jueves, 28 de abril de 2016

LAS DOS ASTUCIAS DEL DIABLO

LAS DOS ASTUCIAS DEL DIABLO


Hay un viejo aserto por el cual se dice que la mayor de las astucias del diablo es hacernos creer que no existe. Pero hay también otra de la cual no se habla habitualmente, que es en cambio la de hacernos creer que existe demasiado y que se encuentra en todas partes convirtiendo a las personas en inocentes cuando se trata de determinar la responsabilidad de unl mal. Tiempo atrás, en un proceso, un acusado por asesinar a 20 personas explicaba que era inocente y que era en cambio el diablo el que había tomado posesión de él obligándolo a matar. Y esto no era muy diferente de lo que se decía de un líder carismático cuando se equivocaba. Era el diablo el que lo había hecho por él bajo la forma de sus malos asesores o infiltrados y traidores. Hoy en día podemos decir que con respecto al diablo, que se encuentra personificado a veces por los judíos, las personas están divididas por la sugestión que padecen de una de sus astucias. Existen aquellos que nos dicen que no son los culpables de ninguno de nuestros males y los que en cambio se los atribuyen todos. Días pasados cuando manifestábamos que lo que hoy se denomina Occidente es el responsable de haber diseminado por el mundo los peores vicios de la modernidad, como el comunismo y el capitalismo, no faltaron aquellos que, como el múltiple asesino aquí apuntado, sostenían que no fueron ni los europeos ni los norteamericanos los que así lo hicieron, sino los judíos que actuaron en su lugar. A lo cual se nos permita contestar como aquel teólogo consultado ante el galimatías sostenido por el asesino serial. El diablo puede ejercer sobre nuestro yo una profunda sugestión, pero nunca nos puede obligar a decidir pues Dios no ha permitido que el hombre sea un simple autómata como podría serlo en cambio un simple animal o un ser inanimado.




miércoles, 27 de abril de 2016

¿QUIÉN QUEREMOS QUE GANE EN LAS ELECCIONES DE LOS EEUU?





Obviamente que no lo decimos respecto de una recomendación por quien votar. Por dos razones. Primero porque no somos yanquis y segundo porque no lo hacemos del sistema democrático ni siquiera en la Argentina. Todos los candidatos son sionistas y todos ellos, en este caso Hillary y Trump, deben rendir previamente examen a la entidad sionista con sede en los EEUU. Si por nosotros fuera querríamos que todos perdieran las elecciones, sin embargo no podemos menos que sostener un sentimiento de ambivalencia respecto de la figura del Sr. Trump, respecto del cual sentimos la mayor de las antipatías en tanto representa en forma multiplicada el espíritu yanqui. Sobrador, lenguaraz, torpe en sus movimientos y expresiones, obtuso, aniñado, nada en él nos resulta agradable y nos causa una gran sonrisa constatar cómo muchos identitarios, que en el fondo muchos de ellos no son muy diferentes de este personaje, sienten por él una gran estima, en especial cuando se presenta como muy duro con los inmigrantes de su país y hasta grupos como Atardecer Oxidado y Salvini expresan sus simpatías respecto del muro que piensa construir para impedir su invasión. Al respecto habría que decir que en todos los casos tal dureza es pura ficción. De la misma manera que Trump tiene intereses económicos en Méjico, los europeos también los tienen en el tercer mundo al cual se encargaron de expoliar meticulosamente. Bien sabemos que el muro no va a impedir que ingresen inmigrantes, sino que tan sólo permitirá ponerles condiciones más difíciles de ingreso y permanencia a fin de que se los pueda explotar mejor en los países receptores incrementando la plusvalía recabada del empleo en negro. A pesar de todo ello queremos decir que nos gustaría que Trump saliese ganancioso pues se trata de un Bush multiplicado al cuadrado. Así como este último hundió a los EEUU haciendo caer al dólar como divisa, permitiendo que dejara de ser primera potencia, con sus invasiones fallidas a Afganistán e Irak, Trump incrementará la torpeza yanqui y acelerará los tiempos de su conclusión. Nos liberará de los intervalos retóricos derecho humanistas y nobeles de paz del estilo de Carter y de Obama para acelerar los tiempos del ciclo final.

lunes, 25 de abril de 2016

RAMÍREZ: EL GERMEN DE LA DECADENCIA

     EL  GERMEN   DE  LA  DECADENCIA

      Hoy día frente a las calamidades del mundo moderno: delincuencia, drogadicción, inseguridad y muchas más, se pretenden encontrar soluciones, y esto por parte de personas honestas y bien intencionadas; no nos referimos a aquellos que, sin decirlo expresamente, defienden a los delincuentes, promueven la drogadicción, y exaltan y propagan a las modernas desviaciones sexuales entre otras grandes "conquistas" de la modernidad. A estos últimos dejémoslos de lado porque ya se encuentran en un nivel subhumano y presa de fuerzas inferiores, embarcados en el marxismo cultural que ha hecho presa de la humanidad.
     Prestemos ahora atención a los primeros, a las personas sinceramente preocupadas por la situación. Estas personas no cesan de promover movimientos, protestas y reclamos de todo orden; condenan las cosas que ocurren, se lamentan y desean que la situación cambie, pero lo más fácil es que sus acciones y reclamos caigan en saco roto y que todo siga empeorando. Las autoridades públicas son incapaces de resolver la situación o no quieren hacerlo por motivaciones de orden político, o  peor aún, por complicidad. Y así vemos como transcurren los días , cada uno peor que el anterior y se llega así a un estado de resignación y se dice " a esto no lo arregla nadie".
     Ante tal cuadro de situación profundicemos en el tema. A "esto no lo arregla nadie" es cierto, mientras se insista en partir de planteos superficiales que no consideren el origen de los problemas y mientras se insista en mantenerse dentro de las pautas e ideologías de la modernidad y de la sociedad burguesa y mercantil.
     La causa reside en la total decadencia - y a esta altura derrumbe - de la sociedad moderna, y esta decadencia y derrumbe residen en la progresiva pérdida de la hegemonía que en las civilizaciones tradicionales tuvieron los principios y valores de una concepción del mundo y de la vida de un orden superior, trascendente, metafísico y religioso. Muchas personas hablan de valores, pero de qué valores se trata. Nosotros nos referimos a los únicos que merecen ese nombre, a los derivados de la Tradición, y ésta NO es de origen humano.
     Todas las lacras que padecemos derivan de esa pérdida de sustentación en lo superior y sagrado con lo cual se han roto todos los vínculos. La sociedad moderna marcha a la deriva librada a las fuerzas irracionales que la gobiernan y contra esto no valen protestas, lloriqueos y lamentaciones y desde ya anticipamos que serán inútiles todas las tentativas que se hagan en sentido contrario si no se fundamentan en atacar lo más profundo del mal.
     La decadencia de las civilizaciones comienza por lo interior de las personas que la componen, como bien lo expresaba Julius Evola, cuando su élite gobernante decae en su superioridad espiritual y pierde su concepción sagrada del mundo y de la vida. Lo que sigue es una consecuencia de esto: es un río que fluye hacia una catarata y la caída definitiva es lo que debe esperarse. Viene después la influencia de factores externos y la civilización es agredida desde lo exterior y el derrumbe final es inevitable.
     Esta es la situación en que se encuentra Occidente,  en estos momentos cabeza de la modernidad y tomemos el ejemplo de Europa que fué la base de la civilización occidental y cristiana. Su sostén fué el cristianismo y sus mejores gobernantes poseían una fuerza espiritual interior que influía en toda la sociedad. Eso ya se perdió porque el hombre posee esa terrible facultad - como bien dice Evola - de usar de su libertad en sentido contrario a la potencia espiritual. Ahora los europeos están preocupados por lo que consideran un ataque exterior por parte del Islam y más de uno habla de la "islamización" de Europa. Los comprendemos: no son musulmanes ni quieren serlo. Pero su reacción se basa en acciones exteriores que de ningún modo se fundamentan en una transformación interior, porque interiormente siguen siendo partidarios del mundo moderno, de la vida burguesa, consumista, hedonista y materialista. Han renunciado desde hace tiempo a una concepción espiritual , sagrada, heroica y viril del mundo y de la vida. Por este camino ya están derrotados, el germen interior de la decadencia ya se ha transformado en una enfermedad terminal e incurable. Podrá ser a manos del Islam o de cualquier otra coyuntura histórica pero Occidente si sigue así ya está condenado. Lo que decimos de Europa sirve también para nosotros los íberoamericanos: los imperios incaico, maya y azteca cayeron porque habían perdido ante de la llegada de los españoles su espiritualidad interior, y éstos completaron la obra derrumbándolos desde el exterior.

San Carlos de Bariloche, 4 de abril del 2016.

JULIÁN  RAMÍREZ
   



RAMÍREZ: EL GOBIERNO MUNDIAL DE LOS PARIAS

EL  GOBIERNO  MUNDIAL  DE  LOS  PARIAS

     El reciente y publicitado  a escala mundial escándalo de los "Panamá Papers" sirve para extraer conclusiones de la situación actual en que se encuentra la putrefacción del mundo moderno.
     En las sociedades tradicionales se reconocía la existencia de las castas y las personas se ubicaban  en  cada una de ellas de conformidad a su naturaleza y de acuerdo a las distintas posibilidades humanas. Así teníamos que la primera casta correspondía a los jefes sacrales como detentadores de la más alta espiritualidad; la segunda era la constituida por la nobleza guerrera; la tercera por los mercaderes, lo que hoy conocemos como burguesía, organizadores de la vida material de la sociedad; la cuarta eran los trabajadores. Estaban también los excluidos de las castas por ser seres ajenos a toda posibilidad espiritual: eran los parias. Estos últimos eran la negación de los pertenecientes a las castas que de una u otra forma participaban en el contexto espiritual de la sociedad.
     En el desarrollo histórico se produjo lo que se llama la regresión de las castas. La hegemonía fue pasando de una a otra casta en la medida en que descendió la espiritualidad original. De los jefes sagrados descendió a la nobleza guerrera y de ella a la burguesía - conocida como el Tercer Estado en la Revolución Francesa -, finalmente asistimos a la tentativa del Cuarto Estado, la casta de los trabajadores a través del comunismo. Esta tentativa fracasó pero no sucedió lo que muchos esperaban - como el ideólogo Francis Fukuyama -  y que era el retorno de la burguesía a la cúspide del poder social. A ello sucedió lo que estamos actualmente viendo: la aparición de los parias. Es mérito de Julius Evola haber previsto hace algunas décadas atrás la aparición de lo que denominó el Quinto Estado, el de los parias, ajenos a toda orientación superior, atendiendo exclusivamente a sus más inferiores apetitos, con el ansia desaforada por el dinero y la posesión sin medida de bienes materiales. Carentes de religión, de ética y de afecto alguno por su patria y con gran desprecio por sus semejantes. Individualistas en su máxima expresión, lo único que les importa es seguir acumulando. Ya no son como las burguesías originales, como eran la mercantil y la industrial que cumplían algunas funciones sociales y mantenían ciertos vínculos con inquietudes superiores, que podían ser religiosos, artísticos, de relativo orden social, patrióticos o morales. Hoy día nada de eso, y su última expresión dramáticamente se expone con los Panamá Papers y con los fondos buitres. La usura otrora combatida en las sociedades tradicionales y por la Iglesia Católica - cuando ésta todavía sostenía valores tradicionales - hoy se apodera del mundo e incluso es elogiada. Lo de Panamá es apenas un botón de muestra, hay muchos otros paraísos fiscales: Caimán, Bahamas, islas Vírgenes, islas Seychelles, Luxemburgo, Liechtenstein, la intocable Suiza, etc..
     Jefes de estado, políticos, empresarios, intelectuales, deportistas, miembros de noblezas decorativas, usureros, todos mezclados en los paraísos fiscales con los dineros que han malhabido en sus países vampirizando a los pueblos para usarlos quién sabe en queé turbias actividades.
     En esta crítica no nos guía ninguna falsa moralina. La riqueza puede ser utilizada con fines superiores como, por ejemplo, hizo Bin Laden, que utilizó la suya al servicio de la guerra santa contra la modernidad y dejó en testamento la que le quedaba para los mismos fines. Pero son casos excepcionales propios de una personalidad de alto nivel espiritual. Todo lo contrario del actual presidente de la Argentina, Mauricio Macri, que con toda hipocresía predica la necesidad de inversiones extranjeras en nuestro país y el pago de los usureros fondos buitres, mientras envía sus capitales propios a los paraísos fiscales.
     Este poner al descubierto los Panamá Papers es sólo la punta de un témpano, lo que está bajo la superficie es muchísimo más, pero es suficiente para demostrar la universalidad del fenómeno. El poder del dinero se ha enseñoreado del mundo moderno y todo ello apunta a un gobierno mundial que ya lo es de hecho, y si las cosas siguen así, lo será de derecho.
     Todo este proceso traspasa largamente las fronteras nacionales que ya son inútiles para detener el enloquecido y frenético movimiento del poder del dinero. Solamente una globalización de signo inverso, fundada en valores de la Tradición, más allá de las subversiones liberales y marxistas, y con una organización supranacional podrá combatir con éxito este caos que promueven los parias.
     Como dijo el dictador romano Sila: "Prefiero el hierro al oro, porque con el hierro podré vencer a los que poseen el oro."

San Carlos de Bariloche, 11 de abril del 2016.

JULIÁN  RAMÍREZ
     








RAMÍREZ: LA MENTIRA DE LOS DERECHOS HUMANOS

LA  MENTIRA  DE  LOS  DERECHOS  HUMANOS

     El mundo moderno que  tiende visiblemente hacia el gobierno mundial con la imposición de una sociedad materialista, economicista y consumista, trata de sostenerse con consignas que disimulen su brutal apoderamiento de la sociedad contemporánea. Las principales de esas consignas son la democracia y los derechos humanos predicados a escala mundial y para todos. Hoy nos ocuparemos de esa gran mentira que es este dogma moderno de los derechos humanos proclamados como una verdadera religión laica, que se pretende válido en todo lugar, para todos y para siempre.
     Esta cuestión de los derechos humanos comenzó a manifestarse plenamente a partir de la Revolución Francesa, a fines del siglo XVIII, con la "Declaración de los Derechos del Hombre", junto con los otros intocables dogmas de la libertad y la fraternidad. Hoy día figura en la Carta de la Naciones Unidas, esa nefasta organización, en el tratado de San José de Costa Rica, aplicable a todos los estados americanos e inspira al derecho internacional. Incluso en nuestro país, la Argentina, el tratado de San José de Costa Rica está incorporado a la Constitución Nacional.
     Esta idea pues de los derechos humanos es de pura raíz liberal y por lo tanto antitradicional. En la concepción tradicional de la vida las cosas son de forma distinta. No hay derechos en abstracto iguales para todas las personas. pensar en ello es una fantasía inaplicable y solo sirve para engañar y sostener el dominio de la otra gran mentira que es la moderna idea de la igualdad y por consiguiente de la democracia.
     Todas las personas son distintas, no hay dos personas iguales, de lo contrario no serían dos, sino una misma. Cada una tiene su propia naturaleza y por lo tanto no pueden tener los mismos derechos. Esto ha sido reconocido por todas las sociedades tradicionales desde la más remota antigüedad, sociedades en las cuales primaba, por lo tanto,  la jerarquía y no la democracia. La jerarquía era producto de las distintas capacidades puesto que había quiénes por su mayor nivel espiritual eran más y a ellos correspondía la hegemonía, el mando y el gobierno de la sociedad que se imponía en forma natural. De aquí provenía el régimen de las castas y las personas se ubicaban en ellas conforme a su propia naturaleza.
     Los procesos subversivos vinieron a destruir este orden natural y se desbordaron en forma amplia y manifiesta a partir de la Revolución Francesa. De ahí las aberraciones que contemplamos hoy día: vemos como la falsa igualdad ha conducido a que la democracia otorgue el derecho a la multitud indiferenciada, a través del voto, a elegir a las autoridades. El voto de un sabio vale lo mismo que el de un adolescente de 16 años, como si éste pudiera tener idea alguna de los problemas internacionales o nacionales tales como los temas de defensa nacional, de economía, de educación, de geopolítica, etc.
     Las mismas consideraciones caben para los votantes a quiénes no les importan nada tales cuestiones. La democracia ha llegado incluso a otorgar el voto a las mujeres cuya naturaleza es ajena a todos estos temas. Socavando el principio tradicional de la virilidad espiritual, que implica la superioridad y la hegemonía de la jerarquía, se ha desvirtuado la propia naturaleza femenina que a su vez da origen a las modernas corrientes feministas, otra de las subversiones modernas.
     Un tremendo ejemplo de la igualdad y de los mismos derechos para todos lo vemos en algo muy frecuente en las democracias: cuando un gobierno no gusta a la multitud se vota por quienes están en contra sin mirar qué capacidad tienen para gobernar o resolver los problemas, y todo ello aumenta el caos en medio de la demagogia y, por supuesto, todos defienden a los derechos humanos, y así se debaten nuestros pueblos íberoamericanos entre gobiernos populistas y gobiernos oligárquicos: los primeros, como el chavismo, el peronismo, el aprismo, el petismo, los socialdemócratas y otros, siempre son y serán derrotados; los segundos, aunque tengan que recurrir a la violencia, siempre prometen la democracia, cumplen, y vuelta a empezar en un círculo vicioso que ya aburre.
     Cuesta entender cómo tantas personas que se supone compartirían las ideas expuestas, todavía insisten en formar partidos políticos y concurrir a elecciones en el marco de la democracia, los derechos humanos y la constitución. ¿Será que así debe ser en los últimos tiempos del Kaliyuga?
    
San Carlos de Bariloche, 18 de abril del 2016.

JULIÁN  RAMÍREZ

domingo, 24 de abril de 2016

GHIO: TODA LA HISTORIA DEL MUNDO

TODA LA HISTORIA DEL MUNDO




La historia del mundo en el que vivimos se podría reproducir toda en los siguientes renglones. En un tiempo muy remoto, imposible de determinar con exactitud, se produjo, en el caos y en la materia que le preexistía, una tremenda explosión cuyos efectos aun no han terminado y durante el transcurso de la misma el Yo vino a la vida. Ante esta abrupta y repentina situación, luego de haberse inventado una serie de coartadas justificatorias, empezó a cuestionarse respecto del porqué de este hecho y, ya siendo existencialista, protestó por no haber sido consultado por esta decisión trascendental. Luego y en tanto no encontraba ni razones ni respuestas satisfactorias, se resignó a tal situación. Aceptó así que lo imposible es real y que por lo tanto ‘estamos condenados a ser libres’, es decir terminó claudicando ante una contradicción en los términos, pues libre verdadero es sólo aquel que no es determinado por otro y que allí donde encuentra un límite a su accionar y decisión, su libertad cesa para convertirse en necesidad.
Sus discípulos y seguidores profundizaron en tal claudicación. Si ser libre significa cumplir con la condena de estar vivos, entonces de lo que se trata es de ser primus inter pares, es decir, ser como aquel condenado de la caverna platónica que ganaba en las competencias por prever los movimientos de las sombras que pasaban ante sí. O también, tal como dijera un antiguo poeta latino y se reprodujera como premisa postmoderna en una importante cinta, carpe diem, disfruta del día, acepta cumplir con la condena irreversible de vivir, y hazlo con la mayor de las intensidades.
Dentro del espectáculo de deformación masiva en que hoy se ha convertido la televisión, un pretendido filósofo de tal vertiente, de apellido largo e impronunciable, nos explicaba la aplicación de esta postura en lo relativo a la elección sexual. ‘No hemos decidido nosotros entrar en este cuerpo, sino que nos hemos encontrado en él y, tras haber sido condenados a ello, aparece luego el tiempo de nuestra libertad que consiste en construirse una serie de identidades a partir de una materia preexistente a ser modelada’: hermafrodita, zoofílico, gay, sadomasoquista, marimacho, etc., es decir una interminable manifestación de expresiones de nuestra elección. Y dentro de tal contexto de permanente agitación, en donde también se exalta el uso de la droga para ratificar una vez más la propia libertad, un conjunto de figuras sórdidas y provocativas aparecen en escena: mujeres con bigotes, hombres con curvas pronunciadas, figuras esperpénticas de los más diversos colores y finalmente una joven que muere de sobredosis por querer llegar a Plutón.
¿Y si en vez de representar agitación sin sentido, construcción desaforada, esfuerzos pronunciados por llamar la atención, la libertad fuese en cambio reconocerse por lo que se es? ¿Y si en vez de haber sido condenados a estar aquí hubiésemos sido nosotros los que lo resolvimos por espontánea decisión? ¿Y si aceptásemos entonces una libertad más plena que la que hoy se decanta, una libertad que no fuese negada por una condena impuesta que nos hubiese sometido a determinismo, sino que consistiese en cambio en reconocerlo todo como querido y que el sentido de la existencia consistiese, en vez de construir alocadamente, en recordar y hallar el significado de tal decisión? ¿Y si no hubiese sido un azaroso big bang, sino una acción inteligente por la que, al crearnos nosotros mismos el ser, hubiésemos querido ponernos a prueba? ¿Y si el acto de encarnarnos -y aun en este tiempo en particular- hubiese significado haberse propuesto una medida difícil como la de vivir circundado por un universo de esclavos que suponen que son libres agitando las propias cadenas y que pretenden llamar nuestra atención poniendo en evidencia sus miserias, todo ello sin ser arrastrado por la corriente?
En un mundo de sordos, de aturdidos y de sofistas ser libres es ser capaces de mantener encendida la luz.

Marcos Ghio

24/04/16

lunes, 18 de abril de 2016

GHIO: DROGA Y DEMOCRACIA

DROGA Y DEMOCRACIA



La reciente muerte por sobredosis de 5 jóvenes, más otros tantos caídos en estado vegetativo, como resultado de su participación en una ‘fiesta electrónica’ y las posteriores explicaciones sobre el hecho acontecidas admiten de nuestra parte una serie de reflexiones desde una perspectiva estrictamente tradicional y por lo tanto antimoderna y antidemocrática.

En primer lugar debemos repetir una vez más un lugar común para nosotros. Que una sociedad que ha negado lo trascendente como la actual no queda recluida en la esfera de la simple inmanencia, sino que en forma fatal y necesaria va descendiendo paulatinamente al plano de lo que es inferior al mismo orden natural, es decir a las esferas prepersonales e instintivas del ser, a aquello que los pueblos de la antigüedad calificaron como el aspecto demónico e ínfero, y que las grandes religiones simbolizaron bajo la forma del Infierno y del demonio, lo que sería lo más asimilable a lo que hoy en día se conoce como la esfera de lo inconciente instintivo e irracional del ser en donde todo atisbo de yo y de conciencia queda negado o simplemente reducido a una sublimación. Digamos en relación con esto que la gran diferencia que existe entre un orden tradicional y uno moderno es que en el primero esa zona inferior era vedada y –utilizando un término hoy caído en descalificación- reprimida a fin de que no interfiriera en el accionar del hombre en su cotidianidad y principalmente en su destino superior, es decir en lo relativo a aquello por lo cual él se encontraba transitando por esta vida. Y existieron al respecto en los pueblos una serie de figuras encargadas de doblegar a tales fuerzas inferiores en su actitud invasiva a fin de que quedaran recluidas en un lugar determinado y no perturbaran el libre desempeño del orden social. Tal es lo que aun en las mal llamadas sociedades primitivas (que en múltiples aspecto eran superiores a las nuestras) era la figura del brujo o el chamán el cual, a través de ritos y ceremonias, ahuyentaba su accionar sea en el grupo como en los sujetos individuales. Tal figura fue luego retomada por el sacerdote el cual, a través de la convocación de lo alto, hacía ‘descender en los infiernos’ a los influjos provenientes de las esferas inferiores del ser.

Frente a esta situación de normalidad es que tenemos nosotros hoy en día el mundo moderno en sus fases terminales. En el mismo no solamente tales acciones de protección han desaparecido a nivel social, sino que por el contrario se ha generado un movimiento inverso de suscitación y convocación de estas fuerzas inferiores cuyo fin indubitable es el aniquilamiento de la persona, no sólo físicamente (y el ejemplo con el que iniciamos esta nota es una clara indicación de ello) sino también y en modo principal psíquica y espiritualmente. Tal es el sentido último del fenómeno de la drogadicción. Al haberse vedado al hombre las vías de acceso hacia lo trascendente, al carecer el ser humano de metas superiores por las cuales vivir, se produce naturalmente un movimiento de apertura y de descenso hacia lo bajo y lo más sórdido del ser hasta llegar irreversiblemente a una situación de aniquilamiento total de la persona humana, en primer término en el plano psíquico y espiritual hasta arribar en casos últimos y como consecuencia de todo ello a la misma destrucción física. Pero sería errado reducir tal fenómeno exclusivamente al consumo de una determinada sustancia. Existe una verdadera y propia cultura de la droga con manifestaciones en todo orden, sea pretendidamente filosófico como científico y artístico. Comenzando por este último caso, digamos que la autotitulada música electrónica, en uno de cuyos ‘festivales’ se produjera el hecho antes aludido, es una forma de agitación menádica de la persona en la que se le ha quitado a la música propiamente dicha cualquiera de sus formas esenciales para reducirla a un ruido sórdido, rimbombante y repetitivo acompañado de efectos especiales para los cuales el consumo de la droga resulta un elemento determinante de acompañamiento. En este caso se busca reducir a la persona a un conjunto de sensaciones de suma intensidad en donde el yo se encuentre ausente y colapsado para lo cual el uso de una determinada sustancia de carácter alucinógeno es aquí solicitada para completar dicho fenómeno. No ha sido a su vez un hecho casual que el nombre dado a la misma fuese el de ‘éxtasis’, haciendo recordar con ello un fenómeno perteneciente a la esfera superior, en especial en los grandes místicos, los que con tal término se referían a una suspensión provisoria de las funciones sensorio perceptivas con la finalidad de elevarse hasta la dimensión de lo absoluto. En este caso, en la medida que nos hallamos claramente con una expresión de satanismo, en tanto que se trata de una inversión simiesca de una cosa superior, también hay una salida de sí, pero no para suspender la función sensitiva, sino por el contrario para estereotiparla hasta límites grotescos y hasta suicidas.

Demás está decir que la democracia tiene que ver con la droga en forma explícita e implícita. En el primer caso lo tenemos con todas las distintas doctrinas modernas que estimulan el flujo del hombre hacia las dimensiones más bajas del ser convirtiéndolas en factor determinante. Así como la democracia como doctrina política y social asigna el valor de verdad de las cosas al factor numérico del demos, lo demónico e inferior, distintas cosmovisiones de ella derivadas, como el evolucionismo que pone el origen del hombre en la bestia, el marxismo que lo ubica en el apetito económico, o el freudismo, más cercano al caso aquí analizado, que lo ubica en el inconsciente sexual, son la clara expresión de este flujo democrático hacia lo que es menos e inferior.

A estas formas explícitas de promoción de la droga, es decir de la proyección del hombre hacia lo más bajo, debemos agregarle las implícitas. Henos pues que con suma hipocresía la democracia hoy condena a la droga bajo la evidencia de que el uso de tal sustancia daña la salud del ser humano, lo cual es cierto, pero por otro lado estimula su consumo en tanto que lo ha despenalizado, quedando reducida la conducta delictiva tan sólo al tráfico y venta de la misma. Lo cual representa una verdadera hipérbole y contradicción pues bien sabemos que la causa principal de que exista tal flagelo es que haya consumidores de tales productos y no que los mismos se vendan. Se supone además que una gran campaña de concientización, en donde se expliquen los daños que la droga causa a la salud, terminaría convenciendo a las personas de no comprarla, lo cual es falso totalmente pues la única manera de vencer tal flujo hacia lo inferior es presentando al hombre valores superiores por los cuales vivir. Éstos no pueden ser los ideales burgueses de vida vacuna y democrática en donde el principio del placer queda ratificado y multiplicado luego a través del consumo de sustancias alucinógenas.

Dentro de esas causas implícitas digamos también que resulta curioso que nadie hasta ahora se haya animado a exigir la prohibición de aquellos centros en los cuales se producen estos consumos masivos de droga como son tales festivales y boliches. Se dice que ello sería ‘reprimir’, palabra que como decimos se ha demonizado totalmente por lo que, con tal de no llegar a tal extremo, se estaría dispuesto a permitir el libre consumo de dicho producto. Suponemos entonces que el paso siguiente será aquel por el cual, a fin de evitar conductas fachistas y represivas, el debate versará sobre cuál droga habrá que evitar a fin de que no dañe en exceso la salud, pues se ha llegado a la aceptación de que todas son de alguna manera perniciosas. Luego se entrará en la esfera de los habituales sofismas respecto de si el Estado debe entrometerse en la vida privada de cada uno y de si llegase a resolver dañarme la salud no habría razones suficientes para evitarlo, pues cada cual debería ser el dueño del propio cuerpo. En fin, a veces cuesta saber qué cosa es peor: si la droga o nuestros comunicadores sociales, esa nueva especie de sofistas que se ha inventado para corromper. El ciclo se cierra.



Marcos Ghio

17/04/16

viernes, 8 de abril de 2016

GHIO: INICIACIÓN Y SUPERHUMANISMO

IV- INICIACIÓN Y SUPERHUMANISMO


Los incesantes debates que hemos debido sostener con la expresa finalidad de separar al pensamiento evoliano de las distintas expresiones del nazismo, tal como ilícitamente se lo ha venido haciendo durante tanto tiempo, nos remiten nuevamente a un tema ya tratado en su momento cuando refutáramos a un autor de dicha vertiente, autocalificada además como ‘esotérica’, el muy conocido escritor chileno Miguel Serrano (1).  En este caso retomamos la misma idea a través de un texto de Evola aparecido en su obra El Arco y la clava (pgs. 109-132) titulado Acerca del concepto de iniciación en donde se dice lo siguiente:
Etimológicamente “iniciar” significa poner un nuevo comienzo…., el presupuesto fundamental de la iniciación es que la condición humana, con los límites que definen la individualidad común, puede ser superada. Se trata de un cambio de estado, del pasaje de un modo de ser a otro modo de ser, en el sentido más objetivo. Por esto en algunos testimonios la iniciación es descrita casi como un hecho físico, del cual debe  subrayarse su carácter real, ontológico. Puede servir para esclarecer el concepto de iniciación la oposición entre “superhombre” e “iniciado”, en tanto tipos humanos. El superhombre se ha presentado como el extremo sobredimensionamiento y problematización de la especie “hombre”. En vez, en el nivel de los principios, el iniciado no pertenece más a esta especie. Si se tiene en vista la alta iniciación, se puede decir que el “superhombre” pertenece a un plano prometeico (el hombre permanece tal, pero busca, en forma prevaricadora, hacer propia una dignidad y un poder superiores), mientras que el iniciado en sentido propio pertenece a un plano olímpico (tiene como naturaleza propia una diferente y legítima dignidad).
La teoría de que el ser presenta estados múltiples, de los cuales el humano es tan sólo uno particular, es pues la premisa del concepto de iniciación. Deben ser sin embargo considerados estados del ser no sólo superiores, sino también inferiores a lo que se define como la común y normal personalidad humana. Así pues es concebible una doble posibilidad de apertura de esta personalidad, hacia lo alto y hacia lo bajo; en correspondencia con ello, una superación “ascendente” (conforme al sentido etimológico riguroso del termino trascender = “ir más allá elevándose”) debe ser bien distinguida de una salida de sí “descendente” 1.
Por tal razón es que poco antes hemos hablado específicamente de “alta iniciación” y la distinción aquí mencionada remite también a lo que hemos dicho en otros capítulos sobre los pueblos primitivos delimitando un dominio particular. En las iniciaciones tribales de los primitivos y también en sus iniciaciones de las denominadas “clases de edad” nos hallamos en general en la dirección descendente. El sujeto se abre a la fuerza místico-vital de la propia estirpe, se integra en ella, la convierte en vida de la propia vida. O bien la integración puede referirse a las potencias profundas que actúan formativamente en el organismo en los diferentes períodos de la existencia. Lo que puede resultar para el sujeto es que las nuevas facultades que él puede adquirir así implican sin embargo casi siempre algo de colectivo, de subpersonal. No nos detendremos en este caso, El mismo se nos presenta en formas típicas, por ejemplo, en el totemismo y en algunas variedades de los cultos primitivos de los muertos.”

Este texto resulta de vital importancia para refutar a tales corrientes de origen moderno y positivista, como la antes aludida de Serrano, expresadas  en obras tales como Manú el hombre que vendrá, en donde sostiene abiertamente que la meta de su doctrina, el nazismo esotérico, no es alcanzar la dimensión de la trascendencia, sino a un superhombre comprendido como un hombre que ha desarrollado todas sus potenciales físicas latentes. De la misma manera también podemos decir que otras vertientes del nazismo, que con más modestia no asumen tales pretensiones de esoterismo, niegan también la dimensión de la trascendencia incurriendo en el totemismo, es decir en la idea de que el individuo debe abrir su yo y resolverlo en la fuerza místico racial de la propia estirpe, lo que tales sectores identifican con el concepto de ‘memoria de la sangre’ que es una dimensión subpersonal opuesta sin más al concepto de la trascendencia.
  Resulta una cosa obvia entonces  que, en tanto estos sectores niegan la existencia de una tal dimensión suprapersonal, también deban sostener un rechazo abierto y absoluto hacia el fenómeno religioso que tiene en común con el esoterismo iniciático el hecho de considerar a la misma como la meta hacia la cual el hombre debe dirigirse. Los falsificadores habituales del pensamiento de Evola, alguno de los cuales con una desfachatez apabullante, dicen que nuestro autor rechaza la religión y que la considera como ‘OPUESTA’ (sic) a la iniciación tal como sostenía entre otros el mismo Serrano en su negación absoluta del cristianismo y demás vertientes ‘semíticas’. En cambio es esto lo que dice Evola a tal respecto:
“En un sistema tradicional completo religión e iniciación son dos grados jerárquicamente ordenados, la relación entre los mismos es la que en el campo doctrinal es expresada por los términos esoterismo y exoterismo, simple fe y gnosis, devoción y realización espiritual, plano de los dogmas y de los mitos y plano de la metafísica.”  
Es cierto sin embargo que desde expresiones pertenecientes a las grandes religiones ha habido intentos de contrastar lo religioso con lo metafísico o esotérico, tal como por otro lado hacen los mismos pseudoevolianos, sin embargo ello no ha abarcado a todos los casos pues  “el islamismo conoce una tradición esotérica e iniciática en el marco de la Sh’ya y como sufismo; el judaísmo tiene también una tradición correspondiente en la Kabbala” y en otros textos formula también tal posibilidad en el mismo catolicismo, en especial en su veta gibelina. Es decir que no es verdad que haya habido un rechazo y oposición recíproca entre el esoterismo y el exoterismo, sino en todo caso ha existido una tensión dialéctica en tanto de lo que se trata es de una gran religión para la cual desde un punto de vista exotérico es lícito que se formule un exclusivismo fideísta, pero tal cosa se encuentra recompensada por la presencia de expresiones esotéricas en lo alto.
Pero cuál es la diferencia entre lo esotérico y lo exotérico, es decir entre la iniciación y la simple religión? Y en qué sentido ambas dimensiones, lejos de oponerse,  se solicitan entres sí? Dice Evola:

“Podemos fijar sintéticamente el carácter específico del horizonte propiamente religioso con respecto al iniciático diciendo que el primero tiene como centro la concepción de la divinidad como persona (= teísmo) y se encuentra definido por una distancia esencial, ontológica, entre este Dios-persona y el hombre, en segundo lugar, en consecuencia, por una trascendencia tal de admitir sólo relaciones de dependencia, de devoción, cuanto más de transporte o éxtasis místico, quedando firme el límite correspondiente a la relación Yo humano-Tú divino. La iniciación tiene en vez como premisa la removibilidad de este límite y el denominado principio de la “identidad suprema” cuya contrapartida es una concepción suprapersonal del Principio Primero. Más allá de Dios como persona se encuentra lo Incondicionado como una realidad superior sea al ser como al no-ser y a cualquier imagen específicamente religiosa”.  Es decir que la diferencia entre la religión y la iniciación, o entre la fe y la gnosis, se encuentra en que en la primera se mantiene el límite entre lo humano y lo divino, en la segunda en cambio el mismo es superado en tanto el hombre alcanza plenamente el plano de la trascendencia, pero en ambos casos, el esotérico y el exotérico, se acepta la existencia de tal dimensión superior, cosa en cambio que no sucede con los superhumanistas.
Seguidamente luego de analizar la obra de Eckart, un notorio místico cristiano esotérico, que no se encontraba en oposición con el plano exotérico de su propia religión, llega a la siguiente conclusión:
“La distinción esencial aquí indicada entre horizonte religioso y horizonte iniciático, parecería sin embargo estar afectada por el hecho de que también en las religiones de salvación el fin parece ser la superación de la naturaleza mortal y caduca.” Es decir que se trata de una distinción entre ambos planos y no de una oposición, a diferencia de lo que acontece con  los superhumanistas del estilo antes mencionado cuya meta es alcanzar y lograr un tipo de hombre superior, para la religión en cambio (se entiende por supuesto gran religión),  lo mismo que para el pensamiento iniciático la meta común es la de superar la condición humana mortal y caduca.
¿Pero cuál es el sentido de la relación entre lo esotérico y lo exotérico? Veamos lo que nos dice el autor al respecto.

“La relación entre iniciación y moral (lo cual se podría también equiparar a la religión) desde el punto de vista iniciático hace que en cada tradición debe distinguirse una parte que posee un valor exclusivamente social y mundano, sirviendo como factor para refrenar al animal humano, y una parte que está dirigida verdaderamente hacia lo alto, hacia la trascendencia. La relatividad de los preceptos morales resulta en ambos sectores. En efecto, en el primer caso los preceptos morales padecen, en las varias tradiciones, concidionalidades étnicas e históricas que convierten en imposible encontrar alguna cosa verdaderamente constante e invariable, por ende intrínsecamente válida, en la múltiple variedad de las normas prescritas de acuerdo a los tiempos y a los lugares.” Es decir que lo iniciático no es una dimensión separada de lo exotérico sino que ambos planos se solicitan recíprocamente con esta peculiaridad: que el plano exotérico, que incluye religión y moral, en razón de las multiplicidades étnicas e históricas, es mutable y variable de acuerdo a las mismas, en cambio el esotérico es uno, de allí la famosa doctrina de la unidad trascendente e iniciática entre las grandes religiones.
Y al respecto es una vez más contundente:

“A nivel iniciático vale aquello que un exponente moderno de la corriente tradicionalista ha denominado “la unidad trascendente de las religiones”, si bien a tal respecto el término “religión” tenga un carácter demasiado restrictivo. Símbolos, mitos, ritos, dogmas y enseñanzas varias revelan contenidos constantes, según una identidad que no deriva de un proceso extrínseco de toma en préstamo y de transmisión histórica, sino esencialmente de un común contenido metafísico y acrónico. Siendo el punto de partida, en el caso del esoterismo, la percepción directa, experimental de este contenido, las correspondencias que pueden ser hechas resultar aquí revisten un carácter particular de evidencia que las distingue netamente de acercamientos exteriores, de base, por decirlo así, cuantitativa, que pueden encontrarse en las exposiciones de la ciencia comparada de las religiones. El que tenga una adecuada sensibilidad, no puede no darse cuenta de la diferencia.
Como contrapartida de esta penetración intuitiva de los contenidos constantes más allá de la múltiple variedad de las formas históricas y exotéricas es considerada, en general, como una característica del verdadero iniciado lo que ha sido denominado el “don de las lenguas” (se ha querido ver una referencia alegórica y exotérica al mismo en el conocido episodio del Nuevo Testamento). Así como el que conoce muchas lenguas sabe exponer un mismo concepto con las palabras de una u otra de éstas, de la misma manera es concebida la capacidad de exponer en los términos de la una o de la otra tradición un mismo contenido partiendo del plano anterior y superior a la multiplicidad de tales tradiciones. Hay que considerar sin embargo que no todo lenguaje tiene las mismas posibilidades expresivas y un vocabulario igualmente completo.”


         M. G. 

lunes, 4 de abril de 2016

GHIO: MALVINAS Y LOS DOS NACIONALISMOS

MALVINAS Y LOS DOS NACIONALISMOS




 La gesta de Malvinas del 2 de abril de 1982 fue sin lugar a dudas la más importante del siglo pasado y hasta nos animaríamos a decir que fue la única que un auténtico nacionalismo debería reivindicar. La misma reconoce como antecedentes históricos en el siglo XIX -y que son las únicas fechas patrias que pertenecen a nuestro patrimonio- al 12 de agosto de 1806, es decir el día de la Reconquista en contra de la invasión inglesa, y el 20 de noviembre de 1845, con la famosa batalla de la Vuelta de Obligado también en contra de una similar invasión foránea. Las demás efemérides deben sin más ser descartadas y señaladas en su real significado, comenzando por el 25 de mayo de 1810, que no fue otra cosa que una revancha británica tras su derrota militar, siendo el antecedente de todas las secuelas posteriores que sobrevendrán bajo la forma de liberalismo y de marxismo, ambas ideologías pergeñadas en Gran Bretaña, hasta confluir en el siglo pasado con el famoso 17 de octubre de 1945 que no fue otra cosa que una consecuencia multiplicada de tales males y cuyos efectos terminales hoy estamos viviendo.
Dijimos al comienzo de esta nota que nos referíamos a un auténtico nacionalismo, ello es porque, además del que nosotros sustentamos, no faltan otros que, remitiéndose a tal postura, reivindican sea la Revolución de Mayo de 1810 como el 17 de octubre de 1945. Esto nos permite aclarar que hay dos maneras contrastantes y antagónicas de concebir esta forma de pensar. O el nacionalismo significa una ruptura absoluta y radical con la modernidad y con todos los valores que la integran; o por el contrario se presenta como formando parte de tal fenómeno representando así un reconocimiento y asunción de los mismos, reputando que su meta política no es su negación sino la consecución del éxito dentro de tal contexto. Esta actitud propia de un tipo de nacionalismo que no asumimos y repudiamos y que uno de sus más sus recientes cultores, el carapintada Aldo Rico, calificó con el adecuado término de nacionalismo de amparo, fue formulada por primera vez en nuestro medio por Julio Irazusta cuando criticaba a nuestra clase dirigente por  no haber sido capaz de imitar a su par inglesa en su capacidad de ser pragmática y haber estado en cambio sujeta a principios abstractos e irrealizables. Cuando el aludido recordaba a ese político británico que decía que ‘Inglaterra en política internacional no tiene principios, sino intereses’, sus reflexiones al respecto eran que tal oportunismo en sí mismo no era una cosa mala, sino que ello no hubiese sido aplicado por nosotros sometiéndonos en cambio a ‘grandes ideales’ utópicos e irrealizables, los que nos habría inculcado tal imperialismo para someternos a sus intereses y que por lo tanto nuestro nacionalismo consistía no en asumir las ideologías de exportación formuladas por Gran Bretaña, sino en cambio su praxis que había demostrado ser sumamente exitosa. Lamentablemente este nacionalismo es el que ha primado siempre y no ha existido otro que se le contrapusiera durante muchos años, habiendo sido éste la base de sustentación de peronismo (‘la realidad es la única verdad’ y por ende el rechazo por las ideologías y principios) y por lo tanto de todos los fracasos históricos vividos por la Argentina.
La guerra de Malvinas de 1982, de la cual hoy se cumplen 34 años, significó la irrupción histórica, luego de un largo letargo de más de 100 años, de ese nacionalismo de desamparo que nosotros reivindicamos. Más allá de sus ejecutores respecto de los cuales me consta incluso personalmente que carecían de una clara visión de las fuerzas que suscitaban, dicha guerra se hizo no por intereses, tal como sustenta el nacionalismo de amparo, sino por principios. Se rechazaba en la lucha en contra de Inglaterra lo esencial en ella, cual era su visión moderna, protestante y capitalista que tal potencia representaba, por lo que no se aceptaba la primacía burguesa de los intereses por sobre los principios, sino a la inversa. La guerra no se hacía por un territorio, o por el petróleo, cosa propia de los sectores adscriptos a la modernidad, sino por el honor y principalmente por liberarnos de tales concepciones materialistas que significaron el verdadero cáncer de nuestra nación.
Claro que el nacionalismo de amparo contrastó desde un primer momento con el de desamparo respecto de la guerra de Malvinas. Primeramente le imputó que se la hizo para hacer frente y distraer a la opinión de una masiva manifestación efectuada por el sindicalismo peronista dos días antes en donde se marchara bajo la consigna de ‘Escuelas y hospitales y menos militares’, es decir que, en vez de fusiles y cañones, había que tener a la plétora de políticos y gremialistas que campean hoy en día en las primeras planas. Y eso es verdad: a la masa soliviantada por esa gran desgracia que es el sindicalismo que nos legó Perón, preocupada por intereses materiales y seducida por demagogos que les prometen llenarles la panza a cambio de votos a su favor, tal contienda les resultaba un obstáculo para el logro de sus intereses. Afortunadamente la guerra de Malvinas postergó tales planes por un tiempo y su valor fue al menos el de haber hecho ver que existen metas superiores por las que vivir y morir, en tanto que la comunidad comprendió que solamente siendo libres -y en especial de la concepción británica de la existencia que se nos venía inculcando desde el siglo XIX con sucesivos altibajos- íbamos a ser una nación próspera y poderosa y no votando por políticos y gremialistas delincuentes, tal como se nos proponía en la movilización del 30 de marzo.
Pero el nacionalismo de amparo no se quedó quieto y permaneció al acecho ante el primer obstáculo. Fue así que, aprovechando ciertos retrocesos en el campo militar, en especial con el desembarco inglés en la Isla Soledad, impulsó abiertamente la rendición a través de la presencia activa del papa güelfo (tal doctrina ha sido siempre la base de sustentación de tal nacionalismo) quien vino a impetrar la rendición en plena contienda. Con las mismas consignas levantadas por el sindicalismo peronista en el sentido de que la vida y la economía eran más importantes que el honor y la independencia, se logró hacer salir al país de la guerra mediante una escandalosa rendición en donde se decía que era una locura confrontar con una potencia tan pertrechada como la inglesa y norteamericana, por lo tanto que era inútil armarse ya que nunca se alcanzaría tal proporción, es decir como en la fallida manifestación, más escuelas y políticos y menos militares y cañones.
Los nacionalistas de amparo, ante el fracaso ostensible de la democracia luego de 33 años de peronismo en sus diferentes matices y con 13 millones de pobres, es decir con un tercio de la población en tal estado a pesar de que no se gastó en militares sino en políticos, suelen decirnos como consuelo que, no obstante todo ello, gracias al papa, nos salvamos de la bomba atómica. Independientemente de lo cuestionable al menos de tal dilema, pues el fundamentalismo islámico viene luchando desde hace 15 años sin rendirse y sin que se le haya lanzado tal arma destructiva aun, nosotros queremos contestarles que aun aceptando tal falsa disyuntiva hubiéramos preferido la bomba atómica antes que la democracia genocida y depredadora que nos ha tocado vivir durante tantos años.

Marcos Ghio

2/04/16

domingo, 3 de abril de 2016

RAMÍREZ: EL FUNDAMENTO DE LAS CIVILIZACIONES

EL  FUNDAMENTO  DE  LAS  CIVILIZACIONES    



El mundo moderno nos presenta algo insólito en la historia: la existencia de una civilización sin religión. Todas las civilizaciones y culturas conocidas tuvieron en sus orígenes una religión, y aún más, fueron las religiones las que crearon las civilizaciones y las que las sostuvieron. Cuando esas religiones decayeron o fueron reemplazadas por otras se derrumbó la civilización que era sostenida. Pero hay una diferencia con la situación actual: pese al derrumbe se mantenía la presencia de la religión aunque muy venida a menos. Así vemos como la caída de la civilización heleno-romana no terminó con el paganismo, sino que éste hizo su aporte al cristianismo y a la naciente civilización occidental. En cambio hoy día la civilización occidental, cabeza de la modernidad, carece de religión y podemos sin más calificarla de ex-cristiana. Se ha transformado en una verdadera civilización  moderna y contaminado a todo el planeta con su lucha despiadada contra el espíritu tradicional.    
Esta es la verdadera guerra de civilizaciones, la dicotomía que se ha profundizado hasta abismos insondables. Ni  el cristianismo en general ni la Iglesia Católica en particular pueden sostener a Occidente. En las sociedades tradicionales las cosas eran bien distintas. En su obra "La ciudad antigua" Fustel de Coulange nos dice que en Roma, Esparta y Atenas, el Estado vivía dependiente de la religión, que no se trataba de un cuerpo sacerdotal que hubiere impuesto su dominación, que el estado antiguo no obedecía a un sacerdote, era a su religión misma a la que estaba sometido.    
El historiador romano Tito Livio escribió: "El sacerdote con sus ritos salva todos los días a la ciudad". La religión informaba todos los aspectos de la sociedad: las instituciones, la vida cotidiana, las festividades, el calendario, la guerra, el arte, la literatura y la vida económica. Era el punto superior de referencia y el centro en torno al cual giraba toda la vida de la sociedad tradicional. De los dos aspectos de una sociedad tradicional, el esotérico y el exotérico, la religión representaba este último. Del primero, el esotérico, que está más allá de la religión, no nos vamos ahora a ocupar pués requiere otros desarrollos y, como expresó Julius Evola, es para los que saben; el exotérico en cambio es para las vastas mayorías que creen, y en este sentido la religión, por lo menos, es algo que lleva a la participación en la supravida. La persona religiosa aunque sea un ignorante merece más respeto y consideración que los intelectualoides y supuestos sabios infatuados que desprecian la religión y llevan una vida de ateos y agnósticos.
     Hoy día hablar de religión parece anacrónico y anticientífico, como si fuera una cosa de ignorantes y supersticiosos cuando no es objeto de burla y de desprecio. El hombre tradicional tenía un centro en su vida, el hombre moderno es un átomo sin conexión alguna y en choque permanente con los otros átomos, una hoja al viento.
Y admitiendo todo lo anterior, el problema que se nos presenta a los hombres de la Tradición de la actual civilización occidental es:  ¿ cuál es nuestra religión?
     La religión que ha predominado en Occidente y la que lo formó es el cristianismo, pero hoy día ser cristiano es ser cualquier cosa. El protestantismo en  general debe ser descartado ya que está dedicado a una simple actitud devocional y socialmente es antijerárquico e individualista y como bien lo señaló Max Weber fué gran promotor de la modernidad capitalista. El cristianismo ortodoxo radicado fundamentalmente en Europa oriental y Rusia no forma parte de nuestra historia, usos y costumbres. Esto no quita que se coincida con protestantes y cristianos ortodoxos en un frente de religiones en una verdadera unidad trascendente contra el enemigo común: el mundo moderno y que puede incluir religiones no cristianas.
     En estos últimos tiempos han aparecido en Occidente grupos que promueven un neopaganismo, y que no es más que una de las tantas variantes de la pseudoespiritualidad moderna y promovido por intelectuales. Nos parece absurdo que una religión pueda promoverse como si fuere una moda de algunos pensadores y que por otras parte no rechazan el mundo moderno al cual se encuentran integrados.

     Nos queda finalmente el catolicismo cuya cabeza es la Iglesia Católica. Esta iglesia ha sido una de las grandes responsables de la decadencia de Occidente desde que desde los siglos XII y XIII combatió y desacralizó al Sacro Imperio Romano Germánico. A lo largo de los siglos siguientes continuó con su decadencia y su aceptación gradual del mundo moderno hasta reducirse hoy día a una simple institución dedicada a la asistencia social y a predicar un pacifismo hipócrita y llorón. Se trata del catolicismo güelfo. Frente al mismo sostenemos al catolicismo gibelino, el de nuestro mejor medioevo, el de las órdenes de caballería y las cruzadas, el heroico, viril y guerrero, el de la Cruz hecha espada, el de nuestra guerra santa contra la modernidad, sin Papa y sin estructuras clericales.     

RAMÍREZ: EL OCASO DE LAS PATRIAS

EL  OCASO  DE  LAS  PATRIAS


     Sé que lo que vamos a decir escandalizará a más de un nacionalista pero la verdad, aunque duela, debe ser expuesta sin tapujos y es el mejor camino para salir del marasmo y la confusión en que se vive y adquirir una visión superior, sin sentimentalismos, sin utopías, sin fantasías y sin nostalgias. Nos referiremos a uno de los grandes mitos del mundo moderno: el del estado-nación o el de la patria. Es una creación del Tercer Estado, o sea, de la burguesía. Si bien reconoce antecedentes históricos anteriores, su plena eclosión se produjo a partir de la Revolución Francesa, a fines del siglo XVIII, y alcanzó su pleno desarrollo en los siglos XIX y primera mitad del siglo XX. A partir de la segunda guerra mundial comenzó su declive.
     Su desarrollo en general coincidió con la destrucción de los grandes imperios tradicionales: el hispánico, el austro-húngaro, el alemán, el otomano, el ruso, el chino y finalmente el japonés. Los imperios tradicionales tenían sus fundamentos y raíces en una visión espiritual, trascendente y sobrenatural de la vida y el mundo y cuando la perdieron fueron derrotados. El estado-nación por el contrario, recaba sus fundamentos en el naturalismo, en el sentimiento, en la exclusión de lo foráneo, en la pertenencia a una tierra y a una geografía, a una raza o estirpe, a determinados usos y costumbres, a un idioma. Todo eso sería legítimo en el marco de una nacionalidad que no es lo mismo que un nacionalismo, porque la nacionalidad puede ser vehículo para un Estado tradicional. Varias nacionalidades pueden coexistir en un imperio tradicional, pero el nacionalismo eleva al estado-nación como valor supremo y por debajo de todo aquello que es más que la patria, o sea lo trascendente.
     Si aparentemente los estado-nación siguen existiendo lo hacen por inercia, porque todavía dura el impulso que les dio origen pero el motor ya está detenido. Como creación que fueron de las burguesías la materialización y el economicismo se fue apoderando de ellos y así fue como bajo el pretexto de defender la patria e invocando el sentimiento patriótico se libraron guerras por cuestiones fronterizas, geopolíticas, economicistas, racistas, ideológicas y de apoderamiento de recursos naturales, cuando no guerras de  falsa "liberación" y de supuesta "independencia". Todo ello enmarcado en corrientes subversivas propias del mundo moderno ya carente de todo centro superior más allá de las fronteras.
El tan promocionado principio de la soberanía nacional junto con el mito de la soberanía del pueblo, ambos tan caros a los nacionalismos, ya no existen, son un fantasma que se va diluyendo. Basta ver como día a día se va esfumando la soberanía de los estados a manos de una serie de estructuras internacionales que no cesan de multiplicarse, como la cultura y la economía se internacionalizan y las  comunicaciones pasan sobre las fronteras. El estado-nación adquiere un carácter provinciano y lugareño en lo que muchos llaman la aldea mundial.
     La palabra "patriota", nacida al calor de la Revolución Francesa, ya no dice nada. Como bien dice Julius Evola, "los sentimientos patrióticos y nacionales se vinculan a la mitología de la era burguesa". Y en lo que respecta a la soberanía del pueblo, nunca existió, siempre el poder estuvo en manos de minorías que usaron ese "slogan" para engañar y destruir la verdadera soberanía que es la de Dios.
Para evitar equívocos hay que hacer una importante aclaración. El derrumbe de los nacionalismos puede dar lugar a algo peor. Se trata de esa actitud cosmopolita, internacionalista, pacifista, igualitarista, indeferenciada, de sentirse ciudadanos del mundo y propia de muchas corrientes pseudo-espiritualistas de la modernidad. O sea, que frente a la crisis e inoperancia de los nacionalismos caben dos posiciones antagónicas: O se está con la restauración del Imperio Tradicional, orgánico y trascendente, o con  el imperialismo moderno, caótico y totalitario. Tenemos el ejemplo del Emirato Islámico que superando una actitud nacionalista está construyendo una entidad supranacional, correlato islámico de lo que fué nuestro imperio tradicional.
     Esta es la disyuntiva que enfrentan los nacionalistas y advertimos que muchos ya han tomado un camino equivocado. Así vemos como ante el panorama nada promisorio que se les presenta y lamentarse de la falta de patriotismo del pueblo, se han entregado a la búsqueda de salvadores que les ayuden como la de dos nefastos personajes, como son Putin y el Papa Francisco. Se trata de una posición de naturaleza femínea opuesta a la de una verdadera virilidad de bastarse a sí mismos.
     Titulamos esta nota como el ocaso de los nacionalismos. Tras el ocaso viene la noche, pero para los nacionalismos será una noche sin esperanza de amanecer.

San Carlos de Bariloche, 14 de marzo del 2016.

JULIÁN  RAMÍREZ      

RAMÍREZ: IMPORTANCIA DEL FACTOR HUMANO EN LA GUERRA

IMPORTANCIA    DEL   FACTOR   HUMANO  EN    LA     GUERRA


     Tengo a la vista el artículo de un periodista publicado por agencia RT el pasado 18-3-16 y elaborado para Reuters, titulado "¿ porqué las tropas extranjeras entrenadas por EE.UU. no tienen éxito en combate?"
     Si bien tanto Reuters como RT ( Russia Today) no son fuentes de nuestro agrado - ambas son voceros y propagandistas de lo peor del mundo moderno - no por ello podemos dejar de rescatar alguna perla.
     El articulista critica la tesis del exsecretario de Defensa de los EE.UU., Robert Gates, que sostuvo que los militares de EE.UU. son incapaces y demuestran escasa disposición en los entrenamienos de fuerzas destinadas a combatir al fundamentalismo islámico. El articulista, Lawrence Korn, sostiene, por el contrario, que la causa de la falta de éxito no estriba en el mal entrenamiento o el mal equipamiento, sino en el hecho que esas fuerzas no están  suficientemente motivadas. Agrega el articulista que " el éxito militar en el campo de batalla depende de si los hombres y las mujeres están dispuestos a luchar y morir por un gobierno en el que creen..." Y pone algunos ejemplos. En septiembre del 2015 7.000 efectivos afganos entrenados y equipados por EE.UU. fueron derrotados en Kunduz por los talibán muy inferiores en número. Lo mismo ocurrió en Irak en 2015 y hasta en Vietnam en 1975. Lo mismo se percibe en las fuerzas sirias entrenadas por EE.UU. que no solo no luchan contra el Estado Islámico sino que se unen a fuerzas fundamentalistas.
     El análisis del periodista es correcto pero incompleto, no profundiza en el tema que va mucho más allá de una simple falta de motivación causada por un gobierno en el que no se cree. La verdadera y más profunda causa está en que los yihadistas son portadores de una concepción religiosa del mundo y de la vida en tanto los mercenarios por más bien entrenados y equipados que estén no superan las ideologías del mundo moderno amén de los beneficios económicos que se les ofrecen. El horizonte es totalmente material, consumista y burgués y todo ello es insuficiente frente a los que están convencidos que esta vida es un simple tránsito hacia lo que es más que vida.
     En la actual guerra de civilizaciones se ha manifestado un particular tipo de personas: son los mártires - los "shahid" - que entregan su vida en la yihad por una causa religiosa para alcanzar así la vida eterna. Su cuerpo se transforma en un arma mucho más poderosa que las más modernas que puedan poseer sus enemigos. Todavía en la era burguesa se manifestaban ejemplos de combatientes que entregaban su vida por la patria, o por su rey o por la libertad o por el pueblo o por el honor. Incluso en el marxismo hubo quienes lo hicieron por el socialismo, pero todos ellos lo hacían en un plano naturalista sin alcanzar una instancia superior. Pero la entrega de su vida por lo que supera todo lo humano es actualmente patrimonio de los fundamentalistas islámicos. Entre los que defienden al mundo moderno nadie va a sacrificar su vida por la democracia, por la constitución, por la civilización o por los derechos humanos. Les faltan profundas convicciones, son vulgares retóricos y sus inspiradores intelectualoides de ínfima calidad humana.
     A los que aún pretenden defender a la civilización occidental, ex-cristiana, y a sus inexistentes valores les recordamos a San Bernardo de Claraval quien en su opúsculo dedicado a la Orden de los Templarios hace casi 900 años y titulado "Alabanza de la nueva milicia" decía: "La muerte de los santos será siempre preciosa delante de Dios; mas la que ocurre en la guerra es tanto más preciosa cuanto mayor es la gloria que la acompaña...el nuevo género de milicia no conocido en los siglos pasados, en el cual se dan a un mismo tiempo dos combates con un valor invencible: contra la carne y la sangre y contra los espíritus de malicia...no es maravilloso ni raro resistir generosamente a un enemigo corporal con las solas fuerzas del cuerpo...tampoco es cosa muy extraordinaria, aunque sea loable, hacer guerra a los vicios o a los demonios con la virtud del espíritu. Mas ¿quién no se pasmará por una cosa tan admirable y tan poco usada como ver a uno y otro hombre poderosamente armado de estas dos suertes de armas?...no teme ni a los demonios ni a los hombres...no teme la muerte puesto que desea morir..."
     San Bernardo nos plantea la misma cuestión que la doctrina islámica de la gran guerra santa y la pequeña guerra santa. Se trata de la misma idea tradicional vista desde dos religiones diferentes. Es una feliz coincidencia en la unidad trascendente de las religiones.

     El moderno católico ha olvidado todo esto. Tal vez algunos sepan reaccionar y recuperar ese catolicismo heroico, viril y guerrero.