PLATÓN Y EL DEFAULT ARGENTINO
En estos días, sea en la
Argentina como en el mundo entero, ha pasado a estar en las
primera planas el tema relativo a un inminente default de nuestra economía con
concomitancias parecidas al que se produjera en el 2002, haciendo recordar ello
también los famosos acontecimientos del corralito y los motines callejeros que
terminaron raudamente con un gobierno constitucional. Y ante tal circunstancia,
sea entonces como ahora, las cosas parecieran no haber cambiado en cuanto a las
explicaciones que se intentan dar de los hechos pareciéndose una vez más a aquello
que se narraba en la famosa alegoría de la caverna platónica en donde los
prisioneros que se encontraban encadenados, no pudiendo ver lo que acontecía
por detrás de los bastidores, se dedicaban a formular conjeturas y pronósticos
respecto de un mundo de apariencias sin alcanzar a debatir por lo tanto sobre
lo esencial que era la realidad verdadera que se ocultaba detrás de un
concierto de sombras.
Una vez más lo que aquí se discute es respecto de si es o no justa la
sentencia que nos condena a pagar, no poniéndose por lo demás en discusión la
existencia del débito, y no en cambio lo esencial de todo que significa
averiguar por cuáles razones fue que contrajimos una deuda tan grande, o más simplemente
todavía: ¿por qué un país que abunda en todo tipo de riquezas tiene necesidad
de endeudarse? o también y más crudamente:
¿en qué se gastaron tantos miles de millones de dólares? Estas
cuestiones esenciales, que escapan por supuesto a nuestros economistas, que son
como los antes aludidos prisioneros que se destacan por los diagnósticos
ingeniosos que formulan respecto de las cuestiones accidentales, pero que se
evaden como siempre de lo esencial a pesar de que, a diferencia de los que se
encontraban encerrados en una caverna, ellos carecen de una cadena, al menos
visible, que les tenga sujetado el cuello y le impida darse vuelta.
En diciembre del 2001, en vísperas de lo que iba a ser el gran default,
que comenzó primero con las personas comunes a las cuales se les expropiaron
sus ahorros, el sentido común supo dar en la tecla respecto de dónde se
encontraba el gran problema económico argentino que tenía que resolverse en
forma irreversible. Detrás de la consigna: ‘¡que se vayan todos!’ se hallaba la gran receta necesaria para terminar con los males que afectan al país y por
lo tanto a nuestra economía. Desde los mismos orígenes de nuestra democracia en
1983 una legión interminable de empleados públicos incrementó hasta límites inenarrables
nuestro Estado, o más bien lo convirtió en una verdadera caricatura, en un
receptáculo de ñoquis y de acomodados, de lo que suele llamarse la clientela
electoral. Para ganar las elecciones y granjearse la simpatía del soberano, los
políticos se dedicaron a repartir canonjías entre sus votantes, tales como cargos
públicos, viviendas, planes trabajar, subsidios especiales, jubilaciones sin
aportes y aparte ellos mismos, en tanto parte privilegiada de este sistema, se
premiaban a sí mismos con grandes riquezas tales como las famosas jubilaciones de
privilegio que se obtenían no por antigüedad en el trabajo de funcionario
público o diputado, sino por el mero hecho de haberlo desempeñado en algún
momento. Se dieron así casos inverosímiles entre los cuales podemos acordarnos
del siguiente. Debiendo un diputado resignar su cargo por haber sido nombrado
para otra función más alta y quedando solamente una sesión por hacerse antes de
la conclusión de su mandato, se nombró lo mismo a su suplente para que de esta
manera, por el hecho de haber asistido al menos una vez a su nuevo ‘trabajo’, pudiese
recibir el privilegio de la jubilación, la que como bien sabemos no es de
escasa importancia en su monto. Y podríamos abundar en los ejemplos, del mismo
modo que además cabe señalar que tal deuda se ha incrementado con los grandes
negociados que han permitido que de la nada surgiesen fortunas incalculables y
que solamente se conocen cuando un grupo de poder entra en colisión con otro.
De esta manera sucede en modo tal que, para lograr que el acusado ceda algo de
sus privilegios, se lo ‘denuncia’ y hasta se lo puede hacer llegar a algún
estrado de la justicia, pero prontamente, de acuerdo a los famosos ‘pactos de
omertà’, las cosas no llegan hasta el final y logra detenerse todo luego de que
se ha obtenido el efecto causado. Bien sabemos que no hay un solo político
preso hoy en día y en caso de que ello hubiese sucedido porque no se pudo detener a
tiempo la máquina de la justicia, las penas fueron raudamente morigeradas o
anuladas acudiéndose para ello como siempre a los habituales tecnicismos
jurídicos. Además, como en cualquier caso la clase política es siempre un
paradigma para el resto, sus conductas han sido imitadas por gran parte de
nuestra población. El esfuerzo y el sacrificio, la satisfacción por haberse
podido ganar una posición a través de un trabajo digno ha sido sustituida en
muchos casos por el facilismo y la viveza así como el atajo que permitiese
renunciar a cualquier tipo de responsabilidad. Entre los tantos ejemplos
vividos no puedo olvidar nunca el de un señor que conociera en la provincia de
Santa Cruz, de donde es originaria la familia presidencial, y que era dueño de
un campo de diez mil hectáreas quien, en vez de encontrarse en el mismo
administrándolo, se desempeñaba como empleado público en un municipio, en un cargo
por lo demás menor y al que había llegado gracias a su militancia en un partido
que ganara las elecciones. Y tales casos, aun sin llegar a tales extremos, se
pueden multiplicar hasta el cansancio.
Suelen decirnos como defensa, especialmente desde los funcionarios del
gobierno actual, que dicha deuda a la que nos condenaron a pagar no fue
contraída por este gobierno, sino por los anteriores. Pero este argumento es
débil y falaz pues bien sabemos que dicha política de demagogia y de exacción
de fondos públicos se ha continuado hasta en mayor medida que antes así como con
el consecuente nuevo endeudamiento, en tanto que se ha seguido con el saqueo de
los erarios públicos, asociado todo ello a las inverosímiles y agobiantes
persecuciones que hoy la AFIP,
el ente recaudador de impuestos, somete a las personas. No nos cabe duda alguna
de que dentro de 10 años, si es que este país sigue existiendo todavía y si las
cosas no han cambiado, el régimen que venga tendrá que ocuparse de saldar la
deuda que esta vez no habremos contraído ni con EEUU o Europa, sino con China,
Rusia o hasta Venezuela. Todo habrá entonces cambiado pero tan sólo en la
superficie para que siga igual.
Para resolver las cosas la fórmula no es pues tener un buen negociador
de la deuda, esto es un prisionero más de la caverna, sino terminar con las
causas que producen nuestro colosal endeudamiento. Para ello es indispensable
primero volver a la vieja consigna que se acuñara en el 2001, una vez más: “¡que
se vayan todos!”, es decir los políticos y con ellos el sistema perverso y
corrupto que nos rige. Será difícil encontrar pronto una solución alternativa,
pero una vez más remitiéndonos a Platón, la máxima a seguir es que los que nos
gobiernen deben ser personas alejadas del dinero no solamente porque no lo
tienen, sino porque no sienten necesidad alguna por tenerlo. Es decir que la
revolución deberá ser prioritariamente moral y religiosa antes que meramente
política. Debe constituirse una verdadera elite de ascetas y de hombres libres respecto
de cualquier tipo de cadena, a quienes les corresponderá la función de gobernar
no solamente porque resuelvan asumirla, sino una vez más, tal como decía
Platón, porque los mismos ciudadanos se lo solicitarán invirtiéndose así los
roles habitualmente asumidos; no son los gobernantes los que deben solicitar a
los gobernados que los elijan, sino que deben ser éstos los que pidan a los
primeros que los gobiernen en función de reconocerles la capacidad de colmarles
un vacío. En pocas palabras, como en cualquier profesión y siempre de acuerdo
al sentido común, no es el médico el que va a buscar al paciente, sino que es
éste el que lo hace con el médico.
Marcos Ghio
2/08/14