domingo, 3 de abril de 2016

RAMÍREZ: EL OCASO DE LAS PATRIAS

EL  OCASO  DE  LAS  PATRIAS


     Sé que lo que vamos a decir escandalizará a más de un nacionalista pero la verdad, aunque duela, debe ser expuesta sin tapujos y es el mejor camino para salir del marasmo y la confusión en que se vive y adquirir una visión superior, sin sentimentalismos, sin utopías, sin fantasías y sin nostalgias. Nos referiremos a uno de los grandes mitos del mundo moderno: el del estado-nación o el de la patria. Es una creación del Tercer Estado, o sea, de la burguesía. Si bien reconoce antecedentes históricos anteriores, su plena eclosión se produjo a partir de la Revolución Francesa, a fines del siglo XVIII, y alcanzó su pleno desarrollo en los siglos XIX y primera mitad del siglo XX. A partir de la segunda guerra mundial comenzó su declive.
     Su desarrollo en general coincidió con la destrucción de los grandes imperios tradicionales: el hispánico, el austro-húngaro, el alemán, el otomano, el ruso, el chino y finalmente el japonés. Los imperios tradicionales tenían sus fundamentos y raíces en una visión espiritual, trascendente y sobrenatural de la vida y el mundo y cuando la perdieron fueron derrotados. El estado-nación por el contrario, recaba sus fundamentos en el naturalismo, en el sentimiento, en la exclusión de lo foráneo, en la pertenencia a una tierra y a una geografía, a una raza o estirpe, a determinados usos y costumbres, a un idioma. Todo eso sería legítimo en el marco de una nacionalidad que no es lo mismo que un nacionalismo, porque la nacionalidad puede ser vehículo para un Estado tradicional. Varias nacionalidades pueden coexistir en un imperio tradicional, pero el nacionalismo eleva al estado-nación como valor supremo y por debajo de todo aquello que es más que la patria, o sea lo trascendente.
     Si aparentemente los estado-nación siguen existiendo lo hacen por inercia, porque todavía dura el impulso que les dio origen pero el motor ya está detenido. Como creación que fueron de las burguesías la materialización y el economicismo se fue apoderando de ellos y así fue como bajo el pretexto de defender la patria e invocando el sentimiento patriótico se libraron guerras por cuestiones fronterizas, geopolíticas, economicistas, racistas, ideológicas y de apoderamiento de recursos naturales, cuando no guerras de  falsa "liberación" y de supuesta "independencia". Todo ello enmarcado en corrientes subversivas propias del mundo moderno ya carente de todo centro superior más allá de las fronteras.
El tan promocionado principio de la soberanía nacional junto con el mito de la soberanía del pueblo, ambos tan caros a los nacionalismos, ya no existen, son un fantasma que se va diluyendo. Basta ver como día a día se va esfumando la soberanía de los estados a manos de una serie de estructuras internacionales que no cesan de multiplicarse, como la cultura y la economía se internacionalizan y las  comunicaciones pasan sobre las fronteras. El estado-nación adquiere un carácter provinciano y lugareño en lo que muchos llaman la aldea mundial.
     La palabra "patriota", nacida al calor de la Revolución Francesa, ya no dice nada. Como bien dice Julius Evola, "los sentimientos patrióticos y nacionales se vinculan a la mitología de la era burguesa". Y en lo que respecta a la soberanía del pueblo, nunca existió, siempre el poder estuvo en manos de minorías que usaron ese "slogan" para engañar y destruir la verdadera soberanía que es la de Dios.
Para evitar equívocos hay que hacer una importante aclaración. El derrumbe de los nacionalismos puede dar lugar a algo peor. Se trata de esa actitud cosmopolita, internacionalista, pacifista, igualitarista, indeferenciada, de sentirse ciudadanos del mundo y propia de muchas corrientes pseudo-espiritualistas de la modernidad. O sea, que frente a la crisis e inoperancia de los nacionalismos caben dos posiciones antagónicas: O se está con la restauración del Imperio Tradicional, orgánico y trascendente, o con  el imperialismo moderno, caótico y totalitario. Tenemos el ejemplo del Emirato Islámico que superando una actitud nacionalista está construyendo una entidad supranacional, correlato islámico de lo que fué nuestro imperio tradicional.
     Esta es la disyuntiva que enfrentan los nacionalistas y advertimos que muchos ya han tomado un camino equivocado. Así vemos como ante el panorama nada promisorio que se les presenta y lamentarse de la falta de patriotismo del pueblo, se han entregado a la búsqueda de salvadores que les ayuden como la de dos nefastos personajes, como son Putin y el Papa Francisco. Se trata de una posición de naturaleza femínea opuesta a la de una verdadera virilidad de bastarse a sí mismos.
     Titulamos esta nota como el ocaso de los nacionalismos. Tras el ocaso viene la noche, pero para los nacionalismos será una noche sin esperanza de amanecer.

San Carlos de Bariloche, 14 de marzo del 2016.

JULIÁN  RAMÍREZ      

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