenos Aires, en ocasión de clausurar las actividades del 2004)